Junio 2015 • Año IV
#30
Dossier ENAPOL: El imperio de las imágenes

La vigilancia del niño

Silvia Perassi

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Alejandra Antuña
Foto 3

El panóptico actual produce algunos efectos concretos, por ejemplo, en las demandas de atención a los niños. Algo insiste en esos pedidos: "se lo traemos para que vea si hay algo más." Verlo todo se ha convertido en un imperativo de la vida cotidiana. En una ocasión una pareja de padres vienen a ver si su pequeña hija tenía signos de abuso. Desde el nacimiento de esa niña, habían instalado cámaras en distintos lugares de la casa y al enviarla al jardín maternal, se aseguraron de elegir uno con cámaras de vigilancia. Aún así, con todas esas medidas de control, advierten que algo podrían no haber visto de lo que pasa con su hija cuando en ella aparecen indicios de un placer obtenido del cuerpo.

Escuchamos este tipo de situaciones en formas variadas pero a la vez fijas y angustiantes respecto de un goce escópico y un dominio narcisista, reforzado por ofertas tecnológicas que pueden darle un alcance siempre mayor.

Así como Eric Laurent nos hace reflexionar acerca de los controles que se ejercen sobre la infancia en gestación, como un fantasma que rodea y que está instalado en el mercado de producción de los niños como "el deseo de producción de un niño sin ningún defecto, el cero defecto" (Laurent, 2012: 4), así también podemos percibir cómo eso se prolonga durante el crecimiento del niño. Laurent nos advierte que esa voluntad de cero hace que se produzca un enloquecimiento en las prácticas de los controles y las normas para la infancia en gestación, al producirse una infinitización.

En ese sentido, en las instituciones escolares dedicadas a la infancia, podemos percibir los efectos de esa manía por el cero. Las normas -que siempre lo son un poco- se vuelven demasiado locas, cada vez hay más normas que se van puliendo, se perfeccionan… pero en definitiva no funcionan, fallan. Los niños son llevados al analista por "la norma de que no pueden moverse de la baldosa." (Simonetti, 2014: 118). Bajo el signo de la forma actual del superyó: si se puede hacer más, ¿por qué no? En ese sentido el psicoanalista, para que el psicoanálisis no ingrese en la vía de los objetos que pueden ser consumidos (y así consumirse) tiene que orientarse de una ética que se exija a sí misma el ajuste necesario para ubicar si hay un sufrimiento, de qué se sufre y quién está dispuesto a hacer algo por eso.


De His Majesty the Baby a la voluntad de cero

Hemos considerado que se ha pasado del niño freudiano del Ideal, el de "Su Majestad el Bebé", al niño objeto de goce, de consumo, de pasiones. Quisiera tomar el sesgo de investigar sobre la conexión entre la pasión por vigilar y el narcisismo de los padres, hoy cuando aparecen desde la tecnología todas esas prolongaciones, por ejemplo, de los ojos que se multiplican, se amplifican de modo totalizante y refuerzan el vínculo de la vigilancia. Vigilar al niño y la voluntad de cero, ¿encontrarían algún resorte en el costado ominoso del narcisismo?


1.-Revisitemos el narcisismo según Freud

La vida anímica de los niños y la de los pueblos primitivos le proporcionaron a Freud un aporte a la teoría de la libido narcisista. En los primitivos encuentra rasgos que serían propios del delirio de grandeza: la sobreestimación del poder de los deseos y los actos psíquicos, la omnipotencia de los pensamientos, la fe en la fuerza mágica de las palabras y una técnica dirigida al mundo exterior: la magia. Freud hace una analogía entre esas actitudes y las de los niños de su tiempo. Y se plantea dos cuestiones que nos ubicarían en el centro de las dificultades del tema. Una es la relación del narcisismo con el autoerotismo y la otra, que va a resolver más adelante, es sobre su teoría de las pulsiones.

