Agosto 2006 • Año V
#15
Dossier Nuevas ficciones familiares

El padre pulverizado

Serge Cottet

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Labios en vino...

Este trabajo de Serge Cottet es el texto que presentara en el cierre de las XXVIII Jornada de Estudio del CEREDA del 10 de junio de este año, acerca de "El niño y las nuevas apuestas de la familia".

En él evalúa la tendencia a la cual nos confrontan las familias homoparentales, recompuestas, homosexuales, adoptivas, etc. Y sostiene que la clínica psicoanalítica, procediendo caso por caso, suele vacilar a la hora de establecer las tipologías, las correspondencias biunívocas entre la estructura de la familia y el tipo de síntoma. Evaluando los trabajos presentados en esas jornadas, Cottet acentúan la disyunción del padre real y de la función simbólica, de las cuales ya no es ni el soporte ni la garantía.

Un título a la Kafka, "tengo once hijos" nos introduce en los embrollos de la familia contemporánea examinados en la XXVIII Jornada de Estudio del CEREDA del 10 de junio último.

"El niño y las nuevas apuestas de la familia", tema que ocupaba esta Jornada, tiene en su origen un problema de sociedad: se trata del estallido de los marcos de la familia tradicional y de los efectos patológicos específicos sobre el niño. Una primera observación sería , no asombrarse de una intervención del psicoanálisis sobre la crisis de la familia. El nacimiento mismo de nuestra ciencia es contemporánea según Lacan "de las formas más decadentes de la vida doméstica inestable" señaladas en "Los complejos familiares"[1].

Los casos que fueron presentados ponen en evidencia las patologías que surgen de lo que Lacan llamara una "anomalía familiar" en relación a las normas edípicas de la familia denominada por él "pequeño burguesa". Anomalía, es poco decir respecto de las elecciones que pueden devenir la norma de hoy o de mañana; no se trata solamente de que los roles y las funciones estén subvertidas y que el niño esté desorientado por el desmoronamiento de la supuesta autoridad. La verdadera subversión concierne a la definición misma del parentesco: asistimos a su emancipación y su extensión fuera de la diferencia de los sexos, de la diferencia hombre-mujer, de la diferencia padre-madre.

Es la tendencia a la cual nos confrontan las familias homoparentales, recompuestas, homosexuales, adoptivas, etc. Por cierto, la clínica psicoanalítica procediendo caso por caso, vacila a la hora de establecer las tipologías es decir las correspondencias biunívocas entre la estructura de la familia y el tipo de síntoma. La causalidad familiar no es reducible al entorno psicososcial. Todas las doctrinas, sociológicas, educativas, que hacen valer un determinismo psicosocial responsables de los síntomas del niño fracasan en su búsqueda de una causalidad unívoca.

La posición radical de Freud que hace depender la realidad psíquica de la novela familiar, del trauma y del fantasma, es necesariamente discreta sobre las patologías de los padres y sobre la estructura familiar.

Por el contrario, Lacan en 1938 calculaba un desfasaje entre la normatividad edípica del deseo y lo real social de la familia conyugal moderna, para centrar el síntoma sobre la declinación de la imago paterna, es decir el padre como ideal. Poner la atención sobre el entorno familiar encuentra en efecto en la carencia paterna su justificación clínica para la mayoría de los síntomas que el niño presenta. Estos importan al entorno familiar en el punto de saber a quien particularmente se identifican.

 

El padre que se manda a mudar

Esta causalidad es puesta de relieve particularmente en los casos presentados en esta Jornada: carencia real o simbólica incluso carencia de lo simbólico mismo, el fracaso de la función paterna atraviesa todas las observaciones.

