Febrero 2008 • Año VII
#17
Dossier: El empuje al hedonismo en la civilización contemporánea

La adicción al hedonismo

Darío Galante

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El encuentro I
80 x 100 cm
Diana Chorne

En el contexto del imperativo de goce del amo posmoderno, los adictos pretenden tratar las imposibilidades propias de la constitución subjetiva, tanto en la vertiente del deseo como la del goce, a través de la ingesta. El psicoanálisis puede ser una oportunidad para perturbar su función de pantalla y para que el sujeto no siga en el engaño.

El hedonismo fue una doctrina nacida en la antigua Grecia que sostenía que el placer es el único bien de la vida, por lo tanto la conducta debe estar orientada en la búsqueda de este ideal.

Existieron dos escuelas, por un lado los cirenaicos que sostenían que el supremo fin de la existencia era la satisfacción de los deseos personales inmediatos, sin tener en cuenta a otras personas; por tal motivo resultaba inútil formular un sistema de valores morales, eligiendo así la conveniencia de los placeres inmediatos sin detenerse a evaluar el dolor que pudieran causar en el futuro. En cambio los epicúreos promovían que el placer verdadero es alcanzable por medio de la razón. Destacaban como virtudes el dominio de sí mismo y la prudencia. Más cercana a nuestros días la doctrina del utilitarismo resulta ser la versión moderna del hedonismo de antaño. Su hipótesis central es que el criterio final del comportamiento humano es el bien social por lo tanto el principio que guía la conducta moral individual es la lealtad a aquello que proporciona y favorece el bienestar al mayor número de personas.

Pero las tradiciones morales fundadas en el bien no condicen con la estructura del deseo debido a que cualquier orden moral supone un goce armónico para todos. El sujeto se constituye como deseante por efecto de la represión de las pulsiones. La castración opera sexualizando los objetos debido a la aceptación de la separación del objeto perdido, por este motivo Lacan plantea que el único bien es el que puede servir para "pagar el precio del acceso al deseo"[1].

Toda la diversidad de muertes eludibles, desde los accidentes evitables hasta las guerras, revelan el predominio de un goce mortífero que demuestra cómo el narcisismo es insuficiente para frenar la pulsión de muerte. Freud se ocupó de la misma al establecer que el ser hablante prefiere su satisfacción a su autoconservación.

En "El malestar en la cultura" formula el sufrimiento como originario, por este motivo lo trata en términos de destino, es precisamente a esta realidad que el hombre intenta ponerle un freno a través de las distracciones, de las satisfacciones sustitutivas o por medio de sustancias embriagadoras que intoxican al organismo. Es interesante señalar que este último recurso no es abordado desde la preocupación que presenta en nuestros días porque todavía no era considerado como un fenómeno de masas. Este cuerpo del padecimiento se dirige hacia la destrucción y cada sujeto debe encontrar los medios para contrarrestar esta determinación. A este destino Lacan lo llama real y su rasgo distintivo es la insistencia debido a su carácter de ineliminable.

Gilles Lipovetsky[2] señalaba que en la actualidad la obligación cede paso al hechizo de la felicidad y deducía que había que ubicar aquí el fenómeno de la toxicomanía y el alcoholismo. Este planteo, si bien acierta en la ubicación de esta problemática, muestra su debilidad al presuponer la hipótesis de un sujeto que se mantendría dentro de los límites del principio del placer. Desde el psicoanálisis sabemos que el reverso de este desprecio por la responsabilidad es la supremacía del goce, se trata entonces de desenmascarar este supuesto hedonismo porque el mismo presume de un sujeto en reciprocidad con su goce.

Eric Laurent[3] al tratar el tema del hedonismo advierte que no es conveniente validarlo como tal debido a que el mismo supone el sueño de que habría una medida posible de las relaciones del sujeto con su goce. Señala que los limites de esta relación pueden situarse en dos vertientes: la primera es la del amor (que entre la satisfacción y la nada elige esta última), la segunda es la del goce (que en su horizonte lleva las marcas de la pulsión de muerte).

En síntesis, un aporte al debate sobre el estado de la civilización actual se fundamenta en establecer las consecuencias del imperativo del amo posmoderno y su ideal de hedonismo de masa que toma fuerza al proponer un libre paso al goce para todos.

