Agosto 2006 • Año V
#15
Misceláneas

Los nombres del padre

Lidia López Schavelzon

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No me voy, no me quedo, resisto

Entre "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", donde Lacan define una estructura a partir de los tres registros -real, simbólico e imaginario- y la posición del Nombre del Padre, y las últimas elaboraciones de los seminarios RSI y El Sinthoma, pueden encontrarse algunas homologaciones.

Sin embargo, entre ambas, median virajes en cuyos movimientos Lacan subvirtió sus propias ideas.

Iniciaremos este recorrido con las formulaciones sobre el estatuto de lo imaginario en "El estadio del espejo". Luego, en torno de la función paterna como significante, analizaremos cómo la idea del Nombre del Padre en tanto punto de anclaje de lo simbólico, le permite delimitar con más precisión esta función. Abordaremos el concepto freudiano de castración, para elucidar cómo Lacan lo va a operar lógicamente, tanto en el Seminario IV, articulado a nivel de cada uno de los registros, como en el V, donde aparece como el mecanismo propio del Complejo de Edipo, en este caso formalizado a través de la metáfora paterna.

Veremos cómo en un período posterior, Lacan va a renunciar a hacer del Nombre del Padre el significante de la ley, aquel que sostiene el lugar del Otro. Es en El reverso del psicoanálisis donde lo formulará como un operador estructural.

El Nombre del Padre con relación al nudo borromeo, permitirá el enlace de los tres registros, y Joyce, el síntoma servirá como paradigma de una solución que se constituye más allá del padre.

Ya en 1951, Jaques Lacan disponía de las tres categorías: simbólico, real e imaginario. En su trabajo sobre el estadio del espejo de 1936, introduce lo imaginario. Es en "El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica"[1] de l949, donde ya hablará de lo imaginario y de lo simbólico no como de dos tiempos diacrónicos sino como el advenimiento de dos modos intrincados en una misma experiencia que converge en el seno de la constitución del sujeto.

Lacan define el estadio del espejo como una identificación, para señalar el alcance de esta fase, en el sentido de la transformación producida en el sujeto cuando asume -en este caso- la imagen especular. En este juego identificatorio en el que el sujeto se ve captado por una imagen suya y extraña a la vez, puede encontrarse una dimensión ficcional y una discordancia irreductible en cuanto a lo que denominará como su yo.

El hecho de que esta gestalt sea asumida jubilosamente por el infans, cautivo todavía en la impotencia motriz y en dependencia de la lactancia descubre de un modo privilegiado una compleja situación. Es en el encuentro con esta imagen donde se perfila la función del otro en la afirmación de lo que en ese momento se llamará yo, un yo en status nascendi. El sujeto se encuentra suspendido de su imagen especular pero marcado por la mirada del otro desde la cual se ve. Alienación en la imagen y reconocimiento de su cuerpo a través de un otro, fundan instancias estructurales y subyacen a la constitución misma del sujeto. Esta imagen -puntual- Lacan la denominará imago[*] retomando el término que Melanie Klein había reintroducido en el léxico psicoanalítico. Es a través del concepto de imago que Lacan nos introduce plenamente en el registro imaginario. Sin embargo este imaginario emerge anclado en lo simbólico.

Es en el año 1955, en su trabajo "La carta robada"[2] y en el seminario Las psicosis, al elaborar y trabajar con el esquema L, que introduce una articulación entre el orden simbólico y el orden imaginario.

En este esquema, el eje simbólico está expresado en el vector AS y se actualiza cada vez que el Sujeto se dirige al Otro, el Otro como tesoro de los significantes. El eje imaginario, representado por el vector aa', remite a la imagen especular del estadio del espejo, relación al semejante, cuyo carácter alienante y mortífero es resituada por la relación del Sujeto al Otro. Otro que se erige más allá de la relación al semejante.

En "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", Lacan introduce el esquema R[3], en el cual ya no será solo el eje imaginario el que se interpondrá entre S y A .En un montaje más complejo que incluye imaginario y simbólico, la función del esquema R, es mostrar el ensamble de los registros imaginario, simbólico y real para dar cuenta de la constitución del sujeto.

