Mayo 2020 • Año XIV
#38
Dossier-Pandemia

Los tiempos del virus *

Marie-Hélène Brousse

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El mantenimiento de las sesiones por los diferentes medios, que la modernidad pone a nuestra disposición, en este tiempo caótico del lazo social, lleva de la materia sonora y el significante a esta epidemia. Una analizante refiriendo un sueño, habla de "vaciar los lugares" con el "covi(d)",[1] nombre dado en este sueño al coronavirus. Una colega habla de su ciudad, bella primero al estar vaciada de los turistas que habitualmente la invaden, devenida más tarde espectral. Otra colega constata que su ciudad que, se dice, "no duerme" ha caído en un sueño profundo en el que las ratas, hace tiempo confinadas a los túneles, se pasean desde ahora libremente por los muelles. El confinamiento cambia de especie. Esto recuerda la resurrección animal y vegetal de Chernóbil. Hombres y mujeres mueren, por el coronavirus, pero la vida prosigue sus vías, darwinianas.

En resumen, el virus ha hecho su entrada triunfal no solo en los discursos, alterando las modalidades del lazo social, sino también en el inconsciente y el dominio del equívoco. Podemos caracterizarlo en el espacio por su étendue, extensión, que empuja todos los límites, é-ten-due donde resuena el equívoco sonoro de la extensión del temps,[2] tiempo, al que caracteriza tan bien, teniendo en cuenta la rapidez de su extensión.

 

¿Cómo aproximar esta dimensión del tiempo con el psicoanálisis?

He releído el texto que Lacan escribió en 1945, "El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada".[3] Me pareció que en este tiempo de confinamiento el apólogo de los tres prisioneros podría proporcionar algún esclarecimiento.

Sin embargo, no ha sido sin recular ante él que he considerado siempre este artículo. Mi síntoma "irse, partir" estaba ahí concernido de cerca y el término "prisionero" engendraba en mí un oscurecimiento duradero del juicio. Jacques-Alain Miller le ha consagrado muchos cursos de una precisión quirúrgica, pero yo había constatado mi dificultad para dejarme enseñar por las articulaciones lógicas de este texto, confrontándome al carácter imperioso de mi no quiero saber nada de ello. Sin duda, era precisa la fuerza de lo real, en conexión directa con el discurso, para llevarme a leerlo, sola y confinada, es decir, prisionera.

Primera paradoja aparente, sin embargo: los tres prisioneros del texto quieren salir. Ellos piensan que se puede salir. El virus pone esto del revés. Es él quien comienza a estar por todas partes y si nosotros queremos vivir y que otros vivan, conviene precisamente no salir.

Imaginemos entonces el tiempo lógico a partir de esta premisa: Yo no quiero salir. El director de la prisión, como dice Lacan, comunica a los tres prisioneros el aviso siguiente: "Por razones que no tengo que exponerles ahora, señores, debo poner en libertad a uno de ustedes. Para decidir a cuál, remito la suerte a una prueba a la que se someterán ustedes, si les parece".[4] Pero, tal como Bartleby, el famoso personaje inventado por Melville, ellos responderían entonces de corazón: "I would prefer not to" (Je préfere ne pas), "preferiría no hacerlo". Fin de la experiencia.

Evidentemente, la lógica no hace buenas migas con Bartleby. Optamos entonces por seguir a Lacan y, con él, el sofisma mediante el cual nombra lo que llama "la solución perfecta". En el parágrafo así titulado figuran en itálica dos expresiones, "cierto tiempo" y "algunos pasos": aparición del tiempo y del desplazamiento corporal. Lacan distingue a continuación un hacer "la prueba al natural" de esta experiencia, de su práctica "en las condiciones inocentes de la ficción". El texto está recorrido por consideraciones sobre la Época, que escribo aquí con mayúscula. Una reflexión ética y política de Lacan, que lleva sobre el periodo de la Segunda Guerra Mundial, sirve de hilo conductor de su texto desde el principio hasta el fin. Así, escribe: "No ciertamente porque vayamos a aconsejar que se haga la prueba al natural, aunque el progreso antinómico de nuestra época parece desde hace algún tiempo poner sus condiciones al alcance de un número cada vez mayor (…) nos contamos entre esos recientes filósofos para quienes la opresión de cuatro muros no es sino un favor más para el cogollo de la libertad humana.

