Noviembre 2008 • Año VII
#18
Violencia e indiferencia en Colombia

Familia, destierro y tragedia

Cielo María Serna, Gisela Suárez S.

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Juan el apurado Aluminio pintado - 2003
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Martha Zuik

El psicoanálisis aplicado enfrenta cada vez más pruebas: en este caso, la intervención de atención domiciliaria en políticas de salud con familias desterradas –producto del conflicto armado en Colombia–, que han dejado sus casas y tierras, sobreviviendo en los centros urbanos con la característica de quedar detenidos en el tiempo. Se verificará si la intervención del psicoanálisis puede restituir a estas familias su palabra, reconstruyendo las posibilidades de un nuevo lazo social.

El drama del conflicto armado en Colombia no termina con el combate y la muerte de los contrincantes, se prolonga en la familia y la sociedad, pues no son pocos los que se ven obligadas a huir, dejando atrás sus pertenencias y soportando el desmembramiento de sus tejidos vinculares, para terminar sobreviviendo entre la miseria de los centros urbanos.

El temor y la inseguridad se instauran en las familias, que padecen imaginariamente una amenaza latente que genera desasosiego y así se instituye una lógica de zozobra e incertidumbre. Los espacios que antes constituían un territorio seguro en el que la vida familiar se desarrollaban con confianza, se construían vínculos y proyectos, desaparecen bajo la influencia del terror que proviene de la nueva relación que instaura quien coyunturalmente se apropia de los medios para mandar. La angustia y la incertidumbre, dan paso a lo que Daniel Pecaut (1999) ha llamado "El no lugar", considerado el reino de la desconfianza y la ubicuidad, donde no hay espacios privados para tejer vínculos familiares.

Todos los referentes simbólicos que permitían tejer la vida familiar: la tierra, la casa, los animales, los cultivos…, dejan de ser soporte, proyecto, lazo, ante la división que introduce la angustia. El no lugar es el derrumbe de los soportes simbólicos, de los lazos subjetivos que anudaban la vida y las relaciones. Las familias ya no sólo quedan petrificadas en un "no lugar", sino que además ya no pueden nombrarse y reconocerse en lo que las constituía. En este momento es cuando se impone la huída: "[…] allá en la vereda teníamos de todo en la finquita —naranjas, papayas, plátano, yuca y muchos animales—, pero todo se va acabando, se acabó todo. Aquí lo único que hemos construido es a Dios, nos hemos pegado de Dios". [1]

Lo único que las familias desplazadas no tienen que dejar es a dios y eso porque al existir únicamente como un hecho de discurso, se encuentra en todas partes. El desplazamiento se convierte en un significante que queda inscrito en la vida de las familias desterradas; las identifica y segrega en los nuevos escenarios que han de habitar, y en los nuevos tejidos socio familiares que construirán. Los recursos simbólicos, más allá de las ayudas materiales que puedan recibir de parte del Gobierno o de gente caritativa, establecerá lo que cada familia hace con la huida y con la situación de destierro a la que se ve condenada.

En un reciente trabajo de atención domiciliaria que hemos realizado, trabajo subvencionado por la Secretaría de Bienestar Social del Municipio, hemos encontrado que en aquellas familias desplazadas en las que hay miembros psicóticos, el fenómeno social y político del desplazamiento prácticamente queda recubierto por la otra miseria que ingresa con la locura. Esta situación es la que ha motivado una reflexión sobre la manera como el significante desplazamiento marca la subjetividad de aquellas familias en las que su presencia forzada se acompaña de un desencadenamiento de psicosis.

 

Familia congelada en el tiempo

Se visitó a una familia extensa constituida por tres mujeres y cinco hombres adultos, solteros y desempleados. Tres de ellos en ocasiones trabajan en jardinería y dos han sido diagnosticados con psicosis. Una de las mujeres vive por fuera del núcleo familiar y las otras dos viven ahí con sus hijos, porque ambas perdieron a sus esposos por causa del conflicto del Magdalena Medio.

El desplazamiento se produce cuando uno de sus miembros perteneciente a una iglesia Gnóstica comienza a predicar por la vereda. Este comportamiento molesta a quien tenía el mando en ese momento, entonces la familia recibe amenazas constantemente y ante la presión se ven obligados a vender la tierra por un valor ínfimo al estipulado.

El grupo familiar llega a la casa de una de las hijas quien residía en la ciudad, están con ella por poco tiempo, adquieren una casa y en ella habitan los 13 miembros de esta familia (padres, hijos y nietos). Han pasado 18 años, pero en las visitas domiciliarías que se han hecho, se fue revelando algo bastante sorprendente: en esa casa es como si todo se hubiera quedado suspendido en el tiempo –dos sillas, una cama en cada habitación y mínimos elementos de cocina—, da la impresión que acabaran de llegar y apenas estuvieran desempacando.