Se puede leer este esquema, haciéndole corresponder al triángulo que sirve de base al cuadrado, el registro simbólico donde en el vértice que corresponde al Otro, se ubicará el Nombre del Padre. Es la primera aparición en un esquema de este significante.

El triángulo superior, grafica el registro imaginario, donde el vértice en que aparece el sujeto esta indicado por el falo. Ambos triángulos enmarcan la realidad que no es lo Real, donde podría verse cómo la realidad es ceñida por lo imaginario y lo simbólico y al mismo tiempo es en esos dos registros representados en sus respectivos triángulos donde se despliega la metáfora paterna.

Justamente es su efecto, la significación fálica, lo que inscribe una posición para el sujeto. El Nombre del Padre, vehiculizado a través del deseo materno, preside la metáfora cuya operación repercute en el sostén del campo de la realidad.

La condición del sujeto, neurosis o psicosis, se relaciona con la presencia del padre en el lugar del Otro, como lo señala el esquema R, en "De una cuestión...". Pero esta presencia lo es de significante. Es así en tanto si la madre desea al padre, es porque él posee, lo que a ella le falta, el falo, ese movimiento hace del deseo de la madre un significante, y el falo será el significado de ese significante. El Nombre del Padre deviene el significante privilegiado para significar el deseo de la madre.

El Nombre del Padre como forcluido es, en este momento de la enseñanza de Lacan, lo que permite fundar el acceso a la psicosis. La relevancia de este significante, está dimensionada de modo que su falta determina la psicosis, como en el caso Schreber. El valor de este significante puede deducirse de esta afirmación: "Para ir al principio de la preclusión (Verwerfung) del Nombre del Padre, hay que admitir que el Nombre del Padre redobla en el lugar del Otro el significante mismo del ternario simbólico, en cuanto constituye la ley del significante"[4]. En un doble estatuto el padre aparece integrando el ternario simbólico y a su vez como garante de ese registro que conforma la estructura. Es desde esta posición que se erige como condición de posibilidad de la existencia de los otros significantes.

En este momento de la elaboración de Lacan, podría pensarse, que el Otro del Otro existe. Estatuto que se revelará como problemático, para elaborar la noción de lo que falta en el A simbólico.

Dirimir estas cuestiones tendrá implicancias vinculadas a la función del padre.

El aporte de Lacan en "De una cuestión...", es la promoción de la determinación significante en las psicosis. Por otra parte es el único texto -junto con el Seminario III- que Lacan dedica exclusivamente a la psicosis. Los seminarios RSI y El Sinthoma, introducirán aportes que permitirán releer las estructuras clínicas de un modo totalmente nuevo.

 

Hacia el padre real

Con el seminario La relación de objeto[5], Lacan responde a distorsiones conceptuales que se producían en el seno de la comunidad psicoanalítica, avocada a delimitar cualidades de un objeto que estaba esencialmente perdido. Por esa razón Lacan dirige su búsqueda hacia las modalidades que asume la falta de objeto.

La falta, articulada a los tres registros, le permitirán cernir una respuesta a una pregunta que atraviesa el seminario, ¿qué es un padre?

La relevancia de la noción de falta se ha de situar en torno de la castración, que es el nombre de la falta que ningún objeto puede obturar. Es la madre quien presentifica este tema, ella es quien aparece como sujeto correlativo de una falta, la de un objeto privilegiado, el falo simbólico, y es en torno a esta falta que Lacan correlaciona las operaciones y sus efectos en el capítulo que le dedica al Complejo de Edipo.

Operación Falta Objeto Agente
Privación R S I
Frustración I R S
Castración S I R

En el lugar correspondiente al agente encontramos diferentes estatutos del padre: Imaginario, Simbólico, Real. Lacan define al padre simbólico como el elemento constante en la estructura, en relación con el cual se organizan el resto de los significantes. Por otra parte lo sitúa como la clave del drama edípico.

El padre imaginario es con el que siempre nos encontramos, a él se refiere toda la dialéctica, la de la agresividad, la de la identificación, y la de la idealización, a través de la cual el sujeto accede a la identificación con el padre. Lacan agrega que es el padre terrorífico que reconocemos en el fondo de tantas experiencias neuróticas, y que no tiene relación alguna con el padre real del niño. Por otra parte, es al padre real a quien le confiere la función central en el complejo de castración.

