La pregunta por la causa de las cosas remite en la mayoría de los casos a la mítica del origen, su falta de respuesta deja en suspenso la prueba de la veracidad de su existencia..., y a partir de allí permite acuerdos que la cultura acepta y normatiza: las teorías filosóficas, la religión, la ciencia, etc.
Se mantiene el eclecticismo necesario para sostener una multiplicidad de las causas de acuerdo al objeto en cuestión, de ésta manera se puede sostener una unidad conceptual en el marco de un orden general, donde la variedad causal apunta a una posible integración, aunque ésta fuera tan solo hipotética. En ese marco la pregunta por la causa queda velada y solo interesa el nivel operatorio en tanto que su pragmaticidad es lo que a posteriori valida la consecución de los hechos, en otras palabras: la causa, así entendida, es lo que en relación a las acciones humanas convalida en tanto se supone que antecede, su ubicación ya impone un nivel operacional. Una causa mítica (o sea una causa que se enuncia como necesaria pero que nadie se molesta en indagar), que sostiene un nivel operativo pero que tiende a ser olvidada, es cuanto puede ofrecer el saber que apunta tan solo a una eficacia técnica.
Para especificar el nivel de indagación se debe separar taxativamente causalidad de determinismo, en el sentido de una determinación causal en la cual el ser humano no tendría ninguna incidencia, porque la sola determinación o la búsqueda de una causalidad hace que el observador no pueda desentenderse del asunto, toda causalidad incluye al que la enuncia, el determinismo pretende aislar una causa que funciona sola, desconociendo que en el propio develamiento de una causa ya hay ahí una incidencia.
También conviene discriminar los factores causales determinantes, en tanto externos a las modificaciones a precisar, de los elementos que formar parte del propio ordenamiento, ubicación en el espacio o en el tiempo, incidencia o no en otros elementos de la misma especie, etc. Indicarían ahí otros factores causales de distinto origen y fisonomía, la policausalidad es inherente a la causa misma, lo que obliga a indicar de qué se habla cuando a la causa se refiere, para no obviar el problema ni tampoco partir de los supuestos del sentido común: la causa es lo que todo el mundo sabe….
Causa en latín pertenece al verbo cadere, que significa lo que en el resultado resulta siempre de tal o cual manera, o sea la forma en que algo cae por su propio peso. Esto significa todo lo que compete al efectuar y operar, es decir extraer resultados.
El reduccionismo sostiene que toda disciplina o práctica científica debiera responder a las mismas leyes, esto significa que si el ideal de la ciencia es la física, toda otra disciplina debiera responder en su praxis del modo en que la física responde. Esto supone un orden tal que no es modificado por la especificidad de los objetos. Para el investigador supone en todo caso una comodidad: se puede esperar lo mismo en distintos campos; pero si se quiere ir a lo más ceñido de la investigación los problemas no son pocos, porque lo real no se somete a leyes unívocas.
En la pregunta por la causa, surge la pregunta por el origen de las cosas. A tal punto que Descartes necesita ubicar a Dios como "causa de sí mismo" (causa sui) para dar lugar a las causas siempre exteriores a sí mismas, ésto es provocadas unificadas en una causa única. El punto de aporía que se presenta es de tal envergadura que la única resolución posible termina siendo crear por única vez esa "causa de sí", a partir de la cual el resto se ordena.
Principios de la causalidad:
Persisten en la causalidad dos principios que deberían someterse a debate o al menos a su cuestionamiento: el principio genético (que sostiene que todo deriva de algo que lo precede), que tiende a pensar las cosas en una sucesión necesaria, y el principio de legalidad (que hace surgir de cada causa una ley que la sostiene), lo que también podría implicar un recorte de la causalidad.
En el Psicoanálisis, como en toda disciplina, la concepción de causa que se sostenga explícitamente o implícitamente determinará la práctica y la lectura de sus efectos, ésto es desde el vamos el elemento que presidirá cualquier acción y cualquier conceptualización posterior.