En la casa no hay decoración, no hay plantas a pesar de ser campesinos y jardineros, no hay detalles que den cuenta de la apropiación del espacio, no hay voces que quieran ser escuchadas, no hay ningún pedido, guardan silencio en un rincón, como si el Otro de la referencia no existiera. De aquella familia que habitaba un pequeño paraíso donde tenía un hacer, un saber y palabras, sólo quedan seres que parecen fantasmas desolados y ausentes.

En cuanto a los miembros psicóticos de la familia referida, puede decirse que el desplazamiento forzado no pasó sin consecuencias. El predicador, al serle arrebatada su palabra y un contexto social que le daba abrigo a su delirio, desencadena estruendosamente la psicosis: pierde la voz y la mirada, pues a pesar de ver, se conduce por la ciudad como un ser mudo e invidente, como ya no hay a quien predicar, no hay quien escuche, entonces para qué hablar, mejor quedarse con el silencio y la oscuridad.

El otro miembro psicótico de la familia, no se queda en silencio, hace ruido como si quisiera resistirse a la petrificación que los condena. Este sujeto "decora" con sus heces la habitación, la llena con palabras de su delirio. Con respecto a lo que hace dice lo siguiente: "la pinto porque está fea, hay que ponerle color". "Los buenos se tienen que cuidar, porque los malos vienen a sacarlos, a enfermarlos, yo soy uno de los buenos". Siempre está metido en su habitación, sale solo cuando se lo piden para hacer alguna pequeña labor y al terminar de nuevo regresa a su "jaula".

De los otros tres hombres de la familia, podemos decir que se quedaron encerrados dentro de la casa, esperando una oportunidad de ser llamados para arreglar algún jardín o cuidando del padre anciano. Las dos mujeres se refugiaron en grupos de oración y en el cuidado de la ropa de sus hermanos, una de ellas en ocasiones trabaja en una casa de familia, el pago que recibe es en alimentos para la casa o dinero que depende de la voluntariedad de su empleadora. No se volvieron a enamorar, ni reclamaron lo que sus esposos les dejaron. Aquí puede hablarse de una pérdida radical del hogar, no sólo en sentido objetivo, sino también simbólico e imaginario, pues con el desplazamiento parece habérsele arrebatado a cada integrante de esta familia hasta la posibilidad de contar la novela que los emparenta.

 

La Interpretación mágica de la psicosis

Otra familia que fue visitada, aparece conformada por la madre (mujer viuda), su hija y nieta, fueron desplazados desde hace quince años, habitan en un asentamiento de la ciudad y a su alrededor viven dos hijas, un hijo y tres nietos.

La causa del desplazamiento fueron los combates en la región, son recibidos en casa de una amiga en condición de hacinamiento y luego el señor de la casa logra hacerse a un terreno y construir un rancho. Como el señor no soporta la ciudad decide retornar, mirar cómo está la tierra, reorganizar la casa para que todos retornen, pero es asesinado. Ante la ausencia del padre la madre comienza a trabajar en una casa de familia, la hija mayor cuida de sus hermanos más pequeños, esta mujer nunca denunció, ni solicitó ayuda humanitaria a pesar de haber escuchado de los vecinos que esto se podía hacer.

La razón por la cual no solicita ayuda, ni denuncia, es explicada por ella con una expresión recurrente: "yo no sé hablar, por eso no hice ninguna vuelta". La hija que vive con ella es psicótica; cuerpo preso de convulsiones desde la edad de trece años, en el momento en que llega su primera menarca. A este infortunio le dan una explicación mágica: "la niña se encontraba sentada bajo un árbol de naranjas, este le pasó todo el calor y por ello se enfermó". Nunca más estudió y desde entonces se quedó al cuidado de la madre.

En la ciudad la madre prepara brebajes y practica cultos de sanación, sabe extraer los maleficios y los malos espíritus de la gente, pero al parecer con la hija esto no funciona. La psicosis de esta mujer se hace efectiva en sus salidas nocturnas para los solares, allí habla sola, escucha voces que le ordenan salir y no soporta su cuerpo. El cuerpo le estorba, le duele la cabeza y entra en un desasosiego que la impulsa a deambular sin rumbo.

Nunca recurrieron a Homo [2], porque tienen una explicación mágica de lo que sucede, apenas aceptan acudir allí como efecto del trabajo de intervención del equipo domiciliario que introduce un interrogante allí donde solo había certeza.

