Mayo 2003 • Año II
#7
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La lógica de la intervención del analista en la esquizofrenia

Beatriz Schlieper

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El cuerpo de las formas (serie).
Julia Goldenberg, fotógrafa.

Una psicosis de influencia, considerada a partir de una presentación de enfermos, nos enseña a diferenciar el momento de la estructura y del caso clínico. A través de la escucha analítica durante la presentación se puede precisar el uso del lenguaje que tiene la esquizofrenia, posibilitando una lógica para las intervenciones del analista y para la construcción del caso. También se arriba a una interesante discusión clínica que retoma la tensión de las cuestiones que conciernen al lazo social, la relación al discurso, al objeto, el estatuto de la representación en la psicosis.

 

Una cronología posible de los acontecimientos

En una presentación de enfermos realizada en un curso de posgrado, la paciente describe su infancia, diciendo que era una chica normal porque no se le imponía “estar al servicio de la gente”, significante neológico de mucha pregnancia en su discurso.

Su relación con el padre es irrelevante, mientras que su relación con la madre parece estar teñida con los significantes neológicos que condicionan su subjetividad en forma permanente constituyendo los ejes de su problemática: En este sentido se ve que durante la niñez ubica a su madre como perteneciendo a los “servicios de inteligencia”, siendo luego estos dos significantes extrapolados a diferentes contextos: el primero con el de “estar al servicio de”, y el segundo con cierta adherencia del discurso en torno al grado de coeficiente intelectual, lo que se presenta como alguna de las ideas dominantes.

Le atribuye a su madre un intento de calmarle la ansiedad, que según dice, ya padecía, a causa de la rapidez de su pensamiento, estando con chicos bobos. Dicho confuso, ya que no se sabe quien estaba con los chicos bobos, si ella o su madre que en este punto parecen ser la misma persona. Confusión que por otra parte es indicativa del estatuto del vínculo especular, ya en ese momento mismo indiscriminado, pero aún no patológico.

El significante “servicio” es localizado retroactivamente allí, como el problema del desfasaje entre la vertiginosidad de las ideas, la imposibilidad en que se encuentra de decir lo que piensa por el carácter de inefable que ello tiene y, por otro lado, lo que siente. En otro momento de su discurso se contradice mostrando que ya en el primario tenía que “estar al servicio de la gente”, dice que es como si su madre “hubiera tenido que ponerla en la parte intelectual”, idea seguramente derivada de la supuesta pertenencia de ésta a los servicios de inteligencia.

Durante la adolescencia inicia la relación con las drogas, hecho que manifiesta como “llenarse de los adictos” lo que empieza a denotar un comienzo de los fenómenos de transitivismo ligados a un padecimiento subjetivo, ligando confusamente este hecho a la madre que estaba relacionada con “ayuda”.

También dice haber sufrido "un boicot" por parte de un profesor que le jura que no se va a olvidar de él por “la interacción”.

Para esa época dice experimentar, durante el amamantamiento de un hijo, que las mamas se alteran rompiéndosele los tejidos. A partir de esta vivencia se produce un cambio en su vida, que describe como de marginación acompañado de gran sufrimiento. La cuestión de tipo hipocondríaco, que comienza y que compromete la ruptura del tejido simbólico -que en ese punto está expresado en el cuerpo-, es donde probablemente se sitúa con más precisión el momento del desencadenamiento que introduce un antes y un después, y que marca su exclusión del contrato social.

La relación de causalidad que el sujeto establece entre los fenómenos que padece y su participación en el programa de promoción social denotan un saber sobre un núcleo de verdad.

En los años que siguen se repite la problemática del coeficiente intelectual que la relaciona con un Otro de estatuto público y probablemente ligado al ideal, ya que dice formar parte del equipo de un ex presidente.

Retoma el tema de las mamas pero ahora lo describe como una operación de mamas donde se le introducen “unas herramientas de prácticas de servicios”, lo cual muestra el efecto de lo simbólico introduciéndose en el cuerpo. En este mismo período la adicción mencionada anteriormente, marca para ella el comienzo de lo irracional, lo enfermo de todos sus procesos vinculares ligado a la desesperación y al vacío libidinal con un aumento de la pulsión oral. Tanto el problema de las mamas como el de las drogas parecen estar situados alternativamente y de un modo confuso en dos momentos diferentes, ambos en la adolescencia y luego alrededor de los treinta.

