Julio 2001 • Año I
#2
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Un lazo social inédito

Mauricio Tarrab

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Cielito lindo
[Ana Casanova]
1999 - Papel pintado sobre tela
1,60 x 1,50

En ocasión de las Jornadas de Río de Janeiro realizadas en diciembre de 2000, acerca del lazo analítico y el tejido de la cultura, este trabajo planteó la particularidad del psicoanálisis, que al ser un saber advertido de la pulsión de muerte, lo incluye en el cálculo que el lazo analítico, en tanto que social, propone al sujeto, ubicando en otro lado la causa de los comportamientos, las contingencias de los encuentros, los enigmas de la subjetividad y el deseo; lazo que en esa misma particularidad y eficacia, está en competencia con los remedios de goce de nuestra civilización. Mientras la cultura contemporánea de la mano de la ciencia escapa del sentido, buscando la elucidación genética de los comportamientos, la supresión química de los padecimientos, o bien los retornos religiosos ponen en manos del Otro el sentido que colmará el vacío de la subjetividad, el psicoanálisis hace evidente en su práctica cómo es el sentido mismo el que se escapa.

 

I. Introducción

J. Lacan dice que “un discurso no puede sostenerse por uno solo”. Uno entonces, en tanto tomado por un discurso está abierto al otro; depende del otro. Es mi punto de partida.

Ese discurso que llamo analítico –dice también J. Lacan– es el lazo social determinado por la práctica de un análisis. Práctica, lazo y discurso se entrelazan de un modo preciso en esta frase.

La práctica de lo que llamamos un psicoanálisis determina un lazo que se hace discurso. Y por esa misma vía se incluye la dimensión social de dicho lazo. Desde que uno está en posición de analista –dice J.-A. Miller en su curso El banquete de los analistas— entra en un lazo social.

La dimensión social nunca fue descuidada por J. Lacan en su larga indagación sobre los aspectos clínicos, epistémicos o políticos del psicoanálisis. Dos referencias básicas separadas por casi 30 años de su enseñanza lo demuestran. Al principio, en “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, nos convoca a unir el horizonte de nuestra práctica al de la época, o a renunciar a esa práctica. En el otro extremo, al final, en el Seminario 24, presenta las cosas con sencillez, al decir: “...a pesar de todo, hay que ser sensatos y darse cuenta que la neurosis se sostiene en las relaciones sociales”.

De “un lazo social inédito” me propuso mi amigo Romildo que hablara hoy. Inédito en el nivel de la cultura por lo que en ese nivel constituyó el acontecimiento Freud. Inédito porque propone al sujeto una novedad inquietante para tratar su miseria neurótica, ya que lo inédito puede ser esperado como efecto de embarcarse en esa empresa. La espera de lo nuevo, de que lo escrito pero aún no editado, encuentre una nueva inscripción, de que lo aún no escrito pueda escribirse de un modo nuevo para salir del infierno de la repetición.

La repetición demanda lo nuevo y es a partir de eso que operamos para producir lo inédito para el sujeto, de responsabilizarse de su posición de sujeto y de situarse de otro modo frente a sus condiciones de goce. Convocar lo inédito, lo aún por venir, lo que debe advenir por efecto de este discurso nuevo en la cultura.

Poner en relación lo inédito con lo no-realizado, tal como redefine Lacan al inconsciente freudiano, es plantear lo que esperamos del encuentro con un analista. La dimensión ética del lazo social inédito que el psicoanálisis propone se apoya en lo aún por venir para cada sujeto, una apuesta contra la condena del escepticismo, la depresión y el cinismo del mundo contemporáneo. Empezaré por ahí.

 

II. El marco contemporáneo del lazo analítico

Comenzaré entonces por donde la comisión organizadora de la Jornada lo sugiere: lazo analítico y tejido de la cultura. Hay para nosotros una relación inseparable entre clínica y política en el psicoanálisis de la orientación lacaniana, que debemos considerar al reflexionar sobre el lazo social que llamamos psicoanálisis.

• En primer lugar: No hay que ir muy lejos en Lacan para toparse con las múltiples indicaciones al respecto. Es más, se podría decir que casi lo primero que uno aprende en Lacan, es que el psicoanálisis, planteado como un nuevo lazo social, es el campo donde se despliega una política de la cura que regula la acción del analista, que la limita, que la encamina. Una política respecto de la cual el analista no es libre. La dirección de la cura es donde se encarna en un hacer preciso esa política –que es su orientación desde el comienzo mismo– a lo real. Hay entonces ahí una relación inseparable entre la clínica y la política de la cura.

• En segundo lugar: Así como hay una relación entre la estructura de la Escuela y la enseñanza de Lacan como su agalma, hay una relación que se pone en evidencia entre clínica y política del psicoanálisis, como consecuencia de aquélla.

a) Clínica y política: La clínica orientada por una política de la cura –su orientación a lo real– produce, llevada hasta el final, un psicoanalista definido como tal desde entonces por su análisis y no por su práctica. El nudo entre clínica y política queda apretado y el dispositivo del pase será el punto de cruce fundamental entre clínica y política del psicoanálisis.

