Partiendo de la articulación significante lacaniana y la investidura libidinal freudiana, Jacques-Alain Miller efectúa un recorrido que ubica la mortificación del cuerpo en el fantasma en contrapunto con la conexión del síntoma y la pulsión.
I. La relación entre la articulación y la investidura
La última vez opuse articulación significante e investidura libidinal (*).
Un binario
La articulación en tanto tal está impregnada de formalismo. Permite dar cuenta de la operación-reducción, de los fenómenos de repetición, de convergencia, de evitación y se desarrolla en la dimensión de lo necesario y de lo imposible.
A la articulación le opuse la investidura, tomando prestado para componer este binario, un término de Lacan y éste último de Freud.
Ciertamente, la investidura misma está articulada, si puedo decirlo, con la articulación y hay lugar para hablar de los fenómenos de repetición libidinal, de convergencia libidinal, de evitación libidinal; pero queda un rasgo diferencial. En la dimensión de la investidura encontramos necesariamente, en psicoanálisis, el tope de la contingencia. Toda salida de la investidura, toda desinvestidura y por esa misma vía toda salida de la experiencia analítica de una manera conforme a su lógica, permanece marcada únicamente por lo posible.
Escribo aquí contingente y posible. Dije particularmente que el pase nunca es más que posible.
La oposición de lo necesario con lo imposible por un lado y de lo contingente y lo posible por el otro, es evidentemente de orden lógico. Es una oposición construida sobre el fondo más clásico de la lógica, incluso si la formalización de estas categorías siempre planteó problemas específicos a los lógicos. No me interno en esa vía, al menos por hoy.
Es una lógica. Y considero que si Lacan recurrió a esta lógica de las modalidades, como la llama en un momento de su enseñanza, es precisamente porque respecto de las modalidades brota la oposición entre articulación e investidura. Si no trajo al psicoanálisis esta lógica de las modalidades antes de los años '70, es precisamente -al menos, es lo que sostengo a partir de mi construcción- porque permite captar perfectamente, desde el punto de vista lógico, la oposición entre la articulación y la investidura.
Aquí tienen resumido, de alguna manera, lo que expliqué la última vez.
Su declinación
Al partir de esta ubicación, pude indicar las tres formas principales bajo las cuales Lacan pensó la relación entre la articulación y la investidura.
La primera forma es la separación, la oposición entre articulación e investidura. Repercute la oposición entre lo simbólico y lo imaginario, que al comienzo de su enseñanza es una no-relación; el acento estaba puesto en la distinción entre las formas de la articulación y de la investidura y de alguna manera su incompatibilidad, la enojosa interferencia de la investidura en los asuntos de articulación. Al punto de invitar al analista a dejar de lado los asuntos de investidura, para reconocer en la articulación significante el resorte mismo de la cura.
La segunda gran solución de Lacan fue pensar una forma de relación entre la articulación y la investidura esencialmente a partir de la identificación y más especialmente aún, a partir de la identificación fálica, que dio una forma de solución a la relación articulación-investidura.
Allí vemos en particular las expresiones que desentonan en los Escritos de Lacan y que durante muchos años me suscitaron dificultades para situar en su lugar; en particular, cuando evoca el falo como significante imaginario en su escrito sobre la psicosis. La expresión misma de significante imaginario desentona, porque leído sobre el fondo de la primera enseñanza de Lacan, no se comprende -en una lectura rápida- cómo se comunican de ese modo estas dos dimensiones. Pero la expresión de significante imaginario muestra bien que Lacan construye el falo como un intermediario, un ser mixto entre articulación e investidura, entre el orden simbólico y el orden imaginario.
Entonces, para simplificar, el falo encarna esta relación y el falo como significante identificatorio, en tanto la identificación misma concentra la cuestión del factor cuantitativo -como dice Freud- investido en los significantes, ya que los significantes identificatorios son significantes que capturan al sujeto, lo atraen -no desfilan simplemente-.
La tercera solución -también una forma de la relación articulación-investidura- es el fantasma, el famoso $ a. Reúne, bajo una forma elemental, un elemento dado deducible de lo simbólico -el $ del significante- con algo que es la versión lacaniana del factor cuantitativo freudiano, a saber, el objeto a.
Aquí tienen entonces resumida una declinación, a través de la enseñanza de Lacan, de la relación entre articulación e investidura.
Articulación e investidura
El predominio de la articulación significante
La última vez tomé, para hacerme comprender, algunas palabras extraídas del primer Lacan. Lo llamé Jacquot. Enseguida me corregí al marcar que estamos verdaderamente, en un primer nivel, en la ruptura lacaniana. Si consideramos precisamente la coyuntura de partida de la enseñanza de Lacan, llegó con la espada, llegó con la guadaña. Primero tuvo que segar la maleza -y su guadaña era la guadaña del significante. De ese modo liberó el campo. Precisamente el campo del lenguaje.
Una vez operada esta ruptura, con sus paradojas, con su costado unilateral, por supuesto, enseguida emprendió la elaboración del problema que esta ruptura misma acababa de hacer surgir: el problema de la relación entre el significante y sus articulaciones, por un lado, y lo que es del orden de la investidura libidinal. Su enseñanza -que yo había reconstruido hace ya dos o tres años- no cesó de retomar este problema.
