Noviembre 2012 • Año XI
#25
Malestar en la civilización

La biopolítica como política de la angustia

Lucíola Freitas de Macedo

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Juan Manuel Brendazza - El despertar del mago 2011.
Vinilo s/tela 100 x 100 cm- Galería: La Herrmana favorita. Cortesía de ArteBA fundación.

1. Error craso

He aquí las palabras de Jacques-Alain Miller en Libération, del 11 de abril de 2005: "Creer que la información determina la decisión es un error psicológico y filosófico… saber y acto son dos dimensiones distintas. La certeza es rara en el orden del saber, no se obtiene sino localmente, por construcciones lógicas, siempre artificiosas." [1].

Retomemos también el escrito del 9 de septiembre: El agujero negro de las vanidades de Éric Laurent[2]: "De acuerdo a un estudio reciente de la Harvard Medical School, los gastos administrativos de evaluación absorben 31% de los gastos de salud en Estados Unidos. A pesar de las interminables evaluaciones a respecto del huracán Katrina[3], para citar sólo un ejemplo, no se tomaron las decisiones. El acto se hizo esperar".

Son errores demasiado humanos, los viejos errores que las tragedias griegas no se cansan de cantar y purgar, los que llevan al abismo y a la catástrofe. Tropiezos que los mejores protocolos de evaluación no pueden prever. En situaciones de extrema angustia, y frente a señales contradictorias e incomprensibles, el hombre griego, al contrario de lo que anuncia Laurent sobre el hombre contemporáneo, tomó la palabra, bien dijo su agón a través de sus tragedias. En la llamada hipermodernidad, el error trágico se convierte en error craso, que a través de la ideología de la evaluación induce a un silencio ensordecedor y procrastina el acto.

 

2. Goce obsceno

Donde impera la impostura de la objetivación sin límites, la tiranía de la vigilancia generalizada y el goce obsceno de la transparencia, la falta viene a faltar. La angustia invade la escena, se instala desde las entrañas acompañada por su alma gemela, el afecto depresivo.

Esta es la escena que se repite en una institución totalmente identificada, en el plano epistémico, a la ideología de las TCCs: el luto silenciado y no realizado a través de los cuadraditos de los inventarios de depresión, la de la denegación de la distancia entre la anticipación de la información y de la insondable decisión del sujeto, la de las propuestas tanto autoritarias como adaptativas. El efecto: un altísimo índice de la persistente y enigmática caja negra llamada "no adhesión al tratamiento" por las TCCs.

Fue a causa de esa brecha, por no decir del abismo cavado entre el procedimiento propuesto, el efecto esperado y el efecto producido, que algo del registro de la demanda pudo ser introducido por un breve espacio de tiempo, el de la permanencia de un psicoanalista en uno de los programas de la institución.

El impasse surgió en una sesión clínica de un Programa de Rehabilitación para Afectados por Lesión Medular. La única representante de la clínica médica entre los médicos que coordinaban el programa hizo una pregunta simple y legítima: ¿por qué será que todos los pacientes con un cuadro agudo duermen o se sienten mal durante las clases sobre lesión medular y orientación sexual? Esas clases eran obligatorias, un prerrequisito indispensable para iniciar el programa de rehabilitación, regido por la lógica del ‘paquete’, con actividades y duración preestablecidas y difícilmente modificables. Esas clases anticipan información técnica sobre lo que le sucede a la médula después del trauma, el pronóstico y los efectos sobre el funcionamiento sexual posterior a la lesión. Los efectos son previsibles, recorren repetidamente el circuito implacable que oscila entre el afecto depresivo y el fantasma de la no adhesión al tratamiento.

El método fundado en el error epistémico de suponer que la información genera decisión y acción, produce sus estragos, siempre atribuidos a un déficit de motivación por parte del paciente que, en vez de salir de las clases consciente de su situación, deseoso de empezar a reaprender a vivir con sus limitaciones, agradecido por la atención de los profesionales que lo tratan, cordial y obediente, sale de las clases deprimido, angustiado, rebelde, resistente, y cuando no apático.

