Febrero 2006 • Año V
#14
Encuentro Americano

Equipo de urgencias subjetivas

Guillermo Belaga

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Dominique Gromez
Expuesta en la Muestra de Virtualia, Palais de Glace, agosto 2005.

Coordinación: Dr. Emilio Vaschetto
Integrantes: Lic. Florencia Arellano, Lic. Mónica Bureau, Lic. Evangelina Irazábal, Lic. Jorge Faraón, Lic. Lucas Leserre, Lic. Ignacio Penecino, Lic. Verónica Schenone, Lic. Raúl Solari.

En este trabajo, el Equipo de urgencias subjetivas del Hospital Municipal de San Isidro, testimonia sobre la práctica del psicoanálisis en el ámbito de un hospital general polivalente.

¿A qué se denomina urgencias subjetivas? Este es el interrogante que recorre un desarrollo clínico y teórico acerca de las situaciones que pueden ser tomadas como "desbordantes". Estas situaciones remiten a las epidemias contemporáneas tales como trastornos de pánico, conductas impulsivas, trastornos adaptativos, etc… La lista es extensa: hay tantas urgencias como sujetos. Estos presentan a su vez, una constelación de fenómenos que los autores permiten reducir a dos fenómenos clínicos precisos. Dos, que no engañan: la certeza y la angustia. Tanto una como otra permiten recortar el fenómeno sobre la estructura.

Sobre el final, los casos clínicos permiten ingresar y recortar sobre el universo globalizado de las epidemias contemporáneas la aparición de los sujetos.

El presente trabajo tiene por objetivo ser un testimonio acerca de la práctica del psicoanálisis, como modalidad particular, en el ámbito del Hospital Municipal de San Isidro, institución que posee las características de un hospital general y polivalente. Es decir que recepta las demandas de una población numerosa y heterogénea, en cuanto al modo de presentación.

Conocemos el auge de epidemias tales como los trastornos de pánico, las conductas impulsivas, los trastornos adaptativos ... En fin, situaciones en apariencia desbordantes que nos impulsan a un trabajo teórico y clínico en pos de situar el orden verdadero de lo que llamamos urgencias subjetivas. La presentación así, en plural, responde al hecho de considerar que hay tantas urgencias como sujetos conminados a ellas.

El primer encuentro con los pacientes puede tener lugar en el ámbito de los consultorios externos o en la guardia, aunque básicamente acudimos al sitio donde emerja la crisis (en el ámbito de la interconsulta, del consultorio de otra especialidad o aún en el hall del hospital). Son personas que han llegado por sus propios medios -los menos- o bien traídos por sus familiares de modo espontáneo; en otros casos, llegan por claudicación de los dispositivos del primer nivel de atención. Estos modos de la llegada propician la recepción de pedidos iniciales sin una interpretación previa. Nos referimos al hecho de que cuando un paciente es catalogado de "mental" y en situación de urgencia es derivado a una guardia psiquiátrica, eso ya conforma un sentido previo instalado en la realidad efectiva del sufriente y/o de su entorno.

Preferimos, por tanto, hacer una lectura de esa realidad efectiva, tal como se manifiesta cada vez, para permitirnos un acercamiento a hechos clínicos que son propios de una época, que no casualmente E. Laurent y J. A. Miller llamaron "la época del Otro que no existe".

A diferencia de la clínica psiquiátrica, donde el algoritmo decisional es la convención a seguir, los principios en los que se orienta nuestra práctica se fundamentan en el esfuerzo por dar una respuesta al "mal vivir"[1]: un más allá de la enfermedad mental o el trastorno.

Luego, la creación de un dispositivo singular donde se puedan verificar los efectos de sujeto e investigar aquello que queda como operación entre el saber previo (de la doxa) y lo real de la experiencia.

El binomio que articula esta experiencia lo sintetizamos de la siguiente manera: se intenta situar ese fragmento de realidad efectiva con el que se presenta un paciente o quienes lo rodean, y se trata de dirigir una acción para obtener un efecto subjetivo ya sea en el paciente, su entorno o entre ambos.

Prácticamente toda la constelación de fenómenos que aparecen en la urgencia subjetiva pueden reducirse a dos órdenes clínicos emplazados en la estructura, fenómenos clínicos que no engañan: la certeza y la angustia.

