Julio 2005 • Año IV
#13
XIV Encuentro Internacional del Campo Freudiano

La pregunta por la eficacia terapéutica en psicoanálisis

Juan Fernando Perez

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Thereza Salazar - 2002
Serpes (mov I)
135 x 135 cm

El texto de Juan Fernando Perez tiene el valor de rechazar cualquier actitud evasiva ante el problema de la eficacia en psicoanálisis, abordándolo directamente en relación a su política, su ética y su clínica.
Tomando una noción de eficacia más compatible con el psicoanálisis que la noción proveniente del capitalismo, -aquélla de la China tradicional en la que la eficacia consiste en "permitir que advenga el efecto"-, definirá los elementos necesarios para una eficacia psicoanalítica: espera, neutralidad y kairos. Ellos le permitirán situar, en el nivel de la dirección de la cura, una eficacia simbólica y una eficacia real.
El trabajo sitúa con claridad la articulación de los conceptos, dando lugar a la definición de Miller del efecto terapéutico: "el efecto terapéutico es simplemente colocar al sujeto en la medida de poder soportar lo real".

Hay corrientes del pensamiento psicoanalítico que consideran extraviado todo interés que se le conceda a la eficacia terapéutica (que se derive de la práctica analítica). En el mejor de los casos ese interés sería marginal o anecdótico. Cuan extendida es esa posición entre los analistas, lo muestran, al menos de hecho, el olvido existente en el tratamiento del tema en una parte importante de la literatura analítica, o el desdén para referirse al mismo cuando éste es tratado, o la forma rápida y estereotipada con que no pocos analistas resuelven las espinosas cuestiones que el tema comporta. Se aducen varios argumentos para sostener una posición tal, pero ante todo se plantea la existencia de una contradicción esencial entre los fundamentos mismos del psicoanálisis y la asignación a éste de alguna pretensión terapéutica. También se aduce que el psicoanálisis sufrió un gran yerro cuando quiso buscar lo terapéutico como objetivo importante y que fue entonces cuando aparecieron las alianzas con el peor discurso normativo y de domesticación de los humanos de la época. Y en este sentido siempre se recuerda que ya desde Freud se había advertido al analista de la exigencia de prevenirse contra el furor de curar. Y en efecto, el psicoanálisis ha establecido en forma inapelable que el sujeto humano está constituido por algo incurable, y por tanto, sería posible afirmar que pretender adscribirle a su práctica una perspectiva terapéutica sería engañoso e implicaría renunciar al fundamento de su ética. El propósito de lo que sigue es examinar el por qué tal concepción es incorrecta, desde el punto de vista psicoanalítico, epistemológico, ético y político y conduce a situaciones que ponen en riesgo la existencia misma del psicoanálisis.

 

1. Sobre el concepto de eficacia

Para examinar el problema propuesto conviene disponer de una definición de eficacia, término éste inscrito de manera particularmente intensa en las entrañas más íntimas de la contemporaneidad. De acuerdo con diferentes usos de esta noción reconocidos ampliamente, hoy se la entiende en lo esencial como la capacidad para obtener resultados previstos, en el menor tiempo posible y con la mayor economía de medios.

Hablar entonces de eficacia implica en nuestro tiempo que un acto o una actividad deben cumplir con estas tres condiciones; es decir, con la obtención de resultados previstos, con la mayor economía de tiempo y con la mejor economía de medios posible para lograrlo. La falla en una de las tres condiciones hace dudosa una práctica, bien sea porque se dé una producción de importantes efectos indeseables o por la ausencia de resultados previstos, por una extensión muy prolongada del tiempo en el empeño, o por el empleo de recursos desproporcionados o extravagantes para la obtención del propósito. Así por ejemplo, un dolor suprimido en un lapso de tiempo excesivo o con medios insensatos, hace dudoso un procedimiento, por más de que se haya conseguido eliminarle. Los ejemplos se pueden multiplicar indefinidamente, y en todos los campos de la actividad humana, y en todos ellos las evaluaciones que hoy se hacen de la eficacia, tienen en cuenta de una u otra manera, esta concepción del problema. Una referencia visible para nuestra comunidad de lo anterior es la evaluación de las llamadas psicoterapias ordenada por el Estado francés en el año 2003, en donde es visible el peso que ha tenido allí la misma.

