Abril 2001 • Año I
#1
La Orientación Lacaniana

Las pruebas de la interpretación

Graciela Brodsky

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La espera
[Cynthia Grinfeld]
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A partir del concepto de interpretación mutativa acuñado por Strachey, Graciela Brodsky analiza la pertinencia de la interpretación como una temporalidad del instante, de lo inmediato, en el intento de modificar el círculo vicioso del neurótico, que va siempre por más de lo mismo. Finalmente, apela a la psicosis como una de las pruebas más firmes que tenemos los analistas de la eficacia del efecto de la palabra sobre un sujeto, de la potencialidad mutativa de la interpretación.

 

El círculo vicioso

El punto de partida de Strachey cuando acuña el término de interpretación mutativa mantiene su pertinencia 67 años más tarde. Podemos no seguirlo en todas sus respuestas, pero su pregunta conserva su acuciante actualidad: cómo romper el círculo vicioso del neurótico, cómo lograr que la interpretación impida que la asociación libre gire en redondo, que el neurótico termine siempre mordiéndose la cola.

Strachey es sagaz, porque no considera que la acción terapéutica del psicoanálisis dependa del conjunto de la cura, no supone que la mutación pueda provenir de la insistencia, de la repetición, de cierto machacar sobre el mismo punto. No se trata para él de cualquier interpretación, por ejemplo, la que relanza la asociación libre, sino de una interpretación que marque un antes y un después. Mas allá de las críticas que podamos hacer -y que Lacan no se privó de hacer en su Seminario 1 cuando demuestra que el intento de terminar con el círculo vicioso del neurótico recurriendo al círculo vicioso del superyó deja la cuestión en un callejón sin salida- la idea de Strachey de no pensar la interpretación en una lógica continuista, sino en una temporalidad del instante, de lo inmediato, resuena en lo más actual de nuestros debates y permite reconocer en él a un psicoanalista que tropieza con los problemas con los que tropezamos diariamente en nuestra práctica.

 

La interpretación se mide por sus efectos

Dicho esto, el paso siguiente parece caer de maduro. Si la interpretación es mutativa o no, eso sólo se mide por sus efectos, es decir, ni por su forma ni por su contenido, que como lo indica Horacio Etchegoyen en su artículo del 83: Fifty years after the mutative interpretation, son sólo eufemismos para expresar si una interpretación fue adecuada o no. En efecto, hace rato que no ponemos en primer plano si la interpretación es completa, inexacta, profunda, si incluye la defensa y la pulsión, ni siquiera si va acompañada o no del asentimiento de nuestro paciente: sólo nos guiamos por sus efectos, o, como dice Lacan, por las olas que produce.

Evidentemente, no esperamos de cada interpretación esta capacidad de producir un antes y un después, pero todos sabemos por nuestra experiencia como analizantes, por nuestra experiencia como analistas, que hay interpretaciones imborrables, verdaderos acontecimientos en el curso de un análisis, que dividieron las aguas. Normalmente no son muchas, a veces pueden contarse con los dedos de una mano, y es como si todo el dispositivo hubiera estado montado para dar cabida a ese instante.

Lacan siempre tuvo la ambición de que un análisis subvierta a un sujeto. En el '67, por ejemplo, habla de la interpretación con la que se opera la mutación analítica. Cada uno de sus esquemas, con flechas y vectores, escribe un circuito que impide que se vuelva al punto de partida. Y esa misma ambición es posible trasladarla a cada sesión, y dentro de cada sesión a esa intervención privilegiada que es la interpretación del analista.

 

Quién interpreta

Digo la interpretación del analista... No es seguro que sea así de simple. El analista interpreta y el analizante interpreta la interpretación del analista. Y no vale de mucho ponerse a discutir si fuimos entendidos según nuestra intención o nuestro cálculo. Si el emisor recibe del receptor su propio mensaje en forma invertida, no veo que excepción, que privilegio tendrían las palabras cuando salen de boca de un analista. Por eso, es mejor aprovechar esta ley de la comunicación en nuestro favor y ser lo suficientemente escuetos, ambiguos, oraculares, enigmáticos para obligar al analizante a interpretar nuestra interpretación con los recursos de su inconsciente y no con los de su entendimiento.

 

Quién evalúa

Si aceptamos que el efecto mutativo de la interpretación se mide por sus consecuencias, hay que dar entonces el tercer paso, y preguntarse quién evalúa los efectos. Normalmente cuando un paciente va a ver al médico, este la indica una medicación, evalúa los resultados, y concluye usted está sano. Sabemos que no siempre es así, y que a veces los pacientes insisten en que se sienten mal cuando todas las pruebas confirman su buena salud. En una época, llegado ese momento el médico hacía una interconsulta y derivaba al servicio de psicopatología (pienso en mis años de hospital). Ahora receta Rivotril.