Es muy claro cómo Lacan diferencia al padre imaginario del padre de la realidad, sin embargo no sucede lo mismo con el padre que opera en la castración: padre real y el padre real como referido a la realidad.

Sin embargo, cuando tomamos la tabla para articular la castración con los otros ítems, resulta que el padre real es el agente de esta operación, que se produce en el registro simbólico y cuyo objeto es imaginario. Puede despejarse de este modo que este padre real no es el padre de la realidad.

Podemos vislumbrar una articulación entre padre real y padre simbólico, cuya razón podemos pesquisar a través de esta cita: "El único que podría responder absolutamente de la función del padre como padre simbólico sería alguien que pudiera decir como el Dios del monoteísmo Yo soy el que soy, "pero esta frase que encontramos en el texto sagrado no puede pronunciarla nadie literalmente"[6]. La razón es que el padre simbólico no está en ninguna parte. Si este padre es inhallable, es porque la esencia del principal drama introducido por Freud se basa en una noción estrictamente mítica.

Entonces el padre simbólico es una necesidad de construcción arraigada en el mito, es el significante del Nombre del Padre. Aunque estas afirmaciones corresponden al Seminario IV, reflejan el alcance de la investigación que Lacan había realizado en el campo de la psicosis. Es interesante observar que el pasaje al campo de la neurosis, desplazó la hegemonía que hasta ese momento había concitado el Nombre del Padre como significante del padre simbólico.

En el marco del caso Juanito, en este mismo seminario, quedan definidas algunas conclusiones que serán retomadas muchos años más tarde. Una es que el padre aparece, como lo ejemplifica el caso, discordante respecto de la función. La otra es que la fobia como síntoma le permite a Juanito hacer una suplencia del Nombre del Padre. Si el síntoma puede tener el lugar del Nombre del Padre, quizás el Nombre del Padre está vinculado con el síntoma, vertiente que será desarrollada en los años setenta, con la teoría del sinthome.

 

Otra dimensión del padre simbólico

A propósito de la triangulación que se manifiesta en el desarrollo del Edipo, es interesante rescatar un aporte de J.A. Miller[7], quien retoma una parte del esquema R, donde encontramos los dos triángulos, uno precedido por el falo y el otro por el padre.

Lo que señala, es cómo el falo en función de mediador en la relación madre-niño, se ubica como tercero. El falo está antes que el padre, el falo está siempre presente en la relación madre-hijo, pues no existe la dualidad. El padre, entonces, entra como cuarto. Es así porque a lo que apunta el deseo de la madre es al falo. De tal manera que, el esquema de Lacan, antes de componer el cuadrángulo, muestra que la relación madre-hijo está referida al falo.

Esta introducción es pertinente para situar la metáfora paterna, en tanto Lacan la formaliza para dar cuenta de aquello que permite acceder a la significación fálica, entramada en el Complejo de Castración.

El concepto de castración subyace en la expresión deseo de la madre, simbolizando lo que le falta; con el Nombre del Padre, esta falta se transfiere a la significación del falo.

Así, cuando en la madre, que constituye la simbolización primordial en la que el niño afirma su deseo, surge ese algo más que le hace falta, y que conforma todo el orden simbólico del cual ella depende, se prefigura a partir de la alternancia presencia-ausencia, el lugar del deseo del Otro, en cuyo horizonte se encuentra el falo constituido como símbolo.

El Nombre del Padre, significa, otorga sentido al -en este momento- enigmático deseo materno, tal como vemos en la fórmula:[8]

NP DM   NP A
---- ---- =   ----
DM X     Ф

¿Qué expresa la metáfora? Una sustitución significante[9]; su aporte muestra que el padre puede introducirse como un dato del discurso.

La función del padre en el complejo de Edipo, es la de ser un significante que sustituye al primer significante materno. De este modo se reconduce la vía simbólica a la vía metafórica.

Cuando se realiza la sustitución, y el Nombre del Padre ocupa el lugar del deseo de la madre, el niño renuncia a ser el falo de la madre, con lo cual se posibilita su entrada en el mundo simbólico. La función del padre no sólo otorga un sentido al deseo de la madre, sino que el conjunto de los significantes es sometido a la significación fálica.

