Noviembre 2012 • Año XI
#25
Los "Otros escritos" en castellano

Intraducir a Lacan

Graciela Esperanza

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Juan Becú - Abstracción, se la serie Lexius 2011.
Oleo s/tela 230 x180 cm. Galería: Alberto Sendrós. Cortesía de ArteBA fundación.

Sensu stricto, una traducción es una práctica discursiva en la que está juego la posibilidad de efectuar el pasaje de una lengua a otra por medio de una sustitución. A partir de esta sustitución, una serie de signos lingüísticos de la lengua en la que está escrito el texto original son trasladados a otra serie de signos lingüísticos de la lengua meta [1]. Gracias a este ejercicio, un texto se abre a la posibilidad de que lectores ajenos a esa lengua original accedan a su lectura, de otro modo imposible. Se trata sin duda de una práctica que podemos considerar culturalmente generosa.

En sentido más restringido y a la vez práctico, una traducción es lo que se espera de un traductor. Éste sería quien por su conocimiento de las lenguas de las que se trata podría llevar a cabo esa sustitución.

Si bien raramente podamos contradecir la primera definición de lo que es una traducción, un tanto básica y general por cierto, no es tan seguro que podamos sostener con total certeza la segunda.

En la Argentina contamos con un bello y extravagante ejemplo al respecto.

Se trata de un hecho literario sin precedentes y concierne a la prolongada estadía en Buenos Aires del escritor polaco Witold Gombrowicz.

Gombrowicz, desembarcó aquí en 1939 y obligado por un exilio inesperado, vivió en Buenos Aires cerca de 20 años -desde el año 1939 hasta poco más de 1950 y tantos.

En Polonia su tierra natal, había publicado en el año 1937 su única novela Ferdydurke.

La historia es la siguiente, ya en Buenos Aires y con un muy deficiente conocimiento de nuestro idioma, decide traducir al castellano la citada novela. La particularidad es que sus compañeros de aventura, algunos conocidos intelectuales y escritores contemporáneos, desconocen el polaco.

Por lo tanto la situación es la siguiente: Gombrowicz habla un pobre castellano y sus traductores desconocen el polaco.

No obstante ello, reunidos con regularidad alrededor de una mesa de café, se entregan a esta tarea de traducción, de la que lo menos que puede decirse es que, por su osadía, bordea lo imposible.

El resultado sorprendente de esta historia, es que se lleva a cabo una traducción de Ferdydurke que culmina en 1947 con su publicación en castellano y que, calificada de proeza, gesta, mito o conspiración, tuvo una divulgación y una clara aceptación en la cultura argentina. A punto tal que se lo reconoce a Witold Gombrowicz cono un notable escritor en lengua castellana que forzó al castellano a moldearse con nuevas formas.

Esta breve introducción sirve para decir que en principio la tesis de que una traducción es lo que se espera de un traductor es francamente contradicha con esta increíble gesta. Y al mismo tiempo nos presenta la paradoja de que un escritor polaco que no habla el castellano puede devenir un escritor argentino. Hay evidentemente aquí la transmisión de un deseo que fuerza las lenguas, y las atraviesa.

Las primeras traducciones de Lacan al castellano realizadas por el también notable Oscar Masotta comparten con esta historia su carácter de gesta. Alguien que aún no era psicoanalista ni tampoco traductor abre el surco por el que el psicoanálisis en la Argentina toma un rumbo inesperado y por el que Lacan, a partir de esta proeza, será también un poco argentino. En el mes de setiembre de 2004 al regreso del Congreso de la AMP que tuvo lugar en Comadatuba, recibo un llamado de la editorial Paidós, en el que me preguntan si puedo hacer la traducción de algunos textos incluidos en los Autres écrits de Jacques Lacan, eran más precisamente 32 textos de los más de 45 que contiene el volumen, ya que dicha editorial tenía por delante su publicación.

El llamado por su contundencia me obligó a responder sin dudarlo, dije inmediatamente que sí, pero me acompañó un miedo inconfesable, ese miedo que tiene que ver con la percepción de no poder estar a la altura de las circunstancias. Aún así y con una osadía desconocida -dado que, y a propósito del ejemplo de Ferdydurke, no soy traductora- me comprometí con esa respuesta y comencé el trabajo, que luego de casi siete años está por concluir.

¿Qué decir de estos largos siete años de trabajo?

Yo podría empezar por lo que supongo pueden ser los lugares comunes de quien transita por la experiencia de traducción en general: que no hay traducción sin pérdida, que hay lo imposible de traducir, que la letra no alcanza a sustituir al significante en su totalidad, que algo siempre escapa a esa sustitución, que elegir un término u otro siempre forma parte de la decisión de quien está en ese momento traduciendo, y que esto mismo puede acarrear el rechazo o la crítica de la que seguramente toda traducción será objeto, es decir que una traducción podrá o no ser alojada y aceptada por la lengua receptora. Podrá o no volverse canónica, no está asegurado, hacen falta los lectores.