Durante los dos últimos años describe haberse puesto al “servicio de personas obesas”, hecho que al estar ligado a la presión de lo oral ubicada un año antes, permite inferir que se trata de la misma oscilación imaginaria. Por lo que el “estar al servicio de personas obesas” puede representar indistintamente una referencia a sí misma o a otras personas que tuvieran también un incremento de peso.

 

Síntoma y lenguaje en la esquizofrenia

En esta paciente se vuelve difícil seguir el hilo de las ideas, porque la construcción de la frase que las expresa tiene su lógica alterada. El lenguaje esquizofrénico torna oscura la significación en la medida en que se producen alteraciones, ya sea de la secuencia gramatical, como de las fracturas en las relaciones de causalidad que tiñen las vivencias corporales y afectan también la dimensión temporal.

La dispersión subjetiva propia de una fuga por la vía metonímica es percibida por ella como el incremento de la velocidad del pensamiento, pudiendo dar cuenta al mismo tiempo de un desfasaje entre lo que habla y lo que siente, procesos que para ella funcionan separadamente. En el decalage entre lo que piensa y lo que siente, se aloja el neologismo que toma una forma adverbial, dice, que no se siente normal, y aclara: “normalmente”, y a esto lo relaciona con el haber estado un año sin reírse.

La paciente evidencia padecer de fenómenos de código y fenómenos de mensaje a la manera de la lengua fundamental de Schreber, ya que reconoce, por un lado, la existencia de un código, que se hace presente por lo menos en el momento del operativo del que siente ser víctima. Entre los significantes plenos de sentido se puede detectar el de “vínculos”, relacionado con el problema de la interacción, lo que la remite a todo lo que tenga que ver con lo social, lo comunitario y que da cuenta del mecanismo de transitivismo espacio especular donde ocurren todos los episodios transferenciales.

Los fenómenos de mensaje, de tipo intuitivo, donde la significación se anticipa frente a la significación que falta, y que ella atribuye a una programación de la mente, y refiere al “estar al servicio y no con vivencias extrasensoriales”. Evidentemente las cosas le hacen signo, ya que tienen una significación que le está dirigida. La presencia del enigma se agudiza cuando algo se le revela pero sin poder alcanzar el sentido, ejemplo de ello es que puede precisar que la causa está en el equipo de formación social, aunque no sabe de qué modo.

En este transitivismo que la atraviesa está habitada por distintos personajes, experiencia que es significada con un sentido especial al que describe como el desempeño de “roles” y que en el caso del marido representan las distintas actitudes y posiciones de éste en la vida. La rigidez del concepto, la falta de dialectización con respecto a las modalidades vivenciales o comportamentales muestran el carácter neológico del lenguaje, que la condenan a una apreciación fija, inerte, en la que finalmente lo único que le resta es la certeza de ser sólo una marioneta del Otro, ya sea del marido o del Estado. El poder del Otro como Estado tiene el valor de una revelación en la que lo que se le demanda son “servicios”.

Si bien aparece esbozado algo de la índole de la conspiración, ésta toma la forma de “un operativo” que maneja a ciertos personajes de la calle -mendigos y prostitutas- pero sin que llegue a armar una conspiración consistente. Así, la lista de personajes que la habitan progresa a medida que el discurso avanza, y su ser está tomado, inmiscuido por estos personajes; pero además aparecen figuras públicas del lado del ideal, personajes disímiles e incluso antagónicos, u organismos como la AMIA, la DEA, o el Ejército de Salvación. Serie infinita que denota una gran confusión donde las ideas se desplazan de una a otra metonímicamente sin poder detenerse en alguna de estas figuras para constituir un ideal.

En este operativo su mente es transportada, trasvasada a la mente de un ignorante y pasa de ser una “brillante-mente” a una “ignorante-mente”, ella no sabe cómo ocurre esto. Comienza una descomposición de su cuerpo, y sus acciones se ven comprometidas en un proceso de lentificación. De este modo el lenguaje de órgano expresa algunos fenómenos del orden de lo inefable, que dan cuenta de lo enigmático de la experiencia y son descriptos a la manera de órdenes dadas: como “coordinación de vista”, o como un “mandato interno”.

Entre estos trasvasamientos sufre también la recepción de mensajes de advertencia, tales como que “si denuncia no se va a recibir”. Este mensaje tiene la forma de una transmisión, lo que ella diferencia muy claramente cuando sostiene que el transmitir no es equivalente a hablar, porque -dice- que puede hablar con alguien y simultáneamente transmitir a otro.