La tríada ya no se definirá alrededor del padre real, simbólico e imaginario, como en el Seminario IV, sino en los tres tiempos que constituyen el Edipo.

Así, en el primer tiempo[10] todo parece desenvolverse entre el niño y la madre, sin embargo, sin la función de la falta, difícilmente se podría pensar que el niño la colme imaginariamente. Entonces tenemos la identificación al objeto del deseo de la madre. Encontramos en este tiempo el falo (simbólico) funcionando como la razón del deseo, el hijo creerá que en tanto falo imaginario, puede detener la metonimia del deseo de la madre. El padre en este tiempo es una presencia velada e implícita.

El segundo tiempo corresponde al padre privador, el que dice no a la supuesta omnipotencia materna, la legalidad paterna se impone a través de la palabra de la madre.

En el último tiempo aparece un padre permisivo y donador; dice Lacan: Es en esta medida que el tercer tiempo del Complejo de Edipo puede ser franqueado, es decir la etapa de la identificación en donde se trata para el niño de identificarse al padre, poseedor del pene, y para la niña, reconocer al hombre en tanto él lo tiene.

El complejo de Edipo tiene una función normativa, no simplemente en la estructura moral del sujeto ni en sus relaciones con la realidad, sino en la asunción de su sexo.

En este seminario Lacan retoma lo que planteaba en el seminario anterior, establece una equivalencia entre el Nombre del Padre y el padre simbólico. Si los ponemos en continuidad, podemos afirmar que el padre real queda investido por la función del padre simbólico.

Así, analizando la función paterna, tanto en el mito como en la metáfora, busca despegar la función de la persona del padre. Por eso se podría afirmar que el padre existe incluso sin estar. De este modo Lacan desestima la versión ontológica del padre. Efectivamente, la presencia queda referida al significante del Nombre del Padre, aunque en este punto conviene hacer una salvedad, porque la presencia de significante surge en función de una necesidad de la estructura. Cuando sitúa a la castración en el corazón del Edipo, lo que Lacan busca es hacer operar este concepto lógicamente, ya que su idea es que la castración responde a una necesidad del sujeto de recurrir a un principio de sustitución, el cual ya está inscripto en el registro de la ley del lenguaje bajo la figura de la metáfora.

Y es en este nuevo sentido del padre como instrumento que puede entenderse la afirmación siguiente: "El Nombre del Padre hay que tenerlo, pero también hay que servirse de él".[11]

A partir de este seminario queda planteado un dilema. Cuando decimos que el deseo de la madre es el significante que vehiculiza el Nombre del Padre, podemos expresarlo con el siguiente matema:

S (Ⱥ) ->> NP

El padre aparece alojado en un punto de falla de la estructura, de tal modo y paradójicamente, la vía que despeja su surgimiento también lo pone en cuestión.

 

Más allá del Edipo

Cuando Lacan examina los mitos freudianos en el seminario El reverso del psicoanálisis, encuentra que la muerte del padre aparece como un tema central.

La muerte o el asesinato como modo de acceder al goce, instala una contradicción en tanto el goce se convalida como interdicto por la misma muerte del padre.

Pero ¿qué significa esta muerte?

Padre muerto como condición de goce, afirmación que se presenta como el signo de lo imposible, como lo real. Lo real enunciado como lo imposible.

Justamente Tótem y Tabú, uno de los mitos freudianos que Lacan trabaja en este seminario, recubre e indica la verdad de una estructura lógica que se topa con un imposible, padre muerto y goce como una equivalencia. Lacan lo expresa así: "Que el padre muerto sea el goce es algo que se nos presenta como el signo de lo imposible mismo. Y aquí volvemos a encontrarnos con estos términos que defino como los que fijan la categoría de lo real, lo real es lo imposible".[12]

Lacan encuentra en el padre real la resolución que le permite hacer este viraje. Padre real que encarna la función de operador estructural, retomando de este modo lo que había formulado en el seminario La relación de objeto: el padre real como agente de la castración. Sin embargo este padre no es más que un efecto del lenguaje. Porque el padre real, si lo entendemos como refererido a la realidad, es imposible. Es en este sentido que debe entenderse la castración como la operación efecto de la incidencia significante. De este modo, Lacan resitúa el concepto de castración.

