Mayo 2003 • Año II
#7
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Genio del psicoanálisis

Jacques-Alain Miller

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Dominique Gromez, fotógrafa.

Lo que define al genio de Freud, es su invención, el psicoanálisis, que ataca el punto de absoluta densidad del sujeto, del cogito cartesiano, priorizando el chiste, el lapsus, el acto fallido.

En esta conferencia pronunciada en Santiago de Compostela, Miller plantea que después de Lacan, el genio del psicoanálisis radica en el objeto a como símbolo paradójico de ese goce que carece de símbolo, que resiste en el discurso.

Hubo en la Antigüedad una experiencia muy particular, la experiencia llamada del daimon, término griego, o del Genius, su correspondiente latino. Es una experiencia que puede leerse en Sócrates. Se trata de la relación de Sócrates con una instancia que él llamaba daimon, una supuesta instancia que decide el destino peculiar de cada persona, instancia con la que tenemos relaciones. Ese daimon. ¿Qué es ahora? ¿Ha desaparecido o se conserva en la práctica del psicoanálisis?

Hay un genio del psicoanálisis, un solo genio que se llama Freud y que es reconocido como tal por los psicoanalistas y en el campo de la cultura.

 

Genio, gusto y matema

¿Fue Freud un genio? Hay una noción que parece fundamental para decir de alguien que es un genio: la invención. El genio como invención encuentra su forma en la del juicio estético de Kant. No imita y por eso, al mismo tiempo, es un ejemplo para los otros. Es lo que ocurre con Freud. Hay un momento Freud, un antes y un después de este momento. Existen esfuerzos para deducir a Freud del campo de la cultura de su tiempo pero estos esfuerzos, creo, no pueden medir al genio. Vamos a aceptar que Freud es un genio.

Otra pregunta sería si Lacan fue o no un genio y si, pasada la relación Freud-Lacan, podemos decir ahora, tras su muerte, que fue un genio. Hubo gente, en vida de Lacan, que iba a decirle que era un genio. Tenemos la respuesta de Lacan. Consideraba una injuria decir de él que era un genio. De entrada, Lacan nunca olvidó que él no era el inventor del psicoanálisis.

Pero hay más. Con el mismo concepto de genio en el siglo XVIII, se puede decir que hay un inconsciente del genio -esto puede verse en la definición de Kant- precisamente porque el genio no obedece a reglas previas. Se trata de un inventor que no puede comentar, no puede desarrollar cómo el genio produce su producto, cosa que pertenece al concepto mismo de genio. Dice Kant que un genio no sabe cómo encontrar en él las ideas.

Esto tiene una relación con el inconsciente. Un genio no sabe cómo sus ideas se encuentran en él, es un lugar donde se producen cosas sin que el sujeto pueda decir cómo se producen.

No es una definición del psicoanálisis sino de la filosofía estética. Un genio no puede seguir un plan, no puede comunicar a los otros unas reglas que les permitan hacer cosas semejantes. Si Lacan consideraba una injuria decir de él que era un genio es porque eso era contrario al movimiento propio de su investigación, es decir, al esfuerzo para saber, comunicar y enseñar cómo se producen las cosas en el psicoanálisis.

La relación entre Freud y Lacan es como la relación entre el genio y el gusto en Kant. Lacan sería el gusto. Kant dice que esa relación del gusto consiste en "pelar" las desviaciones del genio, afinar los excesos del genio. Es lo que el mismo Lacan formula cuando dice que la teoría de Freud está construida año a año, como una jungla, y que su tarea, la de Lacan, es trabajar en esa jungla, meterse en ese lugar para desbrozar la jungla freudiana.

