Noviembre 2009 • Año VIII
#19
Dossier Síntoma y lazo social - ENAPaOL

El síntoma, su opacidad y su funcionamiento

Gabriela Camaly

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IV Jornadas Anuales de la EOL

La oposición entre la opacidad del síntoma y su desciframiento, da lugar en el texto a trabajar la posibilidad del pasaje del síntoma como disfuncional al síntoma como función de goce. Esa dimensión es tratada por la terapéutica como un forzamiento que intenta hacer congeniar el síntoma al lazo social de modo adaptativo, mientras que el psicoanálisis aloja la singularidad sintomática para producir un modo de lazo que cuenta con la singularidad del tratamiento que el sujeto inventa para hacer des-consistir al Otro. Una viñeta clínica articula este recorrido demostrando cómo la singularidad logra hacer lazo con un Otro que no existe.

 

1- El concepto: el síntoma, en su opacidad, implica un modo de funcionamiento

Quiero detenerme en uno de los temas propuestos por la Secretaría Científica del próximo IV Encuentro Americano: la tensión entre el desciframiento del síntoma y su opacidad y cómo, en esa opacidad, consiste un modo de funcionamiento singular. Siguiendo esta, el síntoma se anota para el psicoanálisis de la orientación lacaniana como un recurso y no como una disfunción.

Estamos acostumbrados a abordar al síntoma como un modo de disfuncionamiento en la medida en la que se presenta siempre como una perturbación, un obstáculo al supuesto buen funcionamiento subjetivo, acarreando una buena cuota de displacer, esto es, de goce a veces insoportable.

En el primer capítulo del curso El partenaire síntoma, y como continuación del trabajo sostenido en su curso El Otro que no existe y sus comités de ética, Miller plantea que, a partir de Lacan, el síntoma no es una disfunción sino que es, para decirlo rápidamente, un funcionamiento[1].

Sabemos que Freud partió de los síntomas histéricos y que su suposición inicial fue que los mismos, una vez interpretados, se desvanecerían. En esa lógica, planteó que los síntomas tienen un sentido y que el mismo es siempre de carácter sexual, motivo por el cual encierran una oscura satisfacción pulsional[2]. La fijación al trauma y su represión, producto del exceso de satisfacción vivenciada por el sujeto, hacen que el núcleo de los síntomas sea además de carácter inconsciente[3]: "para que el síntoma se produzca, es preciso que el sentido sea inconsciente", ésa es su condición. Es allí donde, para Freud, encuentra sentido y orientación la interpretación analítica en la medida en la que otorga a los síntomas un sentido, revelando así su verdad oculta. La neurosis es la "consecuencia" de un no saber respecto de lo más íntimo –y a la vez, lo más desconocido- de la satisfacción pulsional allí implicada. Sin embargo, Freud mismo plantea ya que los síntomas son una solución: los nombra como "soluciones de compromiso", formaciones sustitutivas cuya función es la de hacer posible una satisfacción pulsional cuyo sentido está reprimido, a expensas del yo[4]. Son el modo en el que se resuelve un conflicto de fuerzas opuestas entre las instancias del aparato psíquico y la vida pulsional. Incluso Freud mismo supo leer que no era tan fácil que la interpretación analítica permitiera la disolución de los mismos, y en este sentido, fue elaborando distintos conceptos que buscan dar cuenta de dicha dificultad: la reacción terapéutica negativa, la pulsión de muerte, el masoquismo, etc. El síntoma freudiano entonces se constituye como un funcionamiento que otorga una satisfacción pero que hace de obstáculo al placer; esto es, un funcionamiento disfuncional respecto del placer y, en la mayoría de los casos, disfuncional respecto del lazo.

Sabemos también que con Lacan el síntoma verdad es la dimensión del síntoma articulada al sentido, pero la dimensión del goce excede al sentido y en este punto el síntoma se basta a sí mismo. Es decir, tal como Miller señala una y otra vez, el síntoma no necesita del otro para gozar, más bien, el síntoma sostiene la invención de un Otro singular hecho a la medida del goce más íntimo del hablante, y esto vale para cualquiera de las estructuras clínicas. De este modo, el síntoma "no se opone al funcionamiento del campo de lo real, sino que participa de ese funcionamiento y por eso precisamente es del mismo orden que lo real"[5].