"Todo el esfuerzo antiedípico de Lacan fue el de distinguir las dos castraciones, la original, que surge de la confrontación del goce con el lenguaje, y la edípica, donde la castración se sitúa como simbólica e imaginaria. Esta última es derivada, subordinada a la primera. Y en eso el padre muerto es un mito, es la confusión de las dos castraciones"[13]. En este momento el padre muerto ha dejado de ser el padre simbólico. Ahora bien, si el padre real es el agente de la castración, y a su vez la castración es efecto del lenguaje, entonces el padre ha sido él mismo, y desde el origen, objeto de la castración.

Si avanzamos en esta línea, podemos contextualizar la castración como operación cuyo agente es el padre real, y el objeto de la falta el falo imaginario, en el contexto de que ésta, como las operaciones de frustración y privación, muestran el carácter no natural de la sexualidad, revelan la razón por la cual no hay relación sexual, puesto que, en su relación con la sexualidad, el sujeto demuestra carecer de la referencia que pueda asegurarle esa relación, le falta un objeto real, en la medida en que en la sexualidad el sujeto no es tomado a título de su ser real.

Lo que la histérica desmiente es justamente que no hay relación sexual, sostiene al padre impotente, en su afán de verificar que habrá uno que justifique la excepción, en Freud se oye el eco de este discurso, los mitos son los dialectos que expresan esa verdad, la del padre salvaguardado de la castración.

La idea de poner al padre omnipotente en el principio del deseo, dice Lacan, queda suficientemente desmentida por el hecho de que ése es el deseo de la histérica cuyos significantes amos Freud extrajo.

Lacan dice sobre este punto: "Reconocemos, más allá del Edipo, un operador estructural, llamado el padre real, con la propiedad de que a título de paradigma, es también la promoción, en el corazón del sistema freudiano, del padre de lo real, que pone en el centro de la enunciación de Freud un término de lo imposible".[14]

Del mismo modo que la histérica, Freud daba consistencia al padre idealizado, el Complejo de Edipo opera redoblando el anhelo de la histérica de producir un saber con pretensión de verdad, quiere el saber como medio de goce, para que sirva a la verdad del amo que ella encarna.

/ S S1 S1 / S sujeto del inconsciente
--> ----    
  S2 a plus de gozar
    S1 los significantes amo trabajando
      para producir
    S2 un saber

El sujeto dividido encabeza el discurso histérico. En el lugar del agente, el lugar desde donde se ordena, orden que se representa con la flecha dirigida hacia el S1 del Amo. Sin embargo la verdad de la histérica no es la división sino el a, situado precisamente en este lugar.

El discurso en que la división del sujeto da la verdad del discurso, es el discurso del Amo:

S1   S2
---- --> ----
  a

La histérica se vale de su división llevada al semblante para exigir que aparezca la verdad del Amo, que es la castración.

Lacan rescata el valor discursivo de la histérica, en cuanto ella nos revela la verdad del discurso del Amo: que el goce le concierne al esclavo, y porque ella además, mantiene la pregunta por lo que constituye la relación sexual.

En cuanto al padre real, lo que hace de él lo esencial es la castración, y justamente es en relación con ella que hay un orden de ignorancia feroz en el lugar del padre real.

Lacan ya había señalado en este mismo seminario El reverso del psicoanálisis, que el goce separa al significante amo, en la medida en que se quiera atribuir al padre este significante del saber en tanto verdad. Si tomamos el discurso del analista, el obstáculo que constituye el goce se encuentra entre S1 y S2.

a  
---- --> ----
S2   S1

En este punto podemos ubicar al padre como el S1, que permite articular qué ocurre verdaderamente con la castración, y señalar que es el padre quien no sabe de la verdad.[15]

Este es un punto de anclaje que permite derivar algunas conclusiones: como Lacan nos señala, el pasaje del mito a la estructura, este más allá del Edipo, es en el discurso del analista como opuesto al discurso del Amo, donde algo respecto del padre se puede despejar: su condición de ignorancia.