¿Freud es como Newton o es más bien como Homero? Es decir, ¿se puede aprender a partir de Freud o es un poeta al que se puede admirar sin estar seguros de hacer las mismas cosas que él? Esta cuestión es muy importante. El genio, en el sentido de Kant, tiene su valor en el arte pero no en la ciencia. El esfuerzo de Lacan fue un esfuerzo para comunicar el psicoanálisis, para enseñar a Freud lo que llama el matema. Matema, en un primer sentido, significa lo que se puede enseñar, es decir, la dimensión no genial, no de invención sino de enseñanza. Por eso, precisamente, para Lacan es una injuria llamarle genio. El genio no es el hombre del matema ya que para el genio el matema es imposible. Es por esta razón que Lacan, hacia el final de su vida, era un poco pesimista, pesimista en cuanto a transmitir como matema el psicoanálisis, pesimismo que puede leerse en las palabras de su última etapa, cuando decía que el trabajo de cada analista es el de reinventar el psicoanálisis. Esto puede significar que no hay otra salida para el psicoanalista que ser un genio.

Es un chiste. Es un chiste expresar que un analista pueda ser un genio. Es un hecho de experiencia –podemos decirlo con seguridad– que los analistas no son genios. En verdad, en el análisis es el analizante el que tiene vocación de genio.

 

El dispositivo analítico

La asociación libre es la invitación a ser un genio –un genio en el sentido kantiano–, es decir, a no obedecer reglas previas y a crear sus propios productos de palabras. La asociación libre es la invitación al paciente a que se despoje de su aprendizaje.

En la pintura hay también representaciones de genios –son esos genios pintados con alitas– que le vienen bien al psicoanálisis, por ejemplo Eros, el genio del Amor. A los analistas les gusta mucho creer que el psicoanálisis es amor, hasta tienen una palabra para ello: la transferencia. Hay ahí una identificación muy agradable para los psicoanalistas. Como creen que el súmmum del amor es la madre, están muy dispuestos a identificarse con ella. Pero hay analistas cuya posición es de neutralidad para impedir el genio Eros.

Ahora bien, lo que los psicoanalistas no pueden soportar es un segundo genio propuesto por Freud, el genio Thanatos. En palabras del mismo Freud, “Eros no va sin Thanatos”. Es

un hecho, sin embargo, que en la historia del psicoanálisis Thanatos no fue aceptado. Podemos contar con los dedos de una mano los analistas que aceptaron a ese genio que es Thanatos, el genio de la Muerte. La mayoría de los analistas anteriores a Lacan, incluso los discípulos más próximos a Freud, no pudieron aceptar al genio Thanatos. Pero nosotros vamos a ver de lo que se trata entre esos dos genios, Eros y Thanatos.

Podemos entender también el genio del psicoanálisis de la misma manera que Chateaubriand lo utiliza en su título El genio del cristianismo, es decir, el carácter propio, distintivo, del psicoanálisis. Y podemos decir que los psicoanalistas no tienen genio pero que el psicoanálisis sí lo tiene. Es la invención de Freud, hacer funcionar una experiencia con gente que no son genios.

Con otro sentido, existe una expresión francesa, le génie du lieu –que algunos propusieron traducir como “el duende” y otros, literalmente, “el genio del lugar”– que es el genio que responde a las preguntas del oráculo. Freud, con su dispositivo clínico, obtuvo un genio del lugar. Este dispositivo comprende:

  1. La asociación libre, la invitación a decir todo lo que se quiera sin obedecer a otra regla más que ésa.
  2. La interpretación, del lado del analista.
  3. La transferencia.
  4. La respuesta peculiar del analista a ese fenómeno, su neutralidad.

En estos puntos se resume la estructura misma de la experiencia analítica. No importan mucho las diferencias teóricas cuando ese dispositivo es aceptado. Las desviaciones importantes en el movimiento psicoanalítico nunca fueron teóricas sino prácticas. Así ocurrió con Lacan y la IPA, ya que la enseñanza de Lacan tenía consecuencias prácticas en el análisis.

