Julio 2003 • Año II
#8
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Los psicoanalistas en la plaza pública

Ana Waisman

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El cuerpo de las formas (serie).
Diana Chorne

En este número de Virtualia contamos con la presentación de una serie de conferencias realizadas en Córdoba bajo el título "Los analistas en la plaza pública", siguiendo bajo diferentes formas una larga tradición, que conjuga psicoanálisis y trasmisión, extensión de una praxis que no es una ciencia, pero con resultados a su altura, que requiere no sólo del analizante, del analista, sino también del Otro social, del público para sostener su existencia, su porvenir.

 

El Psicoanálisis y la guerra

Voy a comenzar leyéndoles el 1er párrafo de la carta que en Julio del año 32, catorce años después de la primera, siete antes de la segunda guerra mundial, Einstein le enviara a Freud.

Su pregunta fundamental, Uds. la escucharán, es de absoluta actualidad. La respuesta de Freud, respuesta que conserva, a pesar del siglo transcurrido, su vigencia, de septiembre del mismo año, es profundamente pesimista respecto de la chance que tendría una instancia como la Sociedad de Naciones, sociedad creada en 1920 por el presidente Wilson y a la que EE.UU. no adhirió inmediatamente, las chances digo que tendría de ejercer un poder real sobre los Estados, en favor de la paz.

La Sociedad de Naciones, el antecedente político directo de la ONU, esta misma que hoy, en las gravísimas condiciones de la situación internacional, reveló su impotencia para detener la guerra, para resolver sus cuestiones por vías diplomáticas, ahora para iniciar la reconstrucción de un país, un pueblo devastado.

Una pequeña historia previa a esa correspondencia: el Instituto Internacional de Cooperación intelectual de París de dirigió, para plantear esa cuestión "Por qué la guerra", a Einstein, y él mismo eligió, como lo dice, consultar a quien reconocía, -es un párrafo posterior de la carta– "un vasto saber acerca de la vida pulsional del hombre".

Sin embargo, relata J. Strachey traductor de las Obras Completas al inglés, a Freud nunca le entusiasmó la tarea. Freud y Einstein nunca intimaron entre sí, y sólo se habían encontrado en una oportunidad, a comienzos de 1927, en la casa del hijo menor de Freud, en Berlín. En una carta posterior, dirigida al analista húngaro S. Ferenczi, describiendo esa circunstancia dice Freud con humor: "Einstein entiende tanto de Psicología como yo de Física, de modo que tuvimos una conversación muy amena."

Freud, el creador del Psicoanálisis, un pesimista respecto de la naturaleza humana, que, sin embargo nunca descreyó de los ideales de la ciencia; Lacan el más grande psicoanalista del siglo veinte, él inscribió su obra bajo el reinado de las luces, desarticulando sin embargo toda idea de progreso y J.-A. Miller, nuestro contemporáneo, en el tiempo del Otro que no existe, de una civilización que ya no propone la norma paternal, en ellos me apoyaré para esta exposición.

Freud escribió dos artículos claves para dar respuesta, desde el Psicoanálisis a la pregunta sobre el destino de la civilización: "El Malestar en la cultura" y "el Porvenir de una ilusión". Antes, en 1915, de su trabajo "De guerra y muerte" – "Temas de actualidad" el capítulo titulado "La desilusión provocada por la guerra", escrito a poco de comenzar la primera guerra mundial. "Cuando hablo de desilusión, dice Freud, todo el mundo comprende lo que quiero significar. No hace falta ser un visionario, es posible reconocer la lógica necesidad, biológica y psicológica del sufrimiento en la economía de la vida subjetiva, y no obstante eso, condenar las guerras en cuanto a sus medios y objetivos y anhelar su terminación"(....) "La guerra, en la que no quisimos creer ha estallado y trajo consigo: la desilusión."

¿Por qué Freud toma esta vía; no exactamente la pregunta por su existencia, sino su efecto: la desilusión por sus consecuencias? Dice Freud: habría que apuntar algo como objeción a esta desilusión. En sentido estricto no está justificada, pues consiste sólo en la destrucción de una ilusión. Una ilusión sobre el hombre y sus condiciones espirituales. Las ilusiones se sostienen porque ahorran sentimientos de displacer y en lugar de estos, nos permiten gozar de satisfacciones. Los ideales entonces, son formas que toman habitualmente nuestras ilusiones.