• En tercer lugar: La preocupación permanente de J. Lacan por el estudio de las lógicas colectivas y su advertencia al psicoanalista por venir –es decir a nosotros– respecto de las consecuencias de políticas que articulan el ideal científico y sus efectos tecnológicos al mercado, con sus resultados de supresión del sujeto y rechazo del inconsciente, son fundamentales al articular el discurso analítico con su marco. El psicoanálisis no puede desentenderse de la implicación que la política a secas tiene sobre la clínica, y de las condiciones sociales que tiene sobre su práctica. Esto me lleva al segundo punto:

b) Tres coyunturas sociales contemporáneas del lazo analítico: La palabra coyuntura tiene acepciones en español que hacen un eco especial, por lo que la he elegido. Debo entonces trasmitirles algunos de sus sentidos para que nos entendamos. Significa una combinación de factores que son importantes para una sociedad; algo no estructural sino coyuntural. Es también un momento propicio, una oportunidad, el momento donde se aprovecha una oportunidad. Por último, una coyuntura es la articulación entre dos huesos.

Voy a plantearles tres coyunturas sociales contemporáneas para pensar cómo podemos ubicar por allí el lugar del psicoanálisis como discurso. La primera es la coyuntura como hecho social, aun político. Y esta primera coyuntura será pensar que:

 

1. Lo real de la ciencia incide en el presente e incidirá en el futuro de la subjetividad y el lazo social.

Voy a comentar un artículo del diario Clarín; su titular es: Con un gen modifican la conducta de los ratones. Se trata de un experimento genético, extraído de una revista del prestigio científico de Nature.

“...un ratón poco simpático y promiscuo, pasó a ser, por la fuerza de un gen inyectado, un animalito más sociable y fiel, una modificación del comportamiento social (esto es fundamental), de un mamífero, fue lograda por primera vez”.

Estos investigadores han demostrado que puede haber una cierta comprensión y manipulación de las bases genéticas de los comportamientos sociales. Trabajan con dos tipos de ratones, un ratón al que llaman montañés –y que para esta ocasión en Río llamaré ratón do morro– y otro al que denominan ratón campestre –que rebautizaré como ratón da praia. El ratón da praia siempre se ha destacado por su fidelidad; es monógamo, ayuda a crecer a sus hijos y gasta buena parte (ya que no de su dinero) de su tiempo con su única pareja. Mientras que su primo, el ratón do morro, vive recluido en los morros, y cada tanto sale a buscar pareja, claro que la conservan por un tiempo limitado.

Proceden a sacarle un gen al ratón da praia, y se lo inyectan al embrión de un ratón do morro y obtienen la modificación del comportamiento social del pobre ratón. Es decir que el agresivo, polígamo y despreocupado por la familia, siempre de carnaval, ese ratón do morro crecerá gracias a la intrusión genética como un tranquilo, fiel, monógamo, y preocupado padre de familia.

Nuevos ratones, transgénicos, más sociables que sus antecesores han sido producidos. Nuevos lazos sociales inéditos son prometidos por la ciencia.

El darwinismo social aparece de la mano de la genética, con las realizaciones racistas pueden esperarse a partir de encontrar las bases genéticas del comportamiento social y modificarlo: “...esto anticipa los tratamientos posibles del autismo y la esquizofrenia. Y puede ayudarnos a un mejor manejo sobre algunos niños antisociales”. Retornos siniestros al nivel del lazo social y de la subjetividad del progreso de la ciencia. Coyuntura contemporánea que hace de contexto en el que se inscribe el lazo social analítico.

El psicoanálisis es un saber advertido de la pulsión de muerte. Y esto está incluido en el cálculo que el lazo analítico, en tanto que social, propone al sujeto, al ubicar en otro lado la causa de los comportamientos, las contingencias de los encuentros, los enigmas de la subjetividad y el deseo.

Es por eso también que podemos decir que Lacan llamó al discurso analítico el envés de la vida contemporánea.

Pasemos ahora a la segunda acepción de la palabra coyuntura. La coyuntura es también donde nos suenan los huesos, es decir que hay en esta palabra la resonancia del cuerpo. Claro, que es bien diferente cómo la palabra hace resonar un cuerpo a cómo la tecnociencia puede hoy modificarlo. La segunda coyuntura puede ubicarse entonces, pensando en que:

 

2. El cuerpo podría ser infinitamente perfeccionado por el saber encarnado de la tecnociencia.

En otro artículo del diario Clarín, que se llama “Mutantes de fin de siglo”, el sociólogo argentino Oscar Landi, comenta el fenómeno de la artista plástica francesa Orlan –quien estuvo en la Argentina hace un par de meses–, y sobre su particular modalidad artística, que consiste en modelar mediante la cirugía plástica su propio cuerpo en un arte carnal.

En medio de un quirófano, en el que había instalado un fax y videos, Orlan se hizo colocar una serie de implantes de siliconas en distintos sectores de su cara, y dos protuberancias a los lados de la frente. El equipo médico fue vestido por diseñadores de moda. La artista hablaba en vivo, vía satélite con centros culturales de diversas ciudades del mundo, dirigía videos y tomas fotográficas, que captaban lo que estaba sucediendo en plena operación de su rostro, con anestesia local. Documentó la evolución de la piel inflamada, con los progresivos cambios de color, hematomas, etc. para su posterior exhibición.

La artista considera a su cuerpo algo sujeto a una infinita mutación y actúa en consecuencia.

He aquí esta coyuntura entre la bio-tecnología y un modo de gozar. Verdaderamente podría prefigurar un “nuevo”, más nuevo que el nuestro, lazo social. Este lazo de un deseo con el desarrollo tecnológico, modifica realmente su cuerpo. A lo que hay que agregarle el plus de ofrecer su cuerpo al espectáculo, porque está el ojo del video allí en juego, que es el valor de goce que sobrevuela toda la exhibición. Aquí donde suenan los huesos y se modifica la carne, a pedido no en este caso del consumidor sino del artista.