Pero de golpe, por cierto, su enseñanza está marcada por la predominancia de la articulación significante.
Sucesivamente, Lacan puso en relieve el carácter significante de los principales conceptos freudianos. El fantasma es significante. El objeto es significante. La pulsión es una cadena significante. La libido se traduce, se encarna en significantes; son otras tantas traducciones del concepto freudiano de libido en un campo regido por el predominio del significante. El concepto mismo de objeto a, que como sabemos, no es un significante, pertenece sin embargo a este régimen de predominio del significante y traduce la captura de la libido en el sistema significante. La diferencia es que, en lugar de intentar traducir la libido en términos de significante, con el objeto a Lacan traduce la libido en términos de significado.
El sentido gozado
Justifica la escritura que propuse la última vez.
Quiere decir que las diferentes tentativas de traducir la libido en términos significantes, al manipular el significante fálico, ceden en definitiva al intento de escribir la libido del lado del significado. Exactamente aquí, a este nivel, se inscribe esta fórmula que figura una vez en Lacan, en su Televisión -a la que desde hace tiempo había echado mano y me entrenaba en manejar-, la del sentido gozado.
El sentido gozado es también una figura de la relación entre articulación e investidura. El gozado indica la dimensión de la investidura. La palabra sentido está del lado de la articulación significante, considerado a partir del significado. Pero, desde el punto de vista sintáctico, sentido gozado -que Lacan escribe en Televisión en 1973-, es exactamente lo mismo que lo que escribe en la "Una cuestión preliminar..." en 1958 como significante imaginario. Desde el punto de vista sintáctico, es un acercamiento de la puesta en continuidad de dos términos que pertenecen a estas dos dimensiones. También se trata de lo mismo en la fórmula del fantasma, $ a. Todas estas fórmulas obedecen estrictamente a la misma lógica. Y Lacan ya había tenido, en verdad, la idea de inscribir la dimensión de la investidura del lado del significado cuando recreó el concepto del deseo para traducir la libido en términos de significado.
Si toman el gran grafo de Lacan con sus dos pisos, la pulsión está aquí como cadena significante y llama el deseo a este vector que se presenta como un vector significado retrógrado, sobre el cual inscribe d y el fantasma. La noción que está presente en el sentido gozado, es decir, la de transcribir nuevamente la libido del lado del significado, es de hecho la misma idea que anima su concepto del deseo.
Esto para resumir y, si era necesario, clarificar lo que aporté la última vez.
II. La significación de menos-uno
Prosigamos ahora, e intentemos animar un poquito el valor a darle a esta fórmula: a es equivalente a s. Intentemos representarnos la investidura libidinal de una significación, que ciertas significaciones tengan un valor excepcional, determinante para un sujeto.
¿Qué significación podríamos elegir? me pregunté. Una de las más comunes, por ejemplo: ser excluido. ¡Ah! es lo más común, precisamente porque la exclusión es el estatuto original del sujeto. Cuando escribimos el matema del $, lo escribimos como excluido de la cadena significante que se inscribe en significantes positivos. Sólo encontramos este sujeto entre los significantes, donde no emerge más que para desaparecer al instante. Su estatuto lógico es de exclusión.
Lacan lo demuestra de diversas maneras. El sujeto se produce como un menos-uno y podemos decir que la libido inviste de manera electiva este menos-uno.
Dos versiones clínicas
La histeria, ¡ah! Ahí verdaderamente habría que ser sordo y ciego para no constatar -ni siquiera se necesita la experiencia analítica para esto; a decir verdad, me mantengo aquí a un nivel de la percepción común, esclarecida evidentemente por el análisis- la presencia, el exceso de presencia del sentimiento, del afecto de no estar nunca en su lugar, el gusto de no estar en su lugar y el dolor de no estar en su lugar. A nosotros no nos molesta que haya gusto y dolor. Cuando decimos goce, esto vale tanto para una como para la otra de estas vertientes, el no estar en su lugar. En lo simbólico, el sujeto histérico se desvela por verificar, de todas las formas posibles, que de cierta manera, es rechazado, que se lo separa de su lugar. Su lugar le fue sustraído, por no se sabe qué demonio: el dém-on. Ahí está, el on (**) es el demonio. Por otra parte esta exclusión pude encarnarse clínicamente en el vértigo, en el desvanecimiento, que es una realización de esta investidura del menos-uno. En verdad es: no estoy más para nadie.
Obsesión. La obsesión también inviste a su manera la significación de menos-uno, la exclusión. Esta vez bajo la forma de la supresión "voluntaria" del sujeto, su sustracción respecto de todos los otros, que por esta misma vía constituye un todos los otros, salvo yo. Y por este hecho, una sobreinvestidura de su lugar, su auto-encierro en un lugar que construye como una fortaleza, un fuerte, dice Lacan, que lo protege de la intrusión del Otro. Pero lo hace al precio de apresarse él mismo. Es la paradoja de la posición del obsesivo -parece el título de una novela de los años treinta, Prisionero de sí mismo-. Y en este fuerte, parapetado en su Fuerte Chabrol, goza sólo de su soledad, bajo una forma que puede comportar el goce masturbatorio o, también, la atracción a este dominio de partenaires momificados, que tendrán que mantenerse en su lugar.