Resulta claro entonces que la eficacia, entendida de esta manera, es un objetivo esencial de la época actual, y que a todo arte o técnica, sea cual sea el campo al que pertenezca, se le exige ser eficaz, en el sentido señalado. Es importante añadir que para la contemporaneidad, la eficacia de un procedimiento o de una acción es aquello que en una medida muy significativa define los criterios de verdad del saber que se halla en juego en el acto juzgado, así como que la eficacia otorga autoridad a quien porta un saber eficaz, con todo lo que ello implica para una sociedad. Pero es necesario también tener en cuenta que todas las épocas y culturas le conceden un valor muy significativo a la eficacia y que ésta ha sido siempre, con razón o sin ella, fuente de autoridad y criterio de verdad para pueblos y para períodos históricos. No se puede por tanto reducir el asunto de la eficacia al discurso capitalista. Guerreros, chamanes, hombres de Estado, etc., han sido juzgados, respetados o vituperados a través de la historia por la eficacia con que actuaban. Aun más, la eficacia es privilegiada también por la sustancia viva misma.

Es conveniente no olvidar que la eficacia es un concepto que se aplica no solo a lo terapéutico, que ella se aplica los más diversos planos de la existencia. Es incluso condición de supervivencia, tanto biológica como social. También, como ya se anotó en este lugar, tiene una relación estrecha con las formas de demostración del saber para el otro y es en consecuencia una forma que suscita la creencia de haber demostrado algo en diversos ámbitos de la existencia; por ello tiene implicaciones con relación al lugar de la verdad. Y, como se anotó, es fuente de autoridad, incluso en psicoanálisis.

Los ejemplos para caracterizar lo anterior son múltiples, y van desde la eficacia o no del león al cazar, hasta la ineficacia de un gobierno o de un funcionario, de la presunta verdad de la magia porque cura, o de la autoridad del técnico en un campo específico porque resuelve problemas relativos al mismo.

A lo anterior conviene añadir que la eficacia no es, como tiende a pensarse rápidamente, un concepto que se aplique solamente a lo "favorable", a lo "positivo". Se puede decir que así como el león es eficaz cuando atrapa su presa, para la cebra cazada sigue siendo eficaz el león. Un verdugo puede ser muy eficaz en su acto y un virus lo es en su proceso de destrucción de células.

Por tanto es claro que tal capacidad no puede ser ignorada, más en la época actual, en donde constituye un asunto decisivo en casi todos los planos.

Pero, ¿acaso existe otra noción de eficacia, eventualmente más compatible con el psicoanálisis, con la orientación lacaniana? Considérese aquella de la China tradicional. Entre los chinos de la Antigüedad para ser eficaz es necesario ante todo permitir, y permitirlo efectivamente, que advenga el efecto, "no aspirar a ello (directamente) sino implicarlo (como consecuencia); es decir no buscarlo, sino recogerlo, dejar que resulte. Bastaría (…) con saber sacar partido del desarrollo de la situación para dejar que ésta nos ´lleve´" (Jullien, p. 12). Se trata entonces de permitir que advenga el efecto, no yendo tras el resultado, sino de analizar, a la espera del momento oportuno para poder aprehenderlo y alcanzar así el mejor resultado. El excelente Tratado de la eficacia de F. Jullien brinda un amplio desarrollo de ese concepto de eficacia entre los chinos.