Aproveché la brecha abierta por la ocasión de esta sesión clínica, después de algunas observaciones sobre el trabajo de luto y el hiato entre información y saber, y entre saber y acto, para indagar si no sería interesante y oportuno intentar un cambio en cuanto al carácter de las clases; las cuales podrían dejar de ser obligatorias y pasar a ser objeto de una posible demanda del paciente, lo que podría incluso no suceder, o surgir en un tiempo posterior, después del alta hospitalaria.

El equipo se quedó un tanto dividido, pensando que la falta de información dificultaría el trabajo de los fisioterapeutas y enfermeros. Sostuve que consideraba compulsiva la exposición generalizada a la información, lo que retornaba como no adhesión al tratamiento. El equipo aceptó, no sin cierta resistencia, probar el cambio. Los efectos fueron claros. En esta unidad de la Red, la exposición obscena a la información dejó de ser la regla, durante un breve período de tiempo. Algunos años después, los profesionales que cuestionaron la uniformización ya no formarían parte de la Red. Unos buscaron otros caminos, más favorables a las "formas vivas del deseo"[4], otros simplemente fueron expulsados.

 

3. La biopolítica y sus dispositivos

Los problemas planteados por Michel Foucault, a través de sus consideraciones sobre la biopolítica, nos parecen esclarecedores cuando se trata de examinar el debate político y epistémico en torno a la alardeada eficacia de las TCCs, de las falsas ciencias, de la reglamentación de las prácticas psi, del uso generalizado e indiscriminado de los protocolos, y de los efectos nefastos de la ideología de la evaluación.

Lo que parece haber en común entre los movimientos de reglamentación, más allá del interés de garantizar el provecho del promisor mercado de la salud y de la vida, es el hecho de que son producto de una ideología que se alimenta de la biopolítica y del ejercicio del biopoder en su imperativo normalizador.

A partir del siglo XVIII, el cuerpo humano, así como las conductas y los comportamientos, pasaron a integrar el nuevo modo de funcionamiento de la medicina, para el cual no hay exterioridad posible. El término medicalización viene a designar precisamente este proceso que tiene como marco el uso y el ejercicio político de la medicina, caracterizado por una extensión indefinida y sin límites de la intervención del saber médico sobre la vida.

El ejercicio moderno del poder se realiza a través del ejercicio de la normalización de los individuos y de las poblaciones. En este contexto, la medicina pasa a desempeñar un papel fundamental: "si los juristas de los siglos XVII y XVIII inventaron un sistema social que debería ser dirigido por un sistema de leyes codificadas, se puede afirmar que los médicos del siglo XX están por inventar una sociedad de la norma, no de la ley. No son los códigos los que rigen a la sociedad, sino la distinción permanente entre lo normal y lo patológico, la perpetua empresa de restituir el sistema de la normalidad[5].

El término biopolítica aparece por primera vez en la enseñanza de Foucault en su conferencia "El nacimiento de la medicina social" [6], pronunciada en Río de Janeiro en 1974. Es pues justamente en el contexto de la medicina que este término será generado: "el capitalismo que se desarrolló entre los confines del siglo XVIII y el principio del XIX socializó un primer objeto, el cuerpo, en función de su fuerza de trabajo. El control de la sociedad sobre los individuos no operó simplemente a través de la conciencia o de la ideología, se ejerció en el cuerpo y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista, lo más importante es lo somático, lo corporal. El cuerpo se constituye en cuanto realidad biopolítica, y la medicina como estrategia biopolítica[7].

A través de sus mecanismos de control, regulación y uniformización, la biopolítica objetiva mantener las medias, asegurar compensaciones en medio del campo aleatorio de la población global, o sea, instalar mecanismos de previsión y de reglamentación en torno a lo aleatorio inherente a una población de seres vivos, así como crear e implementar mecanismos capaces de optimizar estados de vida.

Para Foucault, el efecto histórico producido por esa tecnología de poder centrada en la vida es precisamente la sociedad de normalización[8], donde se observa una valorización creciente de la norma y, consecuentemente, de una pretendida normalidad.

 

4. Espectros de la biopolítica en la escena contemporánea

El mundo contemporáneo nos ha colocado ante innumerables desdoblamientos del problema planteado por Foucault en su conferencia "Crisis de la medicina o crisis de la antimedicina", de 1974. El Plan Beveridge de Inglaterra (1942) sirvió de modelo de organización de la salud para varios países después de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento, la salud entra al campo de la macroeconomía, y se vuelve objeto de una verdadera lucha política. El derecho del hombre de preservar la salud de su cuerpo pasa a funcionar como un deber, y así se transforma en objeto de la acción del Estado.