Para nosotros la cosa es más complicada. Probar la eficacia de la interpretación nos coloca en un terreno delicado. Ahí la interpretación es un poco como el chiste, no importa cuan bueno sea. Quien decide su eficacia no es quien lo cuenta sino quien lo escucha.

Todo analista conoce esta peculiaridad de la interpretación, que consiste en que ella pierde su fuerza de convicción cada vez que sale del contexto, de la coyuntura de la sesión. Es lo que se verifica cuando los analistas cuentan sus interpretaciones en los Congresos de psicoanálisis, o en el control mismo.

 

El analista

Reconozcamos que éste es un flanco débil para el psicoanálisis en su debate tanto con la ciencia (Popper se entretuvo bastante con esto) como con el Estado, demostrando que una ciencia que no puede ser refutada no es una ciencia, y cuando se ocupó del psicoanálisis tomó precisamente la cuestión de la interpretación: si -según Freud- vale lo mismo que el paciente la acepte o la rechace, entonces el psicoanálisis no es una ciencia. ¡Por supuesto! Que aspiremos a la ciencia no quiere decir que nos igualemos a ella, pero sobre todo es un tema candente para los propios psicoanalistas, que no nos conformamos con escuchar los rotundos éxitos de nuestros colegas sino que aspiramos a obtener alguna prueba un poco más confiable que la autosatisfacción.

 

El analizante

Si Freud indicó el análisis de los analistas no fue en primera instancia para que sean más sanos que sus pacientes, cosa que desmintió con todas las letras. Fue para que creyeran en el inconsciente, es decir para que hicieran la prueba. Aun si ejercían como analistas, la prueba de la eficacia mutativa de la interpretación había que buscarla en el propio análisis.

Finalmente, no es otra cosa lo que Lacan buscó con el pase: pruebas, pruebas de la eficacia del psicoanálisis, pruebas de la eficacia de la interpretación, que provengan de boca del analizado y no del analista.

Es un hecho: a medida que el analista consagrado se va olvidando de su propio análisis, su propia convicción en los efectos mutativos de la interpretación en las curas que dirige, se va apagando.

Voy a tomar ahora las cosas desde otra perspectiva, ya no quién evalúa, sino cómo se prueba.

La eficacia mutativa de la interpretación no se mide solamente por los éxitos terapéuticos. Al contrario, los éxitos terapéuticos dejan siempre más indeterminado el poder mutativo de la interpretación.

La eficacia mutativa de la interpretación, el asombroso poder de la palabra, se pone más de manifiesto cuando desencadena un efecto no buscado por el analista.

Si un paciente interrumpe la cura, o si se produce en el transcurso del análisis un acting-out, o un pasaje al acto, la pregunta del analista es inmediatamente, qué hice mal, qué debería haber dicho y no dije, qué podría haber interpretado y no interpreté. Por exceso o por defecto, normalmente se sospecha que fue la interpretación la que desencadenó la repuesta inesperada que sorprende al analista. No forma parte de nuestra clínica que el analista crea que no tiene nada que ver con eso.

En esta misma dirección diré que nada prueba más nítidamente el poder de la interpretación para transformar al sujeto que la psicosis.

Siempre me llamó la atención el interés de Lacan por la psicosis, puesto que Freud la consideraba una estructura inanalizable, y Lacan mismo, si bien recomendó no retroceder frente a la psicosis -puesto que hay psicóticos que se dirigen al analista- fue muy cauto con los resultados esperables, especialmente con su estabilidad. Creo que podría demostrarse que así como Freud buscó la estructura de la neurosis en el sueño, para Lacan la psicosis ilumina la estructura de la neurosis porque revela el estatuto del inconsciente, de lo que llamamos el gran Otro y también la del objeto a, y pone de manifiesto no sólo la verdadera naturaleza del síntoma, sino también la del sujeto analizado. Es apasionante, y llevar adelante esa investigación desde la perspectiva que nos brinda Lacan podría incluso demostrar el punto de real que Melanie Klein intuye cuando se refiere al núcleo psicótico.

Nuestra investigación clínica de hoy me permite agregar una razón más: la psicosis es una de las pruebas más firmes que tenemos de la eficacia del efecto de la palabra sobre un sujeto, de la potencialidad mutativa de la interpretación.

 

Psicosis e interpretación

Que existe una estrecha relación entre la psicosis y la interpretación no es nada nuevo, porque existe un cuadro clínico exhaustivamente descripto que es el delirio de interpretación. Delirio de la calle, del palier, de la oficina, como dijo en su momento Lacan. Que ese vínculo es lógico, quizás requiera un pequeño comentario.

