Junio 2015 • Año IV
#30
Dossier ENAPOL: El imperio de las imágenes

El amor en los tiempos del WhatsApp

Ernesto Anzalone

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Valeria Erlijman
Camioneta

El significante se localiza en la radio, en el teléfono, en la computadora, en otros objetos, y hay cada vez más objetos que se fabrican para hacer circular el significante cada vez más rápido y para estar permanentemente en condiciones de recibirlo." Jacques-Alain Miller (2006)

Antes culpábamos a la represión sexual en nuestra sociedad, por todo aquello que encontraba su causa en la imposibilidad de la relación sexual, y desde esa perspectiva, la "liberación" sexual de finales del siglo XX, vendría a "arreglar" esa falla. Sin embargo, para el psicoanálisis, tanto la represión cuanto la liberación, son diferentes formas que desde lo social, han intentado un "tratamiento" de esa falla intrínseca. Algunas de las modalidades de goce que antes eran rechazadas, encuentran en nuestros días formas ordenarse por medio de los gadgets creados por el discurso capitalista.

Si antes teníamos el club del barrio, boliches, bares, pubs, lugares posibles para que los desconocidos dejasen de serlo, sólo por la mera contingencia de encontrarse al mismo tiempo en el mismo lugar. Pero en nuestros días, esos desconocidos dejan de exponerse a ese encuentro imprevisible.

La tecnología nos permite evitar ese encuentro, y tenemos una larga historia de búsqueda por tecnologías que nos permitan postergarlo. Podemos considerar que desde la carta, el telegrama, el teléfono, el email, hasta el whatsapp, hemos progresivamente construido métodos más inmediatos, y cada vez más cortos, para evitar el encuentro, o por lo menos para posponerlo, hasta conocer al otro lo suficiente, sin tener que encontrarlo.

En el último año, varios amigos y hasta colegas, me han mostrado la última novedad en sus vidas amorosas: una aplicación. Por ese medio buscan partenaires, como en un catálogo. Pasan páginas con fotos, gustos, edades, localización geográfica, y marcan aquellos que les gustaron.

La tecnología, bajo la forma de la última aplicación exitosa, va creando pequeñas "modas" digitales, fiebres de redes sociales y aplicaciones que intentan engañar a la imposibilidad. Y no deja de ser sorprendente la forma en que procuran ese engaño.

Si usted conoce a alguien nuevo, posible nuevo partenaire, puede con una aplicación descubrir lo que los anteriores partenaires amorosos consideraban sus mayores virtudes y defectos. Si usted desconfía de la fidelidad de su partenaire, existen aplicaciones para saber donde está en todo momento. Si usted quiere ser infiel, puede usar una aplicación exclusiva para infieles. Si usted quiere olvidar a alguien, puede con una aplicación, borrar digitalmente esa persona de sus fotos, o siendo más radical eliminar todo rastro de esa persona de sus redes sociales. Y si después de todo esto, usted se siente solo, o lo que parece ser peor, las personas lo ven solo, puede contratar una novia falsa para su facebook. En nuestros días, existe una aplicación para cada goce.

Las redes sociales y las aplicaciones son productos, objetos para ser consumidos, creados por el discurso capitalista, que buscan dar un "marco" a los síntomas de los sujetos y una continuidad en su goce. Un producto que aparenta ser gratuito, pero que pagamos con nuestros "me gusta", con nuestras publicaciones, o sea con nuestro goce. Lo que las redes sociales exponen, no es sino lo que a cultura contemporánea produce: sujetos entrampados en sus propios goces.

Nuestra vida online tiene un peso cada vez mayor. Y no es solamente porque para algunos psiquiatras europeos, no tener una cuenta de facebook es considerado un indicador de psicopatía, sino por el valor que ponemos a lo que se muestra en las redes sociales. Podemos encontrar muchos ejemplos de eso, como el caso del juez de Paraná, que el año pasado reconoció un pedido de pensión alimenticia, basado en el "en un relación" del facebook del hombre. O el caso de una mujer en la India que pidió el divorcio, pues su marido no había cambiado su status de relación para "casado".

En el cortometraje "Noah" (2013) vemos la vida online desde la visión de su protagonista, un joven como tantos de nuestros días. Delante de una pantalla de computador, él tiene una videoconferencia con su novia, mientras al mismo tiempo mira videos porno y conversa aleatoriamente con otras personas, hasta que la comunicación es interrumpida por una falla en la conexión, la digital, la otra conexión fallaba hacía más tiempo. El protagonista empieza entonces a creer que su novia va a terminar con él, y movido por la ansiedad, entra en el facebook de ella (él tenía la contraseña, lo que es considerado una prueba de amor en nuestros días), leyendo todos sus conversaciones. Convencido de la ruptura inminente, él mismo cambia el status de relación de ella para "soltera". Cuando ella lo descubre, se pelea realmente con él y lo bloquea en el facebook. Uno queda impresionado con lo vertiginoso de las acciones del protagonista, que entra en chats aleatorios, hablando con desconocidos y haciendo contactos que duran instantes, que no hacen lazo.

Podemos considerar que en la progresiva disolución del lazo social, lo que aparece en su lugar son justamente las redes múltiples, que parecen traer la ilusión de intercambio, de complementariedad, con una mayor labilidad, pero con un empobrecimiento del mismo.

Como en el cortometraje, el sujeto contemporáneo parece nunca estar solo, en lo que podríamos llamar de "soledad acompañada", que le permite establecer redes y mantener al mismo tiempo, una soledad que deje a salvo del encuentro.

Las pantallas de nuestros gadgets, aquellas que nunca se apagan y nunca nos dejan solos, parecen haberse convertido en una solución sintomática, un velo que permite esta "soledad acompañada". Evitando el encuentro con el imposible de la relación sexual, de la que cada vez menos queremos saber, los sujetos se sumergen en una relación "celxual".

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