No importa lo que un analista piense, la neutralidad es primordialmente una neutralización de su pensamiento. Lacan dice que la frase que da la posición del analista es "no pienso", cosa difícil de soportar. Por eso es necesario un análisis previo, para funcionar en la experiencia como analista, analista que no piensa. Es muy difícil no pensar, de eso hay múltiples evidencias.

En los inicios del psicoanálisis, los analistas creían tener la obligación de ser eruditos -por ejemplo, Ernest Jones- pero eso fue sólo al principio, un momento peculiar de la historia del psicoanálisis. Al comienzo hubo una Edad de Oro del psicoanálisis, sus diez primeros años, en la que la interpretación tenía efectos súbitos y espectaculares. Después vino un período de interrogación para saber cómo funciona un análisis. Fue el período que se conoce como el de los escritos técnicos, donde se trataba de hacer un análisis de la transferencia y que correspondió a los diez años siguientes.

Después de estos veinte años, los psicoanalistas tuvieron que reconocer que el psicoanálisis no funcionaba, que el genio del psicoanálisis había desaparecido. Es por ello que Freud tuvo que proponer, en 1920, nuevas fórmulas para tratar ese fenómeno, fenómeno que era resultado de los efectos mismos de la práctica analítica sobre el inconsciente. Fue un hecho histórico, la desaparición del genio del psicoanálisis, y los síntomas ya no desaparecían de la misma manera en la que antes se podía esperar. A este efecto responde un efecto teórico de Freud, la llamada segunda tópica, que marcó un momento de stasis, de parada del análisis.

Podemos decir con seguridad que para Freud la condición del genio del psicoanálisis es la ausencia del genio del analista y que la IPA es, actualmente, una Asociación para mantener la ausencia de genio en el psicoanálisis. Lacan decía a este respecto que la única misión de la Asociación Americana es obtener cien analistas mediocres, carentes de genio. Hay razones de estructura para ello.

La invención de Freud no es la invención del inconsciente, la invención del genio de Freud es la invención del dispositivo analítico, es decir, un cierto modo de exponer la manifestación del inconsciente, de poner en acto la realidad del inconsciente en el fenómeno de la transferencia. Es una manera de reactivar el inconsciente.

 

El concepto de cualquiera y el SsS

La invención propia de Freud fue la del psicoanalista. El concepto freudiano del analista es una producción única, inédita en la formación de las ideas. Analizantes los hubo en la historia -los genios del siglo XVII como Descartes o Pascal, dice Lacan, eran analizantes- pero un analista, eso es una producción de Freud. Es la producción propia del psicoanálisis. No hay que tener miedo a decirlo: lo que hay en el activo evidente del psicoanálisis es la producción de psicoanalistas.

A propósito del genio de los psicoanalistas podría aplicarse la frase de Baudelaire, a propósito de Balzac, cuando dice que “en Balzac, hasta las porteras tienen genio”. Si en el psicoanálisis los analistas son genios es en el mismo sentido que en las porteras de Balzac.

¿En qué un psicoanalista en un fenómeno nuevo? Primero, en que no habla al individuo. Habla al colectivo, en público, pero en su práctica, en su relación con un individuo, con una sola persona cada vez, se produce la primera novedad: no habla y no responde a la persona como tal; le responde como poseído y poseso del inconsciente, pero no responde con exorcismos. La novedad consiste en que el analista tiene que anular su propio genio y aceptar ser cualquiera. Podemos decir que, en cierto modo, la novedad del analista reside en su capacidad para estar en la experiencia como un cualquiera. Es un atentado a su narcisismo, por lo que toda la literatura analítica viene a ser como una reparación de este atentado.

La transferencia es un fenómeno automático. Si en la transferencia se trata de amor, lo terrible es que se trata de un amor a cualquiera en posición de analista. Puede verse cuando hay una transferencia de paciente, una remisión de un analizante a otro analista -lo que indica la suposición, por parte del primer analista, de que el fenómeno de la transferencia puede producirse con otro de la misma manera que con él.