Aquí tienen, de la manera más simple, dos versiones del menos-uno: la versión histérica y la versión obsesiva típicas; son dos versiones de la investidura de la significación de exclusión. La primera se realiza bajo el modo de la evanescencia, la segunda bajo el modo de la densidad.
Se siguen dos conductas típicas. Del lado de la histeria, la intriga por todos lados, y del lado obsesivo, la obstinación malévola.
Incluso podemos incluir aquí la psicosis paranoica, en la que la significación del menos-uno está igualmente investida como la del ser-a-parte, el ser excepcional, blanco de la hostilidad universal, incluso de una persecución divina, ser excepcional prometido, sin embargo, a un destino incomparable. Precisamente en este punto observamos clínicamente, llegado el caso, las afinidades entre la obsesión y la paranoia o las afinidades entre la histeria y la paranoia. Hay casos en los que uno permanece mucho tiempo, o en todo caso un cierto tiempo, intentado captar el rasgo diferencial. Tuvimos ejemplos de ello en algunas de las discusiones clínicas durante la Conversación de Arcachon el año pasado y esto fue publicado en un volumen que tiene todo su interés.
Sólo propongo éste como otro de los tantos ejemplos de la investidura libidinal de una significación.
¿Cuál es la idea de Lacan al respecto? Su idea fue pensar la investidura de la significación, pensar la significación libidinalmente investida, pensar el sentido gozado, pensar a equivalente a s sobre el modelo del cálculo del significado.
¿De qué se trata? Lacan admitió y enseñó que el efecto de significado era deducible de una articulación del significante, e incluso fue cuando introdujo este cálculo del significado que todo el mundo verdaderamente tuvo el sentimiento de que había nacido el lacanismo.
Lo realiza en "La instancia de la letra...", sobre la cual por otra parte se ejerció la ingeniosidad de los filósofos que reconocieron en ella, en efecto, un cierto pasaje al límite y el nacimiento de un nuevo enfoque. Ahora bien, La instancia de la letra presenta un cálculo del significado y explica que el efecto de significado es engendrado por las relaciones internas al significante de dos maneras diferentes. Como recuerdan, es la fórmula de la metáfora, que indica que es función de una sustitución significante respecto de un contexto que significa la emergencia de un significado bajo la forma metafórica y que, a partir de la conexión significante, en un contexto significante, se obtiene otro tipo de efecto significado, un efecto retenido, llamado metonímico.
¿Qué son estas fórmulas? Son las fórmulas de un cálculo del significado a partir del significante. Si el significante está en una cierta organización, el significado que resulta responde a ciertos criterios. Llamo a esto un cálculo del significado.
El efecto-sujeto, un efecto neutro
Así voy a presentar las cosas ahora. Voy a decir que estas dos fórmulas se resumen en definitiva en una -que encontramos en Lacan si nos servimos de algunas modificaciones-, que consiste en decir que es función de toda relación significante S1-S2, un cierto efecto significado que Lacan escribe $. Escribe el efecto-sujeto.
Son innumerables las circunstancias en que Lacan explica que el primer efecto de la relación del significante como tal -sea metafórico o metonímico-, es la emergencia del sujeto barrado. Y llegado el caso expresa simplemente que a partir de que hay una cadena significante y que hay dos significantes, hay un intervalo y el sujeto es ese intervalo mismo, por ejemplo. El sujeto es, entonces, el efecto principal, mayor, de la articulación significante.
Pero lo que agrego, lo que les invito a advertir aquí, es que se trata de un efecto, si se quiere, neutro, en tanto no está investido libidinalmente. Este $, como Lacan mismo lo subraya, es un sujeto mortificado, un sujeto, si podemos decirlo así, sin el cuerpo. Es el puro sujeto del significante que permanece allí, incluso mucho tiempo después de que ustedes hayan desaparecido, bajo las especies de sus nombres y así continúan siendo transmitidos. Por otra parte, este sujeto del significante está allí antes que ustedes -para imaginarlo: cuando los padres ya están allí hablando del niño por nacer-. Y hoy, lo más importante de la existencia de alguien se pone en cuestión antes de su nacimiento: ¿Vamos a dejarlo vivir?, como dicen algunos. Su estatuto de sujeto del significante está claramente allí, y hasta qué punto, antes que llegue a la existencia. Este $ está allí antes del nacimiento, incluso antes de la concepción y permanece después de ustedes. Entonces, es casi indiferente a la existencia física. Este significante es el que Lacan ve emerger, por ejemplo, en el sueño del padre que vela a su hijo; ese sujeto que si estuviese muerto ni siquiera lo sabría, porque ya lo está. Este $ es entonces un efecto neutro del significante -digo neutro desde el punto de vista de la libido-; es un efecto de libido cero. Este concepto de $ es un pivote de la enseñanza de Lacan.
