Agosto 2004 • Año III
#10
Debate

Los embrollos de las regulaciones

Ricardo Seldes

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Lorena Cabrera

"¿En qué los psicoanalistas o los psicoterapeutas constituyen una amenaza para la salud pública?". ¿Cuál es la función social que éstos aseguran? A través de estas preguntas se esclarecen las concepciones que sostienen el voto a la enmienda Accoyer, así como la propuesta de la coordinadora psi francesa, y que lleva al autor a pensar la cuestión como un problema de lógica colectiva.

 

El campo Psi

Cuando a mediados de octubre del año pasado, el Parlamento francés votó una enmienda (Accoyer) para conferir al ministro de Salud el poder de fijar por decreto las diferentes categorías de psicoterapias y las condiciones del ejercicio profesional (sin ningún tipo de debate público previo y para llenar las lagunas legales), los diputados no imaginaron que producirían una resistencia implacable. Esta se plasmó en la reunión de un campo "psi" francés.

Psiquiatras, psicoanalistas, psicólogos y psicoterapeutas entendieron después de un tiempo de debates y análisis, que detrás de una metodología poco democrática se escondía un plan enmarañado pero directo en cuanto a sus intenciones: cortar las raíces de la tradición clínica para sustituirla por la estadística, un modelo anglosajón que quiere suspender el saber clínico acumulado para sustituirlo por engranajes de cuestionarios, instrumentos esenciales utilizados por la ideología epidemiológica en salud mental. Estos se establecen sobre la base del D.S.M, el diccionario clasificatorio norteamericano de los "problemas mentales", manual que ha desecho las entidades clínicas heredadas de la psiquiatría clásica y del psicoanálisis. A partir de los datos "personales" que se reciben, (los podría recibir una computadora por ejemplo), se establece una cuantificación estadística y con esas cifras, curvas, gráficos de comparación entre las respuestas de grupos de personas, se elimina simple y llanamente el factor subjetivo, y se lo reemplaza por una evaluación. Y por supuesto es el Estado quien con todas sus virtudes y falencias se encargaría "por decreto" de asignar, administrar y proceder según una forma que imaginamos como de un verdadero "Evaluator" (Schwarzenegger et all).

 

Crear pánico

Es preciso señalar que hemos iniciado este breve informe por el final, planteando a cielo abierto lo que llevó meses de trabajo a la Coordinadora francesa que ha incluido de un modo especial a la intelectualidad, en especial a escritores y filósofos de la talla de Philippe Sollers, Jean-Claude Milner y Bernard-Henri Lévy.

Desde las primeras confrontaciones, la Coordinadora "Psi" denunció las metodologías astutas de los políticos que quieren operar con el miedo de la gente, lanzando advertencias pavorosas acerca del peligro que la población corre al poner su salud mental en las manos (o las palabras) de lo que ellos califican como gente inescrupulosa, no formada y con aviesas intenciones. Desde la emisión radial de Orson Welles que anunciaba la invasión extraterrestre conocemos la inflamabilidad que tienen algunos anuncios oficiales por los medios. Se alerta a la población, mejor dicho se la sobresalta, para después salir el Estado a asumir el rol de quien asegurará la tranquilidad, la decencia y la competencia de los psicoterapeutas. Nos hemos acostumbrado en los últimos tiempos a escuchar que los Estados se refuerzan en todo el planeta arguyendo cuestiones de seguridad para asegurar...

Los sucesos franceses se encuadran entonces en este sesgo: desde un estricto punto de vista médico, el psiquismo estaría de más, lo mental de tipo freudiano sería patológico, "trastorno mental". El goce molesta a las funciones vitales, es suplementario, inútil, incluso excesivo, desplazado, nocivo. Tiene que ver con la pulsión de muerte. Es decir que entre el higienismo cientificista y el freudismo hay una antinomia conceptual, que estalló en el campo político.

Avancemos un poco más: lo que el ministro de Salud Mattei propone, es la inscripción en un registro informatizado nacional de los psicoterapeutas, idéntica obligación que se le exigiría a todo el personal de salud, incluso los psicólogos. Con una excepción: dispensa a los médicos de inscribirse en ella, lo que es decir que el mismo título de médico confiere la calidad de psicoterapeuta. Los psicólogos serían eventualmente dispensados de este registro, a partir de un cierto nivel de estudios que, por supuesto, sería fijado por decreto. Si es la administración la que decidirá, se sabe que ha de privilegiar en todos los casos las TCC, las terapias cognitivo-comportamentales.