El funcionalismo de la doctrina, con la promoción del Nombre del Padre en los años 55-60, plantea un problema que concierne a lo real en juego en el entorno. La causalidad familiar es indirecta respecto de la puesta en función del "orden simbólico". La encarnación de esta función podría incluso ser aleatoria. Se podría decir que el inconsciente cree en el padre a pesar de las carencias reales de éste. De allí, la ironía de Lacan concerniente a la carencia paterna que releva con la lista de retratos de la Bruyère en "La cuestión preliminar..."[2]. Quiere refutar un cliché: la explicación de la psicosis por el entorno: el padre de los quehaceres domésticos, el padre que se manda a mudar, etc. Ahora bien, estos últimos nunca han impedido al Nombre del padre entrar en función[3]. La causalidad sobre el síntoma de esta carencia no es menos una constante en el enseñanza de Lacan sea que se trate de neurosis o de psicosis.

A propósito del pequeño Hans, Lacan invoca verdaderamente la carencia simbólica de su entorno familiar como la causa de su fobia. El problema es saber si el síntoma suple allí sus daños y si el psicoanálisis lo desembaraza de ello sin resto. Recordamos al padre de Joyce calificado por Lacan "absolutamente carente". En el CPCT[4], la expresión utilizada de precariedad simbólica designa ese nudo formado por lo real y lo simbólico, a la vez social y familiar, para caracterizar los fenómenos de "desenganche".

Las familias de las cuales los expositores han hablado hoy, acentúan evidentemente la disyunción del padre real y de la función simbólica, de las cuales ya no es ni el soporte ni la garantía.

Las familias en cuestión vuelven bien legible esta discrepancia entre, por una parte, la transmisión del nombre o del ideal o incluso del significante de la identificación y, por otra parte, el agente de esta transmisión que no siempre es el padre de familia cuando no es inexistente. ¿Los síntomas del niño son específicos? Angustia, pesadillas, fobias son los clásicos. Hiperactividad, droga, violencia de los adolescentes lo son menos. La intuición popular es que la familia es responsable, es necesario "volver a poner a la familia en su lugar", como dice Ségolène Royal. El psicoanálisis continúa apostando al inconsciente.: y tiene razón puesto que verifica una suerte de espontaneidad para reparar el disfuncionamiento. El inconsciente rectifica, inventa familias ficticias, restablece al padre a pesar de todo.

El funcionalismo del psicoanálisis es un optimismo: que importa la presencia o ausencia del padre con tal que se tenga la garantía de su nombre, de su sustituto o, aún mejor, de su palabra. Puede decirse que esta última debe ejercer autoridad sobre la madre. Sea cual fuere, el binario Nombre del padre-deseo de la madre permanece como el pilar conceptual más firme de la clínica familiar. Las enciclopedias contemporáneas de la familia no están tan alejadas de ese principio disimétrico cuando avalan un lacanismo vulgarizado, un familiarismo más o menos heredado de Françoise Dolto, del tipo: lo que cuenta, es la palabra del padre o de aquel que reconoce al niño.

Podríamos regocijarnos de la separación y de la distinción de los roles concentrados en otra época sobre la persona del padre y de la multiplicación de las funciones. Qué oportunidad de tener dos padres le da el psicoterapeuta al niño nostálgico: abundancia de bienes no viene nada mal. Sin embargo las comunicaciones que hemos escuchado ponen en escena estructuras de familia en las cuales los partenaires no conocen ni su rol ni su función, ni lo que reemplazan o deben reemplazar. La diversidad de las situaciones pone en función un intruso no siempre fácil de legitimar. Los efectos son sin embargo idénticos: el punto común es justamente la ausencia radical de la palabra paterna. En un caso, un niño está desorientado con tres padres: el ex-marido, el amante genitor, el padrastro; no sabe cuál es el mejor para identificarse. En otro caso, no hay padre, es un niño IAD (concebido por Inseminación Artificial con Donador) que se intercambian dos mujeres homosexuales. Ahora bien, los dos niños tiene el mismo síntoma: están agitados compulsivamente y sólo se calman en la cama de la madre. Si las mismas causas producen los mismos efectos, debemos suponer que están afectados por la misma falta. Dado que se "reconstruyen"como dice M.Cyrulnik por una actividad imaginativa enloquecida, el inconsciente funciona como un automaton simbólico: repara. En esta perspectiva, la patología parental está por suerte limitada por el síntoma mismo emparejado con el discurso analítico que intenta volverlo superfluo.