Dos cuestiones de la guerra, prosigue Freud, provocan nuestra desilusión: la falta de eticidad demostrada por los estados, ellos que representan a los ciudadanos por intermedio de sus gobiernos y se erigen en custodios de la legalidad publica. (Hoy, el ocaso del poder político soberano del Estado-Nación y la definición de la guerra, no como continuación de la política, sino como la política misma, pondrían en cuestión la ilusión de Freud).

En segundo lugar, sigo leyéndolo: la brutalidad de la conducta de los individuos, en situaciones extremas de violencia como las que toda guerra plantea. (Recuerdo "Un día para morir", el excelente, atroz film sobre la guerra de los Balcanes, el enfrentamiento entre dos sujetos, uno bosnio y un servio llevado hasta el absurdo, la insensatez y la locura, en una lógica que sin embargo, mas allá del peligro que los unía, los enfrentaba ineluctablemente, y ello ante la impotencia absoluta de las fuerzas de paz).

Ahora bien, Freud se plantea después la raíz del problema, enfrentando teorías morales y religiosas afirma: "En realidad no hay desarraigo alguno de la maldad "El mal existe, no solamente en el macro mundo, sino, también en el micro mundo de la subjetividad. En cada uno de nosotros, para el Psicoanálisis, habita el mal. Pero la paradoja freudiana es más radical: no sólo existe en cada uno, sino que cada uno tiende a buscarlo activamente, como si fuera su propio bien. Ello se resume en el término lacaniano de goce; Freud ya había clínicamente nombrado su forma ejemplar: el masoquismo. Y esto constituye un saber fundamental, una aportación del Psicoanálisis a la tarea civilizadora, al conocimiento del hombre en materia de Ética.

El psicoanálisis da una definición del hombre que incluye la anormalidad, lo no civilizado, la pulsión de muerte. En la relación al prójimo: no, "lo amarás como a ti mismo", ninguna beatitud, sino una tendencia a la destrucción. La naturaleza más profunda del hombre consiste en mociones pulsionales, ellas son las mismas en todos los hombres y tienen por meta la satisfacción, el goce.

Ha de concederse, dice en este artículo Freud, que estas mociones que la sociedad juzga y proscribe, las egoístas, las más crueles, se cuentan ellas entre las más primitivas, ellas son las de Eros y Tánatos y sufren avatares diversos; son inhibidas, guiadas hacia otras metas, se fusionan entre sí, cambian sus objetivos, se vuelven en parte contra la propia persona. En suma desplazamientos y formaciones reactivas que parecen mudar su naturaleza: el egoísmo convertido en altruismo, la crueldad en compasión. Por la presencia de elementos libidinales, particularmente el amor y la identificación, la pulsión se inscribe en el lazo social. La cultura no entraña así, para Freud otra cosa que la renuncia a la satisfacción pulsional, renuncia que es, a su vez, la base de sus producciones: la moral, el arte, las ciencias, la religión.

La respuesta de Freud a Einstein, diecisiete años más tarde del artículo que les comentaba comienza con una relación entre derecho y poder, siendo ellos términos aparentemente antagónicos, revelan en verdad, su absoluta equivalencia. Dice Freud que es posible sustituir la palabra poder por Gewalt: violencia, que aunque más dura y estridente, es más verdadera.

Ahora bien, ¿cuál es la conclusión de Freud en su intercambio con Einstein? "Una prevención de las guerras sólo es posible si los hombres acuerdan sobre la creación de una instancia superior, supranacional, y que a ella se le otorguen poderes suficientes". ¿No retratan bien estas disgresiones freudianas, aun por el sesgo de su fracaso, el papel de la ONU, de la UE, de la Iglesia, respecto de nuestro presente y la guerra?

Una palabra ahora sobre Freud, el idealista, hacia el final de su carta: "...lo ideal sería una comunidad de hombres que hubieran sometido su vida pulsional a la dictadura de la razón". Paso ahora a hablarles de hombres, tipos de hombres que no someten su vida pulsional a la dictadura de la razón.

 

El terrorista, el canalla

De las "Cartas a la opinión ilustrada" de J.-A. Miller: el terrorista y el canalla, figuras pantogmónicas del mundo actual. Un terrorista, dice Miller en su tercera carta, es un idealista. Es un loco, no un canalla. Nada más lejos del canalla que el terrorista que da su vida para tomar la de otros. Y una afirmación sorprendente en su verdad clínica: el principio subjetivo del terrorismo no se distingue de la anorexia. Un deseo de nada. "Quería un cuerpo de ángel", dice una anoréxica que no hace más que picotear. Sí, de ángel, pero de ángel exterminador. El terrorismo y el Islam ¿por qué no hecha raíces allí el Psicoanálisis?: "El triunfo final de la religión, (Lacan en "La tercera") su función privilegiada es otorgar sentido a la vida, la trascendencia, el más allá, también el pecado; en nuestro discurso, la causa, el Ideal, el superyo, el goce.