Me interesa en este punto citar a Jacques-Alain Miller, que como todos saben ha sido el promotor de esta verdadera rebelión en la granja y que ha expuesto su punto de vista de esta forma: "Los cognitivo-comportamentales son los hombres del cuestionario, pertenecientes a la secta del casillero que se marca. Su disciplina abre, por una parte, a una cuantificación tan desenfrenada como vana, por otra, a prácticas autoritarias de recondicionamiento, en la tradición Pavlov-Skinner. Una administración sanitaria en su desesperación encontró allí su angustia. Hay que creer que considerar poblaciones, clasificar, calcular, eso los tranquiliza. La epidemiología en salud mental, el cognitivismo-comportamentista, son falsas ciencias, que no tienen nada que ver con la neurobiología, que es una ciencia".

Por supuesto que se impone una pregunta: ¿en qué los psicoanalistas o los psicoterapeutas constituyen una amenaza para la salud pública? Frente a la imposibilidad de que exista una respuesta que no sea la de crear el pánico en la población que asiste a ellos, las principales asociaciones francesas de psicoterapeutas confirmaron un acuerdo sobre dos principios fundamentales: el derecho de elegir libremente a su terapeuta, el deber para las asociaciones de garantizar la competencia y la deontología de sus miembros. Sobre esta base, crearon la Coordinación psi, que es la que está luchando contra una verdadera caza de brujas (y brujos).

Por supuesto que existen las fronteras entre psicoanálisis y psicoterapia. Existen las psicoterapias de inspiración psicoanalítica, tal como las hemos escuchado siempre en nuestro medio por parte de los colegas de la IPA, mientras que los que pertenecemos a la Escuela de la Orientación Lacaniana preferimos hablar de las aplicaciones terapéuticas del psicoanálisis. En cualquiera de los casos se constata que debe existir una demanda terapéutica, y como plantea Miller, es mucho más insistente en nuestros días de lo que lo fue antiguamente ya ahora no sólo se aspira al bienestar, sino que el individuo debe entrar en la trituradora del gerenciamiento (el management), o sea disponibilidad para una mejor performance. El culto del yo va con ello. Quieren que el Yo se desarrolle, se afirme, se expanda. Se nos asegura a partir de ahora que se podrá adquirir un "poder ilimitado" sobre uno mismo, y por ello un poder considerable sobre los demás. Cuando la psicoterapia adula a estas ambiciones megalomaníacas, está verificado que eso conduce a lo peor, tal como lo dijera Lacan.

 

La cuestión de las Garantías

¿Qué es lo que propone entonces esta coordinadora Psi? Decir que no a las listas nominativas, no al reconocimiento individual de los practicantes por el Estado. Apuntan a promover en cambio un reconocimiento de las asociaciones, y la institución de una instancia múltiplemente articulada, capaz de representar el conjunto del campo psi frente a los poderes públicos: una verdadera lucha por obtener una representación colegiada de las asociaciones ante el Estado. Esto supone que éste reconozca las virtudes de la autorregulación asociativa y le de un marco legal. Y es lo que el ministro Mattei se niega a otorgar.

Son las asociaciones las que tienen que asumir la responsabilidad de la garantía, asegurar al público como al Estado la capacidad de sus miembros, y en cambio, el Estado no tiene que inmiscuirse en este ámbito. No puede, ni debe juzgar la competencia individual de los practicantes que manejan una relación tan íntima y confidencial como la relación transferencial. Y esto es algo que no se aprende en la Universidad, es algo que se transmite en un análisis. En el tratamiento psicoanalítico el analista tiende a dejar de lado el factor de su personalidad: intenta estrechar las señales de su manifestación, tiende a borrar lo personal, se hace invisible, rara vez utiliza la palabra. Según las modalidades debe, para llegar a la posición ideal, pensar siempre en sus propios pensamientos, (el dominio de la contratransferencia) o no pensar en ellos nunca (el deseo del analista). En cualquier caso, se está de acuerdo generalmente en decir que queda un resto de ese factor personal que es irreductible. Igualmente, aunque sea largo y exigente, un análisis llamado didáctico, aquel que prepara a un sujeto para ejercer el psicoanálisis, no consigue nunca anular este resto. El sujeto científico puede tender a lo impersonal, el sujeto analítico no puede hacerlo.

Por ello, la formación de los psicoanalistas ha estado tradicionalmente asegurada desde Freud por fuera de la Universidad, en Asociaciones, en Escuelas, que garantizan la formación y la práctica de sus miembros.

 

Y en Argentina...

