Septiembre 2010 • Año IX
#21
Actualidad del lazo

Sobre el Orden Simbólico en el siglo XXI

Silvia Ons

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DEL INFINITO. Artista: Martha Boto.
Título: Mouvements chromocinetics. Año: 1971.
Técnica: Acero y motores en base de madera.
Medidas: 250 x 100 x 100 cm.

La película de Laurent Cantet Entre los muros da pié para el comienzo de una reflexión acerca del orden simbólico en el siglo XXI. Su ámbito es el de una clase de francés, en un barrio de los suburbios de París, a la que concurren alumnos de distintos orígenes culturales. El profesor trata de implementar todos los recursos para sortear las dificultades que el aula le depara: problemas de integración, segregación, rebeldía inusitada, multiculturalismo. Lleva así adelante una tarea no solo docente sino que intenta ser terapéutica, él trata de comprender, se empeña en no declinar. La escena más dramática del film-y sobre la cual quisiera detenerme- se produce a partir de lo que sucede en una reunión de consejo, conformada por los profesores y dos alumnas de la clase como delegadas. En esa ocasión las jóvenes tienen un pésimo comportamiento: comen, hablan entre ellas, se ríen, se burlan perturbando al docente. Éste, indignado, se desborda diciendo que ellas han tenido una actitud de "pétasse". A consecuencia se producen terribles incidentes que terminan con la ceja partida de una alumna, y acusaciones muy fuertes contra el profesor. La expresión "pétasse", no sólo refiere a una prostituta profesional, también remite a una adolescente un tanto ligera, provocativa, se ha traducido al español como "zorra". Las alumnas no dudaron en afirmar que fueron nombradas así, y omitieron que el profesor había dicho que se comportaron como tales, lo que no significa una nominación del ser. Tampoco se incluyó el contexto –la desubicación de las chicas en la reunión- que desencadenó la no feliz expresión del docente. Y tampoco valió la calidez demostrada de este hombre frente a su curso. Solo quedó como saldo el valor insultante del dicho y nada más. La declinación de los discursos va de la mano con que la palabra tome el sentido de una injuria y de un agravio que llega al corazón del ser. En este sentido, se trata de pensar en el ocaso de los discursos, cuando la palabra es aprisionada en su instantaneidad, fuera de la modalidad en la que es proferida. Y, más allá de ese ámbito educativo: ¿No notamos acaso de qué forma ella se sobreentiende inmediatamente al ser confinada al grupo partidario de donde supuestamente proviene, a los intereses que la gobiernan, a los propósitos implícitos que la empujan?

Jean-Claude Milner destaca una imprevista consecuencia del principio de lo ilimitado en la sociedad ya que, a falta de un exterior posible, el sujeto se vuelve contra si mismo. Será únicamente el cuerpo quien da su consistencia al ser hablante, y ya no el discurso que se había soñado universal. El tatuaje sería, en este sentido, paradigmático de tal repliegue. Pero también resulta interesante indagar cuál es el sitial del Otro, quién toma el relevo del discurso, como ha quedado cubierta esa vacante. Considero que ese lugar es habitado por el supuesto goce del Otro. Así, el orden simbólico está atravesado por la dupla aceleración y corte inmediato donde la significación se interpreta en términos de goce del Otro.

En el Seminario "Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis" dice Lacan[1] que, en el fondo de la propia paranoia, tan animada, en apariencia, por la creencia, reina el fenómeno del Unglauben. El sustantivo que utiliza Freud en alemán para designar esta "incredulidad de origen" del sujeto paranoico es unglaube, que corresponde a la negación de glaube que significa fe y creencia. Fue Freud[2] quién introdujo este término para explicar el mecanismo de la proyección, que es típico en esta afección. Se deniega creencia a un eventual reproche interno, atribuyéndole al prójimo el displacer que ese reproche genera. "El elemento que comanda la paranoia es el mecanismo proyectivo, con desautorización de la creencia en el reproche." La proyección implica no fiarse del inconsciente, rechazarlo, mantener lo que emerge de su fuente, lejos del yo. Es interesante que Freud evoque en este mecanismo una posición subjetiva que desautoriza una creencia, diciéndonos con esto que las formaciones del inconsciente suponen una creencia para ser reconocidas, caso contrario es arrojado" al mundo exterior el sumario de la causa que la representación establece"

Tanto Freud como Lacan nos indican que el paranoico no cree en algo diferente a su yo, ya que -en término lacanianos- para que exista creencia es preciso que también exista división subjetiva, es decir, que el yo admita un orden que lo traspasa. La decadencia de los discursos conduce a no admitir ningún orden como tal. No hay creencia, sino certeza relativa a la malignidad de los otros, Lacan nos enseña que cuanto más declina la primera, con más fuerza se instaura la segunda. Si en su obra definiría para la paranoia al goce identificado al Otro ¿ello mismo no revela que cuando no se cree, lo que anima el vínculo es la certeza relativa al goce del Otro? Así, la incredulidad posmoderna, puede darse la mano con el fundamentalismo mas extremo.

