Septiembre 2017 • Año XVI
#33
Virtualia #33

Retratos de familia

Jacques-Alain Miller

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Roxy en el jardin
Oleo sobre lienzo - 130 cm x 120 cm
Año 2015

Este título, "Retratos de familia", me llegó de mis colegas cuando intentábamos inventar un programa para deshacernos un poco del pegoteo del cartel, en el cual semana tras semana nos ponemos de acuerdo ‒sobre no se sabe qué‒ para definir nuestros intereses, para conseguir centrar nuestras intervenciones de hoy, darles títulos, y cuando llegó mi turno, dejé que mis colegas me dieran mi título.

 

El peso de los personajes familiares

Este título vino a responder a una observación, entre las que intercambiábamos con mucha simplicidad, que hice sobre el peso de los personajes familiares en la historia de los pasantes ‒no hay que ir muy lejos‒, sobre el hecho de que ese peso llegaba a hacerse evidente en la transmisión sin embargo indirecta. Incluso la carga afectiva parecía poder transmitirse a través del pasador ‒para una cierta cantidad de esos personajes‒ y especialmente la presencia del deseo de la madre, la incidencia de su relación al goce y, por otro lado, la determinación insistente recibida de la posición del padre en el orden de los valores. E incluso, se verificaba en la acumulación de esos testimonios esa disimetría entre, de un lado, el deseo de la madre y su relación al goce y, del otro, la posición del padre en el orden de los valores.

Es a menudo así cómo un pase se comunica, cómo llega al cartel, como la historia de una familia, como una serie de retratos de familia ‒a veces incluso completada por una galería de ancestros. Se verifica con regularidad que, cuando un secreto habita a la familia, ‒y todas las familias están habitadas por un secreto‒ cuando la relación de filiación es oscura, o está travestida, o según el pasante está desviada, un poco fuera de eje, esa torsión del entorno simbólico no deja de repercutir bastante lejos en la vida y en el análisis del pasante.

Dado que el pasante viene a testimoniar sobre una solución a su deseo, trae necesariamente el problema que ese deseo lleva. Cuando postula la entrada a la Escuela por el pase, no dice que terminó, trae el problema tal como se le formula en el presente, sin la solución. El análisis no suscita la formulación de un problema, suscita la demanda bajo la forma de la queja. El pase suscita la formulación de un problema y podemos decir que suscita la demanda de pase. La demanda suscitada por el pase toma la forma de un problema y, eventualmente, de una solución.

Si admitimos que el pase suscita la formulación de un problema, y si comparamos los pases ‒y lamentablemente, una parte de lo que se llama la clínica del pase está hecha de comparaciones, es un límite a pesar de todo‒, constatamos que ese problema es de buen grado formulado en los términos de los complejos familiares. Se descubre que el fundamento que se nos presenta es bastante regularmente la relación de los padres, esa relación que casi siempre puede ser escrita, y que Lacan escribió bajo la forma típica de la metáfora paterna. El pase suscita una formulación del problema del deseo en los términos de los complejos familiares.

Se verifica siempre que toda modificación de la relación típica formulada por Lacan bajo la forma de la metáfora paterna se traduce por el síntoma, a punto tal que la metáfora paterna, así como Lacan la enunció, es la fórmula de un sujeto sin síntoma. Es especialmente evidente, a pesar de la transmisión indirecta ‒¿quizás el azar de las series hizo que fuera así?‒ cuando el deseo de la madre desborda el agarre del significante padre. Esto no quiere decir que esta sea la única modificación de la relación típica que haya. Es lo que dio la idea de estos retratos de familia. Hablábamos de las madres que, en la transmisión que nos llega por el pase, parecen su propia caricatura ‒las madres insaciables, descriptas en su goce, a veces poderosamente vital, goce bestial, animal, y otras veces goce mortífero, goce nostálgico, contenido, atado a adorar la falta, la pérdida, la desgracia.

Al lado de esa potencia, es un hecho ‒hablo bajo el control de mis colegas‒, los retratos del padre parecen bien pálidos, en todo caso, muchos parecen lejanos, marcados por la distancia eventualmente del respeto, y algunos marcados por el sello de la impotencia. Y cuando brillan, como sucede, se tiene siempre el sentimiento de que es, según la teoría, vía la madre, que es necesario que ella consienta y ocurre que ella retira en ese caso su goce a un jardín secreto donde lo cultiva intentando a veces retener al niño con ella.

Los hermanos y hermanas están ahí también en esas historias familiares y, casi siempre, sus funciones están muy precisamente distribuidas, formando sistema, preferencia y descuido por tal o cual niño, que marcan la historia del sujeto ‒uno condenado a lo intelectual, el otro a lo manual, uno a la fuerza, el otro al espíritu, uno a la belleza, el otro al trabajo ingrato.

Es como si el pase fuera esa mirada retrospectiva, esa mirada al sesgo que tendería a dar al fantasma del sujeto el giro de un verdadero fantasma familiar, de un sistema de la familia, y tan articulado que hasta se puede a veces notar lo que hace agujero en el discurso del pasante ‒el hermano del cual no habla, la abuela que queda a la sombra, a veces el genitor del cual no hay nada para decir.