 

Pragmatismo

Los niños tienen el mérito de inscribirse en un tal discurso porque las familias en cuestión no les facilitan las cosas: madre incestuosa de las familias monoparentales; padre enfermo de sida de las parejas homosexuales o en prisión en un caso de pedofilia, etc. Al lado, los retratos de los padres de la lista de la página de los Escritos son considerados monaguillos. Las parejas homosexuales que forman tanto el padre como la madre del niño, llaman la atención porque difícilmente se pueden asimilar esas "fórmulas" a las contingencias inescenciales en relación a la sexuación del niño. Lo más sorprendente es que la significación fálica parece advenir a través de una construcción espontánea: el padre interdictor surge de un pandemonio angustiante. Un significante nuevo produce el límite.

Como en el pequeño Hans, los niños desarrollan una actividad estructural a la Lévi-Strauss. Pueblan el mundo de criaturas mitológicas, de animales feroces, de brujas, de gigantes, de bestias, que se esfuerzan en domesticar; la varita mágica de las ficciones contemporáneas restablece el orden. Es la magia del significante amo. El niño fóbico en las noches agitadas se transforma en guardián del zoológico después de haber estado a punto de ser comido por el cocodrilo. Los niños no reparan en medios a la hora de una actividad de simbolización. Se pueden admirar las variedad de estrategias utilizadas para escapar de una voracidad localizada en general en el Otro materno, para inventar familias ficticias donde la escena primaria viene a poner sentido allí donde faltaba.

Nos preguntamos hasta qué punto "la ciencia incluida en el inconsciente" es cómplice de nuestra doctrina: el niño inventa la norma social, llama la norma sexual, interpreta, mistifica, simboliza un real sin ley. No hay familia tan estrafalaria, constelación familiar tan desreglada, tan alejada del paradigma pequeño burgués que el genio del inconsciente no pueda rectificar por el símbolo, por la imagen, por el escrito. Los niños demuestran un pragmatismo que se iguala al eslogan de un presidente de la China popular: "Que importa que el gato sea blanco o negro con tal que atrape los ratones". De forma homóloga, que importa que los padres estén presentes o ausentes, homo o hetero, hombre o mujer con tal que el niño invente un significante que le evite ser él mismo el ratón de sus fantasmas.

Nos preguntamos si en esas condiciones la familia conyugal, esa médula, es tan necesaria. He ahí la dicha de los sociólogos de la familia, siempre listos a deslizarse hacia la ilusión idílica y exótica de los antropólogos: los "Na" de China, sociedades sin padre, ni marido, siempre bienvenidos para subrayar lo arbitrario cultural de nuestras costumbres. Los partidarios de la autonomía total de los roles parentales en relación a la sexualidad y a la procreación encontrarán allí cómo tranquilizarse. Maurice Godelier en su obra Metamorfosis del parenesco[5] hace aparecer la inmensa variedad empírica de las reglas de la alianza en relación al modelo lévistraussiano de las estructuras del parentesco. El parentesco social puede estar privado de toda base biológica e, inversamente, el lazo biológico que existe entre el niño y la madre portadora o el donante de esperma no hacen padres[6]. El antropólogo Schneider entregaba un escrito en 1984, para denunciar el etnocentrismo de la familia occidental obsesionada por los lazos sanguíneos.

En relación a esto el psicoanálisis no tiene ninguna nostalgia del dogma paternal tal como se lo imputa un universitario informado (sobre las tesis de M. Didier Eribon más que sobre la clínica). La familia patriarcal no es el modelo del psicoanálisis lacaniano: el padre de la palabra suplanta al padre de la familia; es meta-sociológico.