Fue un esfuerzo propio de Lacan construir este concepto de cualquiera que funciona como analista en la experiencia. Es un cualquiera peculiar, distinto de un médico, un psicólogo o un psicoterapeuta. Este cualquiera, peculiar en el análisis, es su concepto de Otro.

No supuso una novedad, en su tiempo, el hecho de considerar la constitución humana a partir del mito de la relación con el otro. Pero el semejante no es cualquiera. Al principio de su enseñanza, Lacan construyó el modelo del espejo donde se trata de otro, pero de un otro que no es cualquiera sino que es semejante -lo que implica un conocimiento estético del otro-. Esta relación con los otros se transforma completamente cuando no se trata de una comunicación estética, relacionada con la visión. Se transforma por la existencia del lenguaje.

En los años 50, el esfuerzo de Lacan consistió en resaltar cómo se transforma la relación con el otro cuando se introduce el lenguaje. El lenguaje es el tercero, no es ni el uno ni el otro pero constituye una referencia para los dos. Este tercero es Otro pero un Otro que no es semejante. Su tesis propuesta para articular el modus operandi del psicoanálisis fue que cuando uno habla siempre se dirige a ese Otro. No tengo tiempo para comentar esta frase pero debe destacarse que ese Otro está inscrito en una proposición universal. Todo ser humano que habla, habla para ese Otro más allá del individuo con el que puede conversar.

Este Otro, A, tiene una larga historia en la enseñanza de Lacan. Está hecho de todo lo que fue dicho, de la cultura universal -no importa que uno lo conozca o no, existe independientemente de cada uno-. Karl Popper, papa del positivismo lógico, tiene también este concepto que él llama, con su manera peculiar, un mundo, el tercer mundo, hecho del discurso universal.

La invención de Freud es precisamente la del analista como representante de ese Otro. Es una historia completamente loca considerar al analista como una encarnación del Otro. La novedad consiste en que el analista, sin decir nada, puede dar cuerpo a este Otro, ser su representante. Los analistas creían, en los primeros tiempos del psicoanálisis, que tenían que ser ese Otro, lo que explica aquella avidez por saber que sentían los primeros psicoanalistas. Este Otro lacaniano es el que permite entender correctamente el genio del psicoanálisis.

El reconocimiento de la producción automática de la transferencia sirve de vínculo a la comunidad psicoanalítica. Pero una cosa es el hecho de la transferencia y otra distinta la interpretación de este hecho. Freud interpreta la transferencia mediante la repetición, como si la razón de la transferencia fuera la presentificación, en la sesión, de los personajes más importantes de la historia del sujeto. En este punto el análisis que hace Lacan es diferente al demostrar que hay otra interpretación en Freud, aunque menos explícita, no mediante la repetición sino mediante la interpretación. Lacan interpreta la transferencia por la interpretación misma.

El dispositivo analítico pone al sujeto en la posición de genio en sentido kantiano. Por medio de la invitación que supone la regla de la asociación libre, coloca al sujeto en la posición de no saber lo que dice, de decir de cualquier manera lo que dice sin ser responsable de lo que dice. Por el solo hecho de aceptar esta regla cae en la dependencia del Otro. No se trata de una dependencia real. Es cierto que existe un deseo del analista de tener pecho para alimentar al paciente, pero en esta dependencia se trata sólo de una sugestión simbólica por el Sujeto supuesto Saber.

La definición más sencilla que puede hacerse a este respecto es la del Sujeto supuesto Saber como pivote de la transferencia -ésa es la estructura de la transferencia en el sentido lacaniano-. los fenómenos son mucho más complejos: amor que puede ser odio, confianza-desconfianza, etcétera. Se trata de una disposición del sujeto. El sujeto es reducido en el análisis a aquello que Descartes puede deducir como el genio maligno, ese genio que a partir de Descartes permite obtener un sujeto donde el pensamiento y el ser se confunden en un punto.