El no saber hablar al que se refiere la madre, aparece en otros escenarios y en otros miembros de la familia. Durante la internación es la madre quien habla por ella, no es visitada por sus hermanos e hija porque ellos dicen "que no saben hablar". Por este mismo motivo la hija de esta mujer que tiene 16 años pierde un trabajo en una zapatería: "yo no era capaz de hablarle a la gente".

Este trabajo de atención domiciliaria nos permitió encontrarnos familias campesinas, con imaginarios y representaciones míticas animistas de la realidad. Familias con muchos años de haber sido desterradas y que han quedado suspendidas en el tiempo, paralizadas; habitando una ciudad en la que siguen siendo extraños, sin lograr apropiársela.

 

Estas familias están caracterizadas por:

Lo común en las dos familias a las que hemos hecho referencia, es que son silenciosas donde la palabra ya no circula como posibilidad de comunicación y de hacer algo civilizado con el sufrimiento, hay temor de hablar con los extraños. Ninguna de estas familias ha gestionado la ayuda de emergencia o han acudido a los programas que el Estado ofrece para la reparación. Se encuentran en las más extremas precariedades socioculturales y económicas, no han logrado hacerse a nuevos proyectos, metas, apuestas; su vida es un pasar sin sentido.

¿Cómo se inscribe el significante desplazado en la subjetividad de estas familias? Como algo que sucedió y de lo cual nada parecen querer saber. Pero los psicóticos, en tanto no reprimen, nos irán mostrando cómo se han incorporado los efectos del desplazamiento en el delirio, en los modos de hacer vínculo, en la relación con el cuerpo, pues hacen ver la tragedia de la guerra en toda su crudeza.

Para estas familias el Otro que los podría asistir no existe, porque no se dirigen a éste para reclamarle y hacer valer sus derechos. El no lugar en el que se convirtió su tierra, se repite en la relación con el Otro ciudad, no pueden nombrarse, hacerse a un lugar simbólico que les permita presentarse ante el semejante con un nombre propio. Como efecto de esto, no han construido un lugar como ciudadanos y no se comportan como sujetos de derecho.

No puede hablarse en estas familias de resistencia y tolerancia ante la tragedia, porque esa experiencia trágica no ha pasado por la palabra; son familias que viven como si no fueran seres del lenguaje. El silencio que acompaña a estas familias no sólo es vivido por sus miembros psicóticos para quienes pareciera que el mundo de las palabras perturbara su propio mundo; es también vivido por los demás miembros que carecen de palabras para nombrar lo que ocurrió, construir el hoy y el mañana.

La tragedia vivida con el desplazamiento es velada por los psicóticos con quienes habitan. Ellos les permiten ordenarse en torno a un síntoma, el de su locura para no hablar, ni pensar en lo que sucedió. La psicosis es lo real que los convoca a un sinsentido diario, a lo que no puede explicarse.

En este contexto de desplazamiento y de psicosis, la Intervención clínica psicoterapéutica, tuvo una apuesta que consistió en intentar recuperar el ser de lenguaje de esas familias, que al menos se permitieran nombrarse como sujetos de pleno derecho, con deberes y posibilidad de ser agentes de sus actos. Se va haciendo surgir una demanda a partir de una oferta, logran interactuar un poco más con el extraño, aceptan empezar a llevar a sus psicóticos al HOMO, a reconocer que estos tienen cierta manera comunicarse y que se le puede nombrar de manera más humana, sobre todo cuando se aproxima el desespero en el cuerpo.

Las familias se dan la posibilidad de tramitar los documentos de identidad que les da un reconocimiento como ciudadanos, hacen uso de los recursos de protección social, evidenciándose con ello de que comienzan a hacerse a un cuerpo que padece y el cual puede ser escuchado y atendido, se da inicio a la interacción con la ciudad, visitan, reconocen espacios que esta le ofrece y con la cual se puede interactuar de manera más amable.

Lo que aquí presentamos como efecto del destierro en la subjetividad de estas familias, no significa en ningún momento que todas las familias desplazadas quedan petrificadas y en silencio; lo que se ha querido mostrar es que el destierro produce marcas indelebles en la subjetividad. Más allá de constituirse como un fenómeno social precipitado por razones políticas y económicas, el destierro es también una tragedia de la subjetividad, porque rompe con los lazos y tejidos simbólicos que puedan haberse construido, dejando a las personas en la experiencia del no lugar, que psíquicamente es equivalente a dejar de ser en lo simbólico. Una vez más queda planteada la importancia de la reparación simbólica, que implica la exigencia de implementar políticas de salud basadas en la escucha y no sólo en la medición y en las cifras.

NOTAS

  1. Relato tomado de la intervención con una de las familias del programa Atención Domiciliaria de la Secretaria de Bienestar Social de Medellin y ECOSESA.
  2. HOMO: Hospital Mental de Antioquia, ESE.
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