Bajo estas proposiciones se impone recordar una posición esencial de Lacan, recomendada para la práctica analítica y para muy otros diversos asuntos. Lacan decía: "Mi fuerza radica en mi capacidad para la espera." Ha de saberse que de allí procede su eficacia, como analista, como teórico, como orientador. Convergen entonces esta posición de Lacan y la idea china de la eficacia.

Con ello, ¿qué elementos emergen al considerar la noción de eficacia en función de la práctica analítica? Resulta claro que espera, neutralidad (cuyo sentido específico se vislumbra en lo dicho) y kairós son así solidarios, cuando de lo que se trata en verdad es de permitir que advenga como efecto el mejor resultado. Y se establece de esta manera que éste no se halla entonces definido por un saber previsto de antemano, ni por la prisa, ni por ninguna economía de medios, sino por la singularidad de aquello que está en juego, singularidad que sólo el proceso puede develar. Conviene en este sentido no olvidar en cuanto a esa economía de medios, que la misma constituye una de las razones principales con la cual en nuestro tiempo se legitima más frecuentemente la exclusión de cualquier singularidad en los procesos, para entonces hacer primar en su lugar los valores estadísticos.

Si bien una concepción tal de la eficacia sin duda no complace al espíritu utilitarista de la época actual, ésta tampoco podría desconocer allí que el psicoanálisis consigue de esta forma aquello que la eficacia más pragmática también pretendería, si bien bajo otros principios y a través de otros medios, los que de ninguna manera no son congruentes con muchos de los de la época. Queda así planteado que considerar la eficacia no implica necesariamente someterse a los criterios de la técnica moderna y que el asunto es posible de ser pensado por el psicoanálisis, sin por eso renegar de sus fundamentos. Desde luego será necesario añadir aun otras proposiciones para situar en forma más adecuada el problema. [1]

Pero antes de abordar esas proposiciones, resulta necesaria una consideración adicional relativa a la noción de eficacia y a la manera como un cierto psicoanálisis la concibe. La dificultad con ciertos fundamentalismos psicoanalíticos, también con aquellos de inspiración lacaniana, radica en la forma como éstos conciben la idea de eficacia terapéutica. Estos entienden tal noción en función del concepto tradicional de curación, idea que por lo demás ni siquiera comparten ya muchas de las más simplistas concepciones de la medicina científica contemporánea. Es sabido que para ésta, la curación misma tiene finalmente un carácter mítico y que difícilmente le resulta sustentable la idea tradicional de curar como eliminación completa de la enfermedad. El alivio, el mejoramiento en la calidad de vida, para citar solo dos términos, han sustituido el viejo concepto de curación. Y en este sentido parece oportuno recordar al menos las fórmulas que Lacan construyó para considerar los resultados de un análisis. Entre éstas cabe destacar algunas como saber hacer con el síntoma, o pasar de la impotencia a lo imposible, u otras en donde el sentirse mejor estuvo incluida, y cuyas connotaciones terapéuticas sería necio desconocer. Tales fórmulas no ignoran tampoco el carácter mítico de la curación.

 

2. De la dimensión política de la pregunta por la eficacia

Un futuro se hizo presente para el psicoanálisis, aquel que pone en duda su supervivencia. Y es necesario saber que ésta pasa por su capacidad para responder adecuadamente a diversos puntos que se discuten hoy en el mundo, y en especial a las exigencias y a las críticas específicas que provienen de las tecnologías modernas y de las ideologías y prácticas que de allí emanan. La ya mencionada discusión de J.-A. Miller al informe del Inserm es pues la referencia al respecto, pero ciertamente no la única.