-La certeza, situada en su costado más enigmático como son los fenómenos de significación personal, de xenopatía (extranjeridad o extrañeza) en el cuerpo o en el pensamiento y la perplejidad misma. Es decir fenómenos predelirantes.

-La angustia, como acontecimiento, como trauma y sus versiones: el pánico, el vértigo -entre otros- que presentifican la pérdida de la topografía imaginaria que organiza al sujeto en una ciudad.

A su vez, estos dos fenómenos conforman en la urgencia subjetiva una clínica correlativa, tanto para neurosis como para psicosis. En una, por la presentificación del enigma del deseo del Otro; en la otra, debido a la emergencia del Otro goce.

De tal manera que orientados por lo real, es que participamos en la producción de un sentido, ahí donde suponemos un sujeto que padece de la ausencia de referencias; proponiéndole un uso del tiempo y del espacio donde, en presencia, seamos los destinatarios del despliegue de la danza significante.

El equipo está integrado por psicólogos y psiquiatras y un trabajador social. De lunes a viernes funciona a partir de responsables para cada día. El seguimiento, tanto para los pacientes que quedan internados como para los que son recitados en forma ambulatoria, es realizado por los responsables de cada día. Lo que se transmite es la lógica de las intervenciones, mediante la comunicación verbal entre los integrantes del equipo. Esta modalidad permite sostener las coordenadas del caso entre lo múltiple (del grupo) y el uno (del estilo), hasta que la transferencia se instale, lo cual configura el fin de la urgencia subjetiva.

Sin embargo, cabe destacar que todo el trabajo es una clínica bajo transferencia de los profesionales con el psicoanálisis.

Es así que la tarea del equipo de urgencias subjetivas se dirige a cualquier sitio dentro de la institución desde donde se lo convoque. "Estar ahí", donde se manifiesta el paroxismo, la desorientación en la acción o el estupor, incluso de nuestros colegas médicos.

 

Los casos:

M, es una joven que fue llevada a la guardia por su madre y el marido de ésta. Presentaba un cuadro de perplejidad, profusión alucinatoria y agresividad. Esto último estaba dirigido hacia su madre y la pareja, a quienes señalaba como responsables por su sufrimiento y la consiguiente internación. Refiere que el hombre la insulta y le dice asquerosidades cuando nadie puede escucharlo ni verlo y que su madre lo consiente porque él es quien trae el dinero a la casa.

Notamos que en este caso particular la diacronía del seguimiento, que implicaba la rotación de los profesionales del equipo, obstaculizaba la producción de un lazo transferencial. Se le comunica entonces, el nombre del psiquiatra y del psicólogo que se harían cargo del tratamiento. Si bien ya los conocía, se los nombra frente a ella de este modo. También se le explicitó esta indicación a la familia. La trabajadora social organizó una reunión con los tres integrantes de la familia de M en la cual también participó el terapeuta designado. Este encuentro resultó útil para conocer cuestiones relacionadas a la organización familiar, informar sobre el padecimiento de M, y paralelamente, sostener ciertas indicaciones hacia la paciente que propicien la toma de distancia respecto de las discusiones.

Una vez que M es dada de alta de la guardia inicia las entrevistas individuales armando un lazo de amistad tanto con el psiquiatra como con el analista. Las entrevistas fueron orientando a M a que la venta de jabones que ella misma elabora le puedan permitir disminuir la dependencia económica que tiene creada con la pareja de su madre. A su vez, se pudo verificar que los temas ligados a la belleza –y tomados miméticamente de la madre- le proveen de un cuerpo y la alejan de las injurias del ambiente familiar, el cual se vuelve extraño e inquietante.

Sergio, salió del Tribunal de Familia y se dirigió directamente al HMSI. Se entrevistó con una psicóloga y esta convocó a un médico clínico. Éste lo escuchó, conversó con él y le recetó un ansiolítico. Sergio no pensó que su mujer llegaría tan lejos. Justo ahora que había decidido cambiar y desde hacía varios meses su actitud respecto de ella y de sus hijas era otra. Sin embargo ella decidía separarse. Al día siguiente ingresó por guardia con una intoxicación medicamentosa. Había tomado todos los comprimidos con la intención de terminar con el problema, pero finalmente terminando con todo. Somos convocados desde la guardia y durante tres días los integrantes del equipo fueron variando, mientras que la lógica de las intervenciones siguió siendo la misma. El sujeto en un primer encuentro había enunciado "al final, cuando peor estaba –refiriéndose a sus salidas nocturnas- era cuando mejor estaba –en relación a su partenaire-" Se decidió sostener la lógica de este sintagma, variando únicamente los portavoces del mismo. Hacia el cuarto día un integrante se acerca, con la misma lógica y Sergio dice: es la primera vez que escucho algo así. Creo que no voy a olvidarme de esto ni de usted. Sergio fue dado de alta de la internación y recibió en ese momento un horario para entrevistarse al día siguiente con el profesional que había individualizado. Continúa en tratamiento con una frecuencia semanal.