Lacan dijo en algún momento que el sujeto del análisis es el mismo sujeto de Descartes, el que corresponde al sujeto de la ciencia según Descartes. Pero no es su última definición. En el sujeto cartesiano, pensamiento y ser son uno, mientras que en el psicoanálisis pensamiento y ser no son uno. Si el genio maligno cartesiano se detiene frente a un punto absoluto de densidad del sujeto, de coherencia del pensamiento, debemos decir que el genio freudiano ataca la identidad misma del sujeto, es decir, que atrapa al sujeto en ese punto donde no puede decir ergo sum. Es el genio del chiste, del lapsus, del acto fallido, del sueño.

 

Un genio sin símbolo: el objeto a

En Kant existe, más allá, esta noción que puede desarrollarse, a propósito del genio, como "naturaleza suprasensible del sujeto que no se puede atrapar en un concepto". El análisis ataca este punto donde no hay un concepto de la identidad del sujeto. Este punto, en la teoría lacaniana, tiene una escritura, a. El genio del análisis, su carácter propio, fue desde el primer momento la preocupación de Lacan. Su fórmula es lenguaje y palabra, pero es un error pensar que su enseñanza se detiene en este punto. Y no se detiene en este punto, precisamente, porque con la única dimensión de la palabra no podemos obtener nada más que la no identidad del sujeto.

El sujeto que habla y que piensa no puede experimentar otra cosa que la constatación de su falta de ser -ya sea en la exaltación o en la melancolía, no importa- que tiene que ver, precisamente, con su vinculación al discurso, en cuya dimensión no hay nada seguro. Nada puede deducirse en la pura dimensión del discurso puesto que, para deducir algo, hay que conseguir el acuerdo del Otro. Pero si el Otro es neutral, no se puede deducir nada porque no puede deducirse algo solo. Cuando ese Otro es el analista, no puede deducirse nada, simplemente no puede asegurarse ni verdad ni falsedad.

Debemos preguntarnos, sin embargo, si eso es el todo de la experiencia analítica. No lo es todo, no lo es todo porque si lo fuera cada uno sería cualquiera. Es el caso del analista, pero no de todos porque cada uno tiene su Genius, su estilo propio, una inercia, una manera de vivir. Por eso no podemos evitar definir al sujeto, como una variable. Si es una variable, habrá que pensar de qué función es el sujeto la variable.

Hay una respuesta en Freud y el trabajo de Lacan fue su formulación. El descubrimiento freudiano consiste en que hay una única función de la variable sujeto y ésa es la función fálica. Es la única función en relación a la cual el sujeto puede tener un valor, si se identifica al sujeto con la variable.

Ya Freud tomó ese falo como un símbolo sin el cual no se puede entender lo que dice de la castración. La castración no es una falta de tener sino una falta de ser y viene definida por la disyunción del sujeto con el ser. La experiencia analítica consiste en la experiencia, por parte del sujeto, de su falta de ser que se produce de una manera automática cuando uno se planta en la pura dimensión del discurso.

El ser es, por una parte, un poco sorprendente. Acostumbrados a estudiar el ser como un máximo de densidad, según la secular concepción filosófica, en el psicoanálisis el ser resulta mucho más humilde. Antes de Lacan, el ser se abordaba en psicoanálisis a través de esa distinción tan unívoca entre lo genital y lo pregenital. La idea de aquellos primeros analistas suponía que el genio era lo genital, pero con la idea de que lo pregenital tendía a normativizarse en lo genital. Es decir, el genio propio del psicoanálisis consistía en obtener la simbolización de todo el goce -en especial, del goce pregenital del supuesto perverso- mediante el Falo.

Y al mismo tiempo que existía esa ilusión, permanecía en el análisis, en la concepción de los analistas más rigurosos, la constatación de la experiencia en el sujeto de un goce que no puede ser simbolizado, de un goce irreductible e ingeneralizable, refractario a lo universal, un goce absolutamente peculiar. Ese es el genio de cada uno.