En esta perspectiva es oportuno destacar la figura que Eric Laurent ha llamado el analista ciudadano y útil, por oposición al analista marginal e inútil, a aquel que, en la torre de marfil que se procura con su jerga y su pequeña comunidad, vive aislado de hecho de la época y de la lógica de la misma. E. Laurent en El analista ciudadano ha caracterizado el problema de manera justa y clara. Citaré en extenso su tesis por cuanto allí está expresado el núcleo político de la cuestión : "(...) [Se] estimuló cierto ideal de marginalización social del análisis, un ideal de analista concebido como el marginal, el inútil, el que no sirve para nada, salvo para esa posición de denuncia de todos los que sirven para algo. Digamos claramente que hay que destruir esa posición: ¡delenda est! No se puede seguir manteniendo, y si los analistas creen que pueden quedarse ahí... su papel histórico ha terminado. La función de los analistas no es ésta, de ahí que tiene interés reinsertarlos en el dispositivo de la salud mental. Los analistas tienen que pasar de la posición del analista como especialista de la des-identificación a la del analista ciudadano. Un analista ciudadano en el sentido que puede tener este término en la teoría moderna de la democracia. Los analistas han de entender que hay una comunidad de intereses entre el discurso analítico y la democracia, pero ¡entenderlo de verdad! Hay que pasar del analista encerrado en su reserva, crítico, a un analista que participa, un analista sensible a las formas de segregación, un analista capaz de entender cuál fue su función y cuál le corresponde ahora." (pp. 114-5).

Las cosas pues quedan así claramente dichas. En ese sentido se podrá reconocer cómo la perspectiva política de la cuestión de la eficacia terapéutica es esencial; que ésta va aun más allá de clínica, que tiene que ver con la democracia, con la manera como el analista se ubique ante ella. Ha de recordarse entonces que no hay psicoanálisis en los regímenes totalitarios y que la democracia implica para el analista ante todo la defensa activa del derecho a la palabra y a la escucha seria, al secreto, y que su intervención específica y directa en los lugares y situaciones en que se pongan en peligro esos derechos, el respeto por ejemplo a la palabra y a la escucha, del niño, del loco y de tantos más, debería ser un combate a emprender, constante, definido. Y ha de recordarse que esa puesta en cuestión se hace tantas veces, por ejemplo en nombre de una pretendida normalidad, entendida ésta como el silencio y la domesticación del sujeto, llamada hoy con nombres como adaptación social, rendimiento, u otras similares, sin que por ello muchos analistas parecieran percatarse de sus implicaciones políticas, por no verse directamente afectados.

 

3. De la dimensión ética de la pregunta por la eficacia

Lo dicho permite establecer que el analista, al menos aquel de la orientación lacaniana, se interroga por la eficacia de su práctica y la piensa como un asunto propio de su función. Y lo hace además no solo por cuanto la supervivencia del psicoanálisis está en juego. No debería interrogarse por la eficacia terapéutica sólo como el resultado de una exigencia exterior, de las presiones que se ejercen contra el psicoanálisis. Debe ser el producto de su ética. Que esa ética señale que el analista no supedita su acto a la obtención de resultados terapéuticos a cualquier precio, no implica, como queda dicho, que el problema de los efectos terapéuticos de un análisis esté excluido o que deba desplazarse solo para el final de la cura.

Estimo que puede afirmarse que la no presencia de los analistas en el debate sobre la eficacia de las prácticas terapéuticas en salud mental, revela algo que pudiera ser calificado, al menos en no pocos casos, como el efecto de una postura cínica ante el problema. Y es que el cinismo, ajeno como es a la ética del psicoanálisis, es un punto central en cuanto al tema que aquí se aborda.