Esta es la distancia que marca este momento de viraje respecto del padre edípico freudiano. Si Freud mantuvo como estandarte el lugar del padre, rescatándolo de los testimonios de sus propios pacientes, Lacan recaba esta verdad en el discurso de la histérica para señalar: "La relación del padre con el amo es de lo más lejana".[16]

Con el reconocimiento de esta distancia y con el pasaje del discurso histérico al discurso del analista, Lacan propuso una estructura que hizo desaparecer el escenario donde Freud había desplegado la particularidad de su deseo.

Por otra parte la reconducción del padre a ese S1, que figura en el discurso como un cuarto elemento, nos permite vislumbrar las transformaciones que Lacan está elaborando en este momento de máxima logicización, que luego reencontraremos en su desarrollo de la topología, cuando la estructura dará cuenta del Nombre del Padre a través del cuarto nudo.

 

Los Nombres del Padre

Dice Lacan en la única clase que dictó del seminario "Los nombres del Padre": "El sentido de una enseñanza es que nunca se atrapa", y para ir en el sentido de lo que busca transmitir, nos deja con esa única clase, con la cual comenzó y terminó el seminario.

La razón de esta inesperada decisión está en los hechos que lo rodearon: la separación de Lacan de la lista de analistas didactas de la IPA. Este hecho que tuvo tanta trascendencia dentro de la historia del psicoanálisis, remite a la interrupción de lo que se había anunciado el año anterior como "Los nombres del Padre".

De este modo algo del azar devino real, en el sentido del aforismo que Lacan había hecho suyo "yo no busco, encuentro", así estos acontecimientos quedaron tramados en el desarrollo de los conceptos referidos a los Nombres del Padre.

Sin embargo, en el seminario "La angustia", ya Lacan encuentra otra vía para abordar la función paterna. Se pregunta cómo un padre por cuyo intermedio se operó la normalización del deseo en las vías de la ley, pudo haber estado asociado al mito freudiano, como aquel cuyo deseo sumerge, aplasta, se impone a todos los demás.[17]

Tal vez, la pervivencia del mito, esté referida a que el padre es un sujeto que ha llegado lo bastante lejos en la realización de su deseo. El padre no es causa suí, en consecuencia puede pensárselo como causado.[18]

En el seminario RSI lo expresa más rotundamente: "Un padre no tiene derecho al respeto, sino al amor, más que si el dicho amor, el dicho respeto está pere-versement[*] orientado, es decir, hace de una mujer objeto a minúscula que causa su deseo".[19]

Es en este seminario y en el XXIII donde Lacan se vale del nudo borromeo como un instrumento que le permite realizar dos formalizaciones: que el nudo no es la realidad, sino lo real, y que el nudo es el soporte de la estructura del sujeto.

Dice en RSI: "Tuve inmediatamente la certidumbre de que ahí había algo precioso para mí, relacioné ese nudo borromeo con lo que desde entonces se me aparecía como anillos de cuerda, con esas tres consistencias particulares, con eso que yo había reconocido desde el comienzo de mi enseñanza".[20]

El anudamiento instala una equivalencia entre los tres registros (real, simbólico, imaginario) que dan cuenta de la estructura, donde cada uno tiene la misma jerarquía que los demás. Pero la estructura es real, la posibilidad de identidad de cada registro surge del ser nombrados. Por otra parte, en cada uno de los círculos, también podemos ubicar lo imaginario en la consistencia, lo simbólico en el agujero, y lo real como lo ex-sistente, lo que esta fuera de. Sin embargo al final del seminario RSI, pasa del nudo de tres al nudo de cuatro, el objetivo es lograr una estructura más estable, en el anudamiento de cuatro, la nominación es el cuarto elemento, es también lo que nos permite diferenciar los registros. La nominación es diferente del Nombre del Padre, denota suplencias al defecto de la instancia paterna.