Un dicho es siempre universal, es algo dirigido al Otro y, por tanto, un dicho del Otro, una universalización perpetua. Pero hay una zona en el sujeto que es de una peculiaridad absoluta, de un goce singular. Los primeros en descubrirlo fueron los psiquiatras cuando constataron la existencia de las perversiones sexuales, del fetichismo. Ese goce peculiar de cada uno no tiene adentro aquel Otro, aquel lugar universal. En la experiencia se pone de manifiesto una dimensión que no es significante.

Esto no fue bien leído en Lacan. Su punto de partida desde el lenguaje y la palabra podía encubrir la existencia de un goce no reductible al Otro. Dicho goce fue el descubrimiento de Freud en sus “Tres ensayos para una teoría sexual” y supuso el núcleo de su segunda tópica. Fue a través de esa peculiaridad que Freud se esforzó en explicar la nueva resistencia al psicoanálisis, los límites terapéuticos del psicoanálisis.

Cuando Freud introdujo a Thanatos, era al genio maligno del psicoanálisis a quien estaba introduciendo, maligno porque impide, en un cierto punto, la cura del sujeto. El problema para Freud fue el descubrimiento, en esa resistencia, de un goce peculiar que residía en el malestar en sí mismo. Por eso sus últimas palabras fueron pesimistas con respecto a la cura.

También Lacan, al igual que Freud, fue pesimista finalmente. Sin embargo, su esfuerzo más juvenil consistió en pensar cómo en el análisis, dentro del campo del lenguaje y la función de la palabra, podemos tratar con ese goce que no tiene un símbolo fálico, que se resiste en el discurso.

¿Cómo podemos operar con ese goce que no tiene un símbolo? El primer esfuerzo de Lacan fue el de darle un símbolo escrito, el símbolo a. Es ya un símbolo muy peculiar. El símbolo de una cosa que no tiene un símbolo es en sí mismo una paradoja.

El verdadero genio del psicoanálisis es el objeto a. No tenemos una mejor aproximación a ese daimon o Genius primitivos que ese objeto a. Ya es mucho poder decir que el psicoanálisis puede aproximar ese goce como un objeto. Fue Lacan el que le dio su formulación. Podemos deducirlo en Freud, Abraham o Winnicott, pero sólo para decir que no es suficiente que el analista sea planteado como representante del Otro. Lo que constatamos es que el sujeto se completa con ese objeto a. Podemos decir que es el precio pagado por esa falta de ser por la que el sujeto viene a complementarse con el objeto a para ser un todo, para ser un uno.

En la psicosis verificamos la presencia de un goce que no tiene un símbolo, pero que tampoco tiene la forma del objeto a. El psicótico tiene la experiencia de sí mismo como objeto de Dios. Sería como la experiencia de no estar hablando a los otros que están aquí sino al Otro. Es así como se produce un cierto tipo de goce sin símbolo.

Las últimas palabras de Lacan sobre la posición del analista se dirigían a hacer del analista una encarnación de ese goce sin símbolo. Cuando uno lo dice así puede parecer algo fantasmático, pero lo que hace es invitar a plantearse al analista, no como representante del Saber sino -lo que es inédito en la historia- como un objeto que no tiene símbolo en el discurso universal.

Esta conferencia fue publicada en El analiticón nº 1, 1986, pp. 5 - 16. Ed. Correo-Paradiso, Barcelona.

NOTAS

* Conferencia pronunciada en Santiago de Compostela el 24 de febrero de 1984. A la espera de viajar a Londres para asistir a una exposición titulada El genio de Venecia, Jacques-Alain Miller recibió la llamada telefónica en la que se le invitaba a realizar esta conferencia y a dar su título. Tal y como explicó en su introducción, Genio del psicoanálisis fue la primera idea que se le ocurrió como título y que causó su trabajo posterior para dar sentido a ese significante. La conferencia fue realizada en español. Transcrita y redactada por Miquel Bassols, Hilario Cid y Adolfo Jiménez.

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