 

Las Adicciones

Freud advertía tempranamente que el objeto estaba perdido para el ser del lenguaje y sostenía para el caso de las adicciones que "no todo el que ha tenido oportunidad de tomar durante un lapso morfina, cocaína, clorhidrato, etc., contrae por eso una «adicción» a esas cosas. Una indagación más precisa demuestra por lo general que esos narcóticos están destinados a sustituir -de manera directa o mediante unos rodeos- el goce sexual faltante"

Ese goce faltante no es contingente sino estructural, no es que falta pero podría estar, si no hablaríamos de un mal encuentro que hay que arreglar, sea este por ejemplo por una desavenencia amororosa o por una falla en el rendimiento sexual. Esta es una condición de la sexualidad del ser hablante que Lacan formalizó con su "no hay relacion sexual". La ilusión consistiría en creer que podría existir un ser sin pérdida y es en ese punto en el que se instala toda la seducción del amo moderno interesado en ofrecer una infinidad de objetos tendientes a sostener este espejismo.

¿Qué conduce a un sujeto a pasar de la evitación mediante un lenitivo a repetir esa salida hasta convertirla en una adicción? Examinar las causas puede arrojar alguna claridad al por qué resulta tan tentador para muchos intentar refugiarse en el principio del placer. Acentuamos el carácter repetitivo que lleva a considerar que sigue siendo una solución momentánea y como tal parcial, por lo que el sujeto se ve llevado a repetirla una y otra vez. De esta afirmación puede deducirse que una sustancia se vuelve verdaderamente tóxica por repetición. Mientras que el consumo ocasional puede estar motivado por diferentes causas, desde alguien interesado en mostrarse de un determinado modo frente a sus semejantes hasta la curiosidad por lo prohibido, la insistencia de esa experiencia abre las puertas a considerar que allí hay una satisfacción que por alguna razón pide ser repetida.

 

Descreer de la fachada del hedonismo

Mas allá de lo que se quiera promocionar el paraíso está perdido.

Lo que verifica la repetición es el punto de falla. Como la mancha de Macbeth lo que insiste es lo que no logra suturarse por completo y que paradojalmente insta a ser develado.

Por lo tanto no hay que desestimar un modo de presentación que marca considerablemente los pedidos de tratamiento cuando lo que se demanda es ese goce perdido. Así una mujer que consultaba por su dificultad para tener una relación de pareja estable se quejaba por «la falta de hombres», lo que un análisis posterior descubrió fue que ciertamente faltaba esa categoría "hombres"...con los «requisitos» impuestos por la pretendiente.

Un planteo que crece día a día y que se expresa en múltiples formas (se hace más manifiesto aún si el "interesado" en la consulta es traído por otros) apunta al siguiente cuestionamiento: ¿por qué renunciar a algo que genera tanto placer?

La respuesta del analista debe orientarse en destacar que esta pregunta es una ilusión y como tal se deja ver mostrando solo un costado, discurso manifiesto de una operación sobre la cual hay que precisar sus consecuencias.

Es en este sentido que la experiencia de la clínica con la toxicomanía, en su dificultad, permite esclarecer este punto. El tóxico encubre la modalidad de goce que devenida en síntoma posibilita descifrar que función tiene para el sujeto esa vía de escape de la castración, lo que muestra entonces es un supuesto goce sin fisuras quedando oculto el mecanismo psíquico. Por este motivo, lo más difícil de tratar son las adicciones porque en la mayoría de los casos ni siquiera se plantea como un problema a resolver. En muchos casos quien consulta dice estar bien así, viene porque lo mandan, para complacer a otro, su partenaire, un hermano, un medico, un juez, etc. Lo sorprendente es que habitualmente ese estar bien es un verdadero caos, por ejemplo un sujeto que había perdido su empleo y sus afectos por su adicción a la cocaína al preguntarle por su estado respondía: "estoy bien, todo en su perfecto desorden". La consulta suele ser por el desborde de una situación que se equilibra en el consumo mismo.

 

Antes y después de la urgencia. El consumo normalizado

Por otro lado, es conveniente señalar que si no se apunta a la causa verdadera del recurso a la droga la resolución de la urgencia puede desembocar en una estabilización del consumo.