Un efecto de significado investido
Respecto de este efecto neutro debe ser pensado esta vez, un efecto cargado, un efecto investido. Lacan lo intenta, a saber, escribir en función de la relación entre los significantes otro tipo de efecto significado, que es precisamente a, el efecto de significado investido. Este es un nuevo cálculo, diferente del cálculo de metáfora y metonimia. Un cálculo que está hecho desde el punto de vista de la libido y que distingue dos efectos. No la metáfora y la metonimia, sino el efecto-sujeto y el efecto-a, que distingue el efecto de mortificación y este efecto que es, por el contrario, un efecto del plus-de-gozar.
Se trata aquí de dos efectos significados del significante que están precisamente reunidos en el matema llamado por Lacan del discurso del amo, pero que es también llamado por Lacan el discurso del inconsciente. Podemos decir que representa la articulación significante en el inconsciente con sus dos efectos principales y opuestos, el efecto $ y el efecto a, es decir el lado desinvestido y el lado investido.
En la línea superior encontramos la articulación significante mínima, S1-S2 y en la línea inferior, los dos efectos contradictorios o antinómicos del significante: el efecto muerto del lado de $ y del otro lado el producto, el goce, que por el contrario, supone la vida.
Advertimos una vez más la necesidad de la fórmula del fantasma, que reúne $ y a y la razón por la cual pudo atravesar la enseñanza de Lacan casi en su conjunto.
III. El lugar de efectuación del pase
En la enseñanza de Lacan -cuando leemos a Lacan, cuando con esta lectura intentamos guiar nuestros pasos en la experiencia analítica y en la teoría-, siempre es en el fantasma donde la libido aparece conjugada por excelencia con el efecto del significante. En la vía romana de la enseñanza de Lacan, el fantasma es el lugar por excelencia de la investidura -estoy simplificando-, y de cierta manera es allí que está el hueso de la cura, la piedra del camino analítico de la palabra. Allí, entonces, se juega en el análisis el destino de la desinvestidura, del que depende el fin del análisis como pase y esta desinvestidura Lacan la llama el atravesamiento del fantasma.
Propongo ahora señalar lo que esta solución puede tener de coja, de insatisfactoria, lo que tuvo de insatisfactorio para Lacan mismo. Lo hago con mucha prudencia. Tengo interés en ello.
El momento de la desinvestidura libidinal
No es cualquier cosa formular un concepto como el pase. Con este concepto Lacan tomó la responsabilidad de intervenir en el curso mismo de los análisis, de innumerables análisis.
Por otra parte introdujo ese concepto en medio de sus alumnos, para quienes no era un desconocido. Era Lacan. Vean quien es. Ellos lo frecuentaban, algunos hacían su análisis con él.
Lo habían conocido, brillante personaje de la Sociedad de París, le habían solicitado que les explicara un poco de Freud. Se ocupó de ello, primero en su casa y luego, como había más gente, encontró un anfiteatro de cien personas como máximo.
De este modo les llevó, a lo largo de los años "Los escritos técnicos de Freud", "El yo...", "Las psicosis". Había escrito para ellos un cierto número de textos que luego fueron leídos en todo el mundo. Luego trajo "Los conceptos fundamentales del psicoanálisis" y lo que siguió.
Entonces, en el '67, propuso el concepto del pase, que hoy es para nosotros algo precioso. Hay que representarse cómo fue recibido cuando trajo su "Proposición del pase".
En primer lugar, no obtuvo la mayoría. Era una proposición, la puso a votación, pidió que se pronunciaran con fórmulas latinas, que decían más bien a favor, más bien en contra o no me pronuncio.
El resultado no fue extraordinario, pero el debate fue más sabroso: se dijo que era verdaderamente una fórmula sadiana. Este debate -que tuvo lugar en noviembre, un mes después de la Proposición- dejó a los A.M.E. y a los A.E. tiempo para captar bien el jugo de lo que les traía y Lacan respondió con su Discurso a la EFP publicado en Scilicet 2/3 -donde se lo ve muy enojado-; este debate nunca fue publicado. Es una lástima porque se hubiese visto cómo se recibe una verdad en el medio analítico, incluso y sobre todo cuando era dicha por Lacan. Había cajones de tomates así de altos.
De todos modos recuerdo haber leído una estenografía de ese debate -me digo que Lacan debe haberme pasado en algún momento la estenografía de ese debate, ya que hay fórmulas que recuerdo-. Tengo que encontrar esos papeles, para devolverles la medida de cómo esto que está tan bien establecido hoy entre nosotros, entró en el mundo, abrió su camino. También hay gente para imaginarse que, en los tiempos de Lacan, las cosas eran absolutamente sweet. Apelo entonces, no a todas las madres, sino a todos los viejos que todavía se acuerdan -quedan algunos que se pueden acordar- de lo que era la vida de la institución analítica.
En efecto, no había tantos medios en la institución -salvo ocasiones como ésta- para expresarse largamente, para atestar un golpe a las instancias, etc. Era especial. Hay que leer el Discurso a la EFP de Lacan dándole el tono. No es irónico, es un tono de combate. La resistencia de sus auditores dio constantemente el ritmo a la enseñanza de Lacan. También lo estimuló. En esa época no era el momento de hacer críticas sobre el pase. Por otra parte, tampoco voy a hacerlas hoy.