A partir de ahí se construye todo un arsenal de protocolos, inventarios, cuestionarios, testes, estadísticas y procedimientos que deben tener el menor costo y la mayor eficacia, a fin de controlar todo y prever todo.

La medicalización pasa a actuar en su vertiente exclusivamente cosmética a través de la disolución de la frontera entre medicamento y enfermedad, que poco a poco es sustituida por una nueva conexión, la del medicamento con el bienestar; como lo ilustran la proliferación, e inclusive la banalización, del uso de los medicamentos cuya mira es el desempeño, como el Viagra, y similares.

Dentro de esa nueva dinámica asociada a la lógica del consumo en el mercado capitalista globalizado, sería superfluo localizar el origen, el sentido, o la verdad de los síntomas, siendo suficiente apenas verificar su distancia con relación al modelo normal, establecido únicamente de acuerdo a leyes, probabilidades, tendencias, y a los intereses del mercado.

La meta fundamental de la medicina ya no es la cura, sino la prevención de los riesgos. Definida como error[9], la propensión a la enfermedad se vuelve endémica, correspondiéndoles a los médicos venderles a los clientes y usuarios la ilusión de la posibilidad de una planificación sin brechas en sus vidas, administrando constantemente los riesgos, interviniendo tecnológicamente en la fatalidad del código, y eliminando por fin el carácter aleatorio y contingente de la vida.

Como bien concluye Paula Sibilia en El hombre post orgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, Foucault demuestra, a lo largo de su trayecto, que el poder es engañoso, pero no es omnipotente, padece de una especie de ineficacia constitutiva. Las relaciones de fuerza que constituyen sus redes están en movimiento continuo, en lucha; son inestables, tensas, heterogéneas e imprevisibles.

Lacan, a su vez, nos deja el legado de lo real, de aquello que siempre vuelve al mismo lugar. En el hospital, lo real regresaba como efecto del rechazo del lugar del sujeto, del recurso a la palabra. Del lado de los profesionales de la salud, dicho rechazo se presentaba bajo la forma de innumerables y repetidas licencias, atribuidas sea a la depresión, sea al estrés, entre otras cajas negras. Del lado de los pacientes, lo real del luto no realizado a través de los cuadraditos de los cuestionarios y de las propuestas adaptativas regresaba bajo la forma de un altísimo índice de la persistente y enigmática "no adhesión al tratamiento".

Y respecto a la cultura, a la política, ¿de cuántas máscaras se ha de servir lo real en su inevitable retorno, más allá de las catástrofes y de los pasajes al acto sin ningún destino, o de los nuevos síntomas desconectados del Otro y del deseo? ¿Habrá otro destino posible para el devaneo de omnipotencia del pleno dominio de lo real, que no sea una larga e incesante pesadilla?

 

5. Lacan, la máquina del no-todo[10] y la formación del analista en la era de la globalización.

Jacques-Alain Miller, en la clase del 22 de mayo del 2002 de su curso de Orientación Lacaniana, hace una curiosa analogía entre la estructura del Imperio, ampliamente desarrollada por Antonio Negri en su famoso libro, y la del no-todo, introducida por Lacan en "El atolondradicho", escrito de 1972, en respuesta a El antiedipo de Deleuze y Guattari. Proponemos incluir en esta serie la noción foucaultiana de biopolítica como una figura del no-todo.

Veamos cómo Miller define el no-todo, sirviéndose de él para pensar los efectos de la globalización: " […] el no-todo no es un todo que supone una falta, sino lo contrario, una serie en despliegue, sin límite y sin totalización. Por eso el término globalización es inestable, pues se trata precisamente de que ya no hay todo, de que en el proceso actual, aquello que constituye un todo y establece un límite se encuentra amenazado, vacila. Entonces, llamamos globalización a un proceso de destotalización que pone a prueba todas las estructuras totalizadoras" [11].