Apelaré ahora, brevemente, a uno de los libros más esclarecedores sobre los movimientos fundamentalistas de la actualidad: Gilles Kepel y la "Revancha de Dios". G. Kepel es profesor del Instituto de Estudios políticos de Paris. Él dice: "...todos los movimientos fundamentalistas proponen la reconstrucción del mundo a partir de los textos sagrados. Todos se alzan violentamente contra el espíritu de las luces y la sociedad laica. Los años 70 fueron una década bisagra para las relaciones entre política y religión. Parecía, con los principios de la Ilustración que el dominio publico había conquistado una autonomía definitiva respecto de la religión. La religión restringía su influencia a la esfera privada o familiar y ya no parecía inspirar el orden de la sociedad sino de modo indirecto, como un vestigio del pasado. Esta tendencia es contemporánea de la modernidad, de los triunfos de la ciencia y la técnica, cuyo credo era el progreso."

En los años 70, nuestro tiempo, este proceso empieza a revertirse. Un nuevo discurso religioso toma forma, no para adaptarse a los valores seculares sino para devolverle el fundamento sacro a la organización de la sociedad. Este discurso, a través de sus múltiples expresiones propone la superación de una modernidad fallida a la que atribuye los fracasos provenientes del alejamiento de Dios, y esto en el dominio de las tres religiones abrahámicas, cristianismo, judaísmo e Islam. Hamas el fundamentalista israelí que asesinó a Isaac Rabin y el integrismo y los carismáticos de la Iglesia americana.

En todos los casos reprochan a las sociedades modernas su desmembramiento, su anomia, la ausencia de un proyecto común al cual adherir y se presentan como formas de socialización alternativas que intentan construir un nuevo orden social. Tanto el discurso como la práctica de estos movimientos está cargado de sentido, no son producto de un desorden de la razón o manipulación de oscuras fuerzas del pasado. Así entendido el fundamentalismo no es una resistencia premoderna al progreso, sino más bien una inversión posmoderna que conlleva un intento de encontrar un límite al nuevo orden imperial. El mundo actual ha dejado atrás la era industrial para entrar en una nueva época, los movimientos religiosos "la revancha de Dios" son los hijos de nuestro tiempo.

Ahora bien, desde nuestra perspectiva, el terrorista suicida ¿cómo desecar su goce mortífero, el del sacrificio, hacer entrar la causa del deseo en un Otro absoluto, hacerse, no sujeto, sino instrumento, objeto, más, desecho de una causa que exige la vida? Goce mortífero que implica fundamentalmente todo un cambio en el estatuto de la relación del sujeto al Otro, particularmente de ese Otro que de ser Otro de la demanda, demanda regulada por el nombre del Padre, es el grafo del deseo; pasa a ser "Kant con Sade" es decir la voluntad del goce del Otro, la voluntad de Otro todopoderoso (Amo, Estado, Imperio, Iglesia) que reduce al sujeto a ser sólo eso de lo que el otro goza, y para ello se consagra a él, hasta su propia muerte.

Hoy la fantásmatica "Guardia Imperial" de S. Hussein, puede en gran número no perder la vida, sino rendirse a un jefe militar americano, lo reflejaron la CNN y todos los canales de televisión. En cambio, la atroz voluntad de los terroristas suicidas ¿Cuál es el origen, se pregunta J.-A. Miller, del horrible grito "Eviva la morte" Nieztsche, y el general falangista que indignó a Unamuno?

El valor superior de la vida sustituido por el valor de goce. El canalla, su esplendor, su brillo maléfico proviene de que no posee alteridad, el canalla no acepta al Otro con mayúsculas, que no es más que ficción, ni a los otros pequeños que no valen nada. Ejemplarmente, para J.-A. Miller (antes del 11 de setiembre): Stalin. Después del 11 de setiembre: Él, que no considera ningún tipo de alteridad. El gran Otro: la ONU, la Iglesia, la vieja Europa, pero tampoco los pequeños otros: multitudes en París, New York, Berlín, Madrid concentradas para hacer oír su voz contra la guerra. Para Bush, el canalla, ellos no significan nada y ello mientras traza, con su pequeña camarilla, sobre el mapa del mundo, su "eje del mal".