Simplemente quiero recordar, indicar que el pase fue formulado en primer lugar por Lacan a partir del fantasma. En "La proposición del '67" el pase designa el momento de la desinvestidura libidinal, e incluso de una desinvestidura libidinal "total", en tanto que el fantasma sería el lugar de su efectuación.
Cambiar "la ortodoxia" lacaniana
Me dirijo con precaución, con astucias de Sioux, hacia la noción que conviene cambiar en nuestra concepción -toco mi frente, pero no es seguro que la concepción se haga allí, en todo caso Lacan consideraba que pensaba con los pies, lo escribió-, el lugar de la efectuación del pase, y también del pensamiento. Este lugar no es por excelencia el fantasma. Al mismo tiempo, el término de atravesamiento, que Lacan no utilizó más que una o dos veces, no es forzosamente el más adecuado para aquello de lo que se trata, ni siquiera el concepto de desinvestidura cuyo uso soporta. Preciso que sólo me aventuro en esta dirección porque la leo en la elaboración de Lacan mismo.
Plantea dificultades que, llegado el caso, se me oponga lo que dije. Lo que dije hace quince años me es reenviado ahora como constituyendo la ortodoxia lacaniana y entonces se me mira de costado, encontrándome quizás un poco desviado respecto de la ortodoxia de Lacan. Y estoy aquí para decir: Pero soy yo quien hizo esta ortodoxia, en fin, con algo. Pero hay cosas que a veces Lacan dijo sólo una vez, y nosotros empezamos a decirlas diez veces, cien veces, mil veces, diez mil veces. Hubo, entonces, un peso de la ortodoxia, pero no debemos dejarnos impresionar por nosotros mismos. Lo que pusimos a punto nos vuelve bajo la forma de la ortodoxia: es el efecto boomerang de haber explicado tan bien las cosas, tan claramente.
¡Qué claro es, señor Miller!
Calma. Por empezar, no es tan claro. Si fuese tan claro diría las cosas más rápido, haría algunas fórmulas y no daría vueltas todo el tiempo alrededor de las mismas cosas, siguiendo a Lacan, husmeando la pista, dándose contra la pared más de la cuenta.
El aporte de Lacan no está hecho para tomar la forma de una ortodoxia. Entonces, no nos dejemos impresionar por los enunciados, incluso los más asegurados. Sí, sí, asegurados. Somos los alumnos de un ser que iba por su camino, que fue por su camino hasta el final, que ni siquiera nos dio el descanso de tomarse él mismo un descanso.
Una vez que hizo "Función y campo de la palabra y del lenguaje...", hubiera podido detenerse allí. Francamente, bastaba para toda una vida. Cuando dio a luz los Escritos, cuando se pone semejante huevo, todo el mundo, particularmente sus alumnos, esperaba que pare un poco -era el turno de ellos para hablar-, y, sin desanimarse, recomenzaba.
Fue el comentador de Freud. Mientras era el comentador de Freud, estaban los otros que también daban vuelta las páginas de Freud, viciosamente, para encontrar adónde Lacan se había equivocado en la página tal: Freud no dijo exactamente eso. En su enseñanza se lo ve batallar con uno, con otro, simpáticamente.
Luego de un cierto tiempo, evidentemente, Lacan se puso a hablar, no sólo de Freud, sino de sí mismo, de lo que había dicho antes, para decir eventualmente lo contrario o desplazarlo. En ese momento algunos se fueron, para seguir leyendo solos a Freud. No tenían necesidad de Lacan para embrollarlos con todo ese asunto: ya tenían para pensar la metáfora y la metonimia. Esto nos valió eminentes producciones universitarias. Mi excelente colega, hoy retirado, Jean Laplanche, se propulsó en todo esto, como dijo Chateaubriand, evocando a Talleyrand y Fouché que se iban, con el crimen apoyado en la corrupción. Laplanche se fue del brazo con la metáfora y la metonimia -de moralidad muy superior a Talleyrand y Fouché, por supuesto-.
IV. Introducción del cuerpo
Cuerpo y goce
En la exploración que propongo, el primer jalón, el primer punto de referencia, es que el goce no es pensable sin referencia al cuerpo. Hace falta un cuerpo para gozar y sólo un cuerpo puede gozar.
Esta observación, que no es más que un eco de lo que profiere Lacan en su seminario Aún, toma aquí su valor del hecho de que la articulación significante es en tanto tal independiente de toda referencia al cuerpo. Por ejemplo, la articulación de los alpha, beta, gamma, delta, no se sostiene en ninguna referencia al cuerpo. Es un hecho de lógica significante pura.
Segunda observación. El primer Lacan, indexado de un modo un tanto desenvuelto por mi parte como Jacquot, creyó poder prescindir de la referencia al cuerpo, dejando el cuerpo como exterior a lo simbólico. El mismo sentido se revela aquí a partir de su distinción clásica entre lo imaginario y lo simbólico. Al comienzo situó el cuerpo en su reflexión en el orden imaginario, como saben. El cuerpo lacaniano fue esencialmente el cuerpo especular, el del Estadio del espejo, y justamente por ello, lugar electivo de la libido freudiana concebida a partir del narcisismo, circulando entre a y a'. Cuando Lacan despejó el orden simbólico, lo corporal sólo intervino en tanto que simbolizado. Pero, intervenir en tanto que simbolizado comporta precisamente la mortificación del cuerpo. Al mismo tiempo señalé ya aquí que la construcción que descansa sobre la oposición entre lo simbólico y lo imaginario no podía prescindir de situar una satisfacción interna a lo simbólico.