Por último, una tercera manera de pensar una coyuntura es su significado de oportunidad, de momento oportuno para algo nuevo. La coyuntura apropiada.

 

3. La tercera coyuntura: El sentido y lo real del síntoma o El testimonio de la Sra. Nilda.

El retorno de la religión y sus renovadas ofertas de fin de siglo al desconcierto de los sujetos contemporáneos es también una coyuntura que hace marco al psicoanálisis.

Encontré este aviso también el Diario Clarín.

Para ud. que sufre de depresión, vicios, miedo, nerviosismo, angustia, problemas familiares, envidia, celos, y perturbaciones en general... venga al Valle de la bendición. Con la presencia del Obispo Juan Genaro, fundador de la Iglesia Universal.

Y eso va acompañado de un testimonio, en este caso no es el testimonio de un AE, sino de una mujer del pueblo, la señora Nilda. Dice haber sufrido durante 20 años una depresión nerviosa, como consecuencia de lo cual tuvo una enfermedad psicosomática grave. Durante 15 años estuvo bajo tratamiento médico, tomando pastillas para los nervios. Tuvo 5 intentos de suicidio (quizás es una exageración). Maltrataba a los hijos; padecía de insomnio, así como de síntomas que no dudaríamos en llamar obsesivo-compulsivos, ya que la pobre señora nos cuenta que se levantaba a limpiar la casa, objeto por objeto y rincón por rincón durante las largas horas de la noche. Hacía eso porque necesitaba “gastar energías” y el marido no la ayudaba en eso tampoco. Tenía también una interpretación para su padecimiento: eso era un castigo de Dios. Entonces conoció la Iglesia Universal y les dejo a Uds. imaginar los términos en que describe el alivio sintomático que le produjo ese encuentro y participar en las Cadenas de Oración, etc., etc.

No se trata por cierto ni de ridiculizar a la Sra. Nilda y su testimonio, ni tampoco alcanza con hablar de sugestión o charlatanería. Se trata de entender que el campo de la creencia, que es el campo de la demanda de significación, la Iglesia Universal del Reino de Dios, la Umbanda o de otras formas de religiosidad de fin de siglo, operan ahora sobre depresiones, angustias, miedos, obsesiones, insomnios, fenómenos psicosomáticos, etc., etc.

Para la Sra. Nilda encadenar su padecer enigmático y sin sentido a las cadenas de oración no es por cierto lo mismo que encadenarlo al saber inconsciente. Pero no dudo que la Sra. Nilda hubiera quizás estado en condiciones de sacar provecho de un encuentro con un psicoanalista; de que en la coyuntura misma del sinsentido de su padecer, tuviera la chance de un encuentro fecundo con la eficacia del psicoanálisis, que comienza también con una creencia.

El lazo propuesto por el psicoanálisis, su particularidad, su eficacia, está en competencia con las respuestas, con los remedios de goce de nuestra civilización. Está en competencia porque en el psicoanálisis se trata de una respuesta que no oculta la falta en ser del sujeto, su vana y estúpida existencia.

En el lazo analítico se trata más bien de un lugar para preservar la falta en ser, como lo propone de manera admirable Jacques-Alain Miller en su texto “Las contraindicaciones del tratamiento analítico”:

...en la medida misma en que la ciencia no considera los efectos de sentido, en la medida en que ya no confía en el sentido, sino en la causalidad efectiva real, entonces hay que considerar al espacio de la sesión analítica, al uso de las sesiones analíticas como el depósito del resto semántico, lo que posibilita la efectuación de la falta en ser. Allí es donde puede plantearse la pregunta acerca del sentido de mi identificación, de lo que estoy haciendo, de lo que define mi ser.

Y como lo señala Eric Laurent :

...el encuentro con un analista puede pensarse como un paréntesis en el cual el sujeto, que está en su vida sometido a la tiranía de la causalidad, esa tiranía que transforma el sentido de su identificación y que se esfuerza en identificarse para definir su posición en la civilización, puede en ese encuentro experimentar la falta en ser.[...] esto define un uso fundamental del psicoanalista, del encuentro con el psicoanalista en nuestra civilización. [1]

Tenemos aquí definido lo que del encuentro con el analista, lo que en la práctica de la rutina de las sesiones debe producirse como efecto de discurso; de ese discurso nuevo, que es el discurso analítico. La orientación del psicoanálisis, la propuesta que hace a quien se comprometa en este nuevo lazo, aunque es inversa a la dirección de la cultura contemporánea. Mientras la cultura contemporánea de la mano de la ciencia escapa del sentido, buscando desesperadamente la elucidación genética de los comportamientos, o la supresión química de los padecimientos. O, mientras los retornos religiosos ponen en manos del Otro el sentido que colmará el vacío de la subjetividad, el psicoanálisis hace evidente en su práctica cómo es el sentido mismo el que se escapa.

Esta peste que comienza con el sentido, que debe extenderse en el comienzo en una proliferación casi religiosa del sentido –el sentido sexual, del sentido comandado por el Nombre del Padre– sabe de la falta de sentido fundamental, que es lo que hay que cernir al final, ese trozo de real que debe ser subjetivado para hacerlo causa de un trabajo nuevo, distinto, en el lazo social. El psicoanálisis debe acechar con su peste para enfermar, allí donde pueda hacerlo, a la civilización de la ciencia. Y su peste no puede propagarse más que por un lazo nuevo, un lazo social inédito.