Siguiendo esta lógica, es verdaderamente una paradoja querer hacer congeniar el síntoma y el lazo social en la medida en la que el lazo social exige el acomodamiento del sujeto a la norma del discurso del amo. Se trata del forzamiento del lazo que se sostiene en reducir la singularidad del hablante a las exigencias del Otro de la época, del Otro institucional para muchos de los trabajadores en el campo ‘psy’. Por esta vía se trata de terapeutizar el síntoma que hace de obstáculo al lazo. La cuestión central para el psicoanálisis es en cambio cómo alojar la singularidad sintomática del ser hablante para que en el lugar del forzamiento que el discurso imperante impone, se produzca un modo de lazo que cuente con la singularidad del tratamiento que el sujeto inventa para hacer des-consistir al Otro. En vez del forzamiento contar con la invención singular de cada uno y alojar el modo de inscribirse en el Otro por el funcionamiento opaco de su síntoma, allí donde se produce la imposibilidad de anotar con el sentido la cifra de goce.

 

2- La clínica: El caso del niño que no quiere crecer porque si crece se muere

Los casos de psicosis, en los que el síntoma no está articulado al inconsciente, suelen develarnos de manera descarnada que el síntoma implica un modo singular de funcionamiento como defensa ante lo real del goce disruptivo. La psicosis enseña respecto del síntoma como funcionamiento –separado del síntoma en su articulación a la verdad- develando que contar con el funcionamiento sintomático va por otra vía que el camino de la verdad y el sentido, el funcionamiento hace a menos del sentido y permite –dice Miller[6]- que el sujeto se sostenga en el mundo. El síntoma-funcionamiento implica necesariamente un tratamiento singular del goce, encierra un saber hecho de otra estofa que la del sentido, un saber que se inscribe en el mundo por el hacer con lo real.

Me interesa comentar brevemente aquí el caso de un niño psicótico por el que me consulta el equipo tratante de la institución psiquiátrica a la que el niño asiste a un hospital de día.

Quienes me consultan están tomados por la preocupación de que este niño se niega a comer.

Tiene 11 años pero físicamente su desarrollo corresponde a la edad de 5 años ya que efectivamente rechaza en modo sistemático todo alimento que le es ofrecido, presentando serios problemas de crecimiento. Esta posición de rechazo de la incorporación del Otro, bajo la forma real del alimento, produce el efecto de que todos los profesionales del equipo estén preocupados por hacerlo comer en la medida en la que peligra su integridad física; así se potencia cada vez más el rechazo sintomático del niño. Cuando es interrogado respecto del síntoma responde con una forma fija e indialectizable: si crezco me muero.

Todo lo que hace en el día es medir su cuerpo con otros objetos y con personas para verificar metonímicamente una y otra vez que no ha crecido, que permanece idéntico, lo cual lo tranquiliza. Inversamente, cuando comprueba que su talla ha aumentado, se inquieta angustiosamente. De esta manera transcurren también las sesiones durante unos meses, se mide con la silla, con la mesa, con el cuerpo de la terapeuta, con las paredes, etc. Tampoco establece ningún lazo con otros niños, está solo, sin hablar, en un rincón. La madre lo trae al tratamiento pero no puede dejarlo, permanece siempre allí, sentada en el pasillo, manteniendo bajo su vista los desplazamientos que el niño realiza de un espacio a otro del hospital de día. Firme en esa posición, sin embargo, no demuestra estar muy preocupada por la salud del hijo, más bien es la institución la que la empuja a realizar las consultas y estudios médicos, debiéndole indicar cada paso que debe realizar (desde pedir los turnos hasta retirar los resultados de los estudios y llevarlos a los médicos).

Las raras veces que el niño se alimenta debe hacerlo a solas, recluido en su habitación, sustraído de la mirada de los otros; no soporta sentarse a la mesa familiar y en particular no soporta la presencia de su hermano menor.

Por otro lado, la ciencia médica, propone de manera imperativa la implementación de técnicas de alimentación intrusivas para garantizarle la vida (aplicación de sondas).

Hasta aquí, la lectura del caso, conduce a dos indicaciones precisas: la primera, que cuando el niño come en su casa la familia respete absolutamente las condiciones precisas en las que para el niño es posible alimentarse, y segundo, que en el hospital se olviden de querer hacerlo comer. La preocupación por el alimento desorienta respecto de lo que conviene leer y deja ubicados a los terapeutas que trabajan con el niño en el lugar en el que no conviene que estén, por eso, la respuesta es indefectiblemente el rechazo.