Y eso es lo que la tradición pro-psicoanalítica ha instituido en Argentina. Contamos con una carrera de Psicología de excelencia, quizás única en el mundo por su origen y fundamento psicoanalítico, que produce psicólogos con una amplia instrucción de los textos de Freud, de los postfreudianos y de Lacan. No tenemos un vacío legislativo ya que la práctica psicoterapéutica está reglamentada. Sin embargo, y gracias a lo advertidos que están, los psicólogos recibidos no se autorizan del título para ejercer sus prácticas terapéuticas. Adhieren al clásico trípode de formación, análisis, supervisión, saber textual y consideran que esa formación siempre es incompleta, digamos inacabada. Lo mismo para los médicos que optan por la práctica psicoterapéutica. La psiquiatría clásica que ha sido la piedra de base del psicoanálisis se ha visto favorecida por los avances de éste y se nota, en nuestro país, un aceitado trabajo en común. La característica fundamental es que para los psicoanalistas, los psicoterapeutas, los psicólogos, los psiquiatras es la dimensión subjetiva la que no puede ser eliminada, despreciada ni bastardeada. La farmacología, con el innegable alivio que ha traído en la atención de los pacientes con enorme sufrimiento psíquico, no puede ni debe anular esta dimensión subjetiva, no precisamos apelar a nuestros recuerdos de la hoy clásica Naranja mecánica de Kubrick para entender los efectos de intentar adaptacionismos que quieren eliminar la noción de goce y de pulsión para tratar de vérnosla con el malestar del individuo y de la civilización que van en constante aumento.

Los psicoterapeutas aseguran una función social eminente. Agujereen por decreto el cascarón de la escucha que envuelve la sociedad, dice J-A. Miller, el almohadón compasivo sobre el cual ella se asienta, agujereen el tímpano de todas estas orejas, erradiquen el psicoanálisis, hagan la vida imposible a los psicoterapeutas, den libre paso al amo moderno que avanza con el estruendo de sus protocolos y de sus acreditaciones, acorazado en sus engaños y en sus banderas, y ustedes verán, como por milagro, reaparecer las patologías desaparecidas, tales como las grandes epidemias histéricas; y verán crecer y multiplicarse a las sectas y a las brujas, que se introducirán en las profundidades de la sociedad y escaparán tanto más a su censura.

Hay que saber que las prácticas de la escucha están destinadas a expandirse en toda la sociedad. De aquí en adelante estarán presentes tanto en la empresa como en la escuela, y cada uno puede constatar que inspiran el estilo mismo del discurso político contemporáneo. La escucha se ha convertido en un factor de la política y en una apuesta de civilización. Si hay que llegar a enmarcar este sector que está en crecimiento acelerado, esto debe ser hecho con todo conocimiento de causa, con el acuerdo de los diferentes actores serios, en la serenidad y anticipando los contraefectos[1].

No advertiremos sobre peligros en Argentina, no crearemos falsas alarmas, no sugestionaremos a aquellos que sufren de su cuerpo o de su pensamiento para que desconfíen de su terapeuta. Pero quizás nos inquietaremos si comenzamos a oir rumores segregacionistas, nosotros los buenos, los que sabemos de la psiquis, ustedes los bastardos, los ignorantes... Nos inquietaremos si se empiezan a golpear las puertas de las oficinas del Estado para que califique a una elite y descalifique a quien no pertenece a ella. Como ha señalado Bernard-Henri Lévy [2] esa es la clara operación mafiosa, se recorta, se divide, se comienza por decir que tales están del buen lado pero aquellos no..., que a nosotros no nos toca la reglamentación y sí a ellos.

Apostemos por las diferencias y que cada disciplina tenga las oportunidades de debatirlas, de verificar cómo garantiza a aquellos que se forman en ella, qué eficacia puede demostrar.

Mientras tanto reiteramos nuestra solidaridad con los colegas franceses en esta lucha por la dignidad de una práctica seria y competente. Como ha dicho el poeta hay un instante en el crepúsculo en el que las cosas brillan más. Este es el momento en el que no sólo empezamos a ver un poco mejor sino que entramos en un tiempo de comprender.

En todo caso, tal como en el apólogo lacaniano, se trata de que salgamos de este embrollo todos juntos ya que la conclusión es claramente un problema de lógica colectiva.

NOTAS

  1. De la utilidad social de la escucha, en el diario Le Monde del 30/10/03 y en internet en http://www.wapol.org/destacados/index-delautilidad.html
  2. Pour une charte de la psychanalyse, en el periódico Libération del 8/1/04, pág. 35 y en internet en http://www.forumpsy.org/resource.html
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