En realidad no sólo la psicosis está enlazada con la interpretación. La neurosis también. Más aún, podemos considerar a la neurosis misma como una interpretación: la interpretación en términos edípicos del significado opaco, enigmático del deseo del Otro. La escritura de la famosa metáfora paterna no hace más que indicar que si el significante Nombre del Padre está a disposición del sujeto, ese significado opaco será interpretado en términos edípicos. Respecto de esta primera interpretación, constitutiva de la neurosis, todas las interpretaciones de un análisis se ubican en un segundo tiempo, y a decir verdad, van contra esta interpretación edípica del neurótico.

Del mismo modo, consideramos que la psicosis es la consecuencia de no interpretar el significado opaco del deseo del Otro en términos edípicos porque el operador de esta interpretación, el Nombre del Padre, no está a disposición del sujeto. Lo que se produce entonces es: o bien tenemos la perplejidad ante un enigma sin solución, o bien lo que se conoce como significación personal, es decir, delirante, sin común medida con la significación edípica. Es lo que llamamos psicosis.

Eso permite ver en qué una psicosis no es una neurosis... irremediablemente, y que la interpretación -que por ser enigmática favorece en la neurosis la puesta en forma del síntoma y la construcción del fantasma- en la psicosis es ocasión frecuente de desencadenamiento.

 

Susana

Puedo dar un ejemplo, a partir de un caso que hemos visto en una presentación de enfermos hace ya algunos años: Susana, a quien encontramos en el servicio del hospital donde acudía como enferma ambulatoria tras una larga internación.

No es la primera. Sabemos que antes de su primera internación ya había cosas que le molestaban, sobre todo sus compañeras de oficina, siempre leyendo esas revistas que hablan de actores y de cosas de la televisión. Nos dice que eso no era para ella, amante de la buena literatura. No le gustaba participar de esas conversaciones tontas, de esos cuchicheos y esas risas. Vivía con su madre, con quien se llevaba muy mal; no le gustaba la comida que la preparaba, a veces prefería no comer, porque tenía gusto raro. Nada de eso le impidió seguir una vida soportable.

Es en el subte que le parece escuchar por la radio unas voces poco claras que interpreta inequívocamente y la deciden a presentar una denuncia de inmediato. En plena agitación se baja, va a la comisaría más cercana y denuncia lo que escuchó: desde unos aviones se están arrojando personas al río.

Así llega a su primera internación. Sale un tiempo después, medicada y decidida a dedicarse a las cosas que son para ella, es decir, a la literatura. Ya no vuelve a trabajar, pero visita regularmente a su psiquiatra. Su vida se ha limitado a un circuito entre su madre y el hospital. Un circuito mínimo, pero se la ve bastante tranquila, siempre con un libro bajo el brazo. Eso dura algunos años y entonces la psiquiatra considera que debería ampliar un poco su lazo con el otro, alentándola a salir: un cine, un café. ¿Qué hace siempre con ese libro de un lado para el otro? Hay otras cosas para leer, no siempre lo mismo. La invita a dejar el libro en el consultorio, que traiga otro en su próxima visita.

Debe haber leído a Lacan la psiquiatra... debía recordar algo de ceder el objeto al campo del Otro... No sabemos, lo cierto es que interviene en esta dirección, y la paciente deja el libro: "era un libro de Pío Baroja, que se llamaba igual que yo: Susana".

La encontramos después del desencadenamiento que siguió a este momento donde no sólo dejo el libro, sino que se separó de esa pequeña suplencia que llevaba bajo el brazo, gracias a la cual, a falta de Nombre del padre, había conseguido unir su nombre a un autor.

Tengo que confesar que cada vez que debatimos la eficacia mutativa de la interpretación, no puedo dejar de pensar en Susana. En la eficacia que tuvo para ella ese objeto que se inventó para interpretar el enigma de la filiación sin el recurso del Nombre del Padre, y en la eficacia que tuvo la intervención bienintencionada de la psiquiatra para desencadenar el segundo brote.

 

La prueba por el absurdo

Normalmente tendemos a imaginar que la eficacia de la interpretación reside en sus efectos terapéuticos y eso esta muy bien, pero es mejor estar atentos también a la eficacia de la interpretación para desencadenar una psicosis, si es que queremos ser prudentes en nuestra clínica y rigurosos en nuestra demostración. Se trata, por cierto, de una prueba que los lógicos llamarían por el absurdo, pero eso no le quita dignidad, aunque incomode nuestro confort intelectual.

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