 

¿Qué es lo propio de la clínica del pase?

Si se quiere, es un material rico. ¿Es distinto del que recogemos en el análisis? La cuestión es difícil. Lo es sin duda porque el analizante puede haber evocado de entrada ese material familiar para dejarlo atrás, mientras que al entrar al dispositivo del pase, que es una incitación a poner en forma su problema, es conducido a volver a ese fundamento familiar de su existencia. Es conducido, de algún modo, a recontextualizar el problema de su deseo y, entonces, a retornar a la familia, que eventualmente pudo haber dejado atrás en su análisis.

Ese retorno a la familia ‒no el retorno a Freud sino el retorno a la familia‒ es ciertamente inducido por el procedimiento del pase, que funciona quizá como un verdadero empuje-a-la biografía. Por cierto, con frecuencia los pasadores lo exigen del pasante. A menudo, exigen la biografía del pasante y una cierta biografía completa ‒y no le echemos la culpa a los pasadores porque pueden estar empujados por el jurado‒ los hechos, las fechas, una genealogía.

Una segunda historia completa la historia familiar, en general, y es la historia del análisis ‒el encuentro con el análisis, con el analista, cuyas circunstancias son articuladas a la vida del sujeto. Se conjugan entonces y se implican su vida durante el análisis y los acontecimientos del análisis mismo. Y, cuando el pasante expone la solución que habría encontrado, no se le pide que traiga como prueba o confirmación las transformaciones de su vida y si ocurre que eso falta, entonces los pasadores o el jurado no dejan de interrogarse en este punto de saber si la lógica de la cura pasó a la vida del sujeto y cómo, qué transformación produjo.

Muy bien, muy bien, pero ¿es esto lo propio de la clínica del pase? ¿Hay que encantarse con ese empuje-a-la-biografía y con esa refamiliarización del fantasma que es inducida por nuestra propia demanda de saber? Además, el hecho de que muchos pases no pretendan ser más que pases a la entrada, hace que toda una parte del material clínico recogido que no sea tan diferente de lo que el análisis enseña. Y si hubiera que entender por clínica del pase la del momento del pase, reconozcamos que no habría tanto material.

Hagamos un esfuerzo suplementario. Ahí donde el material abunda, en cambio, es aquel que concierne a una clínica de los obstáculos al pase. Tenemos mucho, mucho material después de eso. Por ejemplo, en los casos que no son los menos interesantes, se observa las salidas del análisis bajo el golpe de la primer o segunda revelación en el análisis. Vemos a sujetos declararse libres al primer impacto que revienta la pantalla de su cogitación, y el sujeto cae en la cuenta una vez recorrido el primer, el segundo ciclo de su análisis. Por ejemplo, asombrado por una revelación sobre la pulsión anal, entreviendo la equivalencia entre S y a en ese plano, hete aquí al sujeto que se evacúa él mismo simultáneamente del análisis, y aplaza la elaboración analítica que falta en ese momento en el procedimiento del pase. Más de una vez, observamos esta prosecución del análisis por otros medios, por los medios del pase. Cuando la elaboración analítica busca proseguirse en el pase, devolvámosle esto a los pasadores que, por lo general, lo perciben, ellos que son analizantes. Vemos también, en algunos de estos casos, el saber a extraer de la experiencia ‒de la que esperamos ante todo que el pasante lo extraiga‒ queda totalmente a cargo del Otro, al creer el pasante que alcanza a ese respecto con dar testimonio de una sorpresa que a veces no es más que la sorpresa de un acting out.

Con todos los embrollos que hice en esta exposición, ¿qué sería lo propio de la clínica del pase? No pretendo decirlo todo, completamente, eso propio, sino decir algo después de esto.

 

Un aparato imcomparable

El pase de todos modos es un aparato incomparable cuando se trata de verificar la permanencia del fantasma a espaldas del sujeto, y constatamos que el pasante demuestra fácilmente en el pase el fantasma que asegura haber atravesado. Lo más demostrativo es quizás la manera en la que el sujeto se ubica en relación al procedimiento, a los pasadores, al jurado al que no ve y en relación a la Escuela.

Para tratar de hacerme entender, voy a dar ejemplos, los cuales por lo general no doy.

He aquí Alfa, el hijo de mamá convertido en hombre de mujeres. Arrullado en su infancia por los gritos de la madre dirigidos al padre, y partidario de la madre, fue completamente impaciente en mostrar que los maridos son insuficientes para colmar a las esposas. Salió de eso, dice. Basta con que una tal abra la boca para denigrar a su marido para que él se movilice inmediatamente. Se esfuerza en satisfacer a su esposa. Todo está bien. Hace el pase. Todo está bien, ¿hay que creerle?¿Y por qué se esfuerza en el pase en seducir a la Escuela? ¿Y por qué, irrefutablemente, nace el sentimiento en el cartel que trata a la Escuela como una María acostáte acá? ¿No es en este pase de manera brutal que se denuncia el fantasma que lo anima, del cual él no se extrajo?