Está claro también que no hay una sola manera de traducir ¿Tantas como traductores? Quizás.

Que allí también se puede alojar el deseo del traductor (¿hay un deseo del traductor?) de sustituir con su veta creativa al autor, tratando de ese modo de imponer su estilo, componiendo entonces casi un nuevo texto en el que se entraman la dimensión autoral del autor y la dimensión autoral del traductor. Son las traducciones en las que el traductor rehúsa su propio borramiento.

Hay también traducciones facilistas, es decir las que quieren volver fácil lo difícil, simplificando explicativamente lo que no debe ser explicado.

Se puede decir también que una traducción siempre puede ser o una mala traducción o estar equivocada.

En definitiva digamos que siempre podrá haber otra traducción, y que toda traducción es siempre otra y así debe ser. Está abierto.

Ahora bien, cuando ya no se trata de una traducción en general sino de traducir a Lacan, hay que dejar de lado los lugares comunes.

Tengo que decirlo, la frase traducir a Lacan es un poco pretenciosa, provoca un cierto pudor.

Traducir a Lacan es sumamente difícil, quizás imposible, es mejor decir traducir los escritos de Lacan pero aún así, esto no alivia las cosas, ya que se transita todo el tiempo la experiencia de la traición a la propia lengua, la experiencia de la mortificación de la propia lengua y se paga el precio de esa mortificación.

Hay momentos que son exasperantes, porque se está todo el tiempo en el límite de la ruptura del código, lo que conlleva necesariamente, y lo reitero, una traición a la propia lengua, incluso consentir a su deformación neológica a veces monstruosa, puesto que rompe con la higiene gramatical. Es que esto es el psicoanálisis.

No son simplemente los famosos galicismos de cuyo uso muchas veces se acusa al psicoanalista lacaniano, sino de cómo alguien, Lacan, fuerza los límites de su propia lengua para hacer pasar el real del psicoanálisis, no hay una sola vez en la que lo escrito por Lacan deflexione allí. El forzamiento es inclaudicable. No digo nada que no sepamos.

Quizás la dificultad de la traducción es que pasar de una lengua a otra no deja de pasar por el obstáculo de la lengua de cada uno, obstáculo que desde luego hay que atravesar sin hesitación.

Hay un cierto abismo en ese paso que consiste en saltar de una lengua a otra, y quien traduce debe ayudar a que este salto se produzca. Saltar en el abismo del núcleo real de cada lengua.

Entonces claramente esta experiencia no es una experiencia placentera, afortunadamente no la rige el principio de placer, pero sin embargo implica una satisfacción, ésta llega cuando tras reiterados momentos en los que luego de chocar muchas veces con el mismo obstáculo, un encuentro se produce, un haz de luz ilumina la palabra, la frase, el párrafo.

Allí la alegría es incontestable. Pero entonces es claro que se produjo algo más que una mera traducción.

Ocurre que en muchas ocasiones, cuando se llega a estar cerca, o lo más cerca posible de esa palabra, esa frase, ese párrafo, que a su vez está a la espera de ser pasada, trasladada a otra lengua, es decir traducida, puede por su propia estructura producir un efecto casi de interpretación. La sorpresa de una interpretación cuando lo es. Y esto es sin duda un valor agregado que se presenta sin aviso.

¿Equivaldrá esto a decir que para traducir a Lacan no es tanto un traductor o un psicoanalista lo que hace falta, sino un analizante? Queda como pregunta.

Para finalizar vuelvo a Ferdydurke, para agregar que esa increíble traducción fue fruto de una experiencia colectiva, con un cierto aire de tertulia que no careció también de un cierto método que propició el logro de la empresa. Es decir que esos traductores no estuvieron solos.

Yo tampoco estuve, ni estoy sola en esta empresa, mi amigo y colega Guy Trobas aceptó, por pedido de Jacques-Alain Miller, trabajar conmigo a la par en esta tâche, que desbordó y sobrepasó ampliamente el simple mote de "corrección". Claro que hubo correcciones y muchas, las que agradezco de corazón, pero el diálogo entre ambos respetó y acompañó todo el tiempo ese vacío en el saber, a diario, a lo largo de todos estos cuantos años, vacío en el saber que tan bien ilustra la saga de Ferdydurke.

Este texto ha sido publicado previamente, traducido al francés, en La Cause freudienne NOUVELLE REVUE DE PSYCHANALYSE N° 79, Navarin Éditeur, París, 2011.

NOTAS

  1. Patricia Willson, La Constelación del Sur, traductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX, Siglo veintiuno Editores Argentina, Buenos Aires, 2004.
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