No se trata del narcisismo, porque a Narciso le hace falta la escena y el espectador. Tampoco del cinismo, elevada ascesis espiritual de la antigüedad. Ningún escrúpulo, ninguna decencia, sin-vergüenza sin vacilación, sin falta en ser. El hombre de acero, dice J.-A. Miller, intocable, cerrado sobre sí mismo "calmo monolito caído en este bajo mundo por una oscura catástrofe". Stalin el que nunca fue terrorista, en cambio organizó el gran terror, reclutó terroristas, hizo padecer hambre a su pueblo, fue feroz, pero nunca fue uno de esos terroristas que ponen su vida en juego, es decir que aceptan perderla por un significante Ideal.

 

La masa, la multitud, la comunidad y el Imperio

Temas de actualidad, tomo el título de Freud, ahora bajo estas antiguas y nuevas figuras del lazo social. En el año veintiseis Freud escribe un artículo fundamental "Psicología de las masas", en él da cuenta, de manera luminosa, de la estructura de esta formación social, la masa, cuyo rasgo esencial es su relación a un líder, que en el lugar del Ideal del yo, anuda, para cada sujeto su lazo libidinal al semejante, es la Identificación y al objeto, colocado este, ya lo decía, en esa posición privilegiada de Ideal.

Otros autores, contemporáneos de Freud, se refirieron al mismo tema, cito como ejemplo, el hermoso libro de Elías Canetti Masa y Poder. No me detendré en él, sólo recuerdo en nuestra historia dos movimientos de masas que marcaron la vida política Argentina: Irigoyen y Perón, líderes de esos movimientos. Voy a leerles, a modo de ilustración, del libro de reciente aparición Años interesantes, una verdadera radiografía histórico-política del siglo veinte, en tono autobiográfico, del historiador inglés Eric Hobsbawn; en ella una descripción fulgurante de una concentración de masas, y el sentimiento de éxtasis (massenkestasse) que la misma provocaba en el adolescente militante del P.C B., que Hobsbawn era en aquellos años, años de inicio de la segunda guerra.

Pero bien, años mil novecientos es decir siglo pasado, hoy en los albores del veintiuno la época no es de masificación. Para la masificación hace falta el Ideal del yo, el nombre del Padre, la lógica del Todo y la excepción; el estado actual de la civilización se explica, en cambio, por la lógica del no-Todo, de los Unos en serie que no forman conjunto, no es la masa, es la dispersión. Tomando en cuenta estos rasgos de la época, dos autores: uno italiano y un americano, Toni Negri y M. Hardt escribieron hace poco tiempo un verdadero tratado filosófico-político, no ya el del Imperialismo, sino nuestro tiempo: el del Imperio y en él la descripción de esta nueva figura social que sucede a la masa: la multitud. El Imperio del capitalismo global no establece un centro de poder, no corresponde a la unidad política del Estado-Nación, no se sustenta en barreras fijas, y aparece como un aparato descentrado de dominio que incorpora progresivamente el terreno global dentro de sus fronteras abiertas, articulando a nivel subjetivo identidades híbridas e intercambios plurales. Así, al concepto moderno de soberanía nacional, con sus expresiones imperialistas a lo largo de los siglos, sucede desde hace algunas décadas un nuevo tipo de soberanía que ya no está ligada al Estado-Nación, sino que se extiende uniformemente por toda la tierra como una soberanía imperial. No imperialista, ya lo decía, sino imperial, de este modo Negri y Hardt sientan las bases para un concepto renovado: el del poder autónomo de la multitud, creando lo que se propone llamar un materialismo herético, inmerso en un mundo considerado como puro azar e inmanencia.

Dicen sus autores: la multitud reside allí donde no hay Dios, ni Padre, ninguna trascendencia. Otra definición que encuentro en el libro: Multitud plural de las subjetividades productivas y creativas de la globalización, que aprendieron a navegar los gigantescos mares del Imperio, sin fronteras, sin líderes, sin identidad homogénea, sin tradición. La horrorosa figura actual de los campos de refugiados, que contrasta en verdad con el concepto spinoziano de multitud, aquel que subraya Paolo Virno en su Gramática de la multitud, una reflexión sobre la esfera pública contemporánea, allí donde caen las unidades: Estado-Pueblo, ciudad –ciudadano, público-privado, allí lo que resta es la multitud entendida como una pluralidad que persiste como tal en la acción colectiva, sin converger en el Uno.