Lacan dejaba la libido y el cuerpo para lo imaginario, pero su construcción no podía sostenerse sin que en lo simbólico mismo hubiese una satisfacción a la que apunta el sujeto. Le hacía falta necesariamente una satisfacción puramente significante, es decir, precisamente un goce sin el cuerpo -un goce sin el cuerpo no existe en esta definición, por supuesto-, le hacía falta una satisfacción que no sea un goce del cuerpo.
Ya indiqué que la llamaba el reconocimiento en el sentido hegeliano, de la que volví a hablar aquí con frecuencia. Así la situamos exactamente. Mantuvo este lugar en la primera enseñanza de Lacan, porque el reconocimiento era en el fondo algo a lo que apuntaba el sujeto, que le aportaba una satisfacción, pero una satisfacción de orden puramente simbólico. Así, Lacan podía decir: en el psicoanálisis, se paga con palabras. Apuntaba allí a una satisfacción puramente simbólica, distinta de la satisfacción libidinal física. Incluso de ese modo, reconocer el deseo que estaba presente y en espera, a falta de reconocimiento, para él era susceptible de levantar el síntoma.
Todo lo que explica el primer Lacan, es la enfermedad del reconocimiento, es decir, que hay una satisfacción que no es la satisfacción libidinal, que es una satisfacción bien propia, una satisfacción de orden simbólico.
Así, por ejemplo, en su Seminario de "Las Formaciones del inconsciente", a lo largo de las siete primeras lecciones que comentan el libro de Freud sobre el Witz, vemos que Lacan contornea todo lo que Freud enuncia acerca de la satisfacción relativa al lenguaje del niño -un contorneo de una elegancia extrema, que de todos modos es muy visible-, para elaborar de algún modo otra satisfacción, una satisfacción que consiste para el sujeto en ser escuchado más allá de lo que dice, que se reconozca su deseo más allá de los enunciados que pueda traer. Es la noción de una satisfacción puramente interna a lo simbólico, si ustedes quieren, y que proviene del reconocimiento del Otro. En ese Seminario, estamos justo en el borde donde Lacan, al final del año, va a liquidar el concepto de reconocimiento. Comienza el año con eso, luego eso bascula, y finalmente él mismo lo criticará en su informe de "La dirección de la cura..." -hace tiempo lo indiqué con mucha precisión-.
Subjetivación y mortificación
¿Cómo es introducido el cuerpo en la enseñanza de Lacan? Debe serlo, en la medida en que la libido exige la referencia al cuerpo.
¿Qué responde a esta exigencia en Freud, allí donde el aparato psíquico es por excelencia capaz de Lust? El punto de vista económico en Freud ya está presente en su obra sobre el Witz, como lo mostré hace dos años. El aparato psíquico para Freud produce gastos, economiza y cuando economiza, puede haber un Lustgewinn, una ganancia de placer, de la que Lacan hará el plus-de-gozar.
¿Qué responde a esta exigencia en Freud de la referencia al cuerpo? El concepto de la pulsión, en tanto interesa a zonas particulares del cuerpo, las llamadas zonas erógenas; en tanto interesa objetos del cuerpo, en particular aquellos que pierde -el objeto oral, donde interviene el destete, el objeto anal- que pierde por naturaleza. El concepto de castración mismo exige la referencia al cuerpo, mientras que, en la vena principal de la enseñanza de Lacan, el cuerpo sólo es introducido con la condición de ser significantizado, simbolizado, es decir, mortificado.
El primer cuerpo, el que ya está presente en "Función y campo de la palabra y del lenguaje...", es un cuerpo de algún modo subjetivizado, y hace tiempo señalé muchas veces este pasaje. Los estadios instintivos, decía, están ya, cuando son vividos, organizados en subjetividad. Lacan evoca la subjetividad del niño que registra como victorias y derrotas el gesto de la educación de sus esfínteres, gozando allí de la sexualización imaginaria de sus orificios cloacales, haciendo agresión de sus expulsiones excrementicias, seducción de sus retenciones, y símbolos de su relajación. Este es el cuerpo tal como Lacan lo presenta en los primeros momentos de su enseñanza. Es un cuerpo subjetivizado, un cuerpo cuyos orificios, cuyos objetos, cuyos avatares del desarrollo son retomados como subjetividad y reciben sentido. Entonces, es un cuerpo significantizado y subjetivizado que, de algún modo, tal como es presentado aquí, es el lugar de la epopeya del sujeto.
El cuerpo es aún introducido por Lacan en tanto que falo, es decir en tanto que parte significantizada, es decir, mortificada. El cuerpo es introducido profundamente del lado de $.
El cuerpo es introducido en tanto pulsión, sin duda, en Lacan; pero la pulsión está hecha al comienzo equivalente a una demanda donde el sujeto se desvanece y la pulsión está hecha equivalente a una articulación significante.