Traigo el término peste, término freudiano, término de un fracaso freudiano; pero, al mismo tiempo un término que J. Lacan utiliza para proponer una salida del discurso capitalista en la conferencia donde propone el matema de este discurso. Propone poner “peste” en el lugar del $. Es decir en el lugar que caracteriza al sujeto del consumo en el discurso capitalista. Reintroducir la peste en el discurso capitalista es una condición para salirse de él. Es decir, producir que aquello que es mi falta de goce estructural y mi ser de deseo no se detenga en las metas propuestas por los objetos del mercado, que prometen la solución del malestar, sino que me permita ubicar lo que no tiene una solución en el Otro, lo que nunca podrá entrar en el lazo con los otros, lo que no es colectivizable, en suma lo que funda lo real de mi síntoma, lo singular a subjetivizar en el análisis. Esa es la novedad del lazo social que llamamos psicoanálisis.

El lazo social determinado por la práctica del psicoanálisis constituye un tratamiento diferente del sentido, de lo real y del cuerpo [2], puntos donde les suenan las coyunturas al presente y se anuncia un porvenir más sombrío. La cuestión para el psicoanálisis, para la práctica del psicoanálisis, para esa práctica que determina un lazo social inédito, es la de ubicarse de modo de responder en el uno por uno a la impasse de la civilización de la ciencia, jugando su apuesta por la particularidad del sujeto, por la singularidad de su goce, y poniendo en juego otro saber que el saber científico. Cuál es entonces la situación del goce en nuestro mundo, y cómo los discursos lo tratan es el marco que conviene para plantear el lazo analítico. Es adonde apuntará el recorrido que propondré hoy, luego de haber sólo esbozado un aspecto mínimo del estatuto y el lugar del goce en el mundo contemporáneo.

 

III. Del encuentro analítico al discurso: El desfiladero de la transferencia

Las parejas del sujeto y el discurso analítico

En el comienzo está la transferencia, y la transferencia apareció en la experiencia analítica –como lo recordaba Jacques-Alain Miller– como una sorpresa para Freud, en medio de su investigación, que era una investigación sobre el saber y fue tomada como obstáculo a la progresión de ese saber en busca de la verdad que Freud esperaba develar. El aspecto de pilar fundamental de la transferencia en la experiencia analítica se revelaría como una sorpresa, la sorpresa del amor; pero que de inmediato es acompañada por una segunda sorpresa, que es que la transferencia no tenía un solo valor, sino que entre los fenómenos transferenciales había también manifestaciones hostiles y agresivas.

Recordemos que Lacan llama a la transferencia negativa el drama inaugural de la experiencia analítica” en la III Tesis de su texto: “La agresividad en psicoanálisis”. La tesis de una agresividad constitutiva del yo humano se justifica por una tensión entre la atracción a su propia imagen especular, que a la vez le es ajena. Lacan explica esta tensión por lo que ha llamado la estructura paranoica del yo y llega a pensar el análisis como una paranoia dirigida.

Ubicar en el comienzo de la experiencia analítica “el drama inaugural” de la agresividad, es un modo de plantear una de las formas por las que el discurso analítico viene a recusar el fundamento amable de todo lazo social. Si el lazo social analítico tiene un sentido es el de responder a la objeción que pone el psicoanálisis al amor al prójimo como fundamento del lazo [3]. El psicoanálisis ha demostrado que es a “mi-mismo” a quien amo en mi semejante. El carácter imposible y abusivo del mandamiento cristiano de amar al prójimo como a mi mismo es rebatido por Freud para demostrar el fundamento tanático del lazo social, y que es sobre este fundamento que un pacto simbólico puede sostenerse, erigiendo una ley paternal sobre el asesinato del Padre, con lo que Freud demuestra que Homo homini lupus, el hombre lobo del hombre es la fórmula descarnada del drama inaugural de todo lazo social. Siguiendo los desarrollos de J.A.Miller [4] , esta tension inaugural revelará la primera pareja que puede aislarse en el lazo analítico como la pareja imaginaria.

En contraste, tenemos como correlato la pareja simbólica formada entre el: Sujeto-Otro.

Sabemos que con estas dos parejas, Lacan ha construido tempranamente a partir del esquema L un instrumento para orientarnos en la práctica analítica. Y constituyen ambas parejas, se podría decir, el fundamento de las dimensiones imaginaria y simbólica de la transferencia.

Ambas parejas se sostienen de la falta: el fundamento de la pareja imaginaria es la necesidad en que se encuentra el yo de identificarse con la imagen del otro para completarse. Simétricamente, el sujeto requiere, por estar afectado por la falta de significante, de un significante proveniente del Otro, que es buscado en el Otro para suplir esa falta. Eso que viene a buscar en el análisis el sujeto, eso a lo que queda en espera es ese significante que le hace falta. El sujeto espera una satisfacción en el plano del reconocimiento simbólico y eso lo anuda a la pareja simbólica. El correlato de la pareja imaginaria es la identificación imaginaria, mientras que el correlato de la pareja simbólica es el reconocimiento.

Yo------otro ///// identificación ///// imagen
________
Falta
 
 
Sujeto -------otro ///// Reconocimiento ///// significante
________
Falta

Pero hay por cierto una tercera pareja, una pareja que J.-A. Miller escribe con la fórmula del fantasma, y que es la que pone en relación al $ con el objeto causa. A esta pareja la llama: la pareja del deseo

Aquí el complemento de la falta de ser del sujeto es el objeto pequeño a imaginario del fantasma.

