Diciembre 2004 • Año III
#11
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Imagen, satisfacción y desubjetivación

Ricardo Nepomiachi

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Berni
Robot 1- La masacre de los inocentes

El discurso psicoanalítico aborda su práctica desde una ética atenta a las mutaciones de su tiempo. En esta perspectiva se verifica como efecto "un tipo particular de degradación de la vida subjetiva". Esto conlleva a una toma de posición en cuestiones relacionadas con "la salud mental" y lo que se considera su ideal, que implementado por las terapias conductistas apela a los imperativos de adaptación, a las exigencias de plena satisfacción, rechazando "lo imposible", inherente a la condición humana.

La práctica del psicoanálisis constata, en su actualidad, los efectos de una profunda y creciente transformación de nuestro mundo.

La obra de Freud y la invención del psicoanálisis dieron testimonio de esa mutación en el siglo pasado y, a su vez, la enseñanza de Lacan supo forjar con ese legado los instrumentos para pensar nuestro siglo.

Él nuestro es un siglo en el que asistimos al montaje de una nueva escena en el mundo, escena en la que se presentifica lo que afirmó Lacan en "Radiofonía", subrayado por Eric Laurent en La Societe du Symptome: "la subida al cenit social del objeto a".

Entre otras consecuencias, de esta escena quiero destacar lo que podemos calificar como "un tipo particular de degradación de la vida subjetiva".

Un tipo cuyos ejemplares son reflejo de nuestras sociedades laicas, democráticas y capitalistas que impugnan la autoridad de la enunciación y en las que reinan el saber y los productos de la ciencia.

Se trata de un reino en el que se ofrece como ideal reducir la palabra a un enunciado sin enunciación, en el que no se reconoce a la excepción que haga posible transmitir la legitimidad, y es en esa medida en que el sujeto queda desamparado y sin posibilidad de encontrar una orientación en la vida y fundar un lazo social.

¿A qué están predestinados?

Evoquemos a "La rata en el laberinto" del Seminario 20 de Lacan. Reconozcamos en esa figura la voluntad que nos conduce a un estadío possubjetivo, laberinto en el cual lo que cabe es "aprender".

Aprender a captarse en primer lugar como unidad, unidad de rata en la que se logra identificar el ser con un cuerpo, ser un cuerpo al que se le puede atribuir una plenitud.

Se trata de un montaje cuyo imperativo exige aprender y que su cumplimiento, el aprendizaje, es índice de "salud", si entendemos que estar sanos es estar adaptados a la realidad. Estar sanos es aprender a empujar las puertitas y saber apretar los botones para alcanzar los objetos de la satisfacción.

A promover ese estado de "salud mental" se dedican las terapias llamadas conductistas, terapias que están orientadas por lo que a principios del siglo pasado propuso Guasón: constituir a la Psicología en una ciencia natural, de tal modo que su objetivo fuera establecer las leyes o principios de control de la actividad humana, a fin de ayudar a la sociedad organizada en sus esfuerzos por prevenir los problemas de adaptación.

Lo que Jennings retoma como el estudio objetivo del behaviour traducido en Francia por Pieron como comportement para definir a la Psicología como la ciencia de las relaciones sensorio-motoras de todo ser vivo con su medio.

Técnicas que alimentan la idea de un estado de plenitud del ser que ofrece plena satisfacción, que sostiene la creencia de que "todo es posible", que "nada es imposible", siendo lo imposible rechazado como fundante de la condición humana.

Nos encontramos en otro horizonte que el señalado por Freud como fundamento del conflicto neurótico. Ese conflicto entre los Ideales y las pulsiones que paradigmáticamente presentaba "el hombre de las ratas", un hombre hecho de ideales, un sujeto que se reconocía de una Ley, acosado por su goce.

¿Qué queda cuando la ley del lenguaje es desconocida en su función de interdicción, cuando la bastardía de lo simbólico rechaza el poder del significante, su pasión, dimensión de la condición humana que Lacan nos lleva a reconocer como lo que teje su naturaleza y hace posible que resuene en él la relación de la palabra que asegura lo imposible?

Encontramos cuerpos que nada quieren saber de su condición, que están afectados por la estructura por habitar el lenguaje. Sujetos que enfrentados a los objetos de satisfacción se encuentran amenazados por la angustia. Sujetos que desconocen estar afectados de inconsciente y subvertidos, en tanto que vivientes y, en consecuencia, irremediablemente desarreglados para toda adaptación posible. Sujetos cuyo destino es establecer, en el lugar de la ley, un contrato narcisístico con el mundo. Sujetos que se convierten en objeto de la pasión imaginaria, otra pasión que la del significante, como efecto de la malla quebrada de la cadena simbólica. Se trata de la prevalencia clínica del narcisismo.

Clínica de la afirmación del yo en su aspiración, en su magnificencia, sin fisuras ni faltas, que no sabe de pérdidas sino cuando surge la señal de angustia.

Vivir es hacer una obra con su yo y como en una nueva religión, rendirle culto. Gloria a la imagen que le ofrece una satisfacción en cuyo poder se regocija la luna de miel del espejo... afirmó Lacan. Luna de miel que excluye el auténtico encuentro con el Otro sexo, aunque se entreguen a "relaciones sin represión" en las que no encuentran más que fastidio y pesadumbre, pues lo que logran no instituye una experiencia subjetiva, pues sabemos que lo que es imaginario no es subjetivo sino fascinación. Fascinación de un objeto que lo destina a la alienación, a esa dependencia que liga al deseo del otro semejante todos los objetos del deseo que se presentan en un espacio estructurado por la visión ("La Cosa freudiana", J. Lacan).

Y su consecuencia es que no ven más allá de la punta de la nariz, de su hocico, diremos, siguiendo a "la rata en el laberinto". Se enamoran de ella y logran que el narcisismo envuelva las formas del deseo. Sujetos que son reflejo de una bastardía y sombras del estrago universalizante. Locura fálica del yo afirmó J.-A. Miller en "Donc".

Conminados al estancamiento de preservar su imagen que los impotentiza y a la satisfacción de ser único, que no es singularidad. Pues la condición de ser Uno singular depende de la renuncia del Uno totalizante y pleno.

Sujetos de la inhibición pues se defienden con la imagen de toda contingencia de la enunciación, bloqueados en su posición que les ofrece una identidad, asegurándolos en lo que no son, pues lo que auténticamente son debe quedar al margen. Se defienden.

Como contrapartida, tentados a la acción que se configura como "rasgo de perversión", si entendemos como tal la relación que el sujeto mantiene con lo simbólico: su rechazo y un empuje al goce del que hacen su ley, rasgo de cinismo que angustia al partenaire.

Sujeto del imperativo que induce a la satisfacción que desconoce el intervalo entre pulsión y deseo. Se encuentran así capturados en un mundo pleno de objetos que no son metáforas de una falta, sino signo de una presencia real a la que responden los objetos positivizados de la ciencia, haciendo consistir al deseo capturado en lo imaginario.

Para concluir, le compete al analista acoger a ese yo loco, clínicamente delirante que aqueja al sujeto de inhibiciones, angustia y empuje a la acción, para abrir una vía cuya experiencia restituya en su lugar la verdadera autoridad que proviene de la palabra, y haga resonar en lo más íntimo de su condición la dimensión de la enunciación como verdad desconocida.

Ninguna nostalgia del padre de la tradición.

Comandatuba 2004

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