Repetiré que es necesario reconocer que hay no pocos analistas que actúan y ejercen su acto clínico desde un lugar que se hallaría más allá de toda exigencia de utilidad práctica y más allá de alguna relación con las demandas de la sociedad y de la época. Y entonces es posible llamar a esto, cinismo, el que más precisamente admitiría ser calificado de cinismo metafísico. Y se le puede llamar así aparejándole con otra forma de cinismo ante la eficacia terapéutica, con aquella que puede designarse como cinismo utilitarista y la cual caracteriza a tantas prácticas terapéuticas contemporáneas que proliferan hoy en el campo de la salud mental. Este cinismo es solo una continuación en el campo terapéutico de lo que J. A. Miller ha llamado con Poe, el principio de utilidad inmediata que rige a la sociedad capitalista en todas sus empresas. Y lo que resulta conveniente notar en esta perspectiva es que aquellos cínicos fundamentalistas, metafísicos, aparentemente alejados de las ambiciones más caras al capitalismo, resultan más cercanos, desde el punto de vista ético, de aquellos de los cuales quieren diferenciarse a todo precio. A menudo esto sucede con ese tipo de posiciones. No por casualidad, Bush y Bin Laden, para citar solo un ejemplo visible hoy para todos, son desde este punto de vista, claramente, dos caras de lo mismo.

 

4. De la dimensión clínica de la pregunta por la eficacia

Existen dos tipos de eficacia que es posible esperar de un análisis. La primera puede llamársele con Lévi-Strauss, eficacia simbólica, y la segunda, eficacia real. Éstas son designaciones problemáticas, pero ante todo apuntan a señalar una diferencia esencial que existe entre ellas. La primera, en tanto acerca el psicoanálisis a las psicoterapias y a aun a ciertas operaciones religiosas o chamanísticas, es objeto de cuestionamientos diversos ya desde Freud; no sería entonces ésta la eficacia que se podría esperar de un análisis. Es solo con Lacan que se consiguen establecer cuáles son finalmente los fundamentos principales de ese cuestionamiento. Conviene añadir respecto a la eficiencia simbólica, que en general ésta resulta inaceptable para la ciencia, lo cual daría ocasión a un examen que no es posible adelantar en este contexto, pero si consigno el hecho es por cuanto estimo que el mismo no debería pasar desapercibido al considerar la eficacia terapéutica en sus diferentes planos. Con Lacan será posible igualmente definir el lugar eventual que esa eficacia ha de tener durante una experiencia analítica. En cuanto a la segunda, se funda esencialmente en la perspectiva propuesta por Lacan, en especial a partir de lo que J. A. Miller ha llamado la última enseñanza de Lacan. Esta perspectiva ya fue entrevista por Freud, sin que éste haya conseguido definir con claridad sus fundamentos y condiciones. Ciertamente no ha de confundírsele con la eficacia de la ciencia, con aquella de su técnica, la cual, con legitimidad, también puede designarse como eficacia real. Esa última perspectiva propuesta por Lacan, espera ante todo producir un final de análisis en un analizante, con las condiciones y consecuencias que ello implica para un sujeto; no obstante la misma puede presentarse desde antes de que el final de análisis se produzca. [2]

Los resultados rápidos en un análisis son quizás la vía más inmediata que tiene el psicoanálisis, para ubicar diversos problemas relativos a los mecanismos de su eficacia. Es posible afirmar que a pesar de los problemas de formación de muchos practicantes y de orientación de muchos analistas, a pesar de lo prolongado de tantas curas analíticas, a pesar de la ineficacia de muchos análisis, el psicoanálisis puede exhibir en múltiples casos de resultados terapéuticos rápidos que considero solo es posible explicar a partir del dispositivo teórico que posee el psicoanálisis, y que trabajando en función de una mejor formación clínica y ética de los analistas serían su regla.

Los resultados terapéuticos rápidos que a menudo se observan en la práctica analítica, difícilmente podrían situarse en el orden de lo que se ha llamado antes eficacia real, ni constituyen tampoco el propósito de su acto. No obstante estimo que el psicoanálisis lacaniano no reniega de ellos, y por el contrario les convierte en puntos de apoyo, cuando esto se hace posible, para la experiencia analítica. Ello implica explicarles, establecer su lógica y su significación, hecho que por lo demás permite interrogar la época, época ansiosa de procedimientos automatizables y eficaces sin más.