La pareja del deseo implica que el sujeto busca en el Otro no sólo ya el significante –que vendría a saturar con el don del reconocimiento su falta estructural–, sino que ahora se perfila que lo que el sujeto va a buscar en el Otro está articulado al deseo del Otro, a la falta en el Otro.

Estas tres parejas dominan el psicoanálisis, dominan su práctica, dominan la técnica, dominan la concepción de la cura, la práctica de la interpretación y la concepción del la transferencia. La idea que se han hecho los psicoanalistas de la pareja analítica está inducida por la concepción que han tenido de estas tres parejas.

Esto puede demostrarse en las conceptualizaciones freudianas y posfreudianas al respecto, que muestran los desvíos y retornos de la concepción del lazo analítico y también en los distintos momentos de la elaboración de Lacan de su enseñanza, quien va variando de acuerdo a cómo evolucionan sus conceptos. Recordemos su posición inicial, inaugural en “Función y campo de la palabra y el lenguaje...”, que posteriormente llama “las falsas huellas de la intersubjetividad”. Pero el paso de Lacan es de tal magnitud, que ya nada quedó como antes en el Psicoanálisis. El lazo analítico con Lacan cambia, se trasmuta, se perfecciona y se orienta de otra manera, tanto lo que fundamenta ese lazo, como lo que ocurre allí. Se modifica a partir de Lacan, desde cómo concebimos la dialéctica misma de las sesiones, hasta la ubicación de los partenaires de la pareja analítica. Baste recordar cómo a la transferencia afectiva, sentimental contesta con una relación epistémica. La transferencia pasa a tener una estructura interpretativa, correlativa a que es el inconsciente mismo el que interpreta.

Esto lleva a Lacan a considerar de un modo nuevo la ubicación de los partenaires de la situación analítica: "...pues califica al campo del inconsciente a tomar asiento en el lugar del analista, literalmente, en su sillón". Sentado el inconsciente en el lugar del analista, la interpretación queda del lado del paciente. Lacan ha cambiado la escena, ha redefinido el inconsciente y circunscribirá la acción del analista a administrar el corte en acto, lo que es muy diferente que operar una hermenéutica de la tensión agresiva imaginaria (pareja imaginaria), del amor de transferencia (pareja simbólica), y de la significación fantasmática (pareja del deseo).

Hasta aquí el lazo analítico es correlativo de las tres parejas: imaginaria, simbólica y del deseo que he presentado siguiendo a J.-A. Miller. Sin embargo, ya a esa altura –“Posición del inconsciente”- comienza a perfilarse que lo esencial del lazo analítico se juega en otra pareja, que coincide con la formulación que Miller hace de una cuarta pareja fundamental que el lazo analítico permite aislar: la pareja del goce y que escribe también con el matema del fantasma.

Porque, lo que la práctica del psicoanálisis nos enseña es que en el lazo social que ella determina, se manifiesta la puesta en acto de la pareja libidinal. El núcleo libidinal del lazo, pero en tanto aquí el a del que se trata ya no es un a imaginario del fantasma, sino un a desplazado al registro de lo real, que tiene ya no sólo el valor de causa de deseo, sino de lo que conocemos como plus de gozar. Es la forma también de dar cuenta de la libido freudiana que no es identificable en relación a la dialéctica del deseo. J.-A. Miller lo dice de este modo: “...ya no se trata de la búsqueda del significante que se puede encontrar en el Otro, que puede venir delOtro, tampoco ya se trata de la búsqueda del objeto fantasmático del deseo del Otro, sino de la búsqueda de algo del goce que se puede obtener a partir del Otro”. Y eso que se busca en el lazo analítico, que con Lacan se revela de manera inédita dentro de la historia del psicoanálisis, capaz de tratarlo en tanto le plantea al psicoanalista ahora: “afrontar lo abrupto de lo real”.

Un paso más: La caza del Dasein

Se tratará entonces de la caza del Dasein, del Dasein de la sexualidad, del goce que permite situar el giro de la transferencia simbólica a la transferencia real, correlato de la pulsión. De no realizar este giro, advierte J. Lacan en el Seminario 11: "...nuestra experiencia sería una mántica a la que le faltaría la presencia en ella del Dasein de la sexualidad" –la presencia de lo que allí se satisface del goce pulsional. Esto desplaza nuevamente la posición del analista y correlativamente revela que la demanda que se le dirige es ahora una demanda no de amor sino de satisfacción.

Para Lacan, la transferencia no es por naturaleza la sombra de algo vivido antes. Lacan separa transferencia de repetición. El sujeto por cierto desea engañar acerca del lazo que lo sujeta al analista y lo hace haciéndose amar por el analista, es decir, haciendo que el analista le dé lo que no tiene. Es un engaño sobre el ser que va contra el deseo del analista que llena ese vacío con el amor de transferencia. Eso aleja al sujeto de su vacío y del vacío del Otro, en tanto que el engaño del amor vela la inexistencia del objeto, lo que hace al analista: “ante todo un envoltorio de la nada”. Pero, sobre esa nada de la cual el analista es envoltorio se edifica casi todo lo que puede manifestarse en el lazo analítico.

¿Qué hace la transferencia con la Demanda del sujeto? La Demanda del sujeto en la transferencia está articulada a la significación engañosa del amor; por esa vía la transferencia aleja la demanda del núcleo pulsional del lazo analítico y la encamina hacia la identificación. Por el contrario, el deseo del analista reconduce la demanda hacia la pulsión, y por ese camino aisla el objeto a como plus de gozar, el hueso, el partenaire real. Por eso Lacan ubica el deseo del analista como el que trata de obtener la distancia máxima entre I y a. Es lo que indica esa frase clásica de Lacan: “la transferencia es el engaño por el que la demanda del sujeto articulada a la significación del amor, aparta la demanda de la pulsión, mientras que el deseo del analista es aquello que la vuelve a llevar a la pulsión y por esta vía aísla el objeto a” [5].El hueso, el partenaire real.

