Marzo 2004 • Año III
#9
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Tríptico sobre la depresión

Romildo do Rêgo Barros

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José Antonio Berni
La yegua caida
1969

Con un formato de "tríptico", el autor aborda la depresión. Los tristes de "La divina Comedia", el sentimiento de insuficiencia del individuo actual, y la melancolía freudiana, son interrogados y puestos en juego.

Me encuentro coordinando un seminario sobre clínica de la depresión [1]. Como se trata de un trabajo en preparación, me pareció importante que este texto expresase no sólo una parte de lo que ha sido discutido, y las conclusiones provisorias a las que se ha llegado, sino tambien algo de su formato propio, inacabado aún.

El formato "tríptico" me pareció adecuado. A la manera de esos cuadros compuestos de tres paneles articulados pero independientes entre sí, aquí tambien intenté dar cuenta de los principales caminos que ha tomado el seminario, sin impedir que de repente, surja algo nuevo, sobre todo en lo que se refiere a la experiencia clínica.

 

Panel I

En La Divina Comedia, los tristes (accidiosi) son puestos en el quinto círculo del infierno, junto con los coléricos. El poeta Virgilio, maestro y guía en los caminos del infierno y del purgatorio, muestra a Dante el pantano oscuro donde los coléricos se mutilan, dirigiendo contra sí mismos la ira de la que estaban poseídos en vida, y observa que, sobre ellos, hay sombras casi indistintas que se mezclan. Esas sombras son los tristes, sobre el lodo que hierve.

Los tristes propiamente no hablan. Emiten una especie de gorgoteo, o sea, un sonido, que apenas se distingue del ruido que hacen las burbujas del pantano. Y por medio de ese sonido que viene del fondo del pantano, se lamentan:

"Tristes fuimos en vida,
en el aire ameno que del sol se alegra,
llevando dentro niebla aborrecida.
Nos constriñe ahora al lodo negro."
Es lo que en sus gargantas gorgotean
Y brotan del lodo que desintegra las palabras" [1]

En el comienzo de la estrofa, los tristes dicen que, cuando estaban vivos, las tinieblas de la tristeza impedían que penetrara en ellos la alegría de la luz solar. Después de muertos, son condenados a una oscuridad de la cual ya no se los puede distinguir, a no ser que como Dante, se esté guiado por el genio de Virgilio, capaz de reconocerlos -esto es, separarlos- , y en consecuencia, identificar palabras en el ruido que hacen.

La separación entre la luz del sol, externa y la niebla interna al sujeto en verdad se anula, por una operación -la muerte- luego de la cual lo que existe es la "niebla aborrecida" dentro de la oscuridad del lodo: lo que estaba dentro y lo que está fuera, antes separados pierden la línea de demarcación. Ya no se sabe lo que sería la niebla aborrecida ni el lodo, donde los tristes están sumergidos y con el que se confunden. Es una imagen perfecta de la sombra del objeto que, según la explicación freudiana de la melancolía, recae sobre el yo.

Hay un detalle apuntado por Dante que nos interesa particularmente, la manera como los tristes se expresan: "Lo que en sus gargantas gorgotean" -el sonido que va al lugar del habla articulado, y que se parece al sonido de las burbujas que explotan en el lodo- "brota del lodo, que desintegra las palabras".

Las palabras son desintegradas por el lodo oscuro. La indiferenciación entre el afecto triste, la "niebla aborrecida", y el lodo negro tendrá por consecuencia el silencio del sujeto, cuyo habla exige una oposición significante, que en la escena de Dante, está representada por el conflicto entre el sol y la niebla. No es que los tristes se callen: lo que ocurre es que la indiferenciación entre el adentro y el afuera no permite la función del habla.

Esa dificultad sólo es superada por el poeta (Virgilio, y en seguida Dante), que puede entender el sonido casi inarticulado del gorgoteo, luego de su traducción / interpretación poética. Poética, en el sentido de un atravesamiento por el no-sentido, tal como Jacques-Alain Miller enseña en su último curso, Un esfuerzo de poesía.