L. llegó a la guardia con un cuadro clínico caracterizado como "fiebre alta y deshidratación". Hubo un episodio de violencia con la hija con la cual convivía y a esto se le sumó una intoxicación con Madopar, una medicación antiparkinsoniana.

En el transcurso de la entrevista, la paciente dijo que padecía un "parkinson frisado", que ella no estaba loca y que no requería de internación psiquiátrica, que lo que ella tenía era "parkinson frisado".

El comienzo de esta enfermedad fue luego de que ella decidió ir a ver a su padre quien se había ido de la casa cuando ella tenía nueve años. Nunca más lo había vuelto a ver ni supo nada de él hasta unos pocos meses antes de decidir ese encuentro. Ella trabajaba como enfermera, y dice haberse dado cuenta de un "movimiento anormal" en su muñeca, a partir del cual se le impone la certeza de que tiene esa enfermedad y, a su vez, un saber acerca de su destino: terminará endurecida, sus pulmones dejarán de funcionar, luego los músculos involuntarios y finalmente dejará de respirar. El parkinson frisado le obliga a tener que pensar los movimientos antes de hacerlos hasta tal punto, que le fue dificultando sus tareas como enfermera por lo cual le piden una licencia en su trabajo. Desde entonces se encerró en su casa y dijo haber recibido llamadas telefónicas y escuchar a sus vecinos provocar ruidos en horas de la noche, por lo cual decidieron internarla durante un mes. Orientada por su certeza, desorientó a los neurólogos, y es en esa internación, que le confirman el diagnóstico de "enfermedad de parkinson".

Todo su mundo delirante se organizó alrededor del mecanismo de acción del Madopar, el uso de determinados alimentos que le proveen ciertas proteínas, y un libro sobre la enfermedad. Así encontró un asidero en esa patología como último bastión de sentido que le evitó precipitarse definitivamente en la catatonía.

En esta oportunidad, esa invención de un cuerpo "neurologizado", la estaba conduciendo a un riesgo serio de vida debido al abandono personal y al uso indiscriminado del fármaco antedicho.

El equipo de urgencia decidió dejarla internada, primero en guardia y luego en la sala, durante 10 días, con un seguimiento diario, que continuó luego del alta. Una de las indicaciones fue que la familia debía tener un asiduo contacto con el equipo y que L debía concurrir al Taller de Expresión Corporal con característica de rehabilitación, ya que el equipo no debía desconocer que L no establecía un pedido a salud mental, sino que sus motivos se debían a la literalización en el cuerpo del parkinson frisado.

Durante las entrevistas L. contó que los hijos le reprochaban que ella era una "madre fría", que nunca los "abrazaba". L. quedó viuda cuando sus tres hijos eran pequeños, nunca hubo otro hombre en su vida, ella trabajaba todo el día. Estos quedaban a cargo de su madre, que era, expresa L "una mujer muy fría". Dice: "yo nací en Brasil, ya somos tres generaciones de brasileños, tenemos ascendencia alemana. Ella (su madre) era rígida, yo también, no tengo para el baile la flexibilidad de los brasileños".

El sostén de las intervenciones en la diacronía del tratamiento y la apuesta al bien decir del sujeto, promovió que L. pudiera mover su cuerpo "abrigada" por el "calor" de los significantes que se fueron desplazando en presencia de los terapeutas. El hospital, el equipo de urgencias, el taller, la trata de una manera "cálida"; es así que ahora piensa que un día podría dejar el Madopar.

Su "rehabilitación" no es sin el asidero del Otro institucional, encarnado aquí en el equipo de urgencia, que en este caso singular puede hacer de "nexo", como ella bien lo dice, "entre su cerebro y sus miembros".

NOTAS

  1. Tal es el término que tomamos de J.C. Milner bajo el título El gran secreto de la ideología de la evaluación, Publicado en Le Nouvel ÂneN°2, Diciembre de 2003.
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