El cuerpo es también introducido por el lado de sus objetos parciales, pero en la época justamente de "La dirección de la cura..." y del Seminario "Las formaciones del inconsciente", los objetos son objetos significantes de la demanda: el objeto oral, el objeto anal. Los objetos pulsionales son introducidos como objetos significantes de la demanda.
Un poco más tarde, el cuerpo es introducido siempre en tanto mortificado por el significante, con la excepción de los restos. Ahí Lacan puede poner su objeto a. Pero el mismo objeto a, es el objeto en tanto resto que escapa a la mortificación del conjunto.
La mortificación -la subjetivización y la mortificación- domina el enfoque de Lacan. E incluso cuando nos habla del objeto a, en los últimos años de su enseñanza, es como de un plus-de-gozar, es decir, como el suplemento que escapa a la mortificación. El goce es pensado sobre el fondo de la mortificación.
Así, encuentran enunciada en Radiofonía la equivalencia entre el Otro y el cuerpo. Nada puede indicar mejor que el cuerpo es aquí cuerpo mortificado. Como dice Lacan, es el corpse, el cadáver. Y este cadáver, es una manera de representarnos la anulación de la libido y del goce. El horror es pensar que el cadáver tenga aún necesidad de gozar. Se nos representa bajo las especies de los vampiros: muertos, quieren seguir gozando. Es un punto de vista a examinar, iría demasiado rápido si lo repeliera. Hay muchos testimonios que muestran, efectivamente, de qué manera los muertos viven de nosotros, de qué manera los muertos nos chupan la sangre.
Es seguro, por ejemplo que nosotros vivimos de Lacan, nos alimentamos de la bestia. Pero desde otro punto de vista, podríamos decir -hay personas a las que esto les inquieta- que, justamente, es también por nosotros que la enseñanza de Lacan, su palabra, su articulación significante, mantiene presencia y fuerza. Para que viva es necesario que nosotros mismos aportemos nuestro plus-de-gozar. Es necesario que nos dediquemos, o que nos consagremos a ello. Sin esto, desde el momento en que nos detengamos, veremos la diferencia. Apenas nos detengamos vendrán los empresarios de la Universidad. Harán la lista: tomemos esto y comencemos a recortarlo en pedazos. Como hicieron con Racine o con Gide. Un patrón de la Universidad dirá a uno de sus alumnos: usted tome la juventud de Lacan y luego tome al Lacan de tal año a tal año. Y si a uno de estos sinvergüenzas se le ocurre tomar el año del otro, habrá alguien para hacerlo volver a su casillero ... Esto ocurrirá algún día, pero es cierto que nosotros ponemos de lo nuestro para continuar, si puedo decirlo, haciendo gozar al muerto. Dejo esto de lado; es un tema demasiado delicado para entregarme aquí a improvisaciones. Volveré a pensar en ello reposadamente.
El corpse, el cuerpo, es el equivalente del Otro, del significante. Lo formula Lacan en Radiofonía.
A él también se le hace presente que pasa, efectivamente, un cadáver por su obra. Pasa un cuerpo de significante. Afortunadamente está el plus-de-gozar, el resto de goce que permanece afuera de la mortificación, pero que conserva la huella del significante. El objeto a conserva la huella del significante, aunque más no fuera porque es un objeto.
Siempre hubo algo que compensaba esto. Estaba lo imaginario y cuando no fue más lo imaginario, fue el objeto a, ese resto que es una excepción. Son las excepciones libidinales a la mortificación.
La fórmula del fantasma, central en la teoría de la cura, se inscribe al comienzo en este orden. Esta fórmula resume lo que acabo de decir: al cuerpo mortificado del sujeto debe responder de todos modos, como una compensación, como un complemento o como un suplemento, un cierto factor cuantitativo de libido. Es decir que el substrato del fantasma, es el cuerpo mortificado. Esta es la referencia.
Una conversión de perspectiva
En Bahía presenté el siguiente ordenamiento, que pone en orden dos dimensiones siempre presentes en Lacan: aquí la del Otro, aquí la de la cosa; aquí la articulación, aquí la investidura. El deseo es del Otro, según una célebre fórmula, mientras que el goce se refiere a la Cosa. Escribo aquí $, aquí a. Ubico aquí el cuerpo mortificado y aquí el plus-de-gozar; aquí el objeto perdido de Freud, para volver a decirlo en términos freudianos y aquí la pulsión freudiana y su felicidad, para decirlo como Lacan. Coloco aquí el menos phi de la castración y aquí el phi mayúscula no negativizable introducido por Lacan. Podría, por otra parte, continuar esta puesta en serie de términos.
Allí se hace necesaria una conversión de perspectiva. El $ quiere decir el cuerpo mortificado. Ahora bien, hay goce, incluso si es el goce residual del plus-de-gozar y para que haya plus-de-gozar, es necesario el cuerpo, el cuerpo viviente. Si hay un efecto del significante sobre el cuerpo que es la mortificación, hay otro efecto que es la producción del plus-de-gozar. A todo lo que, en la enseñanza de Lacan, hace repercutir que el significante mata al goce, hay que oponerle que el significante produce el goce bajo las especies del plus-de-gozar.
