Enero 2016 • Año X
#31
Psicoanálisis y literatura

Pliegues conceptuales en torno a Nymphomaniac

José Luis Rosario

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Trenzas
Maria Eugenia Cora

Nymphomaniac, la última película de Lars von Trier, cierra su trilogía de la depresión, que incluye Anticristo y Melancolía, en las que ocupa un lugar muy destacado la temática del erotismo femenino. De entrada, llama la atención que el conjunto quede envuelto bajo el signo de la depresión, cuando el perfil de la temática tiene más bien un sello apocalíptico. De cualquier modo, la tesis que von Trier defiende en esta película es que la ninfomanía no existe, que en todo caso la noción sería una suerte de construcción social tributaria del dominio patriarcal. En resumidas cuentas, Joe, su personaje femenino, es una mujer defendiendo sus derechos, dado que un hombre haciendo los mismos actos no está sujeto al mismo juicio moral. Dicho de otro modo, la película plantea una solución política a la cuestión de la sexualidad femenina. Diremos, por tanto: no hay entidad nosológica sino falla inmanente en la estructura. No hay ninfomanía pero sí adicción sexual, de modo que la película plantea una cuestión que puede situarse en la fase actual del discurso capitalista, captada en su faz de empuje imperativo al goce.

Una idea semejante encontramos en uno de los momentos en que se discute la noción. Joe opone a la idea común en que la ninfómana "es vista como alguien a quien nada le es suficiente", una percepción en que puede ser considerada como la "suma de todas estas experiencias sexuales distintas", de modo que puede decir que ha tenido "un solo amante": la promiscuidad no sería más que la insistencia de un mismo y único goce. No obstante, la definición oscila hacia otro polo cuando se sostiene que "la ninfomanía era no sentir", es decir, se ubicaría tanto en la posición de una repetición que se instala en la búsqueda de una satisfacción que nunca es suficiente, como en la búsqueda de un placer que siempre está ausente, con el agregado de una sensación de soledad abrumadora. ¿Se trata entonces de la insistencia de un goce fálico que, rechazando el vacío conduce a lo peor, o de una defensa para no sentir un goce sin nombre? Ambas hipótesis no solo no se contradicen, sino que son el soporte mismo del goce que instiga el discurso capitalista.

En líneas generales, las experiencias eróticas que se presentan se inscriben en las coordenadas del goce fálico. El goce Otro, propiamente femenino, ocupa un lugar oculto, completamente marginal. No es tema explícito de la película pero interviene como un núcleo enigmático, pues algo de eso aparece en la escena en la que Joe, en un paseo escolar que hace cuando tenía 12 años, tiene la experiencia de un orgasmo espontáneo tendida en el campo. La experiencia parece realizarse en una especie de disociación en la que la niña levita rodeada de nubes, y que luego carece de continuidad. Esta experiencia de goce es lo que Joe, acosada por la soledad, intenta localizar bajo las coordenadas del goce fálico, función que se levanta como defensa frente al goce Otro inconmensurable.

Ordenada entonces bajo el empuje irresistible de la pulsión autoerótica, von Trier nos presenta la historia de la sexualidad de Joe, para quien el descubrimiento de la sexualidad en la niñez se resuelve en el goce masturbatorio. Más adelante se hace desvirgar por un muchacho, Jerome, al que luego reencontrará en diversos momentos. Paradójicamente, quedará ligada al hombre elegido para iniciarse sexualmente y que la ha poseído de modo indiferente, mecánico. Un automatismo análogo la dirigirá luego a los demás hombres. El otro, pues, queda en principio reducido al instrumento de un goce. Pero luego, de manera imprevista, Joe se enamorará más tarde de Jerome, cuando las circunstancias los reúne en una situación en la que él no solamente no muestra ningún interés sexual hacia ella sino que fuga con la secretaria, o sea, cuando la dimensión del deseo sexual entra de lleno en juego. Para aplacar el abandono Joe se masturba compulsivamente. Así, la satisfacción pulsional directa evidencia un cortocircuito de lo simbólico que trata lo real de la angustia mediante lo imaginario del objeto autoerótico. El acto masturbatorio obtura la dimensión de la demanda y el deseo, como defensa frente a lo que no puede ser nombrado.

Es lo que se muestra en la rebelión contra el amor que no se sostiene. Joe había fundado con una amiga "El pequeño rebaño", una logia de jóvenes entregadas a la promiscuidad sexual. Esta rebelión prescribía que no podían tener novio y tampoco tener sexo dos veces con el mismo hombre. Se trataba de "luchar contra una sociedad obsesionada con el amor". Pero ninguna pudo mantenerse fiel al manifiesto. Su propia amiga, cofundadora de la logia, muy osada en el sexo y quien le ha dado las claves para una cacería exitosa de hombres en un tren, le confiesa que "el ingrediente secreto del sexo es el amor". Pero para Joe, el amor no sería más que "lujuria con celos añadidos", lo que no impide que se enamore de Jerome, tenga un hijo con él, y vivan juntos un tiempo en que la sexualidad queda cuestionada por la "seguridad y comodidad doméstica". No obstante, ocupada en las tareas del hogar, no parece tolerar la soledad a la que es conducida, la incertidumbre del lugar que ahora ocuparía frente al hombre que es su pareja, que va y viene del trabajo. El fracaso del vínculo implica un retorno feroz de la masturbación.

Pero el amor no puede ser evacuado, vuelve a asomarse en la comedia de la confesión que le hace a diversos hombres (haber tenido su primer orgasmo con cada uno de ellos), con un resultado único garantizado: todos se enamoran de ella. Pero si bien no se puede prescindir del amor, no es menos cierto que juega un rol perturbador, tanto en el plano erótico como en la posición materna. Respecto de su hijo, por ejemplo, Joe sostiene que "el amor maternal no era un problema", pero había algo en la mirada del niño que la desnudaba en una posición falsa: "era que cada vez que miraba al niño a los ojos, tenía la sensación de que me habían descubierto. Mi amor no estaba siendo devuelto por el niño". Ella no consigue ser madre aunque lo intenta; el niño supuestamente "lo sabe" y lo abandona todo: deja al niño con el padre y se va de casa. Ocurre que un vínculo sado-masoquista se ha interpuesto para poner fin a esta fase. Se trata del encuentro con la furia calculada de un hombre que no tiene sexo con las mujeres que son sus clientes, solo las golpea con una violencia organizada, extrema. Son los términos de un pacto que se cumple rigurosamente.

Lars von Trier hace una denuncia política contra la dominación de la mujer, ¿qué pasa si una mujer se atreve a desplegar su sexualidad como lo han hecho los hombres desde siempre? La cultura dirá: No es lo mismo. Esto es lo que se cuestiona en Nymphomaniac, con un personaje femenino que responde al empuje al goce que nuestra época promueve.

No obstante, al final, Joe opta por una solución moral, elige una especie de ascetismo. Consciente de su adicción sexual, de estar afectada por una condición insoportable que la sume en una tristeza insondable, decide que la meta de su vida será ahora "dominar la sexualidad mentalmente, físicamente y en el corazón", en la soledad que evoca la metáfora (paterna) del árbol de su alma que termina por encontrar, de la que consigue servirse: el árbol solitario inclinado, deforme y sin hojas de la colina, aferrado a las rocas. Una soledad reafirmada por la defección del amigo confidente que tal vez fue el único vínculo donde la palabra pudo sostener un vacío. Pero no hay Otro, el amigo la decepciona precisamente cuando el deseo sexual hacia ella consigue sacarlo de su marasmo, y el desencuentro irremediable tiene lugar.

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