Todo este padecimiento mental puede ser imputado al Otro, como en la supuesta operación de mamas por medio de la cual le han introducido aparatos cuya oscura finalidad consiste en colocarla como una “damita de servicio”, cuyo contenido es alusivo y remite a su posición femenina: “esposa que no puede decidir”. Su cuerpo es víctima de toda suerte de abusos, no sólo le introducen aparatos , sino que le roban los órganos. Esto es expresado por el neologismo de sufrir un “boicot”: “no era un boicot así nomás, era con muerte, para sacarle los órganos”. En otra referencia a este significante, “boicot” situado cuando tenía quince años o cuando estaba en quinto año, da cuenta muy específicamente de la pregnancia del Otro como lugar del lenguaje que se le impone, amenazándola con “la interacción”, es decir notificándole de su captura imaginaria.

 

Análisis del devenir de la posición en la estructura al caso clínico

Se puede decir que este caso se sostuvo en la infancia por la relación imaginaria con su madre, y aunque ya se observan en esa época trastornos tales como fuga de ideas y presencia de significantes neológicos, ella se describe a sí misma como una chica normal, a la que todavía no se le imponía estar “al servicio de” y atribuyéndole correlativamente a su madre una función de apaciguamiento.

Lo que surge de la ausencia de la imposición de ideas de servicio marca puntualmente donde reside la diferencia que contrapone los fenómenos descriptos con su percepción de ser normal, y es lo que permite establecer que no se trata de una psicosis infantil.

Gracias a la precisión del discurso psicótico es que se puede establecer claramente dónde reside la diferencia entre una estructura psicótica y una psicosis ya desencadenada. La verificación de la falta de constitución del síntoma como tal, está representado por el hecho de que en esa época, el binomio encarnado por ella y su madre está estabilizado. Indudablemente, esta fuerte identificación imaginaria con la madre, donde ella puede ser contenida por ésta, perduró hasta que la confrontación con las exigencias del Otro social desenmascaró la imposibilidad de establecimiento del lazo social.

El haber permanecido atrapada en el estadío del espejo, en la vertiente que esto tiene de mortal, la redujo a la oscilación permanente en el transitivismo generalizado que padece. La paciente expresa claramente que se presenta habitada por cuanto personaje entra en su campo de inducción, y esto le hace padecer todo tipo de intercambio. Hecho que se le impone en una coyuntura particular, durante un curso cuyas coordenadas tienen que ver con lo social.

Tal como Lacan lo señala en “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, cuando alguien se presenta en posición tercera frente a una relación especular compensatoria rompiendo este equilibrio precario, el sujeto no tiene cómo responder a esta nueva realidad. Al faltar los recursos simbólicos que se requieren para la concreción de una frontera entre su yo y el otro, se ve confrontada a un lazo social imposible de establecer. Se instala entonces este fenómeno de transitivismo mortificante, donde el yo-otro es el lugar donde se produce la transferencia psicótica que se torna sumamente persecutoria.

Por ello en este caso es factible pensar que se está frente a lo que Lacan indica como las enfermedades de la mentalidad, por tratarse de un sujeto sin consistencia que carece de una identidad cristalizada, cuyas identificaciones se desplazan continuamente de un objeto a otro. Se trata de un imaginario flotante, su ser no es más que la oscilación permanente del estadío del espejo.

Una de las enseñanzas de este caso reside en la posibilidad de discriminación entre los dos momentos: el momento de la estructura y el del caso clínico. Momentos separados por la cuestión pulsional manifestada por la paciente misma cuando testimonia que, a pesar de que el carácter neológico del lenguaje esté ya presente no por ello constituye un síntoma, porque éste requiere siempre su articulación a un goce.

Estos fenómenos que posteriormente constituirán su padecimiento, en esa etapa forman parte de sí de un modo natural, aceptado, dice: “yo era normal”. Sólo cuando empiezan a estar erotizados, se puede hablar de la constitución de un síntoma psicótico. Y es allí dónde aparece un saber sobre su desencadenamiento que ella expresa como no sentirse normal, y esto porque el sujeto ha perdido sus amarras y queda elidido tras una forma adverbial que habla de una división subjetiva que, en lugar de producirse a nivel de la represión, se produce dentro de la estructura significante: si antes era normal, ahora no es: “normalmente”. Se verifica en esta mutación subjetiva la frase de Lacan: “en ningún lado el síntoma está tan articulado a la estructura como en la psicosis”, constituyéndose el síntoma como el lugar donde lo real de la pulsión queda atrapado en el significante mismo. Esta perturbación del goce de lo real al articularse íntimamente con el significante mismo, produce todos los desvíos propios del lenguaje esquizofrénico y luego por homofonía va a contaminar todo juicio de atribución posible respecto de su ser.

