Febrero 2006 • Año V
#14
Dossier Depresión

Adolescentes, depresión y modernidad

Piedad Ortega de Spurrier

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Adolfo Nigro
Expuesta en la Muestra de Virtualia, Palais de Glace, agosto 2005.

En este trabajo se trata de explicar las manifestaciones sintomáticas depresivas de los púberes, en función tanto de factores estructurales como de aspectos vinculados a características de la sociedad actual.

"Estar deprimido", "estar bajoneado", son los términos más comunes que nos toca escuchar cuando recibimos a adolescentes que muestran su tensión deseante aplanada; un malestar muchas veces poco localizado producido por un desfallecimiento del sujeto del inconsciente, que hace que éste se ubique bajo el peso de un goce que lo inscribe en un fuera del tiempo y lo enfrenta con el vacío que es él mismo. Esta inercia hace que, en ocasiones, estos estados puedan pasar un tanto desapercibidos o enmascarados bajo quejas somáticas, dificultades escolares, inestabilidad, enojo, repliegue sobre sí. En otras, puede aparecer bajo la forma de un lamento sobre un estado de abatimiento, de un vacío de sentido de la existencia o un dolor inamovible que, mostrando lo que es imposible de soportar, no se sitúa en las coordenadas significantes del encuentro por el que el sujeto ha sufrido tal conmoción.

Desde luego, ya que la pubertad es una época en la que se reactualizan las posibilidades de efectuar un número importante de elecciones y una rectificación retroactiva de lo que en el tiempo lógico de la infancia se construyó, resulta inminentemente traumática. Ese proceso de verificaciones y opciones pone al púber ante la posibilidad de volver a elegir en todos los aspectos y le hace pensar que "todo es posible"; pero se choca con que el acto de la elección hace imposible esa posibilidad. Entonces, la castración con su concomitante de angustia, se pone al día.

El Psicoanálisis va a plantear que, del lado de lo posible, se ubican un buen número de respuestas que los púberes inventan para responder a lo inevitablemente perdido, el objeto a. La elección del objeto amoroso, cuyos indicios vienen desde la infancia, se hace inminente. También la elección de una posición sexuada más allá de los atributos biológicos define el lugar sexual y la forma de responder al Otro, no solo en dicho plano sino también en lo social y su incidencia sobre la estructura misma del sujeto.

Del lado de lo imposible o de lo innombrable, se trata de lo real entendido como la no relación sexual. Para los adolescentes, la inminencia del encuentro con una sexualidad distinta a la de la infancia marca una urgencia que va impregnada de la ausencia de un saber instituido entre un hombre y una mujer, a pesar de todas las revistas, talk shows, y la cibernética que intentan dar una respuesta.

Ante la insuficiencia de los saberes de la infancia, se produce una contusión en las certezas que hasta este momento reglaban la existencia del joven y su modo de responder a los nuevos enigmas que le presenta el Otro. En suma, si la respuesta a los enigmas del deseo del Otro habían sido anteriormente a la pubertad del orden identificatorio, la circunstancia del púber es distinta: el Otro se muestra insuficiente, el Otro está castrado, a su vez él ya no sabe quien es. Es de esperar que bajo estas circunstancias se produzcan modificaciones fantasmáticas, aunque en el fondo se conserve su estructura.

La experiencia nueva con la sexualidad recapitula todas las antiguas pulsiones pero sobre un objeto nuevo que ya no son los padres o familia. Este encuentro que es siempre sorpresivo, pone en juego todas las referencias previas incluyendo las prohibiciones. Se trata de una encrucijada tan inesperada que en gran medida deja al joven sujeto con escasos recursos, entre estos, los de la palabra. Este encuentro que lo desborda y que sobrepasa su capacidad habitual de elaboración, modifica lo cotidiano de su vida en la que se sentía amparado. Y no solamente por la declinación paterna sino que, por efectos de la conmoción traumática, el adolescente es un extraño para si mismo y esa diferencia tan grande dentro de sí es difícil manejarla y peor respetarla, porque no puede hacerla coincidir con ningún saber previo. Se abre el abismo del sin sentido donde anidan la depresión y los fantasmas de muerte.

Para el Psicoanálisis cada sujeto tendrá que inventar sus respuestas frente a lo real del sexo y además aceptar que, después de todo, estas son siempre un poco fallidas. No hay una "para todos" homogenizante, tampoco existe "una para siempre"; esto es, que existe siempre la contingencia y la reinvención.

 

Adolescentes y depresión: Respuestas de la sociedad posmoderna

El sufrimiento, enmascarado o no, que se desprende del traumatismo y que para algunos púberes suscita este encuentro con lo inevitablemente perdido, responde a una lógica que escapa a la colectivización, a la homogenización. Sin embargo, no es esto lo que plantea ese amo moderno y sin rostro. La TV, la tecnología, que a grandes voces e infiltrando todos los resquicios de la intimidad, ordena. La dictadura de una globalización miope, cuya única mira es la superproducción de objetos de mercado que inducen a un falso sueño de bienestar, dispone de un "modo de ser" y de producir "tipo" en donde las particularidades de cada uno y las de su grupo étnico o social desaparecen.

Se trata de la producción de sujetos idénticos y transparentes cuyas elecciones están predeterminadas para evitar las sorpresas, los misterios, las angustias y las fallas. En suma, vender la idea que todo lo que el sujeto desea lo puede lograr… con un "clic", verdadera trampa donde el sujeto pasa a ser un objeto mas de la cadena de consumo, sin identidad, sin deseo.

