Introducción
La invitación para escribir en Virtualia en ocasión de cumplirse los 100 años de la publicación original del texto escrito por Sigmund Freud sobre “Lo ominoso”, me ha dado la oportunidad de volver a recorrerlo siguiendo en esta oportunidad alguna de las indicaciones que podemos extraer de los desarrollos realizados por Lacan en su última enseñanza. Estos últimos creo que nos pueden permitir a su vez, releer bajo una nueva perspectiva los ya clásicos desarrollos que realizara Lacan sobre el particular en el Seminario que le dedicó a La angustia.
Lo primero que podemos afirmar es que sin lugar a dudas leer en detalle el texto de Freud sobre “Lo Ominoso”, nos brinda una oportunidad única para acercarnos a lo que podemos considerar como lo inigualable del estilo de la indagación freudiana.
Comencemos por las primeras líneas en la que Freud nos introduce en el dominio donde pretende incursionar con su texto:
Es muy raro que el psicoanalista se sienta proclive a indagaciones estéticas, por mas que a la estética no se la circunscriba a la ciencia de lo bello, sino que se la designe como doctrina de las cualidades de nuestro sentir.[1]
Aclara entonces que si eso es muy raro, es porque el analista trabaja por lo general en otros estratos de la vida anímica.
Hagamos una primera pausa en esa referencia. Es indudable que con ello, Freud nos plantea que no es que se interese en el tema por una cuestión de interés personal –por el contrario más bien se reconoce poco sensible ante lo que denomina esa particular cualidad del sentimiento– sino que lo va a hacer en tanto analista. Ahora bien, ¿qué autoriza a un analista a entrometerse en esos dominios tan alejados al menos en apariencia del ámbito original donde nació y se desarrolla su práctica? y fundamentalmente ¿qué interés tendría acercarse a esa particular cualidad de nuestro sentir?
Dejaremos eso en suspenso por el momento no sin antes recordar lo siguiente. Sorprendentemente en el Seminario sobre El sinthome encontramos que Lacan va a plantear que la inquietante extrañeza –traducción francesa de la expresión alemana unheimlich– es un efecto que proviene incontestablemente de lo imaginario.[2] A lo que podemos agregar que el mismo Lacan va a plantear tomando como referencia la confidencia que dejó Joyce acerca de la paliza sufrida en su adolescencia, que a pesar de la imagen confusa que tenemos de nuestra relación con el cuerpo y de la que proviene todo lo que se ha intentado elaborar bajo el nombre de psicología, en dicha relación hay incontestablemente algo psíquico que se afecta, que reacciona cuando no está desprendido como le ocurriera a James Joyce.[3] ¿Cuál es entonces ese particular modo de afección del cuerpo que ha quedado sedimentado en lalengua bajo la expresión unheimlich?
Más allá de la angustia de castración
En el Seminario 10 Lacan va a plantear nada más ni nada menos que el texto de Freud sobre lo Unheimlichkeit constituye el eslabón indispensable para abordar de manera más precisa la cuestión de la angustia. Lo dice así: “Así como abordé el inconsciente mediante el witz abordaré este año la angustia mediante lo Unheimlichkeit”.[4]
Ahora bien, eso es clave si tenemos en cuenta que una de las cuestiones centrales que Lacan va a desarrollar en ese seminario, es justamente la de poner en cuestión el modo en que Freud dejó articulado lo que para él constituyó en su práctica su punto de llegada, el tope imposible de atravesar al que designó con el nombre de angustia de castración.
Este punto requiere una precisión que considero fundamental. Lo que Lacan va a poner en cuestión no es el hecho como tal al que se refiere Freud, sino que lo que va a plantear es que lo que no debemos olvidar es que ese hecho es algo extraído de la experiencia del neurótico. La cuestión entonces es dirimir si ese tope debe ser considerado un tope estructural o si sólo lo es para el neurótico. Si ese fuera el caso –como va a postular Lacan– el trabajo a realizar, es encontrar las herramientas adecuadas para que la elaboración analítica no haga del tope del neurótico su propio tope conceptual. Considero que esa brújula es algo de gran importancia en nuestros debates actuales.
Es en el plano del cuestionamiento del complejo de castración donde nuestra exploración concreta de la angustia nos permitirá estudiar el paso posible. El estudio de la fenomenología de la angustia nos permitirá decir cómo y por qué.[5]
La clave será encontrar los instrumentos que permitan dar a la angustia lo que es de la angustia y dar a la castración lo que es de la castración.
Como precisa Miller:
Se debería esperar que en el corazón de un Seminario que se intitula La angustia, estuviera la angustia de castración, que la angustia se abordase a partir de la castración que la enseñanza de Lacan había puesto de relieve como una función eminente y estructurante de toda relación de objeto. Exagero pero no encontrarán en él que sea la amenaza del padre la que desencadene la angustia.[6]
Ahora bien, ¿cómo es que encuentra Lacan en lo siniestro una apoyatura clave para su proyecto cuando el texto princeps en que se apoya Freud es justamente El hombre de la arena de Hoffman?