Lo propio de la nominación es el nombrar, "Nombrar es un acto", que Lacan señala como una función inherente al padre. En una de las últimas clases de RSI, lo dice así: "Es preciso lo simbólico para que aparezca individualizado en el nudo ese algo que yo no llamo tanto el complejo de Edipo, yo llamo a eso el Nombre del Padre, lo que no quiere decir nada más que el padre como nombre, no solamente el padre como nombre, sino el padre como nombrante"[21]. Esta perspectiva nos señala un estatuto diferente para el padre, ubicado ahora en el lugar de S1, a diferencia de la metáfora paterna, donde advenía como S2 en tanto nombrado por la madre.

Lacan habla de la nominación simbólica, real y la imaginaria, las correlaciona con el síntoma, la angustia y la inhibición. Los tres registros, pero ahora articulados a la nominación, para introducirnos a un cuarto. Es el cuarto que anuda Real, Simbólico e Imaginario. Es el Nombre del Padre como cuarto. "El cuatro es (....) lo que sostiene lo simbólico con aquello para lo que está hecho, a saber el Nombre del Padre. La nominación es la única cosa que estamos seguros hace agujero"[22]. Esta función de la nominación también retoma la función del significante en la metáfora paterna, como lo que cava un surco en lo real, como introduciendo una falta en lo real.

Ya al comienzo del seminario XXII, Lacan señala que el Nombre del Padre es equivalente a la realidad psíquica, luego realiza la equivalencia con el complejo de Edipo, ambos situados en posición de cuartos, respecto de la estructura.

En este contexto, los Nombres del Padre remite a todo aquello que ocupa el cuarto término.

"El padre es ese cuarto elemento, ese elemento cuarto sin el cual nada es posible en el nudo de lo simbólico, de lo imaginario y de lo real. Pero hay otra manera de llamarlo, y es ahí donde remato hoy lo que sucede con el Nombre del Padre en el grado en que Joyce da testimonio de él -con lo que conviene denominar el sinthome"[23], el sinthoma, así lo enuncia en la conferencia que dio en la Sorbona en un homenaje a James Joyce, cuando había finalizado el seminario RSI y estaba por comenzar el seminario XXIII. Si Joyce es el nombre del síntoma, en el sentido de que él se inventa un nombre propio, es un nombre propio que suple al Nombre del Padre, encarna el síntoma, como lo que hay de singular en cada individuo.

La creación, su saber hacer, está vinculado a producir algo que no está en el Otro. La condición de la creación es que el sujeto sepa que el Otro no existe. Desde muy joven, Joyce se marca un camino que le permita expresar su singularidad: "No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo en vida y arte, tan libremente como sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia"[24].

Joyce busca hacerse un nombre, este deseo aparece como correlativo a la carencia paterna. El escritor lo expresa en una carta que escribió a Ezra Pound: "Me amó mucho; y más conforme envejecía, pero a pesar de los sentimientos que yo sentía hacía él, nunca me atrevía a regresar al terreno de los enemigos".[25]

Su padre, su patria, su relación con ellos, forman parte de lo que constituyó su exilio. Un exilio que lo dejó por fuera del lenguaje. Tal como lo señala cuando dice que para escribir Finnegans Wake, puso a dormir el lenguaje. Pero es precisamente su relación con lalengua, el verdadero núcleo traumático, lo que le permite ubicarse como escritor, la escritura es la que le restituye su significado.

Joyce el síntoma con su artificio le permite a Lacan releer muchos conceptos que él mismo había forjado. Ya no habla de metáfora paterna, en la que el Nombre del Padre era efecto de una sustitución, al síntoma lo singulariza la nominación. En tanto en la metáfora paterna, el sujeto era resultado de un efecto de significación, las suplencias en el marco de la nominación, no producen significación, funcionan como S1, no hacen cadena -significante-, sino que anudan.

Como se pudo ver a través de los momentos tomados como más significativos de su trabajo sobre la función paterna, como significante Nombre del Padre, del padre como operador estructural, o del padre efecto del deseo, Lacan traza un camino en cuyo horizonte se perfila la prescindencia del padre. Cuando Lacan se vale de Joyce ¿no nos está señalando acaso el núcleo de la creación fundamental, sugerida en el seminario V, "el Nombre del Padre hay que tenerlo pero también hay que saber servirse de él" ?