Pero, practicada en las condiciones inocentes de la ficción, la experiencia no decepcionará (…) a aquellos que conservan algún gusto por el asombro".[5] Las últimas líneas del texto mencionan, como límite a toda asimilación "humana" –"en cuanto precisamente se plantea como asimilador de una barbarie, y que sin embargo reserva la determinación esencial del 'yo' (je)…[6] Siguiendo el hilo de Freud, Lacan rechaza la antinomia facticia entre civilización y barbarie sostenida por ciertas corrientes filosóficas y plantea su identidad. Gracias a esta ficción, el tiempo lógico, Lacan desprende la determinación del "yo" ("je") por el acto. Es una lógica del razonamiento en tanto que acto.

No desarrollaré más la admiración que experimenté ante este texto que entremezcla los hilos de una política de la época con los del psicoanálisis sino es para señalar que, desde Freud, el psicoanálisis opone la colectividad, compuesta por un número definido de individuos, a la generalidad, clase que contiene un número indefinido de individuos.[7] El dilema propuesto por el tiempo lógico concierne entonces a un número definido de individuos, como ocurre siempre en el caso de la teoría de la clínica analítica a la inversa del pensamiento estadístico.

Vayamos a los "tres momentos de la evidencia" [8] que esta ficción, verdadera experiencia mental, permite a Lacan distinguir: el instante de la mirada, el tiempo de comprender y el momento de concluir. Señala de entrada que pueden funcionar independientemente los unos de los otros o incluso recubrirse mutuamente lo que un enfoque cronológico no permitiría.

 

Frente al virus: ¿qué es?

No se trata de una sucesión cronológica que lee el tiempo como un continuum. Lacan pone el acento en una "discontinuidad tonal" o una "sucesión real", pudiendo cada momento haber tenido lugar o no, reabsorberse o no en el siguiente.

Planteamos que frente al virus, como los diarios han señalado, no ha habido casi instante de ver, incluso en China donde todo comenzó. Las razones de esta ausencia son diversas y variadas. Podemos plantear sin embargo que, frente a lo real, la extrañeza de los diferentes encuadres efectuados por la realidad psíquica es tal que abole, en numerosos sujetos, el instante de la mirada. No se ve venir nada. Uno es engullido por la ola antes de poderla ver. No hay incluso eso que Lacan llama "la subjetivación (…) impersonal bajo la forma de 'se sabe que…'"[9] Digámoslo con el lenguaje común: no ha habido incluso una formulación tipo "¿Qué es esto?" El instante de la mirada está ausente.

El tiempo para comprender viene entonces y hace aparecer lo que va a cristalizar –la expresión es de Lacan en hipótesis diversas y variadas‒. El tiempo de comprender permite reinterpretar el instante de la mirada que falta, una mirada après-coup, en anamorfosis. Reenvía al cráneo que Lacan analiza a partir del cuadro de Holbein, Los embajadores,[10] que solo aparece al regular de cierto modo la distancia de la mirada. La pulsión de muerte hace su entrada fuera de la sideración que ha impedido el instante de la mirada. Puede entonces aparecer el verdadero desconocimiento del problema: en qué toca al sujeto mismo, en qué lo concierne y lo divide. La objetividad del tiempo para comprender permite que aparezcan los sujetos definidos "por su reciprocidad". A falta del instante de la mirada, que Lacan designa como "apódosis"[11] –término gramatical que designa una proposición principal, aquí faltante‒, la duración del tiempo para comprender planteando hipótesis se revela muy largo en el tiempo que atravesamos.