La idea de la causa como única y provocada desde el exterior, ha caracterizado a una lectura particular de los textos freudianos, desde esa perspectiva los padres eran los causantes por buena o mala influencia del destino de su criatura, lo que se inscribe en una doctrina causalista determinista que contribuye a culpabilizar o desculpabilizar alternativamente, situando así al analista en el lugar del que sabe el buen orden.
La teoría de la policausalidad no deja de ser una solución elegante y diplomática, pero también a su vez imprecisa e inútil, dado que deja el terreno de la decisión a la intuición del ejecutor. También deja ver una totalización al modo hegeliano: "lo que no se sabe… ya se sabrá", en el principio del saber absoluto como rector y meta de los saberes actuales. Otra variante de la policausalidad es la interdependencia ilimitada, ésto supone una relación cosmológica donde todos los elementos se relacionan unos a otros de alguna manera, lo que implica una suposición no solo no comprobada de ninguna manera, sino también una teoría donde el Universo es hecho a la medida del hombre, ¿Que sucedería, cosa no improbable, si hubiera elementos que no tendrían ningún tipo de relación con otros? Toda la teorización sobre la convivencia de distintas dimensiones superpuestas o también la comprobación del ordenamiento de la materia en los agujeros negros en el espacio interrogan sobre la posibilidad de legalidades contradictorias y superpuestas, e inclusive la probabilidad de elementos idealmente inconexos entre sí, lo que refutaría de hecho el principio de interdependencia absoluta y una causalidad que pueda sostenerse en eso.
Como una variante de la indeterminación de la policausalidad se ha querido interpretar la sobredeterminación freudiana como la particularidad de un efecto que remite a varias causas y a su vez que cada una de esas causas remiten a varios efectos (Ver Fig. 1), lo que plantea un estado de indeterminación donde la validez de los asertos podría ser su misma proposición, o sea que cada aseveración vale por sí misma sin necesidad de ser demostrada y sin poder ser refutada; ésta no es necesariamente la única lectura de la sobredeterminación freudiana.
Fig. 1
Donde C es causa y E efecto, en una plurideterminación mutua.
La concepción tradicional de la causa remite (inevitablemente), al planteo de Aristóteles de proponer a la causa como cuatro: material, formal, eficiente y final. La causa material es la que permite en forma pasiva que actúen las demás, no significa ésto la materia como se la concibe actualmente, sino simplemente el sustrato que precede. La causa formal aporta la idea o concepción para que pueda efectuarse el efecto como tal. La causa eficiente apunta al movimiento, a lo que se modifica en el estado anterior y posterior de un hecho determinado; por último la causa final antecede y postcede al efecto y es la que produce el porqué de las cosas.
La ciencia moderna ha absolutizado el concepto de causa eficiente, y ha subsumido las restantes a ésta, haciendo de la causa eficiente la causa por excelencia, lo único que importa es el cambio o modificación que se produce, lo demás no tiene valor por ser indiscernible[1]. En ésta reducción de la causalidad, el peligro evidente es la posición eficientista y finalmente empirista, a pesar de las intenciones promulgadas.
Allí no termina el problema en relación a la causa, porque a esa causa eficiente se le da predominantemente el carácter de causa extrínseca[2], partiendo del doble prejuicio de que en un efecto lo que importa es el cambio y la introducción de un factor externo, cuando ésto implica desconocer factores variables en relación a la intención del observador. Se prioriza a la causa eficiente en el intento de expulsar la subjetividad del observador, dado que en la causa final o formal lo que se plantea en primer plano es cual es la finalidad del hecho científico como tal, de igual manera se dividen las aguas con la religión: "A cada uno su causa", si la explicación será entonces desde la convicción de cada uno, resta la pregunta: ¿Esto no influye de alguna manera en la lectura de la causa eficiente, inclusive en su determinación?.
La necesidad de reducir la causa a la causa eficiente persigue como fin la posibilidad de predecir un hecho futuro, lo que equivale a reproducir en la causa la respuesta por lo devenir, que no siempre es tan evidente.