Respecto de los tres registros, dice Lacan: "Después de haber hablado mucho tiempo de lo Simbólico y de lo Imaginario... lo que es importante es lo Real".[26] Podemos pensar que el nudo borromeo es real, es irreductible, ya que si cortamos uno de los círculos los otros quedan sueltos. Por otra parte si tomamos el redondel correspondiente al registro real, queda como ex-sistente respecto de los otros dos. En este mismo círculo nombrado como real, tenemos la consistencia imaginaria que circunvala y un agujero, lo simbólico.[27]

Cuando Lacan se refiere al padre borromeo en RSI, dice: "Hay uno que como agujero sostiene a todos"[28], de este modo nos enfrenta a un límite, el hecho de que esta marca significante marca una ausencia.

Joyce suplió la carencia del Nombre del Padre de manera particular, puso en acto el cuarto nudo a través de su escritura, realizó su filiación con su nombre de escritor. Es en este sentido, que puede entenderse el final de Retrato del artista adolescente, cuando Joyce dice: "Salgo a buscar por millonésima vez la realidad de la experiencia y a forjar en la fragua de mi espíritu la conciencia increada de mi raza".[29]

El padre, como síntoma, como cuarto término, es el padre real, no en el registro de lo real, sino como lo ex-sistente, y permite entender desde otra perspectiva la frase: "prescindir del padre a condición de servirse de él" que podemos articular con el artificio armado por Joyce. Lacan señaló en el seminario XVII, a propósito de Freud, la posición de amor eterno al padre. Con las formalizaciones de RSI y "El Sínthoma", Lacan pone en acto esta prescindencia que él mismo trabaja en el escritor. Lo realiza –como señala J.A.Miller- abandonando el respeto religioso hacia los conceptos freudianos e implementando su uso científico.[30]

NOTAS

* Jung introdujo este término cuya utilización impuso M. Klein, quien le confirió su impronta.
** Lacan juega con padre versión.

  1. J. Lacan, "El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica", Escritos I, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 1988, p.87.
  2. J. Lacan, "El seminario sobre la carta robada", Escritos I, Siglo XXI editores , Buenos Aires, 1988, p.47.
  3. J. Lacan, "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", Escritos II, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 1987, p. 534.
  4. J. Lacan, "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", op. cit., p. 559.
  5. J. Lacan, Seminario IV: La relación de objeto, Paidós, Buenos Aires, 1998.
  6. Ibíd., p. 212.
  7. J.-A. Miller, Elucidación de Lacan, Paidós, Buenos Aires, p.435.
  8. J. Lacan, "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", op. cit. p. 539.
  9. J. Lacan, Seminario V: Las formaciones del inconsciente, Paidós, Buenos Aires, 1999, 179.
  10. Ibíd., p. 185.
  11. Ibíd. , p.160.
  12. J.Lacan, Seminario XVII: El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1996, p.131.
  13. J.-A. Miller, Elucidación de Lacan, op. cit. p. 398.
  14. J. Lacan, Seminario XVII: El reverso del psicoanálisis, op. cit. p. 131.
  15. Ibíd. p. 138.
  16. Ibíd. p. 105.
  17. J. Lacan, Seminario X: La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 364.
  18. Ibíd. p. 364.
  19. J. Lacan, Seminario XXII: RSI, clase del 21/1/75, inédito.
  20. Ibíd. clase del 18/3/75.
  21. Ibíd. clase del 15/4/75.
  22. Ibíd. clase del 15/4/75.
  23. J. Lacan, "Joyce el Síntoma", Uno por Uno, nº 44, Eolia, Barcelona, Buenos Aires, 1997.
  24. J. Joyce, Retrato del artista adolescente, Hyspamérica Ediciones Argentinas, Buenos Aires, 1983, p. 296.
  25. R. Ellmann, James Joyce, Anagrama, Barcelona, 1991, p. 717.
  26. J. Lacan, Seminario XXIII:El Sinthoma, clase del 9 de marzo de 1976, inédito en español.
  27. J. Lacan, Seminario XXII, RSI, clase del 17/12/74. inédito.
  28. Ibíd., clase del 15/4/75.
  29. J. Joyce, Retrato del artista adolescente, op. cit. p. 303.
  30. J.-A. Miller, Comentario del Seminario inexistente, Manantial, Buenos Aires, 1992, p. 18.
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