AÑO XV
Octubre
2021
40
Misceláneas

Patología de la esperanza y el odio de sí

Ricardo Seldes

Graciela Hasper - Sin título
2008. Acrilico sobre tela. 190x290 cm

lasciate ogni speranza
Dante Alighieri

laisse-spère-ogne
Jacques Lacan

1. La voluntad de los débiles

Lacan trató las pasiones del alma en las preguntas kantianas que le formulara Miller en "Televisión". Sus referencias fueron Santo Tomás, Platón, Aristóteles, Dante y Spinoza. Al interrogarlo sobre la cuestión "¿Qué me está permitido esperar?", Lacan lanzó una frase sorprendente y enigmática al mismo tiempo: "… espere lo que le plazca. Sepa solamente que vi varias veces a la esperanza, lo que llaman los mañanas que cantan, llevar a gentes que apreciaba tanto como lo aprecio a usted, al suicidio muy simplemente". Lo definirá como el único acto que puede tener éxito sin fracaso: "Si nadie sabe nada de ello es porque procede del prejuicio de no saber nada".[1] Podemos inferir que se refiere a no-querer-saber o, más directamente, al rechazo del inconsciente, válidos ambos. Lacan dirá: "Todavía Montherlant, en quien sin Claude ni siquiera pensaría", habla de Montherlant y su suicidio gracias a la mención que hiciera Lévi-Strauss al asumir en su reemplazo el asiento 29 de los inmortales de la Academia Francesa.

Si la ética psicoanalítica es la del Bien decir, Montherlant se dedicó a la ética del soltero, la que se burla de la no relación con el Otro. Lévi-Strauss logró en su discurso "cosquillear a la verdad", agrega Lacan, al usar sus formas de transformación estructural para captar la lógica imposible de Montherlant, quien vivía con una pastilla de cianuro colgada de su cuello por temor a ser apresado por la Gestapo de la ocupación. En su libro Las Olímpicas se refirió a la esperanza como "la voluntad de los débiles" mientras decía: "En las manos de la vida amenazada podemos encontrar un cuerno de la abundancia. Mirar, amar, poseer siempre como si fuese la última vez".

2. Ni esperanza ni temor

Sin embargo no fue él quien habló de "los mañanas que cantan". No se trata de una expresión muy común, ni siquiera muy antigua. Es parte de la poética de Paul Vaillant-Couturier, escritor y periodista pacifista, uno de los fundadores del Partido comunista francés quien afirmó que el comunismo era la juventud del mundo, y la llamó así en los inicios del siglo XX, "los mañanas que cantan". Unos años más tarde apareció con ese título una autobiografía de Gabriel Péri, exdiputado comunista fusilado por los nazis en 1941. La mencionó en su carta de adiós, escrita en la víspera de su ejecución. No nos detendremos en el derrumbe de la esperanza del partido comunista y analizaremos otras referencias de Lacan.

Una de ellas es que, a partir de la pregunta kantiana, Lacan parece no hacer diferencia entre el término espoir (espera) y espérance (esperanza). En las traducciones parecen ser usadas en forma indistinta. Recordemos su ya legendario "hablo sin la menor esperanza de hacerme oír especialmente" en el momento de la disolución de la Escuela. No podemos dejar de evocar la contratapa de Otros escritos donde se dice que no-para-leer es la definición lacaniana del escrito, Lasciate ogni speranza es un desafío propuesto para tentar al deseo.

¿Quién habla allí? La claridad no se desvanece cuando en la conferencia brindada en la Universidad de Roma, el 15 de diciembre de 1967 afirmará: "Ser sin esperanza, es también ser sin temor". Recuerda sus diferencias con los analistas de IPA y la supuesta seguridad que les da el didáctico para no confortarse con el borde que Lacan atribuye a los riesgos del acto psicoanalítico. Probablemente haya tomado la referencia atribuida a Cicerón quien fue forzado al exilio y despojado de sus bienes. Al ser rehabilitado dirigió su palabra a los senadores que lo defendieron a pesar del riesgo que corrían Nec spe nec metu (Ni esperanza ni temor), en donde ambos tienen la dimensión de una coacción de la que el acto siente asco.

3. El suicidio como patología de la esperanza

En "Conversación sobre el coraje", J.-A. Miller recuerda el hallazgo de Ricardo Nepomiachi al definir la posición del analista como la de tener agallas. La ubicación conceptual del coraje está primeramente en lo sexual, luego en el saber. Nuevamente Kant, en su "atrévete a pensar por ti mismo" que vincula el saber, el pensamiento y el coraje. Ir en contra de la represión supone coraje y este implica el franqueamiento de la barrera del horror a la femineidad, horror que comparten tanto hombres como mujeres. El miedo al padre no es más que una cobertura del horror fundamental. El temor a Dios, por ejemplo. O la desesperanza de la que habla Kierkegaard en su tratado cristiano para situarla tanto como una enfermedad mortal como un pecado.