Son frecuentes las consultas de sujetos que consultan por su consumo normalizado. A través de sus testimonios puede apreciarse que el pedido en estos casos no es dejar la sustancia en cuestión sino mantener su consumo en niveles en que se la pueda manejar. Por ejemplo, un sujeto que hacía uso de la cocaína para no pensar en una idea que se le repetía una y otra vez acerca de sus dudas en su orientación sexual lo que pedía es poder manejar esa droga para ser usada con esos fines. No estaba en sus planes dejarla ni indagar que lo llevaba una y otra vez a evitar preguntarse acerca de su sexualidad, el tóxico le brindaba lo que él llamaba "la solución perfecta" Este planteo cínico resultaba ser fallido debido a que esta "solución perfecta" empezó a ser usada con tanta asiduidad que le imposibilitaba seguir adelante con sus tareas habituales.

Ahora bien, muchas consultas se generan en el marco de la urgencia y comprobamos que la resolución de la misma suele ser eficaz, incluso como saldo de la operación puede quedar el analista ubicado en cierto lugar de referencia. El psicoanálisis resulta eficaz al diferenciarse de los tratamientos que proponen como cura la abstinencia, de los que proponen el imperio de las leyes morales o de los que apelan a un dominio de la voluntad de goce o que justifican su terapéutica con sentencias del discurso del amo.

Verificamos que la urgencia se resuelve por ese particular tratamiento del goce que se produce al escuchar a un sujeto, pero hay que decir que generar un lazo transferencial no resuelve la problemática en sí.

 

Los tiempos del sujeto

Sintomatizar la función que tiene el tóxico para el sujeto requiere de un tiempo que no deber ser regido por los ideales del mercado.

La abstinencia no es el fin de la cura, en algunos casos incluso una resolución fallida puede generar el tiempo necesario para que el sujeto se encuentre en su decir.

María Inés Negri precisa que: "La función del analista, más allá del efecto terapéutico, es operar como el vacío mediador, que da la oportunidad a un sujeto de que su novela familiar no sea su destino".[4]

Especialmente lo que enseña el tratamiento de las adicciones es que esa oportunidad queda desplegada en una serie de oportunidades parciales, que pueden ser apreciadas de este modo si se cuenta con un Otro simbólico que esté a la altura de sancionarlas como tales (por supuesto nos referimos a la función del analista). La apuesta entonces es ofrecer la escucha analítica hasta que se presente la oportunidad de que la novela familiar deje de ser destino.

Es importante destacar que, si de mediciones se trata, podemos establecer los beneficios terapéuticos que le confiere a un sujeto el poder controlar (de algún modo) su impulsión aminorando sus riesgos y que tenga a quien dirigir su demanda. Se trata entonces de ganar tiempo hasta poder precisar cuál es la ley que rige el deseo de un sujeto y qué significan sus impasses.

Lacan se valía de Hamlet como caso emblemático de los impasses del deseo, el mismo tiene su origen en una evitación de la castración. Debido a que el goce está interdicto a quien habla, si el sujeto quiere realizarse de otro modo que no sea en ese infinito dolor de existir, su deseo sólo puede pasar por la castración.

Entonces, la operación psicoanalítica supone un descreimiento en el goce para todos y propicia la oportunidad de que un sujeto deje de engañarse por la droga en su función de pantalla.

Lo desarrollado hasta aquí conduce hacia una deducción: Si lo que se busca insistentemente, al punto de convertirlo en una adicción, es lograr el hedonismo como ideal se deduce que como tal es imposible. Por otro lado siempre es conveniente tener presente que, si se aprovecha la ocasión, este mismo impedimento por su misma repetición puede abrir las puertas a un decir menos tonto.

Dario Galante es psicoanalista, miembro de la EOL (Escuela de la Orientación Lacaniana) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis).

NOTAS

  1. Jaques Lacan, El Seminario, libro7. Ed. Paidós pag. 382
  2. G. Lipovetsky, "el crepúsculo del deber", Barcelona, Anagrama, 1994. Citado en "La sociedad del síntoma". E.Laurent. Lacaniana 2.
  3. "Apuestas del Congreso 2008".
  4. "A propósito de la práctica analítica" María Inés Negri. Boletín nº 3.
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