Más aún, la desvalorización, de la cual el padre es el objeto en este siglo, está ella misma inscrita en la estructura de lo simbólico más que en la crisis de la sociedad que la revela. Los participantes de esta Jornada de Estudios destacan el hecho que el padre, para Lacan, es finalmente un síntoma; nos recuerdan que él está reducido a un semblante, a un "operador estructural"[7]. Es decir la multiplicidad de los significantes que pueden operar en su lugar: rebajado a una función de uso, como dice Jacques-Alain Miller en su prefacio de los Nombres-del-padre[8], abre la vía a un sin número de sustitutos, de nominaciones, de S1 tanto masculinos como femeninos, de alguna manera fuera de sexo. Esto es verificado en todas las observaciones que hemos escuchado. Deberíamos extraer un optimismo terapéutico a toda prueba si hacemos del psicoanálisis y del psicoanalista un sustituto, un semblante destinado a suplir esas carencias.

 

Lo real del padre

Sin embargo, esta versión optimista sólo hace referencia a una mitad del camino: reparamos la carencia por la simbolización, pero no sin resto. ¿Qué hay de los estragos del vacío dejado por el padre real, el genitor tan fácilmente reemplazado en nuestro discurso por el significante cualquiera o alg"uno" en el lugar del padre desconocido, del padre abandónico, del padre perverso, irresponsable, etc.? Es ahí donde tocamos en el sentido moderno, actual, la anomalía familiar. Hay lugar para interrogar las nuevas expresiones sintomáticas en el niño que resultan de ella "lógicamente". Se observa que la puesta en juego del cuerpo es preponderante (bulimia, toxicomanía, hiperactividad). Esos síntomas localizan un goce pulsional mucho más que un rechazo; nos preguntamos si son tratables por la única vía de la metáfora paterna.

Sin duda, la mayoría de los casos presentados ponen en evidencia un topos de la doctrina, una carencia del padre real y un deseo maternal ilimitado. En uno de cada dos casos, los niños duermen en la cama de su madre. Ciertamente, esto no es nuevo. Lo que es nuevo, es que la madre sea homosexual y que el niño sirva de objeto transicional tanto a ella como a su compañera. Esta puesta en primer plano del niño falo de la madre realza las conexiones entre los síntomas del niño y el fantasma homosexual. El niño postizo intenta separarse de una fetichización. En efecto, en un caso en particular, la hiperactividad, la agitación motriz, parecen condensar un goce del Otro exhibido, motor de una irresistible atracción. Por cierto la actividad de simbolización es poderosamente ayudada y orientada por el dispositivo analítico pero, hasta cierto punto solamente. ¿El niño, armado de su S1, está de este modo amparado y por cuánto tiempo?

Sin embargo, lo peor es quizás en un demasiado lleno, en una multiplicidad de padres entre los cuales el niño busca vanamente distinguir en ese magma, aquel con el cual identificarse. ¿Cuál le asegura al niño una función de límite o al menos una función de nominación? Esta observación es destacada por uno de los casos en dónde la multiplicidad de pretendientes vuelve finalmente al padre desconocido y contribuye a la interferencia de su función. El empalme por un significante amo no acaba siempre con lo que se presenta al niño como goce oscuro de la madre, autoerótico, homosexual, toxicomaníaco, y propiamente innombrable.