 

El aporte freudiano sobre la esquizofrenia

Para entender esta lógica entre el síntoma y la estructura se puede hacer un recorrido por Freud, para quien se trata de la catectización de las representaciones de palabra, como el rodeo que realiza la libido para retornar al objeto. Intento de curación propio de esta patología, en la que ha ocurrido una sustracción de la carga pulsional de lo que representa a la representación inconsciente del objeto. Por cuanto, las representaciones verbales del sistema preconciente no sólo no han perdido su carga, sino que estos significantes experimentan una carga más intensa.

Freud sostiene que se trata de una primer tentativa de curación por parte de la esquizofrenia. Dice Freud: “Estos recursos aspiran a recobrar el objeto, pasando por la parte verbal del mismo. Pero al obrar así tienen que contentarse con las palabras en lugar de las cosas”

Al no coincidir la palabra y el objeto se genera la forma bizarra de sustitución en la esquizofrenia. Freud señala el modo de funcionamiento de esta enfermedad, donde las sustituciones no se efectúan por la analogía de las cosas expresadas, sino por la semejanza u homofonía de los significantes.

Este proceso por el cual queda interrumpida la carga de objeto y sólo se conserva la de las imágenes verbales de los mismos, es vivido por el sujeto como un decalage entre lo que piensa y lo que siente, descripción que alude a un saber referido a que la identidad de pensamiento no ha podido sustituir adecuadamente a la identidad de percepción y ambas coexisten sin que el principio de realidad pueda tener un predominio.

Si bien en la paranoia, Freud también hace aparecer a cielo abierto esta función del inconsciente de establecer relaciones por homofonía, diferencia la posibilidad de esta última de reordenar la cadena significante de un nuevo modo que le permite reconstruir el mundo. Evidentemente, esta factibilidad de reconstrucción del mundo permite a la paranoia la posibilidad de reubicación y recuperación parcial de la carga de objeto aunque de un modo diferente que la neurosis.

Esto explicaría la respuesta afirmativa que da Lacan a Jacques-Alain Miller durante la apertura de la Sección Clínica respecto a si en la paranoia se pueden encontrar el S1, el S2, el Sujeto barrado y el objeto en la medida en que allí también se cumple la ecuación de que un significante es lo que representa a un sujeto para otro significante. La constitución de un delirio sistematizado implica una concatenación de la cadena significante en un nuevo orden, donde el sujeto que es representado por un significante para otro ha variado radicalmente, lo mismo que su relación con el objeto. Para producirse la nueva significación, la estructura ha requerido de un nuevo ordenamiento de los significantes.

La esquizofrenia en cambio se queda a mitad de camino, sólo fijada a los significantes en sí mismos, los que no se concatenan en un orden, y no pueden por lo tanto producir una significación après-coup, imposibilitándosele, según las palabras de Freud, la coexistencia de las imágenes de palabra y las imágenes de objeto a nivel de la conciencia.

Se pueden apreciar en esta paciente los dos tiempos de constitución de la enfermedad. Desde una lectura freudiana, probablemente antes del desencadenamiento se haya perdido la imagen del objeto, proceso incompleto al que le falta un segundo tiempo de recarga de las imágenes verbales del Preconciente para constituirse en un síntoma como goce, goce que no sería otro que el de las palabras en sí mismas a través de la experiencia de influencia, que en boca de la paciente, equivale a que no se le imponía todavía el “estar al servicio de”.

 

La discusión clínica

Cuando Miller, siguiendo a Freud y a Lacan, divide las psicosis en esquizofrenia y paranoia se refiere a la primera como un cuadro que no tiene la referencia de un discurso que la represente y donde el aparato de influencia, en tanto que la relación del sujeto con el cuerpo de lo simbólico deja como saldo un sujeto desmembrado y disperso en una multitud de otros, donde las fronteras excesivamente permeables del yo no lo contienen.