Testimonia de ello la dificultad de tomar en serio las consignas, dificultad que, hoy en día incluso, actúa en el seno de las democracias. Esto explica también que la decisión de confinamiento haya sido tomada con retraso. El tiempo para comprender, en efecto, exige una reconfiguración de los marcos extremadamente estrechos de la realidad psíquica. Estos permiten, en el tiempo habitual, que los cuerpos hablantes gestionen su vida cotidiana mediante la rutina de automatismos adquiridos a partir de los discursos que los constituyen. Una vez que esta rutina está anulada o escindida, el síntoma de cada uno toma el relevo. En la medida en que no es dialectizable, él sesga el tiempo para comprender.

 

Luego viene el momento de concluir

Concluir el tiempo para comprender implica pasar a una lógica asertiva. Lacan utiliza formulaciones coloquiales, "'Para que no haya' (retraso que engendre el error)" o incluso "'ante el temor de que (el retraso engendre el error)"[12] para indicar lo que, del tiempo para comprender, permite con el afecto de angustia que acompaña este pasaje, plantear una aserción. Esta aserción permite pasar de lo colectivo a lo singular, al yo (je) salido de esta aserción. Si bien Yo (Je) me pongo los guantes, yo (je) pongo entre mí y el otro una distancia de un metro, etc.

Es entonces el momento conclusivo asertivo el que hace entrar al yo (je) en el juego como efecto de su acto y no como simple obediencia deshabitada. Tiene por condición un acto del que es el resultado.

Pero allí se sitúa una paradoja. Porque el acontecimiento de este "yo" ("je") es –según el tiempo para concluir propio del Lacan de entonces‒ rápidamente desubjetivado.[13] Un acto de palabra ha hecho emerger un ser hablante allí donde estaba el sujeto. Pero es a partir de este yo (je) que se produce una desubjetivación, condición para que una reciprocidad no forme parte de un seguimiento gregario o de la identificación al Uno del tirano. En el caso del virus, añadamos que es la condición de una solidaridad de los unos solos.

A modo de conclusión, vuelvo a las ocurrencias de algunas palabras analizantes recogidas, por teléfono, desde el principio del confinamiento asumido como acto. Covi(d) o Covi(de), la ciudad vaciada devenida "espectral", el silencio y la ausencia son equívocos sobre la vida y la muerte de los cuerpos hablantes, en los cuales toda pulsión siendo pulsión de muerte viene en oposición a lo que la vida tiene de real, la vida del virus, por ejemplo. Escucho ahí también un tema que me ocupa en este momento, el del vacío.[14] La epidemia permite demostrar que el vacío es también un modo de gozar. "¡Chut!",[15] como decía un analista de la Escuela recientemente.

Traducción: Margarita Álvarez Villanueva
Artículo publicado con la amable autorización de la autora.

* Artículo publicado en Lacan Cotidiano n° 876. Disponible en: http://www.eol.org.ar/biblioteca/lacancotidiano/LC-cero-876.pdf

NOTAS

  1. "Vaciar" es vider, en francés. La segunda sílaba de "covi(d)" suena igual que vacío (vide, en francés) [N. de la T.].
  2. En francés, la sílaba "ten" suena como temps, tiempo [N. de la T.].
  3. Lacan, J., "El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma", Escritos 1, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013.
  4. Ibíd., p. 193.
  5. Ibíd., pp. 194-5.
  6. Ibíd., p. 208.
  7. Cf., p. 206.
  8. Ibíd., p. 199.
  9. Ibíd., p. 200.
  10. Cf. Lacan, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1993, pp. 92 y ss.
  11. Lacan, J., "El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma", op. cit., p. 200.
  12. Ibíd., p. 202.
  13. Ibíd., pp. 203-5.
  14. En francés, vie, "vida", y vide, "vacío", suenan igual [N. de la T.].
  15. Chut, en francés, significa "silencio" [N. de la T.].
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