Lacan en "La Tercera" ironizará sobre las virtudes teologales y las hará pasar por la trituradora de los equívocos que permite la misma lalengua: la fe será la feria (la foi/la foire), la caridad será lo archipifiado (la carité/l'archiraté) y la esperanza, deja-espadre-espera-toda o perdesperoña (l'espérance/laisse-spère-ogne). Lacan dirá que no son malos síntomas, ya que permiten sostener la neurosis universal, que las cosas no vayan tan mal, solo que todos estamos sometidos al principio de realidad o sea al fantasma.[2] Nada más y nada menos que lo que da de comer al síntoma. Y Lacan hará una confesión: el deslizamiento de la fe, la esperanza y la caridad hacia la feria es uno de sus propios sueños los que, al revés de los de Freud, están inspirados en el deseo de despertar y no en el de dormir.

¿Hacia qué pasión conduce la esperanza si no es equivocada, desplazada, despojada de sus sentidos? Hacia su propia patología que, según Lacan, es el suicidio y su pasión, el odio de sí.

4. El factor letal

Considerar una clínica psicoanalítica del suicidio se ha homologado, por muy buenas razones, con la del pasaje al acto, aunque no coincidan completamente. Sería más pertinente ubicar al suicidio con respecto al acto, el que marca un antes y después definitivo. Los suicidios exitosos, actos que llegan a lo real, tienen tantos matices como sujetos que los realizan. Preferimos no hacer calificaciones por lo bueno o lo malo, lo aliviante o lo perjudicial, ni tomar el primum vivere como un principio que no admite reparos cuando existen suicidios que tienen que ver con la dignidad y la vergüenza de seguir viviendo. Recordemos el caso del chef Vatel, inventor de la crema chantilly, un maestro de ceremonias innovador en el arte de agasajar, que en nombre del honor tomó la decisión implacable de darse la estocada porque creyó que no lograría su misión en la causa del Príncipe de Condé para obtener el perdón de Luis XIV.

La vergüenza cambia el sentido de la vida porque cambia el sentido de la muerte. Subrayemos el "factor letal" que Lacan discierne en Los cuatro conceptos… cuando trabaja la alienación forzada: la bolsa o la vida, la libertad o la muerte.[3] Para Lacan, cuando un sujeto está muerto se convierte para otro en un signo eterno, "los suicidas más que el resto", porque según él, el suicidio posee una belleza horrenda, que lleva a los hombres a condenarlo de forma terrible, y también, una belleza contagiosa que da lugar a "epidemias de suicidio de los más reales en la experiencia".[4]

5. Odionamoramiento

En la práctica de la urgencia nos toca responder a demandas que conciernen a ideas, amenazas, intentos fallidos, así como a consultas de familiares o amigos por actos suicidas de alguien cercano. Nos abstenemos de decir "un ser querido", dado que la dimensión estructural en juego en estas situaciones, dicho sin eufemismos, es el odio y más precisamente el odio de sí. Al hablar de la agresividad J.-A. Miller ha planteado que el mayor goce de los sujetos no es el de la fusión amorosa con el otro, sino más bien, el de liquidarlo, matarlo.[5] Freud ha planteado que el odio es anterior al amor y está ligado a las sensaciones de displacer que son rechazadas como extrañas: el yo propio segrega un componente que arroja al mundo exterior y siente como hostil. Sentimos la repulsión del objeto y lo odiamos. Es un mal. El mal es un objeto real que se presenta en la relación imaginaria con el otro. Lacan utiliza la noción de kakon de Von Monakow y Mourgue para conceptualizar el mal interior, eso dañino, expulsado del propio ser, que el sujeto quiere golpear en el otro. El kakon es el ser del sujeto identificado al objeto a como plus-de-gozar.

Lacan se acercó al objeto malo de Melanie Klein al señalar que la imago materna es la que se encuentra en el origen de la relación con la tendencia a la muerte (o demanda de muerte). Miller ha comentado del escrito de Lacan Los complejos familiares en la formación del individuo, que nos encontramos ante un fantasma mortífero, un llamado a la muerte, incluso al suicidio, que está fundado en una clínica de la imago materna. La madre gobierna la pérdida primitiva, vía el destete y esta imago materna es llamada otra vez en el sujeto, con variable intensidad, cada vez que tiene lugar una pérdida de goce.

La ambivalencia freudiana será rebautizada por Lacan como odionamoramiento, en donde el odio surge primero como lo indeseable en la demanda de amor absoluta, la de la presencia, previa a toda demanda de necesidad que devendrá secundaria. Lacan sigue a Melanie Klein cuando considera que Freud, al describir la melancolía, ubica la relación con el goce que el sujeto no reconoce. De allí que la posición depresiva originaria sea más verdadera que la identificación al padre-amor.