El apólogo del Restaurante Chino [6] muestra de manera risueña cómo Lacan piensa el lazo analítico, donde el analista más allá de servir de soporte a la función de Tiresias debe tener tetas. Lo que quiere decir, a mi juicio, que es necesario que sea capaz de suscitar el deseo de pellizcárselas. Les recuerdo ese apólogo que pueden encontrar en el final del Seminario 11. Lacan comienza preguntándose: ¿qué es lo que el paciente demanda en el comienzo del análisis? Dice que allí el paciente ofrece algo y eso que ofrece es su demanda; pero ¿demanda de qué? Es un hecho que en el análisis, sea cuales sean sus apetitos, sus necesidades, no encontrarán satisfacción, como mucho obtendrá la satisfacción de organizar su menú. Es una sutileza, pero ya indica que el análisis se realiza en abstención de la satisfacción, y que, a lo sumo, la satisfacción que allí se obtendrá será como un menú, un sustituto significante de lo que uno querría comer. Por otra parte está desde Freud establecido que en el análisis no se hace otra cosa que hablar.

Evoca una fábula con imágenes de Epinal que él dice que leía de niño, y que mostraban a un mendigo que se solaza con el aroma del asado en la puerta del restaurante. En ese caso es evidente que el aroma es el menú. Y que un menú está hecho de significantes. Pone allí una dificultad en el momento de mirar el menú. No sé si han tenido la experiencia, pero para mi que no hablo más que el español lo que a esta altura me trae algunos problemas, lo más difícil que he encontrado al viajar es ese momento paralizante de elegir qué comer en un menú que está escrito en otro idioma. Es un momento particular y cuando uno lo pasa ya se siente más adaptado a la nueva situación. Bien, Lacan complica las cosas en este sentido un poco más aún, ya que dice que la complicación al recibir el menú (y recuerden que hablamos del análisis) es que el menú está en chino. Se pasa pues al segundo momento donde se llama –dice Lacan– a la dueña del restaurante y se pide la traducción. Esa traducción que dirá dónde ubicar, bajo qué significante mi particular gusto, la elección de lo que puede saciar mi apetito. Y sigue Lacan: la dueña del restaurante traduce pasta-imperial, torta de tronco de árbol, etc. y otros platos más (cabezas de moros, hormiga sube al árbol, etc.) Entonces esa traducción tampoco nos dice nada, es decir que esa traducción mantiene el enigma sobre el plato del que se trate. Entonces, dice Lacan no queda otro remedio que hacer lo que se hace en esos casos, se le pide a la dueña del restaurante que nos aconseje, lo cual quiere decir: ¿Qué deseo yo de todo esto?, a Ud. le toca saberlo!!!!

Llegado ese momento, donde el poder adivinatorio de la dueña ha crecido a nuestros ojos, ¿no sería más adecuado, si el cuerpo lo pide y si se da la oportunidad intentar pellizcarle un poquito los senos? Y aclara que cuando uno va a comer a un restaurante chino no va sólo a comer, va a comer en la dimensión de lo exótico. Y muestra con la fábula que nos presenta, la diferencia entre el deseo alimentario y la alimentación, es decir que el deseo alimentario es soporte aquí de lo sexual. Subyacente allí dice Lacan que está la pulsión en su relación al objeto parcial. Y remata la cuestión diciéndonos que es eso lo que pasa exactamente en el análisis: No basta que el analista sirva de soporte a la función de Tiresias, también es preciso que tenga tetas.

Es una manera muy gráfica de situar la cuestión de las dos dimensiones de la transferencia, de la cuestión de la relación entre el saber, el Otro del saber y el deseo; y para ubicar la diferencia aun entre el deseo y la pulsión. Por otra parte, ven que es muy diferente la demanda ligada al Otro del saber que la demanda que implican como objeto las tetas de la dueña del restorán. En este punto se puede decir que si el analista no debe sólo cumplir la función de Tiresias, es decir esa función de sabio adivinatorio, y es necesario también que tenga tetas. Creo que se puede entender esto como que el analista debe ser capaz de suscitar el deseo de pellizcárselas.

Como ven, si seguimos un poco con nuestro ejemplo se puede decir que en ese nivel en donde obtenemos una satisfacción bien podríamos imaginar, ya que nos conviene el ejemplo, que es una satisfacción que se obtiene sin el consentimiento de la dueña del restorán. Y allí lo que importa para nosotros es qué quiere decirnos Lacan cuando separa transferencia de repetición, al poner en juego la dimensión de la pulsión en la transferencia. Ahí ya no se trata de que esas tetas sean tetas buenas o malas, ni que sean como las de la madre o como las que no tuvo la madre; ahí de lo que se trata es de la actualidad de pellizcar tetas. Es de eso que el analista se hace semblante en la transferencia.