Esta paciente, parece establecer un lazo con el analista e incluso con el público al que incluye en su decir, por lo cual se plantea una discusión clínica respecto a si se trata o no de una esquizofrenia, dado que el rasgo primordial de ésta desde el punto de vista clínico estribaría en la imposibilidad del lazo social con el Otro.

Pero en realidad, el supuesto lazo que manifiesta la paciente es la urdimbre de la trama de su reversibilidad imaginaria que la mantiene aparentemente ligada al medio. Esta reversibilidad imaginaria, engañosa, esconde una posición narcisista extrema donde el sujeto se ha reducido al filo mortal del estadío del espejo.

Siguiendo la perspectiva de Miller, este caso se podría diagnosticar como una esquizofrenia, ya que la paranoia requiere de la factibilidad de poder inscribirse en un discurso delirante. Metáfora delirante que le permita una organización del mundo con una fuerte dimensión yoica y un Otro capaz de gozar de él. Es decir un sujeto y un objeto bien diferenciados dentro de una cadena de significantes que porte una significación más o menos estable.

Pensar el caso desde estos ejes supone subsumir la psicosis de influencia dentro del cuadro mayor de la esquizofrenia. Por ello, la particularidad tan notable de las ideas de influencia denotan la fuerza de su transitivismo especular.

Uno de los fenómenos que ilustran la presencia del síntoma psicótico en esta paciente, es el modo en que el sujeto ha vaciado aquello que podría representarla.

La falta de una identificación con un significante amo que le permita nombrarse como sujeto se expresa en la alteración del lenguaje respecto de la lógica formal. El lenguaje ha sufrido una subversión, por cuanto en lugar de poder construir un juicio de atribución sobre sí misma, su ser queda elidido, neutralizándose y quedando reducida en ese mismo acto a un enjambre de significantes neológicos.

Su subjetividad en un comienzo es expresada como “brillante-mente”, la que luego por los avatares que la dispersión subjetiva va produciendo se transforma en “principal-mente”, “ignorante-mente” y otras variaciones que se presentan desde el punto de vista gramatical como una inversión del sujeto y el predicado por medio de la inversión del adjetivo y del sustantivo.

La falta de lo que sería una esperable concatenación del discurso, por efecto de la inversión del sustantivo y el adjetivo, toma una forma adverbial que impide el advenimiento del sujeto, produciendo simultáneamente y por esto mismo, el efecto de extrañeza del lenguaje.

El aparato de influencia, como cuerpo de lo simbólico, devasta al sujeto a través de sus formas neológicas. Ejemplo de ello es el adverbio “normalmente”, neologismo que anida en el decalage entre la identidad de pensamiento y la identidad de percepción: lo que piensa y lo que siente. Porque las ideas sobre su normalidad mental están sobredeterminadas por el principio del placer que ordena y dirige la percepción de no sentirse normal.

 

La posición del analista en la psicosis

El analista que realiza la presentación de enfermos hace tres intervenciones intentando reordenar al sujeto abordándolo justamente en el plano del goce con el que está investido el lenguaje.

La primera, cuando le pregunta si “brillante-mente” es equivalente a una mente brillante a lo que la paciente asiente.

Justamente, porque la intervención incide abriendo una brecha en lo monolítico del neologismo, es que se produce un reordenamiento develando una lógica que insistió a lo largo de toda la presentación y que sólo una escucha analítica podía desentrañarla. Intervención capaz de introducir una ordenación por constituir una cadena compuesta de dos significantes diferentes. Restituye así una secuencia imbuida del proceso secundario, pero no desde la evocación de la significación reprimida, sino actuando sobre la dimensión gramatical del discurso mismo, que al rearmar una cadena, por la misma hiancia que genera permite un lugar para el sujeto. Con lo cual resitúa el eje del problema que es adjudicarle al sujeto su lugar, como aquel que habla de sí.

El incidir en forma directa sobre lo neológico del lenguaje intenta desalojar la carga pulsional de las representaciones de palabra como posibilidad de acceso a la representación del objeto.

En la segunda intervención intenta detener la oscilación entre su ser y todos los otros que la habitan, mendigos, prostitutas, etc., al indicarle una direccionalidad que le facilitaría el establecimiento de un verdadero lazo con el Otro. Dice el analista: “volver a ver a sus hijos, orientada por eso puede hacer las cosas que convienen para llegar a eso”.