Por ejemplo, sabemos que la luz tiene como causa al sol en la tierra, lo que no nos permite predecir que en presencia del sol siempre habrá luz, por diversos factores que puedan interponerse o simplemente por ser el sol una estrella que podría no dar luz en algún momento. Es absolutamente prejuicioso fundar el criterio que determinar una causa implicará la posibilidad de anticiparse a un hecho determinado con absoluta exactitud, podrá establecerse la probabilidad mayor o significativa de tales hechos, pero nunca su predictibilidad absoluta a riesgo de fundar nuevamente una fe, fe en la causalidad.
Martín Heidegger rescata el significado etimológico griego de la palabra causa, que se dice aition y que significa ser culpable de algo, al modo de que la plata es co-culpable de la existencia de la copa de plata[3] (por ejemplo). Esa dimensión de la causa la vincula con su responsabilidad en el efecto, en su producción. La causa es culpable, o sea responsable, del efecto.
La causa no da razón de predictibilidad y siempre es una aislación simbólica, es una abstracción lógica para determinar un efecto. En esa preponderancia de la causa eficiente se sostiene el planteo escolástico: Nihil est causa sui (Nada es causa de sí mismo), lo que equivale a afirmar que no existe una causa que en sí misma sea un efecto, el factor externo deberá ser así determinante para aislar los efectos. En esa concepción puede señalarse causas que sean efectos de otras causas, de un modo contingente, a excepción de una causa última, necesaria, que se ubica en la divinidad. Esta es una contestación por anticipado a Descartes, quien ubica (como hemos mencionado) a Dios como causa sui.
Toda ciencia, toda disciplina, opera en relación a un primer principio que tiene carácter axiomático, es lo que se conoce como principio de razón suficiente, por ser de carácter axiomático es indiscutible y debe ser aplicado en toda la demostración, dicho de otro modo: es necesario y no contingente. Es lo que se entiende por determinismo causal, donde todo efecto se determina por una causa que permanece en el efecto mismo, y anulada la causa… desaparecen los efectos.
La concepción de la causa en la ciencia da un vuelco importante y se imponen los criterios de la considerada "ciencia moderna" a partir del enunciado de Newton: Hypotesis non fingo ( No hago hipótesis), que significa preocuparse no tanto por las causas de los hechos sino por las leyes que los rigen, leyes que se caracterizan por periodicidad y repetición, lo que puede establecer criterios de predictibilidad para cualquier acontecimiento desconociendo palmariamente el porqué de esos mismos acontecimientos. El riesgo evidente es el empirismo y la técnica como parámetro de verdad, desplazando el lugar de la causa (aunque desconocida) a las "leyes científicas".
La causa y el Psicoanálisis:
La diferencia entre la ciencia y el psicoanálisis es como cada una conciben al lenguaje: como herramienta, atributo o mero instrumento, en el caso de las ciencias naturales en general; o como constituyente de la condición humana en el caso del psicoanálisis. Esto último implica darle al lenguaje la condición necesaria, imposible de eludir para toda existencia y producción humana. No se reduce en absoluto al ámbito de la comunicación verbal, sino a los presupuestos que hacen de la cultura una instancia forzosamente compartida por todos (esto no implica que las pautas culturales sean aceptadas por todos). Tan es así que Lacan ha propuesto llamar al animal humano parlêtre, y no être parlante (ser que habla), es el hecho de que habla lo que le permite ser. Poner en primer lugar el hablar (parler) y luego el ser (être) define al humano como aquel que es porque habla, y en su momento de constitución como el que es hablado desde fuera, el que es hablado por el Otro. Desde el momento en que el humano es nombrado, imaginado, incluso vestido y alimentado antes que pueda empezar a hablar, eso que lo constituye se sitúa en él desde lo exterior. El parlêtre es el sujeto en tanto hablante-ser, o sea que lo que subyace[4] a la mínima posibilidad de existencia humana es la palabra, por lo que ésta determina y permite (también, y no menos importante, por lo que condiciona e impide).
Si el lenguaje es lo que hace al hombre y no al revés, la pregunta es: ¿cuál es el principio de razón suficiente para el psicoanálisis? y ¿puede éste principio homologarse a la causa en psicoanálisis? ¿Existe la posibilidad de ubicar lo que en psicoanálisis opera como causa y como eje alrededor de lo cual se organiza la práctica psicoanalítica?