De manera contingente, se producen dos situaciones:

1º, un día, la terapeuta debe trasladarse con el niño a otro sector del hospital para atenderlo; este desplazamiento hace que el niño quede por fuera del campo visual de la madre que lo mira. En ese recorrido, atravesando un jardín, el niño se detiene ante unas plantas, las toca, se mide con una y con otra, y comienza a interrogar a la analista sobre la vida de las plantas, cómo crecen, con qué se alimentan; la analista se presta a este interrogatorio que la sorprende. A partir de allí, en sus sesiones, el niño comienza a mostrarse ocupado en armar series de objetos con vida –plantas y animales- y distinguirlos de los objetos inertes, y se interesa por el alimento de los que tienen vida, y por el crecimiento. Sigue rechazando alimentarse pero la metonimia de sus operaciones de medición se transfiere a objetos nuevos con una particularidad: son objetos vivos.

2º, una mañana, por un retraso de los profesionales del equipo, para no dejarlo solo, el niño es llevado por las camareras al comedor donde otros niños desayunan. Se niega a desayunar pero, nuevamente, sustraído de la visión materna, comienza a interesarse por los alimentos y por cómo se preparan. A partir de allí, en sus sesiones, comienza a surgir su interés por los alimentos de la casa, por las recetas de comida de la televisión y la posibilidad de preparar algún alimento que luego comienza a ingerir. Trae a sus sesiones alguna receta escrita, le pide ayuda a su analista para anotar otras.

Cuando come, lo hace siempre solo y a distancia de la presencia real del Otro intrusivo.

Este caso devela el modo de funcionamiento opaco y paradojal del síntoma: si come lo que el Otro le da, se muere, pasa a ser el objeto muerto del Otro, pero si un niño no come, no crece y puede llegar a la inanición y a la muerte. En efecto, no comer para preservarse un margen de vida es el síntoma que le permite al niño establecer cierta distancia defensiva del Otro –realizando un rechazo real del alimento y también del Otro como cuerpo simbólico-, pero a la vez lo empuja a la desvitalización real del propio cuerpo y lo pone en relación a la muerte. Se trata de la paradoja fundamental del caso y es exactamente aquello que conviene leer para orientarse en la dirección del tratamiento. La modalidad singular de tratamiento se produce en la medida en la que cede el forzamiento al que el discurso del amo empuja: hacerlo comer para preservarle la vida, sacarlo de los rincones para incluirlo en el grupo de trabajo, en el taller de alimentación, etc. Una vez que se pudo leer la modalidad de tratamiento singular del real en juego para este niño, la orientación del tratamiento acompaña las invenciones singulares que él mismo va produciendo y es entonces allí, en ese movimiento, que algo del alimento puede ser incorporado posibilitando un lazo a la vida. Él mismo comienza a producir un tratamiento del objeto oral sustraído de la mirada del Otro, y al tratarlo, se trata él mismo bajo transferencia.

Eric Laurent[7] plantea que lo que nos interesa es aquello que del síntoma interroga a la institución, a sus saberes y su modo de operar; es decir soportar que lo real de los síntomas singulares excede los dispositivos construidos para tratarlos, para reducirlos al silencio. Mantener esta tensión entre el Otro institucional y el practicante abre el espacio necesario para alojar lo singular y no producir la masificación de los sujetos y sus modos de padecimiento bajo los nombres de las nuevas formas del síntoma, categorizaciones siempre segregativas de lo singular. Frente al discurso de la época que busca definir categorías de síntomas, generando nuevas categorías para las nuevas formas del goce de los sujetos de la época, la apuesta de nuestra orientación es la de producir en cambio un efecto de singularidad, soportando lo que en el síntoma resiste a toda categorización posible. Mantener la tensión entre las prácticas institucionales y el discurso del psicoanálisis soportando los impasses del discurso del amo frente a lo intratable del síntoma es entonces la orientación que conviene.

NOTAS

  1. J.-A. Miller, El partenaire síntoma, cap. 1, p. 26.
  2. S. Freud, Conferencia 17 sobre El sentido de los síntomas, tomo XVI, Obras Completas.
  3. S. Freud, Conferencia 18 sobre La fijación al trauma, lo inconsciente, tomo XVI, Obras Completas.
  4. S. Freud, Conferencia 23 sobre Los caminos de la formación de síntomas, Obras completas.
  5. J.-A. Miller, obra citada.
  6. J.-A. Miller, obra citada.
  7. Eric Laurent, Para el Encuentro Americano, texto publicado por la lista electrónica AMP-UQ BAR fechado el 17 de junio de 2009.
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