A falta de una cierta identidad, que produce el deseo en el sujeto en tanto marca de una subjetividad, éste se convierte en un reflejo de los objetos siempre intercambiables y perecibles. Para esto, también la sociedad posmoderna fabrica una respuesta: la creación de todo tipo de tratamientos físicos y psicológicos que le devuelvan al sujeto, o que le construyan al púber, un sentimiento de poder, fortaleza y dominio sin fisuras: cirugías, entrenamientos físicos sin límites (iron-man), terapias de auto-afirmación, alimentos y bebidas energizantes. Por esto, es más común encontrarse hoy con jóvenes que no se sitúan frente a las dificultades a través de un conflicto intrapsíquico, que es lo propio de la neurosis, sino con un sentimiento de incapacidad o insuficiencia frente a estas exigencias que los sobrepasan. A ellos, que se encuentran contusionados en su fantasma ante la emergencia de lo real del sexo, las "grandes voces" de la posmodernidad le exigen ser un "Iron man". De todas formas, bajo una nueva cara, reaparece el conflicto con el ideal: entre lo que él es y lo que debe alcanzar, que reintroduce el tema de la angustia, la culpa y la depresión. Así, cuando el yo se siente frustrado en sus posibilidades de satisfacer a sus ideales, o ya no es posible sostenerse en ellos, es común que la tristeza sea el humor que refleja dicha diferencia. Entonces, no es que no existan ideales en la modernidad, sino que estos son anónimos, ya que las estructuras familiares hoy, conmovidas por las tensiones y cambios producidos de alguna manera por el capitalismo avanzado, trajo como consecuencia que los ideales comunitarios se transformen en un individualismo que facilita todo tipo de recomposiciones familiares, con una pérdida de las formas conocidas de la autoridad paterna.

Nuevas versiones de conflictos y síntomas aparecen, quien sabe si magnificados desde la dimensión del espectáculo de una pantalla televisiva que simula escucharlo y darle cabida… ¡Durante media hora y si tiene "rating"! Aunque no debemos de olvidar que, ya desde Freud, el padre siempre falló y que la relación con la madre se presentó teñida de una cierta dosis de angustia; y por ende, el síntoma es un modo de tratamiento de esas fallas. Por esto tampoco debemos pensar que cualquier pasado fue mejor.

Pero nuevamente la sociedad posmoderna tiene otra respuesta para aquellos que fracasan en el intento de responder a su ideología globalizante, la depresión, antes síndrome, es hoy enfermedad y para muchos significa que solo se cura con antidepresivos. Así, en un artículo del New York Times del 1 de noviembre del 2005, un médico, Keith Ablow, escribe: "Por no oponernos en forma suficientemente vigorosa al peligroso mito de que las medicaciones psicoactivas son la respuesta completa a la depresión y a la ansiedad, hemos permitido que la idea de que no necesitamos darle atención a nuestras emociones, como evidencia de las crisis de la vida y establecer sentidos reales y cruciales, y que no debemos escuchar nuestras voces más íntimas sino que debemos escuchar al Prozac".

 

Las respuestas del analista a la cuestión de la depresión

Sabemos que, desde el Psicoanálisis, la depresión es singular y que como entidad nosográfica no existe. Por ende, encuentra inaceptable unificar las manifestaciones depresivas bajo el término reductor de depresión. Freud en la "Introducción al Psicoanálisis", en el capítulo 17, establece una relación entre los síntomas particulares y su sentido histórico. Para Lacan, los tipos clínicos no pueden prescindir de la estructura, ya que los síntomas cambian y son históricos en sus manifestaciones debido a que están en función de la lengua y del discurso del tiempo y son trans-históricos en su estructura.

La clínica Psicoanalítica da cuenta, en términos de estructura, de las distintas formas de depresión que encuentra: inhibición, angustia, duelo, pasaje al acto, rechazo al inconsciente, etc. La experiencia analítica interroga cómo el sujeto hace uso del goce a través de los efectos depresivos que sufre.

Sin embargo, los padecimientos humanos han atravesado las paredes de los gabinetes de los analistas. Las tragedias y las catástrofes de la humanidad son expuestas instantáneamente de forma masiva por todo tipo de medios de comunicación, produciendo estados de pánico que no logran ser metabolizados a través de los lazos sociales, porque estos se encuentran devaluados o no hay tiempo para construirlos o mantenerlos. Se rebela así la figura de lo efímero, frente a los cuales, según Freud (1915), se destacan dos actitudes: rebelarse o producir un estado de dolor que conduce a la desvalorización y a la desinvestidura previa. El estado de duelo anticipado se produce cuando los sujetos toman conciencia sobre la fugacidad de los objetos que constituyen su mundo. A la angustia del futuro se articula la depresión que se refiere al pasado. Ante esto, en el sujeto surge un sentimiento de impotencia que contradice al deseo y que en la melancolía llega al punto de petrificarlo.

En el caso de los adolescentes, cuyo duelo con los patrones de la infancia los confronta a lo efímero que fueron sus certezas, a su vez se encuentran invadidos de nuevas tragedias y catástrofes que impiden vislumbrar un futuro promisorio. ¿Podrá el analista esperar sentado en su consulta a que estos jóvenes crean en su saber supuesto donde todo ya parece expuesto?. El analista de hoy es convocado a trabajar con jóvenes cuyos síntomas ya no permanecen en la intimidad de los consultorios sino que se constituyen como "problemas sociales". Ahora tiene la oportunidad de tomar una posición en ese debate que le permite una autoridad renovada. De esta forma, el Psicoanálisis estará a la altura de esta época y también podrá velar por aquellos que se interesan en esta experiencia, para convertir el malestar de la cultura en una oportunidad para suscitar y convocar a interlocutores válidos que, sacudiéndose de un pesimismo estéril, hagan recuperar la palabra en su poder de evocación y creación.

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