En este asunto, convendría no olvidar al padre real o más bien lo Real del padre que puede hacer contrapeso al "significante bueno para todo hacer". Ocurre hoy, por el hecho de las manipulaciones científicas y de las procreaciones médicamente asistidas, que ese real se pone nuevamente en servicio después de haber sido olvidado un momento en la doctrina. Ocurre en esas familias desorientadas que el semblante del padre no llega a hacer olvidar el espermatozoide contrariamente a la ficción impensable que evocaba Lacan en "El reverso del psicoanálisis". En Francia se publicó una investigación sobre la historia singular de los niños concebidos por inseminación artificial con donante (IAD)[9]. Esta práctica médica, introducida en Francia oficialmente desde 1973, permite a los hombres estériles convertirse en padre por sustitución de esperma fecundante. La ley vacila sobre la cuestión del anonimato. De una país al otro la legislación no es la misma. En Suecia y más recientemente en Gran Bretaña, el donante tiene el deber de hacerse conocer al niño si lo demanda. Puede ser que llegue a la familia y se presente como el amante de la madre. Puede ser que el niño crea tener un cociente intelectual muy por encima de lo normal cuando se entera que el donante es un investigador científico[10]. Las reacciones de los adolescentes a la revelación de su concepción son variadas. Aparentemente, no son más neuróticos que otros. Todo depende de lo que se les dice o no se les dice. Nos podríamos contentar con la regla según la cual el niño es más sensible a las cuidados que se le brinda en la realidad que al mito de su nacimiento. Ahora bien, no es el caso. Sin hacer correlación estadística, parece que tal jovencita padece una conmoción cuando se le hace esta revelación, sin común medida con la indiferencia aparente del muchacho, puesto que se trata de un caso de pasaje al acto suicida. Hay al menos un caso en que el hecho de haber nacido por inseminación surge, para un adolescente, de una operación del Espíritu Santo. Para Véronique, el encuentro con el psicólogo, un poco después de que la verdad le fue comunicada, recarga la imagen del periodista Noël Mamère sobre el rostro de este último. La virgen de la natividad surge de este encuentro con un padre: es "mi madre" el día de Navidad, la inmaculada concepción[11]; acontecimiento sintomático que no hace vacilar las estadísticas del psico-sociólgo.

Podríamos decir que la ausencia real del falo del padre, en este caso, hace fallar la "construcción" del sujeto. Pensamos a contrario, en la Électra de Giraudoux, evocada por Lacan en el Seminario "La angustia". Electra vomita la representación del embarazo de su madre en proporción con la fascinación probada por la conjunción mítica del goce del padre en el momento de su concepción[12].

De ahí nuestra interrogación sobre el padre real o más bien sobre lo real del padre y su eficacia en el destino del niño: "Lo real del padre, es absolutamente fundamental en el análisis", señala Lacan en sus "Conferencias en América"[13]. Un real que, por ser mítico, es más fuerte que lo verdadero. Esto no es necesariamente un argumento favorable al padre de sustitución o al significante suplente. ¿Un saber sobre el goce del padre no es el rasgo vivo que lo separa de su pura función simbólica? En esas conferencias, donde Lacan promete ese sintagma, afirma que "no es lo mismo haber tenido su mamá y no la mamá del vecino, lo mismo para el papá"[14]. Se trata allí de un problema de existencia y no de puro significante.

Una de las observaciones muestra los gritos de desesperación de una niña separada de su padre vagabundo por un padrastro que lo desaloja. La crisis se desencadena cuando ella se entera que ese padre, que no envía ningún signo ni mensaje a su hija, cuida activamente a los niños de otra mujer. Es la ocasión de volver a la lista de padres carentes de la página 587 de los Escritos y de actualizarla. Conviene más el padre doméstico que el padre que se manda a mudar: a condición siempre de no contentarse con ser padre nutricio. Se trata de la especificidad del cuidado paterno, equivalente a esta père-versión en el sentido en que Lacan utiliza esta expresión en 1975, a menudo comentada. El padre se hace respetar en tanto la madre es causa de su deseo y él mismo brinda un cuidado particular al niño: es su objeto a. Bajo esta forma, plantea igualmente una disimetría con el objeto transicional de la madre, disimetría bien diferente que la del sexo y la del género, apreciada por el feminismo americano. Entonces, no se puede eliminar en nombre de la función simbólica lo que del mito paterno no es simbolizable.

La ausencia de toda transmisión paterna, en dos de los casos presentados, favorece una identificación a un rasgo de goce del abuelo paterno como sustituto, que no tiene nada de tranquilizador; patológico en un caso: la niña se arranca el cabello como el abuelo se arrancaba los pelos. Más dramático aún en el otro en el que es el racismo del abuelo materno lo que hace Nombre del Padre en un adolescente delincuente. La filiación por el goce malo del Otro forma parte también de la serie de suplencias.