 

5. Algunas proposiciones adicionales

Por último, agregaré algunas consideraciones, restringiendo esta exposición al examen de la problemática de la eficacia terapéutica y el psicoanálisis. Bajo esa perspectiva propongo los siguientes puntos:

1.- Un primer hecho que es oportuno subrayar a partir numerosas experiencias analíticas, es que en la práctica analítica es posible registrar a menudo resultados terapéuticos rápidos. Contrariamente a lo que señalan a menudo los críticos del psicoanálisis, o de las creencias que se engendran dada la larga duración de los análisis o a problemas debidos a la formación de los practicantes, en la práctica analítica con frecuencia se registran resultados como los indicados. No es la regla pero si es frecuente. No obstante, en tanto el psicoanálisis no es una práctica que hace de la eficacia terapéutica su objetivo ni inmediato ni único para su ejercicio, es necesario establecer en función de qué se define una perspectiva terapéutica en un análisis, qué puede hacerla incluso necesaria en ciertos casos y bajo qué premisas, o también cuándo es un obstáculo para el análisis mismo.

2.- Es sabido que desde los inicios mismos, el psicoanálisis no se ha orientado únicamente por los resultados terapéuticos como lo muestra bien la posición de Freud ante la hipnosis. En este sentido se puede reconocer claramente que el psicoanálisis es una práctica que surge y se funda como una práctica que se define en oposición a la sugestión, es decir al actuar desde el lugar del amo, y ha convertido este hecho uno de sus principios capitales. Se puede entender así porqué el psicoanálisis no hace de la transferencia un agente terapéutico, como sí lo hacen diversas formas de psicoterapias.

3.- Como se ha insistido repetidas veces en este lugar, la sustracción del analista al furor de curar no equivale a definir la práctica analítica como un acto en donde todo efecto terapéutico se produce al margen del analista mismo. Dicho de otra manera, con Lacan, es posible afirmar que el analista ha de asignarle un lugar al mejor estar del paciente (Miller, 1983). Pero es necesario saber qué lugar darle sin que por ello el analista se destituya de su lugar.

Lo anterior comporta la necesidad de una ética en la cual halle lugar una teoría del sufrimiento conforme al psicoanálisis. Lo mínimo que al respecto es necesario destacar es que, de una u otra manera, el sujeto sufriente se halla implicado como tal en el sufrimiento, y que, es en función del mismo que es posible que se produzca una verdadera demanda de análisis. Conseguirlo, facilitar que el sujeto le "dé forma a la demanda", como decía Lacan en la conferencia de Ginebra de 1975, es parte del acto del analista.

4.- La aceptación que hace un analista de recibir en consulta a un paciente, no puede obviamente estar regida por ninguna forma de engaño. Sin embargo esto en efecto sucede en ciertas ocasiones, cuando habiendo hecho exclusión el analista de todo interés terapéutico relativo a su acto, no lo comunica al paciente.

5.- Resulta conveniente subrayar que los efectos terapéuticos solo deberían tener un lugar en la práctica analítica en la medida en que se produzcan en función de un deseo de saber del paciente y no simplemente de un empeño por evitar el sufrimiento. Cualquier análisis exige que haya en el sujeto una cierta voluntad de saber, alrededor de lo cual se define lo propio de un análisis. Es en este sentido que el efecto terapéutico, en una lógica analítica, no se produce como un mero hecho homeostático, sino que el mismo ya apunta a lo que, con Lacan, Miller ha situado en el significado del Otro, s(A), es decir como inscripción en el sujeto de aquello que puede ocupar provisionalmente el lugar del objeto a (Miller, 1983); por tanto ese lugar es condición para que el sujeto pueda en efecto producir un saber sobre su síntoma fundamental y sobre sus modos de goce.