El semblante al que el analista se presta actualiza el núcleo libidinal de la relación. Porque te amo, entonces, te mutilo. Y en el actualidad del lazo analítico se obtiene esa satisfacción sin consentimiento, de la presencia del analista. Y ¿qué es lo inédito en esto?: Lo inédito es un lazo social que, advertido de lo real, se dispone a hacerse cargo de las consecuencias de lo que engendra, estando a la altura de su acto y de lo que sabe. Y lo que sabe es que no alcanza con la imagen como contrapartida de la pareja imaginaria, que no basta con la palabra de la pareja simbólica, que no es suficiente con el objeto del fantasma como contrapartida del deseo, sino que hay que tener en cuenta el goce para situar el partenaire.

 

El discurso analítico

El analista debe abandonar esa idealización a la que lo destina la transferencia para servir de soporte al objeto a .

Esta frase clave nos lleva al Seminario 17, cuando ya Lacan agrega el concepto de discurso.

¿Que es el discurso? Creo que la mejor definición que encontré la da Eric Laurent en un viejo artículo del año ’81, donde plantea que el discurso en sentido lacaniano es el decir de una práctica imposible. Los discursos en Lacan retoman los imposibles freudianos para mostrar, para hacer surgir, para hacer evidente el tope que le es propio, ese trozo de real que su decir aísla.

El (deseo del analista) debe (hacerlo)abandonar esa idealización a la que lo destina la transferencia para servir de soporte al objeto a.

Esta “prescripción técnica” si me permiten decirlo de este modo, permite escribir el piso superior del discurso analítico en el Seminario 17 y anticipa lo que será a partir de ese seminario la posición del analista como semblante del objeto. Si el analista en la transferencia es llamado como saber, el deseo del analista lo hace responder como a. Y como semblante de a domina el discurso. Y debe ocupar ese lugar porque –dice Lacan en El reverso del psicoanálisis– es ahí, adonde estaba el plus de gozar del sujeto, adonde yo como analista, en tanto que profiero el acto analítico, debo llegar. Debo llegar allí donde el plus de goce del sujeto operaba, para ahora como causa de deseo hacer funcionar un saber en tanto que verdad.

Como causa de deseo –dice Lacan– es que el analista se presta para esa operación insensata e inédita: un psicoanálisis. La posición del analista se define por poner el peso del plus de gozar en cierto lugar: en el lugar de la dominante del discurso.

Esto tiene –voy a decirlo así—una consecuencia antisocial, inhumana, como quiere llamar Lacan en la “Nota a los italianos”, a la posición del analista.

 

Un lazo antisocial

Hemos dicho, siguiendo a Lacan que el discurso que llamamos analítico, es el lazo social determinado por la práctica del Psicoanálisis. Hemos afirmado que ese lazo es inédito, y agregaremos ahora que –siguiendo la indicación de J.-A. Miller en El banquete de los analistas, pág. 261–, el lazo social que implica el psicoanálisis al nivel mismo de la experiencia analítica, es además de inédito, antigrupal. Hay ahí una de las tantas paradojas que nos presenta Lacan al plantear la pareja analítica que habita el discurso analítico. Hay un lazo, ese lazo es social; pero es un lazo que no hace grupo. Un lazo que se funda de tal modo que no está regido por la lógica de cualquier lazo, porque resiste a la lógica de la identificación.

El analizante es tal en el trabajo analítico, en tanto en este trabajo consienta en desprenderse de las identificaciones que lo alienan, en tanto que el lugar de la producción del discurso analítico lo ocupa justamente el S1, el significante de la identificación. El analista está en su lugar en tanto que desde esa posición resista a la identificación; aunque pueda prestarse a alguna para sostener como semblante la marcha de la cura. Su lugar en la experiencia es la del objeto a. Sí, pero es el objeto a, en tanto que el analista no se identifica con el lugar al que la transferencia analítica lo destina. J.-A. Miller dice esto del siguiente modo (pág. 258, El banquete...): La escritura a traduce la impotencia del analista para identificarse con el amo, aunque ocupe su lugar. El hecho de que ésta sea su posición supone que no hay significante del analista.

El analista está en ese sentido en un lugar no-identificable en un lazo que establece con quien debe dejar caer sus identificaciones. Se orilla aquí el borde donde la experiencia analítica como lazo social es atípica. Donde esta pareja no copia ni participa de la estructura de grupo de todo lazo social.

De la institución subjetiva del comienzo –del que tenemos la escritura del algoritmo de la transferencia– a la destitución del final, el trayecto estará marcado por la escritura del discurso analítico, que es un esquema sincrónico que muestra su marcha, su funcionamiento. Como lo decía hace ya años Eric Laurent: “La función del lazo analítico, su eje de subversión es interrogar de raíz el despliegue del goce y proponer una experiencia subjetiva por la cual al final uno se separa [no sólo del analista], sino de ese goce”.

Con el discurso analítico Lacan aspira a dar un tratamiento posible de lo real del goce, en tanto entra en el aparato discursivo, en tanto el discurso lo captura.

 

La pareja que reina, más allá del discurso

Pero, sin embargo, luego del Seminario 17, uds. lo saben, J. Lacan no tardará mucho en decirnos que el discurso no es sino del semblante. La última enseñanza de Lacan cuestiona en algún punto de manera radical todo el edificio que él mismo había construido hasta allí. Es la lectura que propone J.-A. Miller a partir de Encore.