 

Sobre la velocidad

Detengámonos en la rapidez con la que se insta a dar una respuesta inmediata a lo que se pregunta, y que es imposible de explicar en un minuto. Observemos la secreta atracción que impulsa al zapping, y que remplaza incluso el deseo de ver una buena película. Notemos de qué modo la velocidad se revela en la prontitud con la que se nombran ciertas situaciones. Por ejemplo, las frecuentes cavilaciones de algunos adolescentes acerca de la identidad sexual han existido siempre, pero lo nuevo es que esas dudas son prontamente sofocadas cuando lo que antes era una fantasía, es considerado como indicador de una certera preferencia sexual. Así, todo lo que le ocurre a un sujeto es al instante subsumido a una supuesta identidad del ser: para dar alguno de los múltiples ejemplos: si una chica piensa en demasía en una amiga es por ser lesbiana, si come mucho dulce, bulímica; si experimenta cambios anímicos, bipolar. Eclipsando los carices de las cosas, tales nominaciones borran su misterio y hacen que muchas veces, lo que antes podía ser para un sujeto un pensamiento, una conducta esporádica o una fantasía, se torne prontamente una clave que responde a lo que sería la real identidad. Y cuando un sujeto está desorientado- algo muy habitual en estos momentos- se aferrará tanto más, a aquello que le daría un supuesto ser. También, esa captura inmediata se revela en la frase en la que los adolescentes de hoy se refieren al encuentro erótico con una chica, diciendo: "la comí" como si no existiese un resto.

Dice Lacan que "un discurso requiere tiempo, tiene una dimensión en el tiempo, un espesor"[3]. La aceleración del siglo XXI constituiría una severa amenaza. Hace poco escuché a un analista reivindicar la sesión de 50 minutos en tiempos −decía- en los que la prisa hace de nuestra vida un zapping. El comentario encerraba una crítica explícita a los lacanianos que, según ella, iban al unísono de la época no ofreciendo, en este sentido, ninguna resistencia. El yuppie moderno encontraría en nuestro movimiento terreno fértil donde asentarse. Considero interesante tomar este comentario (que también escuché en otras oportunidades por parte de miembros de la IPA) para revisar el principio analítico ligado al tema del tiempo. La colega confunde velocidad con brevedad. La aceleración define muy bien al hombre de nuestro tiempo. Heidegger[4] señala a la incapacidad para detenerse en la contemplación y el afán creciente por novedades como una de sus características. Pero antes que el creador del El ser y el tiempo, Nietzsche[5] había anticipado que lo que más le importa al hombre moderno no es ya el placer o el displacer, sino ser excitado. Su "insaciable avidez" coexiste complejamente con su hastío y vaciedad, en el marco de un "apresuramiento indigno" y una "inquietud febril". Si recordamos la diferencia establecida por Aristóteles entre acto y movimiento, podemos decir: mucho movimiento, ausencia de acto. Para Nietzsche este hombre "activo", desasosegado, es profundamente perezoso, ya que no se toma el trabajo de forjar una opinión singular, para no abdicar de su propia perspectiva debería demorarse.

Velocidad no se identifica con brevedad, ya que la velocidad produce un agotamiento del tiempo, suprimiendo la espera y la duración. Tal es el resorte del poder mediático en el frenesí apocalíptico de los mensajes. Cabe recordar la vieja ley de la comunicación: cuanto más rápido es el impacto del anuncio, más accidental se vuelve y mayor es su pérdida de sustancia. La colega creía encontrar en la sesión de 50 minutos la mejor manera de dar lugar al tiempo que falta en el apresuramiento paroxístico de nuestros días. Podríamos decirle que el sujeto no se libera de tal aceleración permaneciendo más tiempo en sesión, ya que esto más bien puede propiciar el movimiento en cascada del bla bla bla, del goce fálico tan acorde con la época actual. Javier Aramburu [5] considera que hoy la histeria es más de conversación que de conversión y que ella no se cura por hablar, no se trata de confundir el vehículo de la cura con su fin. No es el mayor tiempo cronológico el que introduce un corte ni el que da lugar a la pretendida demora, allí donde todo parece apuntar al vértigo. Es la interpretación la que quiebra la incansable sucesión inscribiéndose como sorpresa, es decir como momento no homogéneo, como acontecimiento imprevisto, hiato fecundo. En La erótica del tiempo Miller[7] nos dice que el analista extrae la palabra del tiempo que pasa, convirtiéndolo en saber inscripto, escritura. Nada más alejado de esa velocidad que anula los intervalos, impidiendo los anclajes. Tiempo suficiente más que técnica de sesión breve, tiempo suficiente para que el decir no quede olvidado en el dicho. Así entiendo la respuesta que Lacan le dio al analizante Lemoine, cuando éste lo interrogó acerca del cambio introducido en la duración de la sesión: "hacer la sesión más sólida". Sólido, se aplica al estado de la materia en el que las moléculas no tiene libertad de movimiento apreciable y a las substancias que tienen ese estado, que tienen una forma estable y ofrecen resistencia a la deformación, se aplica a las cosas fabricadas que no se destruyen o desaparecen con facilidad, y a las cosas que no se mueven o caen fácilmente, y correspondientemente, a su fundamento o apoyo. Sesión sólida en "tiempos líquidos".

NOTAS

  1. Lacan, J. (1993): Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, trad. Diana Rabinovich, El Seminario, Libro 11, Bs. As., Paidós, p. 246.
  2. Freud, S. (1986): Manuscrito K "Las neurosis de defensa" Obras Completas, trad. José Etcheverry, Bs. As., Amorrortu Editores, p. 264.
  3. Lacan J., El Seminario, "Las formaciones del insconsciente", Libro V, capítulo 1,parte 2, Bs. As., Paidós p.814-815.
  4. Heidegger, M., El ser y el tiempo, trad. J. Gaos, México, F.C.E., 1951, p.192.
  5. Nietzsche, F., Consideraciones intempestivas UB III, pp. 337
  6. Aramburu, J., El deseo del analista, "La histeria hoy", Bs. As., Tres Haches, 2000.
  7. Miller, J.-A., La erótica del tiempo, Bs. As., Tres Haches, 2001.
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