6. El odio de sí

Será en el seminario de la ética que encontraremos la expresión odio de sí,cuando Lacanse refiere a la conciencia moral en su extrema paradoja, "más exigente cuanto más afinada, tanto más cruel cuanto menos la ofendemos, tanto más puntillosa cuanto es en la intimidad misma de nuestros impulsos y nuestros deseos, que la forzamos a ir a buscarnos por nuestra abstención en los actos". La conclusión es que el superyó deviene más sádico cuanto más se renuncia a la satisfacción. El odio de sí es el de aquel que se castiga a sí mismo.[6]

Para Lacan, en el Seminario 5, la depresión implica una demanda de muerte que surge de la misma articulación en el lenguaje, "en el Otro a quien yo demando". Luego, es el Otro que me remite a esa parte de mí mismo que rechazo. El odio de sí apunta al ser, a lo que de sí escapa a la palabra, el goce oscuro, desconocido y siempre rechazado. Lacan afirmará que, en algunas personas, existe una tendencia irresistible al suicidio que se hace reconocer en la práctica analítica en las últimas resistencias con las que se enfrentan como sujetos, y que caracterizó por el hecho de haber sido niños no deseados. "No aceptan ser lo que son, no quieren saber nada de esa cadena significante en la que solo a disgusto fueron admitidos por su madre".

Es una idea que Lacan mantendrá ya que muchos más tarde en "La Conferencia de Ginebra sobre el síntoma" señalará que conocemos en el análisis la importancia que tuvo para un sujeto, eso que en ese entonces no era nada, la manera en que fue deseado. Hay gente que vive bajo el efecto que durará largo tiempo en sus vidas bajo el hecho de que uno de los padres no lo deseó. "Los padres modelan al sujeto en esa función que llamé simbolismo o sea, no que el niño sea el principio de un símbolo, sino que la manera en que le ha sido instilado un modo de hablar no puede sino llevar la marca del modo bajo el cual lo aceptan los padres, esto admite aventuras y variaciones: un niño no deseado, en nombre de yo no sé qué, que surge de sus primeros balbuceos, puede ser acogido más tarde".

El sujeto parlante se hiere para lastimar al Otro malo que hay en sí, así como no puede lastimar al Otro sin dañarse a sí mismo. El odio de sí se dirige, de este modo, al lugar donde falta la palabra que lo autorizaría a simbolizar el agujero en la cadena significante que implica la demanda a ese Otro primordial.

7. Los dioses oscuros

Un texto de Eric Laurent sobre la vergüenza y el odio de sí nos advierte sobre diversos casos de suicidio altruista, relacionados directamente con homicidios por amor. Casos de psicosis en donde se debate jurídicamente la estructura psicótica y el valor del pasaje al acto cuando este no precisa repeticiones para producir un cambio subjetivo radical. También el odio de sí puede inscribirse en el Otro en atentados suicidas religiosos. Si consideramos que no se trata de la identificación religiosa al padre, sino el rechazo de la parte perdida no reconocible del goce, nos encontramos con la dimensión de los dioses oscuros que exigen un sacrificio, el del objeto a, el objeto más precioso que viene a ocupar el lugar del objeto perdido.[7]

Porque amo en ti algo más que tú, el objeto a, yo te mutilo, incluso yo me mutilo; ese objeto a que se presenta en el campo del espejismo de la función narcisista del deseo, como el objeto intragable, que queda atorado en la garganta del significante. En ese punto de falta es en donde debe reconocerse el sujeto, más allá de cualquier identificación. Los sujetos que aparecen aplastados por el ideal, tienen la chance de encontrarse con analistas que intenten aislar el plus de gozar maldito, hasta un punto en el que el goce sea mejor tolerado y, en lo posible, devenga satisfactorio en el sentido del deseo. Aunque en muchas ocasiones se trate de un neo-deseo.

En todos los casos, insistimos con esto, se trata de captar de qué manera el fenómeno de goce separador, es una respuesta del sujeto a una alienación que no le dio otra salida que la del acto. Contamos con el t-acto del analista y las instituciones que se ocupan en saber cómo responder al odio al cuerpo para que, ese pedacito, la libra de carne que se sacrifica en la dialéctica del compromiso con el Otro, no avance en forma imperiosa hacia el sacrificio totalizante.

NOTAS

  1. Lacan, J., "Televisión", Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 568.
  2. Lacan, J., "La Tercera", Lacaniana N° 18, Grama, Buenos Aires, p. 22.
  3. Lacan, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, p. 220.
  4. Lacan, J., El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, Paidós, Buenos Aires, 1999, p. 254.
  5. Miller, J.-A., "La agresividad en psicoanálisis de Jacques Lacan", en Agresividad y Pulsión de Muerte, Fundación freudiana de Medellín, 1991, p. 17.
  6. Lacan, J., El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1988, p. 112.
  7. Laurent, E., "La vergüenza y el odio de sí", Freudiana Nº 39, ELP, Barcelona, 2003.