Leo en Imperio, citando también a Spinoza: "...lo revolucionario de los desarrollos filosóficos y políticos producidos entre los siglos XIII y XVI es que los poderes de creación atribuidos exclusivamente en el medioevo a los cielos, se hacen descender a la tierra". Es la filosofía humanista, de la inmanencia, de Spinoza; en ella, el orden de la inmanencia y el poder político de la multitud: la democracia, coinciden completamente. Destaco: la democracia de la multitud como la forma absoluta de la política.

La pregunta, más la apuesta de Negri y Hardt está referida a las condiciones requeridas para una nueva subjetividad política, en otras palabras: ¿Puede la multitud llegar a transformarse en un sujeto político capaz de transformaciones reales en el seno del Imperio?

Por último, en este breve, acotado repaso por el pensamiento actual-contemporáneo de la guerra; la comunidad, el último libro no traducido aún, del sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Comunidad: una interesante reflexión sobre la tensión a la que se encuentra sometido el hombre moderno, encapsulado entre dos fuerzas contrapuestas e igualmente poderosas: la búsqueda de seguridad, que nos empuja a integrarnos en el seno de la comunidad y el impulso a la libertad que indefinidamente nos arranca de la misma.

El autor acuña un concepto interesante: el de "comunidad líquida" cuyo rasgo fundamental es el debilitamiento, cuando no la quiebra total de los tradicionales lazos comunitarios: clase, familia, religión; ese debilitamiento corre paralelo a la sustitución de un sistema de solidaridad pública por la búsqueda de soluciones privadas a la mayoría de los problemas sociales. Un ejemplo de estas comunidades líquidas lo constituyen las multitudes reunidas por la paz ante la invasión anglo-americana a Irak. París, Berlín, New York, Madrid, Córdoba fueron testigos de multitudes que, sin líderes pero con un lema común: "no a la guerra", se reunieron a partir de un objetivo único. Nuestros "cacerolazos". Objetivo único: su fuerza y su debilidad. ¿Serán ellos los actores políticos del futuro? La pregunta queda planteada.

 

El Psicoanálisis, la práctica moral que corresponde a nuestra época

Ahora bien, frente a este panorama, el psicoanálisis, más el movimiento lacaniano. A la manera de las Escuelas de ética de la antigüedad, no es una invitación a la tristeza, al conformismo, a la resignación, a la depresión, mal de nuestros tiempos. Lacan decía, la depresión, una cobardía moral, ella se cura con el coraje.

No hay sin embargo, píldora para el coraje, este es correlativo, cito a Lacan nuevamente, de una ética de las consecuencias. Esto quiere decir no faltar al deber, al deber propio de cada discurso. Lo recuerdan: "Hay un deber que le corresponde al psicoanálisis en el mundo...". Y cada discurso se sostiene de una ética que le asigna un deber, un deber ligado a una causa y un deseo. Una ética de las consecuencias es una ética política porque incluye las respuestas que van a venir, y aunque no se pueda conocerlas de antemano, se sabe que habría que contar con ellas. Por eso tiene algo de heroísmo, de no resignación, por que es enfrentarse con un deseo y tenerlo en cuenta.

A contrario de una Ética de las intenciones, que haría del sujeto un inocente, con Freud, tenemos derecho a dudar de las "buenas intenciones" más bien ellas son... imperdonables ya que el hecho mismo de la existencia del inconsciente impide escudarse en la buena fe, las buenas intenciones, el alma bella. Como dice J.-A. Miller: lo que tu has hecho, lo has querido, lo que tu has querido no lo sabes, son las consecuencias las que te enseñan sobre tu deseo.

Por fin, el psicoanálisis considera, en primer lugar para el analista, el deber de descifrar el inconsciente del que cada quien es sujeto.Como sabemos, si leer es una de las cosas que más civiliza, leer sobre todo el propio inconsciente ofrece un saber inédito para nuestra vida. El Inconsciente, dice J.- A. Miller, ese libro con tirada de un solo ejemplar, cuyo texto virtual se lleva a todas partes y en el que está escrito el guión de cada día, o al menos su hilo conductor.

El Inconsciente quiere decir que lo que cuenta son las consecuencias y ellas hacen al sujeto responsable. Esta es la ley de Freud, la dura ley freudiana, y ello hasta por el contenido inconsciente de los sueños. De nuestra posición de sujetos no hay salida, somos siempre responsables.

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