Aún cuando el primer tomo de Historia de la sexualidad "La voluntad de saber" estémarcado por una crítica de Foucault a la práctica analítica, por considerarla un dispositivo de saber, a través de la confesión y el examen, característico de las sociedades disciplinarias[12], curiosamente encontramos, en los dos tomos siguientes – El uso de los placeres y El cuidado de sí – confluencias instigadoras en las trayectorias de Foucault y de Lacan en su última enseñanza. Parece que cada uno, a su manera y en su campo de investigación, hace un recorrido que va de las sociedades disciplinarias a las post-disciplinarias, o sociedades de control, como las llamó Gilles Deleuze.

Un ejemplo de tal confluencia se puede encontrar en la articulación que hizo Miller cuando, reflexionando sobre el destino del psicoanálisis en la era de la globalización, propone una historización de la enseñanza de Lacan a partir de la noción de sociedad disciplinaria, atribuida a Foucault.

El primer momento de la enseñanza de Lacan es el de la formalización del psicoanálisis en la época disciplinaria, período en que se dedica a su retorno a Freud. Ese momento "está fundado sobre la formalización del concepto de inconsciente a partir del algoritmo del signo; sobre la formalización unificadora del Edipo, de la castración, y de la represión a través de los conceptos de Nombre-del-Padre y de metáfora, y sobre la formalización de la libido vía los conceptos de deseo y metonimia"[13].

En el segundo momento, llamado de transición, Lacan realiza una subversión en la obra freudiana a través de la pluralización del Nombre-del-Padre y de la atribución de la operación de represión no a lo prohibido, sino al propio hecho del lenguaje, subvirtiendo, así, el concepto de deseo, anteriormente ligado a lo prohibido, acercándolo al concepto de goce; de tal manera que la falta pierde su primacía en favor de aquello que viene a rellenarla, lo cual actualiza la función del objeto a.

Miller localiza en el tercer momento de la enseñanza de Lacan su salida de la época disciplinaria. Los pivotes de su enseñanza pasan a ser el síntoma y el goce, que todavía se encontraba en una relación de tensión y de contraposición con el significante reprimido. En ese momento, éste pasa a funcionar como un operador de goce. Deshecha esa oposición, la oposición goce-placer también tiende a disolverse, una vez que el placer también pasa a funcionar como un cierto régimen de goce. La pulsión, a diferencia del deseo, no se articula intrínsecamente a una defensa, lo que está en juego ahí es una cuestión de modo: sea en el dolor o en el placer, ella siempre se satisface.

Por lo tanto, podríamos afirmar que Lacan, anticipando los impasses de nuestro tiempo, encuentra en el recurso al goce y a la topología de los nudos las herramientas para construir una clínica que le haga justicia a una época, la nuestra, que ya no responderá prestamente a la clínica llamada ‘clásica’, fundada esencialmente sobre elementos antinómicos y sobre clasificaciones anquilosadas.

A respecto de Foucault, las paradojas generadas por la biopolítica y el biopoder lo condujeron a un impasse, ante el que trató de responder a partir de un desplazamiento teórico y de un reencauzamiento de su investigación hacia los campos de la ética y la estética en la Antigüedad tardía, quizás en busca de una salida para el hombre contemporáneo.

Aún en el rastro de las confluencias, es interesante notar que en los años 70, tanto Foucault como Lacan dignifican lo que hay de positivado en el placer. En la trayectoria de Foucault, podemos indagar si sus últimas obras: El uso de los placeres y El cuidado de sí no habrían aparecido como un intento de salir del impasse creado por la biopolítica y por el ejercicio del biopoder. Mientras tanto, lo que encontramos en su salida por las vías de los placeres y los cuidados es, paradójicamente, una moral estoica.

Para Lacan, a su vez, como bien advierte Miller, la oposición goce-placer tiende a disolverse, de manera que el placer pasa a funcionar como un cierto régimen de goce. Si antes el placer se presentaba siempre articulado a una vertiente sacrificial, en la que el goce se encontraba más cercano al sufrimiento, parece haber, en el tercer momento de la enseñanza de Lacan, una reconciliación con los placeres por la vía del cuerpo, lo que produce efectos importantes sobre la dirección de la cura y sobre los pilares en los que se funda el final del análisis.