Cito a Freud:
Aun esta breve síntesis no deja subsistir ninguna duda de que el sentimiento de lo ominoso adhiere directamente a la figura del hombre de la arena, vale decir, a la representación de ser despojado de los ojos. […] Estos rasgos del cuento, como otros muchos, parecen caprichosos y carentes de significado si uno desautoriza el nexo de la angustia por los ojos con la castración, pero cobran pleno sentido si se reemplaza al hombre de la arena por el padre temido, de quien se espera la castración.[7]
Lo que Lacan va a cuestionar es precisamente esa última interpretación. Lo hará basándose en la escena clave de todo el cuento en la que el profesor Spalanzani arroja al pecho del héroe Nathaniel los ojos de la muñeca Olimpia –de quien este último se encontraba locamente enamorado– los mismos que un instante antes el héroe veía con horror en el suelo bañados en sangre y mirándolo fijamente, brindándole al mismo tiempo la revelación atroz de que esos ojos no eran sino los suyos….
¿Cómo dar cuenta entonces de esa particular cualidad de nuestro sentir mediante la cual podemos experimentar que lo más familiar (heimlich) deviene al mismo tiempo lo más extraño (unheimlich)?
Lo no especularizable
Como planteó Jacques-Alain Miller, en el Seminario 10 Lacan se esfuerza en presentarnos una fenomenología del objeto angustiante que resulta verdaderamente apasionante. Como dijimos, allí: “Lacan busca este objeto en el mismo Freud, en su texto sobre Lo ominoso donde afirma que lo explora para lograr situar correctamente el verdadero núcleo de lo que angustia”.[8] Muy bien, pero ¿qué es lo que encuentra Lacan en esa indagación? Que lo que enseña la experiencia de lo siniestro es que de lo que se trata es de la perturbación del campo imaginario por la brusca aparición en su seno de algo justamente no especularizable. En ese instante: “El objeto de la angustia en tanto objeto ansiógeno, no especularizable, paradójicamente se especulariza: lo invisible es visto”.[9]
La escena del Hombre de la arena a la que hicimos mención anteriormente, resulta en ello paradigmática. El clima de lo siniestro lo encontramos en el instante en que el héroe ve sus “propios” ojos en tanto separados de su imaginario corporal.
Ese objeto separado no es otro que el ojo en tanto que órgano que condensa la estimulación pulsional y que por estructura resultará inintegrable y en contradicción permanente con el investimento narcisista.
Si ese movimiento le resulta clave a Lacan para poner en cuestión el fin de análisis freudiano y su tope constitutivo, es porque la experiencia de la angustia le permite distinguir dos modos de la falta: la que anotamos menos fi (falso agujero) y la que anotamos como a (agujero real). La articulación de los objetos de la pulsión al campo de la ley y la simbolización fálica hacen que el neurótico hasta el final de su análisis, interprete la angustia en términos de castración, por lo que el Otro no podrá aparecer siempre sino como el agente que al mismo tiempo que prohíbe el goce sostiene el Ideal de la consumación genital.[10]
En el cuerpo, fuera del cuerpo
Considero que en La Tercera, justamente en el apartado al que J.-A. Miller le puso como titulo “El cuerpo en la economía del goce” Lacan introduce algunas referencias que pueden resultarnos de ayuda para proseguir la indagación iniciada en el Seminario 10.
El recurso de la nueva escritura forjada por Lacan a partir de la utilización del nudo borromeo, le permite distinguir en el campo del goce, dos modalidades completamente diferentes. Va a postular que la experiencia analítica permite diferenciar un tipo de goce al que va a caracterizar como un goce que se localiza fuera del cuerpo, de otro tipo de goce al que por el contrario hay que pensar como localizado en el cuerpo.[11]
¿Cómo entender esa repartición?
Empecemos por el primero al que va a llamar Goce fálico. Es el goce que transcurre entre simbólico y real, el que permite dar cuenta de los efectos de la entrada de lalengua en el cuerpo vivo, y del que resulta la extracción del goce que habitaría dicho cuerpo para localizarse en los bordes de la zonas erógenas.
Ahora bien, ¿por qué Lacan lo llama fuera de cuerpo?
Para entender esa frase hay que detenerse en el modo en que Lacan comienza el siguiente apartado:
El cuerpo entra en la economía del goce por medio de la imagen del cuerpo. De ahí, partí. Si en la relación del hombre –lo que denominamos así– con su cuerpo hay algo que subraya bien que es imaginaria, es el alcance que en ella adquiere la imagen.[12]
Tenemos entonces que gracias a la escritura del nudo podemos distinguir un goce que transcurre entre simbólico y real (fuera de lo imaginario) y que debe distinguirse de otro que transcurre entre imaginario y real (fuera de lo simbólico).
Esa es la razón por la que el goce fálico-pulsional resulta un goce localizado fuera del cuerpo; es decir, un goce que por estructura tiene una lógica que resulta antinómica con el sostenimiento del imaginario corporal.
No por nada, agrega Lacan, el objeto a fue identificado inicialmente en la experiencia analítica a partir de imágenes de cuerpo fragmentado; es decir, como esquirlas de cuerpo.