 

Panel 2

Alain Ehrenberg, sociólogo e investigador francés, publicó hace algunos años un libro llamado La fatigue d´être soi –Dêpression et société. El libro forma parte de una trilogía que pretende, como se expresa el autor, "delinear las figuras del individuo contemporáneo". Los otros dos se llaman Le culte de la perfomance y L´individu incertain.

Una de esas figuras es la depresión, que para muchos autores, sobre todo sociólogos e historiadores, es una de las marcas del individuo actual, una de las formas que él toma y hasta lo definen como contemporáneo. La depresión señalaría una superación histórica de la neurosis, porque los sujetos actuales no se sitúan frente a las dificultades del conflicto intrapsíquico, como en la neurosis, sino con un sentimiento de insuficiencia, frente a exigencias que los sobrepasan, o de un saber que los oprime, o de una pérdida cuyo objeto carece de definición.

Para Ehrenberg, hubo una mutación importante en la sociedad, y con ella se pasó del predominio del registro de la culpa y la disciplina al de la responsabilidad e iniciativa.

"La depresión nos instruye sobre nuestra propia experiencia actual de la persona, pues es la patología de una sociedad en la cual la norma no está más fundada en la culpa y en la disciplina sino en la responsabilidad e iniciativa. Ayer, las reglas sociales comandaban conformismos de pensamiento, o hasta automatismos de conducta, hoy, ellas exigen iniciativas y aptitudes mentales. El individuo está confrontado a una patología de la insuficiencia, más que a una enfermedad de la falta, al universo del disfuncionamiento, más que al de la ley." [3]

O sea, con la declinación de un principio unitario de autoridad - hablaríamos aquí de la declinación de la función del padre-, se exige de cada sujeto que cargue con su propia autorización y aprenda a ser él mismo, con todo el peso que implica la correspondencia entre el sujeto y él mismo. La experiencia de la depresión expresa, entonces, el desacuerdo del sujeto con esos ideales y su insuficiencia frente a ellos; pero, al mismo tiempo, la insuficiencia muestra, paradójicamente, que es la identificación con el Ideal, meta ofrecida al sujeto, lo que lo conduce a la impotencia.

¿Qué ocurre cuando los ideales no proveen al sujeto parámetros identificatorios estables, o se muestran fallidos?

Creo que podemos pensar que el efecto del fracaso de la identificación con los ideales puede ser la identificación con un residuo de esos ideales, en analogía con la definición freudiana del mecanismo de la melancolía. Quiere decir, que el sujeto se confronta, a partir del fracaso frente al Ideal, con una correspondencia imaginaria de su ser, bajo las especies de un objeto caído del Otro. Ese residuo tiene un nombre freudiano, Superyo, que entre otros aspectos, tiene el de resto caído del Ideal.

En verdad, tanto el antiguo registro de la culpa como el supuesto registro de la responsabilidad, tal como son distinguidos por Ehrenberg, imponen al sujeto una diferencia entre lo que él es y lo que debe alcanzar.

En la culpa, esa diferencia se manifiesta básicamente como angustia (hay entre el sujeto y el Ideal una distancia absoluta: las peripecias del sujeto en torno a lo que Freud llamaba declinación del Edipo equivalen, al fin de cuentas, a la aceptación de ese absoluto).

En tanto que en la insuficiencia frente a la responsabilidad, la diferencia se manifiesta como depresión (la distancia entre el sujeto y el Ideal es relativa, pero el hecho de ser excesivo el peso de la responsabilidad no lo libera de la obligación de cumplirla).

En otras palabras, el sujeto actual habría alcanzado, si seguimos lo que dice Ehrenberg, el ideal perseguido desde siempre, la igualdad consigo mismo, lo que se ha llamado tradicionalmente emancipación. Es esta, como podemos fácilmente constatar, su gloria y su miseria.

El problema es que, a partir de esta nueva definición y nueva experiencia subjetiva, el sujeto se medirá con relación a un Ideal que él podría -luego debería- realizar, y no a un Ideal que, a partir de un cierto punto, ya no se refiere a las prerrogativas del padre o del soberano. En esta nueva experiencia -cuya pertinencia, no obstante, es difícil de medir-,al contrario de la antigua, no es el Ideal que se vacía (como en la declinación del Complejo de Edipo), sino el propio sujeto, que manteniendo la fuerza y el poder del Ideal, se descubre insuficiente.