Miller enfatiza que en aquel momento de la enseñanza de Lacan, el fin de análisis ya no se caracteriza por la cura, ni tampoco por la travesía; se trata únicamente del pasaje de un régimen de goce a otro, de un régimen de sufrimiento a un régimen de placer. Y concluye su reflexión interrogando sobre el destino de los analistas en la era de la globalización: "lo que será de los analistas en la era de la globalización se descubrirá a partir del pase" [14], conforme este se traduce en aquello que la máquina del no-todo pone en escena, una vez que seamos llevados a concebir una desconexión entre ser un analista y la práctica del analista. Aquellos a los que Lacan quería consagrar como Analistas de la Escuela deberían analizar la Escuela, lo cual ya era una definición de analista independiente de su práctica analítica. "Lacan intentaba resolver de esa forma el problema de preservar el núcleo analítico de la práctica, en un mundo en el que el analista tiende a disolverse en la práctica asistencial[15].

Concluyo entonces con una pregunta más, o mejor dicho, relanzando la cuestión planteada por Miller sobre cómo pensar la formación del analista en la era de la globalización, tan difícil de determinar, ya que es preciso no reducirla a la problemática de la norma y concebirla "Mucho más en la vertiente de la comunicación de un estilo de vida, que como acceso a la realización de un ideal"[16].

Traducción: Alma Rosas
* Trabajo presentado en sesión plenaria del XV Encuentro Brasileño del Campo Freudiano.

NOTAS

  1. MILLER, J.A. « UE, il ne suffit pas d´expliquer ». En: Liberation.fr, 11 avril 2005 (http://www.liberation.fr/tribune/0101525391-ue-il-ne-suffit-pas-d-expliquer)
  2. Disponible en: http://www.eol.org.ar/template.asp?Sec=publicaciones&SubSec=on_line&File=on_line/psicoanalisis_sociedad/laurent-elagujero.html
  3. Entre las catástrofes consideradas "naturales", que para Laurent no tienen nada de "natural", cabe evocar, el todavía más reciente sismo y tsunami de Sendai, Japón, de marzo de 2011.
  4. Término usado por Eric Laurent en una intervención en Lausanne en 1977: «Normes nouvelles de distribution de soins et leur évaluation du point de vue de la psychanalyse », publicada en Curinga n.13., Minas Gerais: EBP.
  5. FOUCAULT; M.: "Crise de la médecine ou crise de l'antimédecine?", en Dits et écrits III, Gallimard, París,1994,p. 50.
  6. Esta conferencia se encuentra en Dits et Écrits III, op. cit., pp. 207-228.
  7. La naissance da la médecine sociale", Dits et Écrits III ,op. cit., p.209-210.
  8. A este respecto, consultar el riquísimo trabajo elaborado por LE BLANC, en su libro Le maladie de l’homme normal, Le passant, París, 2004.
  9. Cuanto a este punto, consultar SIBILIA, P.: O homem pós-orgânico: corpo, subjetividade e tecnologias digitais. Rio de Janeiro: Relume Dumará, 2002, especialmente el cap.5: "Biopoder", p.179-202.
  10. Expresión utilizada por Jacques-Alain Miller en la clase del 22/05/2002 en el curso L’ orientation lacanienneRéflexions sur le moment présent (inédito) a propósito de la globalización.
  11. La clase del 22 de mayo de 2002, fuente de la cita, se encuentra publicada en la revista Mental: MILLER. "Intuitions milanaises[2] ». En Mental – Revue Internationale de Santé Mentale et Psychanalyse Appliquée, n. 12, MAI 2003, p.17.
  12. Es sabido que Foucault se aleja también de la literatura por los mismos motivos atribuidos a su crítica del psicoanálisis, a saber, que ambos perdieron su fuerza transgresora: en el caso del psicoanálisis, por ejemplo, él habría sido responsable de la transposición del sexo del campo de la culpa y del pecado, del exceso y de la transgresión, al régimen de lo normal y de lo patológico.
  13. MILLER, J-A. « Intuitions milanaises » [1]. Mental – Revue Internationale de Santé Mantale et Psychanalyse Appliquée, n. 11, DIC. 2002, p.17.
  14. MILLER, J-A. « Intuitions milanaises [2] ». En Mental – Revue Internationale de Santé Mantale et Psychanalyse Appliquée, n. 12, MAI 2003, p.25.
  15. MILLER, J-A. « Intuitions milanaises [2] », op. cit., p.25-26.
  16. MILLER, J-A. Ibid., p.26.
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