Incluso agregaré que esta bipartición permite ver claramente el rol mediador de la fórmula del fantasma, que une estas dos dimensiones e incluso, permite ver en qué sentido hay entre los dos lados de la banda una especie de relación moebiana, una relación de banda de Moebius, que es necesario poner de algún modo en continuidad como sobre una banda de Moebius. También está presente en los comentarios que Lacan pudo dar de su fórmula del fantasma.
Justamente por esto Lacan pudo hacer del objeto a la causa del deseo y pudo hacer del significante del Otro una causa del goce. Estas son relaciones que indican que es necesario considerar estos dos lados en relación moebiana uno con el otro.
¿Cuál es la conversión de la perspectiva a la que llamo, no haciendo más que redoblar el llamado de Lacan mismo? Es considerar que el significante no tiene en primer lugar un efecto de mortificación sobre el cuerpo, que lo esencial es que es causa de goce y que se trata entonces de pensar la unión del significante y del goce, que el significante tiene una incidencia de goce sobre el cuerpo. Lacan lo elabora en sus Seminarios cercanos al Seminario 20. Privilegia el efecto de goce del significante, no su efecto de mortificación.
sinthome y pulsión
Lacan llama el sinthome, digámoslo exactamente, a esta incidencia de goce sobre el cuerpo que tiene el significante. Y crea el concepto de sinthome precisamente porque está más allá del fantasma. El fantasma está esencialmente ligado al cuerpo mortificado y a ese residuo de goce que es el a en esta configuración; mientras el sinthome se refiere al cuerpo vivificado por el significante, el cuerpo en tanto goza intensamente por el hecho del significante.
Esto se juega en los mismos textos. Podemos tomar "Pegan a un niño", tomar ese gesto augusto del que pega, y decir: allí está, es el cuerpo en tanto está mortificado y marcado por el significante. Podemos ver allí la representación, abyecta quizás, de la mortificación; pero podemos, por el contrario, leer en esta misma imagen la producción del goce por el significante. Estropear el cuerpo, golpearlo, tropezarlo, incluso destruirlo, son también las vías de su goce. Aquí es revelado por Lacan -que demuestra por otra parte una curiosa simpatía por las palabras que expresan ruidos secos, golpes- que lo marcó un cierto sadismo del significante; pero la mortificación tiene como reverso la intensificación del goce.
Esta es la conversión de perspectiva que opera Lacan. ¿Vamos a pensar de algún modo, a a partir de $, dándole el dominio a $, o vamos a pensar al $ mismo a partir de a, es decir, a privilegiar el significante como causa de goce más bien que al significante mortificante?
Por ello Lacan pasa del síntoma al sinthome. El síntoma, como lo escribimos habitualmente, es precisamente captado por Freud -al menos antes de "Inhibición, síntoma y angustia"- antes que nada como un fenómeno de verdad pensada en el significante. Por otra parte, cuando decimos esto hace síntoma, nos referimos a esta noción del síntoma-verdad. Mientras que, si Lacan modifica la palabra para hablar del sinthome, es porque pone en primer lugar el efecto de goce, el síntoma-goce, que nos fue presentado por Freud ya en "Inhibición, síntoma y angustia".
De donde surge una nueva definición del significante. El significante se refiere al cuerpo bajo la modalidad del sinthome.
A partir de ahora, no esperen de mí que respete la diferencia fonética. Hablo del síntoma para designar también al nuevo sinthome de Lacan.
¿Cuál es a partir de entonces el lugar teórico del síntoma en Lacan? El síntoma viene precisamente al mismo lugar en que Freud inscribe la pulsión. Es el concepto mismo de la relación del inconsciente con el cuerpo. Por ello Lacan es conducido a decir que el sinthome es real -y lo repetimos como loros-. Pero hay que captar que esta fórmula toma todo su sentido cuando la oponemos a la fórmula de Freud: Las pulsiones son nuestros mitos. Dicho de otro modo, la fórmula de Lacan el síntoma es del orden de lo real sólo toma su verdadero sentido si hacemos surgir la fórmula freudiana a la cual responde, a saber las pulsiones son nuestros mitos.
Para pensar la relación entre el inconsciente y el cuerpo, Freud recurrió a un concepto-mito. Con el síntoma, Lacan intenta elaborar un concepto operatorio. Evidentemente el mito es una manera de aproximar lo real, como lo subraya Lacan. Justamente cuando desfallecen los medios operatorios de lo simbólico recurrimos al mito para designar el punto de real.
Dicho de otro modo, detrás de la pulsión de Freud está el sinthome de Lacan. La pulsión freudiana es la interfaz todavía mítica entre lo psíquico y lo somático, mientras que el síntoma lacaniano es la conexión real entre significante y cuerpo.
13 de mayo de 1998
Traducción: Nieves Soria. Revisión: Patricia Schnaidman.
NOTAS
* Lección n°17 del curso de J.-A. Miller del año 1997-98, La orientación lacaniana II, 15, pronunciado en el marco del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII. Texto establecido por Catherine Bonningue. Publicado con la amable autorización de J.-A. Miller.
** (N. de la T.) pronombre personal aproximado al se español.