Así como hace algunos años aquí en Brasil la Jornada se titulaba “La imagen reina”, hay una pareja reina en el Psicoanálisis: la pareja de lo Real y el Sentido. Hasta los discursos, Real y Sentido guardan una relación posible y cernida por el lazo analítico; pero, a partir de la última enseñanza de J. Lacan esa relación es una no-relación. Lacan lo dice de este modo “...todo lo que es susceptible de obtener sentido no es sino del orden del semblante”, y, por lo tanto, no toca lo real. Entre lo real y el sentido Lacan empieza a perfilar una relación vacía. Las consecuencias son alarmantes, ya que la antinomia del sentido y lo real de la última enseñanza de Lacan pone en cuestión la posibilidad misma del psicoanálisis, dejando a nuestro “inédito lazo” sin fundamento real, en tanto habría entonces un real que no alcanzaría a ser tocado. Y en donde todo lo producido por el discurso sería sólo del semblante; lo dice Lacan explícitamente: La idea de que hay un real que excluye toda especie de sentido es lo contrario exactamente de lo que es nuestra práctica.

Ya que nuestra práctica, esa que determina el lazo social que llamamos psicoanálisis aspira a captar algo de ese real por las vías del sentido, por el semblante. ¿Cómo, si esa relación está vacía, se podría operar sobre el goce a partir del sentido? ¿Cómo si de alguna manera los nombres no agarran a las cosas sería posible el psicoanálisis? El psicoanálisis mismo no sería sino del semblante. Y si esto es así debemos decir que nuestro lazo, por más inédito que sea, no garantiza contra la estafa de los semblantes respecto de lo real.

En sus “paradigmas del goce” [7]–que es lo que tomaré como referencia para concluir mi conferencia–, J.-A. Miller dice que dejar las cosas en ese punto es la derrota del psicoanálisis.

El lazo analítico mismo no sería sino otra ficción en la serie, pero sin un anclaje real… El punto de partida de Lacan es que el psicoanálisis funciona y construye todo a partir de ese funcionamiento. Pero, el punto de llegada es justamente que el psicoanálisis no funciona, o que funciona como una narración. Otra más, que por más inédita que sea, no sería sino una ficción con efectos de verdad más o menos satisfactorios para el sujeto analizante.

En esta perspectiva, que va a contrapelo de todo lo anteriormente desarrollado por Lacan, lo que ocurre en una cura analítica no sería sino una construcción de una novela que puede detenerse cuando parece satisfactoria. En esa perspectiva el psicoanálisis es posible, pero lo real se evapora de su experiencia. Me parece que J.-A. Miller propone –frente a la encrucijada que promete la derrota del psicoanálisis–, una alternativa de hierro: O el psicoanálisis solo explota las relaciones de significante/significado que no valen más que como semblante respecto de lo real (cosa que no lo diferencia en lo esencial a cualquier otro discurso), o el psicoanálisis es una excepción” [8]. Y en esta excepción está fundada lo que llamamos la orientación a lo real.

Frente a la perspectiva de un psicoanálisis que se desliza hacia ser un relato más, J.-A. Miller plantea que “hay que tocar tierra!!!” [9], es decir aislar el real de la experiencia. Ese Real se desvanece o se vuelve inaccesible por la antinomia radical entre Real y Semblante introducida por Lacan al final de su enseñanza.

¿Como leo el esfuerzo de J.-A. Miller para encontrar la orientación que nos propone para atravesar esta encrucijada? Hay un término clave que vuelve a poner a trabajar. Un término que constituye a mi juicio una respuesta de Miller a los problemas planteados por la exclusión entre real y sentido; ese término es extimidad. Orientándose en relación a ejemplos que en la última enseñanza de Lacan le muestran que la noción misma de exclusión entre real y sentido no es total, sino que tolera la noción de exclusión interna, es decir la extimidad. Lacan nos dirige –dice Miller–, a partir de esta amenaza de imposibilidad hacia la relación de extimidad de lo real y el sentido.

Miller plantea la extimidad de lo real, como brújula para situarse a la vez en la última enseñanza de Lacan y en la práctica. Considera que la noción de exclusión entre real y semblante tolera la relación de extimidad. La tolera en tanto la inclusión de lo simbólico en lo real tiene el estatuto de la mentira. En tanto define la angustia como lo que no engaña y que vale como real incluido en lo simbólico. Y en que el Síntoma tomado como real –dice Miller y esta es a mi juicio la clave que debemos retener–, el Síntoma conserva un sentido en lo Real.

Extraordinario privilegio del psicoanálisis que hace que nuestra orientación a lo real tenga su chance, en tanto que la última enseñanza de Lacan nos conduce del campo del sentido —es decir del inconsciente freudiano— al Síntoma como real. La chance para no extraviarse en los embrollos interminables que nos propone el baile de máscaras de los semblantes, sin arraigo real, es el uso de la brújula del síntoma para orientarse.

Voy a proponerles entonces al final, una variación al título de esta conferencia y decir que a esta altura para nosotros, lo esencial no es que el psicoanálisis sea un lazo social inédito, sino que sea un lazo social de excepción.

NOTAS

  1. Laurent, E.: "Usos actuales posibles e imposibles del psicoanálisis". Más Uno 5, EOL, Buenos Aires, abril 2000.
  2. Las tres consistencias que propone E. Laurent en su op. cit., y que me han permitido ordenar esta exposición.
  3. E. Laurent.
  4. Seguiré aquí los desarrollos de la clase del 18 de marzo de 1998 del curso de J.A. Miller, "El Partenaiere-Síntoma".
  5. Lacan, J.: El seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires.
  6. Lacan, J.: idem 5.
  7. Miller, J.-A.: "Los paradigmas del goce". Clases del Curso La experiencia de lo real en la cura analítica. Inédito 1999.
  8. Miller, J.-A.: ibid 7.
  9. Miller, J.A.: "El Partenaire-Síntoma". Curso inédito 1998.
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