Es por eso que en ese contexto resultará clave la afirmación de Lacan respecto a que el síntoma no se reduce al susodicho goce fálico.
Si el hilo explicativo de todo el cuento lo da el tema de que al héroe le quieren arrebatar los ojos, no es lo mismo leerlo como la representación del castigo sufrido por el padre temido a causa de la persistencia de las tendencias infantiles incestuosas, que situar la cuestión clave desde esta última perspectiva.
Los ojos en tanto órganos de la visión se separan del imaginario corporal cuando se revela su verdadero estatuto en tanto objeto de la pulsión escópica al servicio del goce fálico. Es de entrada lo que pone en juego el cuento cuando muestra al abogado Coppelius en la diabólica función de hacer saltar los ojos de las órbitas bajo el procedimiento de excitarlos mediante la utilización de unos carboncillos ardientes y flameantes... El mismo Freud en una nota al pie deja constancia que la esposa de Rank le hizo notar las derivaciones significantes de dicho nombre: “coppela = copela (véanse las operaciones químicas a raíz de las cuales halló la muerte el padre); coppo: la cuenca del ojo.”
Esa es la otra clave aportada por el mismo Freud quien como nos recuerda Strachey, mientras escribía Das unheimlich se encontraba terminando su célebre Más allá del principio del placer:
En lo inconsciente anímico, en efecto, se discierne el imperio de una compulsión a la repetición que probablemente depende, a su vez, de la naturaleza más íntima de las pulsiones; tiene suficiente poder para doblegar al principio del placer y confiere carácter demoníaco a ciertos aspectos de la vida anímica.[13]
El partenaire objeto y el partenaire síntoma
Como nos recuerda Lacan en el Seminario 10, “no en vano Freud insiste en la dimensión esencial que da el campo de la ficción a nuestra experiencia de lo unheimlich”. Mientras que en la realidad del vivenciar ésta es demasiado fugitiva, la ficción literaria al darle más estabilidad permite articular con más precisión la estructura en juego.
Pero también ocurre como plantea Freud que “el creador literario puede también desviar nuestros procesos de sentimiento de cierto resultado para acomodarlos a otro y con un mismo material a menudo puede obtener los más variados efectos”.[14]
Valga el siguiente ejemplo.
Justo antes del trágico final del héroe Nathaniel, Hoffman hace hablar justamente a un profesor de poesía y de retórica quien luego de tomar su dosis de rapé y de estornudar como corresponde, en un tono grave dirá: “Honorables damas y caballeros ¿no se dan cuenta de cuál es el quid del asunto? ¡Todo es una alegoría…. Una absoluta metáfora! ¡Ya me entienden! ¡Sapienti sat! (expresión latina que significa a buen entendedor).
Se aclara entonces que parece que la broma macabra de la que había sido víctima Nathaniel, no había sido en vano y que había dejado su marca especialmente en los hombres del pueblo.
Su affaire con la bella autómata Olimpia en quien el héroe había creído encontrar finalmente al partenaire anhelado de su fantasma, produjo en muchos de ellos un singular efecto. A partir de allí, debido a que ninguno se sintió a salvo de que pudieran ocurrirles las mismas desventuras, a contrapelo de sus tendencias habituales comenzaron a buscar pruebas para verificar que no amaban a ninguna muñeca de madera. Seguramente no tardaron en encontrarlas.
La no relación puede tener también efectos vivificantes.
Cuando Lacan afirma que lo que ha intentado hacer con el nudo es darle otro cuerpo a la singular y sorprendente intuición freudiana fundamental, nos deja en custodia un verdadero filón. Si para Freud todo se sostenía en la función del padre como el operador capaz de anudar el amor al agente de la castración, para Lacan es la función del sinthome el operador en el que apoyarse para ampliar los recursos con los que cada parlêtre cuenta para sostener el anudamiento de ese Otro goce que transcurre entre imaginario y real, frente a lo irreductible de los embates del goce fálico.
Nathaniel, no creyó en el síntoma.
NOTAS
- Freud, S., “Lo ominoso”, en: Obras completas, Tomo XVII, Amorrortu Editores, Bs. As., 2003, p. 219.
- Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Bs. As., 2006, p. 48.
- Lacan, J., El Seminario, Libro23, op. cit., p. 147.
- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, Paidós, Bs. As., 2006, p. 52.
- Lacan, J., La angustia, op. cit., p. 56.
- Miller, J.-A., Introducción al seminario X de Jacques Lacan, RBA Libros, Barcelona, 2007, p. 27.
- Freud, S., “Lo ominoso”, op. cit., p.232.
- Miller, J.-A., Introducción al seminario X, op. cit., p. 86.
- Miller, J.-A., Introducción al seminario X, op. cit., p. 95.
- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, op. cit., p. 285.
- Lacan, J.,“La Tercera”, Revista Lacaniana de Psicoanálisis nº 18, 2015, Grama, Bs As., pp.19, 20.
- Lacan, J.,“La Tercera”, op. cit. p. 21.
- Freud, S., “Lo ominoso”, op. cit., p. 238.
- Freud, S., “Lo ominoso”, op. cit., p. 250.