La insuficiencia del sujeto frente a las exigencias de un Ideal parecen llevarlo a un desinvestimiento, no muy distante de lo que explicaba Freud en 1895 sobre el mecanismo de la melancolía que "consistiría en el duelo por la pérdida de la libido" [4]

 

Panel III

A noção de depressão, como se sabe, não é unívoca. Sob esse termo encontram-se manifestações clínicas diversas, que vão da ansiedade à tristeza, da agitação à prostração, de mal-estares corporais à instabilidade psíquica, da insônia à sonolência…

Se esse mal tem fronteiras imprecisas, os remédios são, por sua vez, bem abrangentes: basta que se pense na vastíssima indicação dos antidepressivos, que são aplicados tanto a quadros neuróticos "clássicos" como as obsessões e fobias, quanto a comportamentos compulsivos, a hábitos difíceis de se abandonar, como o tabagismo, ou a quadros reativos em geral.

Coube ao medicamento, como indica Alain Ehrenberg, reunir sintomas que talvez não coubessem na mesma denominação, se isso dependesse apenas da coerência ou proximidade clínica: "a invenção dos antidepressivos (1957) oferece uma terapêutica eficaz para distúrbios disparatados, de definições diversas, situados nas franjas da psiquiatria, que povoavam os consultórios dos clínicos gerais. Esta invenção permite reagrupar esses distúrbios sob o nome de ‘depressão’"[5].

Dir-se-ia que, para uma doença cujos limites são incertos, a melhor prescrição é sempre a panacéia, supostamente capaz de dar conta não somente de uma patologia, como também de crises que pertencem ao domínio da ética.

"Depressão", portanto, é um termo que não se define muito bem. Acredita-se, no entanto, e sem dúvida com razão, que tem alguma relação com a época em que vivemos, no sentido de que esta já não oferece ao sujeito pontos de referência sólidos para conduzir a vida.

Uma coisa é certa: há sujeitos que se apresentam, diante dos médicos, psiquiatras, psicanalistas, educadores, diretores espirituais, pesquisadores sociais, etc., como deprimidos. Eles dispõem de um significante-mestre no qual se reconhecem e que lhes fornece uma inscrição coletiva: cada deprimido sabe que pertence ao importante grupo dos deprimidos. Cada um deles reconhece esse significante que, ao mesmo tempo em que lhe dá um lugar, indica o universo em relação ao qual está marginalizado ou excluído.

Uma pergunta é inevitável: qual o lugar e a tarefa do psicanalista – tido de alguma forma como expert em divisão subjetiva – num mundo em que é exigido do sujeito que coincida consigo mesmo?

Podemos partir de uma idéia bastante simples: se o psicanalista se ocupa da depressão, é porque existem deprimidos que procuram os psicanalistas. Ou seja, foi inicialmente a demanda o que aproximou os dois.

É uma afirmação talvez um tanto circular, mas, sem dúvida, verdadeira: o psicanalista se encontra – e pelo que se diz, cada dia mais – com demandas de sujeitos que se dizem deprimidos e pedem ajuda. Não só se dizem deprimidos, mas se anunciam, se definem, quase reivindicam, antes de qualquer coisa, serem reconhecidos como deprimidos.

Há, naturalmente, uma dificuldade em se abordar a questão a partir da demanda, porque esta é o que existe de mais variável. Estamos escolhendo como ponto de partida, portanto, algo que nos escorrega por entre os dedos, pois a demanda, como se sabe, é sensível a quase tudo: às mudanças na cultura, à moda, etc... Só para citar um exemplo, pensemos na maneira como se estruturou a moderna propaganda, sobretudo depois da II Guerra, e em como se consegue, através dela, criar uma demanda simplesmente dissimulando-se o seu fundamento, o desejo do Outro.