Jacques Lacan nos aproxima a una respuesta en relación a éstas preguntas: El objeto a es el objeto del psicoanálisis pero el psicoanálisis no es un saber sobre el objeto a, porque la característica fundamental de éste objeto es justamente no poder predicar un saber sobre él, en tanto no hay un enunciado que de cuenta de su aprehensión conceptual[5]. Por ello el objeto a no es principio de razón suficiente, pero sí es causa de deseo. Se trata de explicitar porqué.
Poner a la causa en el lugar del vacío no es necesariamente una posición escéptica. El vacío que el objeto a nombra, no es vacío de la ausencia pura, sino de lo carente que promueve un movimiento a su alrededor. No se trata aquí de lo inerte que provoca inercia, sino de lo que desde el lugar de una falta radical promueve permanentemente su bordeamiento. En ese mismo orden se advierte que para que exista una causa debe, forzosamente, haber un vacío, un punto de quiebre… "solo hay causa de lo que cojea", de lo que presenta de algún modo una inconsistencia. Esta concepción del objeto es solidaria con la idea de un objeto que se "pone contra" el sujeto, o sea un objeto que no es una mera representación del sujeto, sino algo que lo enfrenta. El objeto es lo que "objeta" al sujeto, no lo que lo representa, es lo que se le aparece por delante, lo que yace por delante o le sale al paso, es el ob-jectum, de algún modo lo que perturba su camino[6]. Si el objeto es lo que perturba, no hay correspondencia ni complementariedad entre objeto y sujeto, esa objeción presupone una conmoción del sujeto.
De ahí la formulación lacaniana del objeto a como causa de deseo, o sea como la que antecede al deseo, pero como su inmediata consecuencia, dado que no hay recubrimiento posible de esa carencia estructural. Existe un juego de palabras que hace Lacan entre causa (cause) y hablar (causer), para decir que en el ser hablante esa carencia no es una posición metafísica sino el efecto permanente que se genera a partir de estar el parlêtre capturado por el lenguaje. Es el re-encuentro de la causa en el fracaso productivo de su recubrimiento. Se trata aquí, fundamentalmente, de una causa que se excreta en el recorrido significante, y no una causa que sostiene ese recorrido al modo de una substancia. Ésto corresponde a una causa al final, y no al principio o por debajo. De ésta manera la causa es siempre lo que queda a producirse cada vez.
Por otra parte, si la condición fundamental y fundante del sujeto en psicoanálisis es su barradura ($), o sea lo que le impide en forma radical conformar una unidad. Ésto ocurre porque el nombre de esa imposibilidad es el objeto a. En otras palabras, cuando el sujeto se dirige al Otro encuentra en primer término un obstáculo para su realización plena, (que para el caso suele encarnarse en otro sujeto habitualmente, sin ser ésta la condición única), eso es insalvable. No es igual ubicar ese impedimento como aleatorio que como estructural.
Ese impedimento a la realización plena, al Uno del sujeto, es el tropiezo permanente de toda subjetividad, y por consiguiente el motor, la necesidad misma de su transgresión. Dado que el posicionamiento mismo del sujeto como deseante está motivado por esa falta estructural. Lo que no es, es causa de lo que puede ser.
NOTAS
- M. Bunge, Causalidad en El Principio de Causalidad en la Ciencia Moderna, P. 64, Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1978.
- Idem 1.
- M. Heidegger, "La pregunta por la Técnica" en Revista Época de Filosofía Nº 1, P.10
- Esto que subyace es el sub-jectum, o sea es lo que yace por debajo, entendida como la sub-stancia por los griegos (hipokeimenon).
- Esta ausencia de enunciado predicativo del objeto a, no es una premisa (un ponerse de acuerdo), sino que responde a la propia estructura del objeto a, como tal.
- En el espíritu de lo que Martín Heidegger menciona cuando dice que objeto debe ser traducido como Gegenstand, o sea lo que esta-por-delante-contra. Esta idea se encuentra en varios textos, entre otros en La proposición del Fundamento, Ed. del Serbal, pág. 134, 1ª Edición, Barcelona, España.