6.- Existen otro tipo de efectos terapéuticos que se pueden esperar en momentos diferentes de un análisis y que no consisten solamente en la supresión o alivio de un síntoma o en la modificación del nivel de angustia. Son hechos tales como la modificación de estilos de vida, la producción de un bien decir, la asunción de responsabilidades desde un lugar no definido por la culpabilidad, o un actuar no caracterizado por la exigencia de hacer existir al Otro. En este sentido, ¿pueden verdaderamente llamarse éstos, "efectos terapéuticos"? Miller ha propuesto diferenciar el efecto del producto (Miller, 1983). Y propone como referencia para tales términos, los efectos de verdad y el objeto a como producto. Por tanto el efecto puede ser considerado como hecho ligado al significante, y el producto como un hecho que finalmente se busca en un fuera de la acción de la cadena significante. Tales términos hacen posible abordar la diferencia propuesta aquí inicialmente entre eficacia simbólica y eficacia real. Y allí destaco que conviene considerar las dos formas de eficacia no en términos de mera oposición sino como hechos que pueden tener una continuidad moebiana, según la lógica de cada cura. No obstante, algunos parecen ver en la última enseñanza de Lacan un esfuerzo de sustracción del psicoanálisis de toda posibilidad de darle algún lugar a la eficacia simbólica en la experiencia analítica.

7.- Miller ha destacado un punto crucial para la discusión que aquí se ha propuesto. Dice que "si la clínica es lo real como imposible de soportar, según la fórmula de Lacan, el efecto terapéutico es simplemente colocar al sujeto en la medida de poder soportar lo real. El modo habitual de soportar lo real es la impotencia. Este efecto específico es lo contrario de lo que se desea en un análisis, que es pasar de la impotencia a lo imposible." (Miller, 1983). Se puede reconocer así la fórmula con que se sintetiza lo que se produce en un final de análisis, es decir el paso de la impotencia a lo imposible. El examen de esta fórmula debe permitir considerar problemas muy diversos acerca del tema en discusión.

Para finalizar señalo que una brújula del acto analítico es el hallazgo freudiano según el cual el sujeto humano está constituido por algo que es incurable. Denegarlo como lo hacen corrientemente los discursos dominantes expone toda práctica finalmente a lo peor. No obstante ese hallazgo tampoco es amparo para desconocer todo lugar a los resultados terapéuticos en la cura analítica.

Medellín, junio del 2005

NOTAS

  1. Es conocida la formidable combinación de proposiciones políticas, epistemológicas, éticas y psicoanalíticas que J.-A. Miller ha desplegado para enfrentar el Informe del Inserm del 2004 en Francia, informe que si algo le reprocha al psicoanálisis es su presunta ineficacia al lado de otras prácticas psicoterapéuticas actuales. J.-A. Miller no renunciará en su combate a considerar el problema de la eficacia, sino que por el contrario ha estimulado su examen entre los analistas, en lo que constituye la mejor demostración actual que tenemos acerca del interés que presenta el problema, así como de las múltiples implicaciones que de allí se derivan.
  2. Con relación a esas condiciones y consecuencias para un analizante se toman aquí como puntos de referencia básicos los testimonios de diversos AE y los informes de varios carteles del pase.

BIBLIOGRAFÍA

  • Jullien, Francois. Tratado de la eficacia. Siruela, Madrid, 1999.
  • Laurent, Eric. Psicoanálisis y salud metal. Tres haches, Buenos Aires. 2000.
  • Miller, J.-A., (1983). "Les effets thérapeutiques de l´éxperience analytique". En La Lettre en ligne No. 16. Lista electrónica de la ECF.
  • Miller J.-A., (1999). "La invención psicótica". En Lacanian journal (revista electrónica de la  AMP), No. 2, abril del 2005.
  • Recalcati, Massimo. "La cuestión preliminar en la época del Otro que no existe". En Ornicar? Digital –Nouvelle Époque–, No. 258 de mayo 8 de 2004 (En lista electrónica de la AMP, AMP-Uqbar). (Texto traducido por Andrea Mojica, de la NEL-Bogotá).
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