A acolhida, por parte do psicanalista, se fará em dois planos: um primeiro, em que acatará o pedido de ajuda que lhe faz o deprimido, e, um segundo, no qual a depressão passará a fazer parte da teoria psicanalítica.

Essa interiorização define o próprio método da psicanálise, que se caracteriza pela absorção do externo, de tal maneira que o interno se torne ao mesmo tempo, interno e externo. Isso é possível, me parece, não por causa de algum esforço do psicanalista, ou menos ainda, de alguma habilidade sua ou talento, senão que se deve aos próprios objetos que se oferecem aos psicanalistas, e que podem ser definidos como restos de outros saberes.

Em 1915, com o seu texto Luto e Melancolia, Freud de certa forma traçou o espaço dentro do qual se distribuem as reações subjetivas diante da perda. Em um dos extremos situou o luto, trabalho simbólico de produção de um vazio que permitirá a substituição do objeto perdido; e, no outro, a melancolia, situação na qual a perda somente será possível no real, por efeito de uma identificação entre o sujeito e o objeto.

Freud não ignorava, naturalmente, que certas reações, próximas do que chamamos atualmente de depressão, não dizem diretamente respeito a uma perda de objeto possível de ser reconhecida pelo sujeito: por exemplo, o taedium vitae (citado no caso Dora como um sintoma secundário da histeria[6]), ou os sintomas astênicos das então chamadas neuroses atuais, em particular a neurastenia de Beard, de grande importância no fim do século XIX. A vantagem, no entanto, de se considerar a depressão em relação com o trabalho de elaboração da perda, como é o caso de Luto e Melancolia, está em se elevar ao primeiro plano a dimensão da resposta do sujeito, e, a partir daí, se poder abordar a clínica tendo por horizonte essa resposta. Positivamente no luto, em negativo na melancolia.

Os dois termos opostos por Freud no texto de 1915, o luto e a melancolia, indicam dois limites da intervenção do psicanalista: no luto, ele é em geral dispensável, pois o trabalho de elaboração que leva à eleição de um novo objeto, como ensinava Freud, se faz quase por si só; e, na melancolia, a atuação do psicanalista é limitada, por não se constituir um intervalo significante entre sujeito e objeto.

Ora, esse espaço descrito por Freud é na verdade coextensivo com o da realidade da fantasia, que Lacan sintetizou com a sua fórmula $<>a. Isto é, entre o luto e a melancolia se distribuem as respostas do sujeito às perdas do objeto, o que as depressões contempoâneas ilustram sob a forma de uma dificuldade de se fixarem como sintomas, a tal ponto que dão ao clínico a impressão de ora exprimirem uma resposta de sujeito, ora uma posição de objeto.

A partir disso, qual é a realidade da depressão?

A realidade da depressão é justamente a sua instabilidade entre os dois pólos da fantasia, sujeito e objeto, o que Serge Cottet, num importante artigo sobre o assunto[7], bem exprimiu quando falou da dificuldade da fantasia em se constituir. Essa instabilidade, ao mesmo tempo em que indica o espaço do fenômeno da depressão, que é na verdade móvel, mostra qual o problema principal que enfrenta o psicanalista na sua abordagem clínica.

Traducción: Marita Salgado

NOTAS

  1. "A clínica da depressáo", 2003. ICP, RJ.
  2. Alighieri, D., A Divina Comédia, "O inferno", Canto VII, Versos 121-124, Editora 34, Vol. I, pág. 65.
  3. Ehrenberg, A., La fatigue d´etre soi –Dépression et société, Odile, Jacob poches, Paris, 2000, pág. 16.
  4. Freud, S., "Manuscrito G", Obras Completas, Vol. I, Amorrortu, Bs. As., 1994, pág. 240.
  5. Ehrenberg, A.: La fatigue d’être soi – Dépression et société, op. cit., p. 29.
  6. Freud, S.: Obras, Completas, Amorrortu, vol. VII. Buenos Aires, 1993, pp. 22, 25.
  7. Cottet, S.: La belle inertie: note sur la dépression en psychanalyse, em Ornicar? n° 32, primavera de 1985.
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