Beta, es otra, que cuenta la historia de su mortificación debida a su identificación a un hermano muerto, embalsamado en el recuerdo de los padres, especialmente de la madre. Su análisis es su renacimiento. Le es necesario, paso a paso, deshacerse del íncubo fraterno y, por lo tanto, de la falsa virilidad que inhibe su vida amorosa y de la muerte que corrompe incesantemente su goce. Todo está bien. Ella vive. Es mujer. Hace el pase. Pero, si está todo bien, entonces ¿por qué viene al pase tan triste, tan depresiva que sus pasadores temen por ella? ¿La marca ha sido borrada o solo camuflada?

Gama habla desde hace veinte años. Soportó, para hacerlo, tres análisis. No se aburrió un segundo. Los juegos del significante no tienen secretos para él. Apenas habla, los significantes se condensan y se sustituyen a cual mejor. El significante lo representa incesantemente para otro significante. En fin, hete aquí que se detiene. Está sorprendido. Quiere hacerlo saber. Pide el pase. Lo hace. Se terminó, sí, pero hete aquí que les pide a los pasadores nuevas entrevistas. Los llama. Aun encontró algo. ¿Se dieron cuenta?

Delta, ella solo amó a su padre y a sus hermanos. De la madre y las hermanas, hablaba con repugnancia. En su vida, valora solamente al hombre, no soporta a las mujeres. No obstante, ella es mujer, lo sabe. ¿Cómo podría aceptar esto fácilmente? Su división la conduce al análisis. Ella aísla su rechazo a la feminidad. Se reduce poco a poco. Se pasó al otro lado. Pide hacer el pase. Lo hace. El azar hace que tenga que encontrarse con un pasador hombre y una pasadora mujer. Cada uno da su informe al jurado. Ella se presenta muy diferente a uno y a otro. Notamos entonces que ella amaba a su pasador hombre y detestó a su pasadora mujer.

Épsilon tiene su vida marcada por el secreto. Su familia tuvo que esconderse para escapar a las persecuciones. La vida escandalosa de una tía, quizás de la madre, es objeto de bochorrno todos los días. Su deseo queda marcado por ese rasgo de clandestinidad, que consideramos más bien de buena gana femenino. Lo que tiene que hacer a plena luz es para él de poco interés. Eso le molesta. Va a lo del analista derribando muros. El manto de sombras con el cual está cubierto se reduce progresivamente, se agujerea, cae en pedazos, el murciélago no le tiene más miedo a la luz. Él cuenta en el pase ese camino hacia la luz. Es muy convincente. Pero, ¿por qué esa imprecisión, esa vaguedad, ese estilo de reticencia que señalan ambos pasadores, ese estilo de reticencia que marca todas sus palabras al punto de hacer pensar que querría pasar sin pagar, en la sombra?

Finalmente, omega, que siempre pensó que querían deshacerse de ella, y que no faltaron buenas razones para eso. Hizo de eso su fantasma, imponiendo el corsé de sus significaciones a todos los elementos de su vida. Ella se exilia de todas partes. El sufrimiento la fija con dificultad a un analista que elige por esa misma razón, que lleva un rasgo del exilio. Ella encuentra una patria, se acostumbra a su marido, acepta a sus hijos. Está contenta, hace el pase. Pero, ¿por qué tiene que decir que espera encontrar en la Escuela de la Causa Freudiana una nueva familia? Ella aún busca al Otro que la adoptará. Ella es siempre la huérfana.

 

La ingenuidad del pase

Esta es la ingenuidad del pase. El mismo desarrollo del pase es susceptible de repetir el fantasma bajo una forma que lo revela. El foco está puesto aquí sobre el pasante, el pasador también es evaluado en el procedimiento ‒el pasador que es de todos modos en primer lugar a quien el pasante se dirige. Sólo vale en el procedimiento si él, el pasador ‒en tanto es a él a quien se dirige el pasante‒ se plantea una pregunta, la pregunta por el propio pase, sólo si el pasador está bien motivado por la pregunta del pase. Sabrá entonces suscitar el dicho del pasante y traerlo como una respuesta posible al problema. Si el pasador está motivado por la pregunta del pase, de su pase, lo que justifica normalmente su selección, entonces él podrá decir si esa respuesta del pasante vale. Esto supone también que aquel a quien se dirige el pasador está habitado por la pregunta del pase. Si ese jurado se cree todo saber, tapona la enunciación y no solamente si se cree todo saber, de lo cual se cuida bien ‒creemos‒, sino incluso si quiere todo saber. Y después, detrás del jurado, está la Escuela. ¿Qué quiere la Escuela? La Escuela quiere el saber. Es lo que consume. Es quizás a ella, a la Escuela, que podríamos decirle esas palabras de Lacan a propósito del libro: "come tu Dasein".

Traducción: Alejandra Antuña

NOTAS

* Intervención pronunciada en el marco de Las Tardes de los Carteles del Pase, el 26 de marzo de 1994. Traducción sobre el texto establecido por Catherine Bonningue, "Portraits de famille", publicado en La Cause Freudienne, Revue de psychanalyse, N° 42, Navarin, París, mayo de 1999, pp. 57-62.

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