Los efectos terapéuticos a poner en la cuenta de una estrategia nominalista, dejan pues un resto: no se sabría contar para nada lo real del goce del Otro, la exhibición del fantasma sexual de uno o de los dos padres. La ingenuidad que postula la disyunción de lo sexual y del parentesco, desde el momento en que el niño se encuentra bien criado, rechaza la clínica del fantasma[15]. Estas tesis son a menudo reemplazadas por la justicia que borra la diferencia de los sexos en nombre del igualitarismo paritario de los roles familiares. Es cierto que Maurice Godelier[16] pide verificar las estadísticas hechas en los Estados Unidos según las cuales no existen incidencias de la orientación de las parejas homosexuales sobre la sexualidad de los niños. Este problema tan vasto no puede ser desarrollado aquí.

El psicoanálisis, atento al acontecimiento de cuerpo en el niño, debe tener en cuenta el cuerpo del Otro, su régimen de goce, la escena primaria permanente o, a la inversa, la fobia a la relación sexual de la madre.

La eliminación de la relación sexual en los asuntos de parentesco (esto es la parentalidad) caracteriza nuestra modernidad y define el campo de lo nuevo rechazado contemporáneo; se constata su retorno en la pornografía mediatizada en todas las direcciones[17].

¿Qué es lo irreparable de la carencia paternal? ¿No es esta la pregunta que promueven estas curas de niños más allá del alivio obtenido? Las observaciones en efecto dejan en suspenso la cuestión de saber cómo estos niños se orientaran hacia el otro sexo. La eficacia simbólica del psicoanálisis es evidente a condición que el analista intervenga en lo real, aliente, prohíba, oriente y sostenga la palabra. La entrada del niño en un nuevo discurso hace del analista un cuarto redondel que empalma los otros tres, RSI, cuando tienen la tendencia a jugar su parte independientemente uno de otro. Esta función hace del analista más que un operador estructural, un más-uno, una presencia, que no es de la familia y que quizás vuelve plausible la apuesta familiar. ¿Es por modestia que las comunicaciones lo mencionan poco? ¿Es por una confianza excesiva en el saber inconsciente? Esta es la orientación que propongo a lo que he escuchado de estos casos; valen la pena.

Traducción: Silvia Salman

NOTAS

* N.de T. En francés "vadrouille": "escobillón, lampazo" y también la expresión "mandar de paseo". "Être en vadrouille" significa también: "Irse de la casa", "Mandarse a mudar".

  1. Jacques Lacan, "Les complexes familiaux", Autres Écrits, Paris,: Éd.Seuil, 2001, p.61
  2. Jacques Lacan, Écrits", Paris: Éd. Seuil, 1966, p.558.
  3. Ibid, p.578.
  4. Centro Psicoanalítico de consultación y de tratamiento.
  5. Maurice Godelier, Paris: Éd.Fayard, 2004, pp.584-585.
  6. Ibid, p.575.
  7. Jacques Lacan, El Seminario, Libro XVII, El reverso del psicoanálisis, Paris: Éd. Seuil, 1991, p.143.
  8. Jacques Lacan, Los Nombres-del-padre, Paris: Éd Seuil, 2005.
  9. Jean Loup Clément, Mi padre es mi padre, La historia singular de los niños concebidos por Inseminación Artificial con Donante, Paris: Éd. L'Harmattan, 2006.
  10. Ibid, p.57.
  11. Ibid, p.172.
  12. Jean Giraudoux, Électre, Paris: Éd.Grasset, 1937, p.89.
  13. Scilicet número 6-7, Paris: Éd. Seuil, 1992, p.45.
  14. Ibid.
  15. Judith Butler Défaire le genre, Paris: Éd.Amsterdam, 2006
  16. Maurice Godelier, op. cit.
  17. La disociación total de la procreación con el sexo está en el centro de las elucubraciones del novelista Michel Houllebecq en Las partículas elementales, Paris: Éd. Flammarion, 1998. El autor, que elogia el mejor de los mundos de Aldous Huxley, predice su realización en la generalización del eugenismo y de la juerga.
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