Se trata aquí de una indicación fuerte en la que el analista haciéndose cargo del goce del sujeto le inventa un deseo por fuera de la estructura narcisista.

La tercera, cuando invierte la causalidad entre lo que parece una secuencia anodina entre significantes en los que el sujeto encontraría una solución -pero que no dejan de ser un elemento más de los automatismos que la parasitan-, y que se expresan en ella como: “Todo lo veo terrible viendo las cosas desde esa órbita. En vez de verlo más claro, más tranquilo, más conciso”. Dice el analista: “yo voy a invertir la cosa, primero conciso, cuanto más conciso, más claro va a ser”.

El valor de esta intervención es su diferencia respecto de una interpretación en la neurosis. Es una operación sobre el aparato de influencia, es decir, -pensándolo desde Freud-, una intervención dirigida a la sobrecarga de las representaciones verbales del preconciente en su vertiente metonímica, introduciendo una cuña en los procesos de condensación y desplazamiento que eliden el verdadero anhelo del sujeto.

En este punto se dirige a la instauración de un significante amo que podría sustentarla comprimiendo la dispersión infinita: lo conciso de una identificación con el S1. Afirmación, por otra parte, de la existencia de un S1 con el cual sostenerse en una identidad que detendría el incesante pasaje pendular del que es víctima.

Al expresar: “yo voy a invertir la cosa, primero conciso, cuanto más conciso, más claro va a ser”, toma como eje la demanda que la paciente logra expresar a través de su queja: “se está violando mis derechos como sujeto individual”, queja referida al profundo desgarro de no estar representada por ningún S1 que le permita efectivamente, constituirse como un sujeto individual.

Este reclamo del sujeto de no haber podido advenir a una subjetividad individual desde donde podría dirigir un deseo organizado, es tomado por el analista reorganizando una trama donde lo conciso de tener una identidad sexual del lado femenino orientaría su deseo de ver a sus hijos.

La respuesta proferida por el analista se produce dentro del marco de transferencia en la que frente a la queja del sujeto es como si dijera: “para que Ud. llegue a tener el alivio que representa una significación estable del mundo, sería necesario que todo el parásito palabrero que la habita se redujera de pronto a un punto lo más conciso posible donde se detuviera la oscilación del enjambre significante y donde entonces lograría ser una persona individual con un deseo propio”; ¡porque es su derecho! -Y, ¡Ud. puede!– augura con una intervención oracular el analista.

De lo que se trata en el trabajo que realiza Freud sobre “El inconsciente”, es de la reconstrucción de una lógica posible para la esquizofrenia, estableciendo claramente aquello de lo que se ha desamarrado el sujeto y cual es el resorte que inviste los significantes con tanta pregnancia. En este caso particular de lo que se ha desabonado es de aquello concerniente al ser y a la sexualidad.

Por un lado, la falta de un significante que la represente como un sujeto que puede estar o no con otro, desde una identidad femenina y con un deseo dirigido es aludido en el discurso como siendo “una damita en servicio” -autómata, marioneta-, que no puede tomar decisiones ni sostenerse en un deseo propio. Puro reflejo del otro.

Si hay Otro capaz de gozar de ella es el lenguaje mismo en su dimensión de aparato de influencia. Ni ella, ni el otro especular tienen la más mínima consistencia, son vacíos y mutables como los acontecimientos mismos que pueden ser afirmados y negados al mismo tiempo, porque al estar sometidos a la lógica del proceso primario no rige para ellos el principio de la no contradicción. Ella está habitada y desgarrada por la enfermedad de la mentalidad, puro aparato de influencia gobernado por el proceso primario bajo la égida del principio del placer.

Lo que Lacan plantea en lo concerniente al ser es: ¿qué soy ahí pudiendo no ser? En lo tocante a los significantes que le permitirían una identificación como ser sexuado del lado de la feminidad, sólo son alusivamente considerados en el ser “una damita de servicios”. Posición femenina no instaurada ni siquiera en lo que hace a la maternidad, en la que el amamantamiento tiene connotaciones persecutorias de intromisión. En lugar de que esa experiencia tenga la dimensión del don del amor, ella es la receptora. El acontecimiento sufre una transmutación y al subvertirse le retorna bajo la introducción de aparatos “de prácticas y servicios” y todo su ser se desgarra en contacto con ese acontecimiento, sobre el cual, -a partir del agujero originario ocurrido en lo simbólico- ella carece de la posibilidad de significarlo.

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