De los tres caminos que propone para aproximarnos al narcisismo -la enfermedad orgánica, la hipocondría y la vida amorosa de los sexos- me detendré en el último por ser el que aporta al interés de este trabajo. En el caso de las mujeres narcisistas, dice Freud, encuentran el camino al amor en el hijo, que las enfrenta a una parte del cuerpo propio como un objeto extraño al que desde el narcisismo pueden brindar el amor de objeto. Para Freud, la actitud de los padres tiernos hacia los hijos, puede tomarse como renacimiento del propio narcisismo. La sobrestimación es la marca inequívoca del estigma narcisista que prevalece en este vínculo: se atribuyen perfecciones al niño, olvidando sus defectos y se promueve la desmentida de la sexualidad infantil.

En el mismo sentido de la sobreestimación, el niño debe tener mejor suerte que los padres, no debe someterse a necesidades, enfermedades, ni renunciar al goce. Centro y núcleo de la creación, se convierte en His Majesty the Baby. De este modo, concluye Freud: "El punto más espinoso del sistema narcisista, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad asedia duramente, ha ganado su seguridad refugiándose en el niño." (Freud, 1914: 88)


2.- Del espejo lacaniano al ego joyceano

De entrada Lacan se interesó por lo imaginario. Dos escritos reflejan esa perspectiva: "El estadio del espejo…" y "La agresividad…". Para él, el júbilo por la imagen es un elemento formador, de unificación, a la vez que deja al sujeto alienado a la imagen de sí. Esa imagen desconoce el cuerpo real, su funcionamiento, sus límites. De esa operación queda una tensión imaginaria que se traduce en agresividad y es alojada en el propio fantasma, conjunción imaginario-simbólica que se torna en la jaula del narcisismo, dejando al sujeto "prisionero de los espejismos imaginarios del goce." (Miller; Clase del 6 de abril de 2011)

La pregnancia de lo imaginario, diríamos, es estructural. La imposibilidad de identificación al propio cuerpo producto del efecto del significante, es lo que hace que el hombre se aferre a la imagen del cuerpo.

Mucho más tarde en su enseñanza, en el año 1974, Lacan sitúa que el alcance que tiene la imagen en la relación del hombre con su cuerpo, subraya que esa relación con el cuerpo es imaginaria. Lo cito: "El cuerpo se introduce en la economía del goce por la imagen del cuerpo." (Lacan, 1974: 91) Dice más: al hombre le gusta mirar su imagen. Pero J.-A. Miller aclara algo fundamental: que antes de esa relación a la imagen de su cuerpo propio, el cuerpo se introduce en el campo del goce por la imagen del cuerpo del Otro. Antes del Estadio del espejo "hay una predominancia del cuerpo del Otro." (Miller, 1995: 22)

Otra referencia esencial es la que Lacan trabaja en el Seminario 20, en su primera clase, que destina a hablar del goce; allí plantea que si la imagen se mantiene es por un resto. "El hábito ama al monje." (Lacan, 1972-73: 14).

Volvamos un poco atrás, a su Seminario La angustia en el que toca el punto de la particular experiencia del espejo en que la imagen puede modificarse y aparecer una extrañeza "que es la puerta que se abre a la angustia." (Lacan, 1962-63: 100) Es el paso de la imagen especular al doble que se nos escapa, cuando entra en función el a, ese objeto privado, incomunicable, correlato del fantasma.

Por último, en el Seminario 23, al tomar la experiencia de Joyce con el cuerpo, se detiene para señalar que cuando Joyce recibe aquella paliza, el cuerpo se le suelta como una cáscara. Ese cuerpo que no somos sino que tenemos, a Joyce lo abandona. Pero la idea de uno mismo como cuerpo es necesaria, es lo que nos permite funcionar, es una idea que tiene peso. La idea de uno mismo como cuerpo, de Un-cuerpo, es lo que se llama ego. "Si al ego se lo llama narcisista, es porque, en cierto nivel, hay algo que sostiene el cuerpo como imagen." (Lacan, 1975-76: 147) A Joyce se le escurre el cuerpo, no hay el resto que mantenga la imagen del cuerpo. Y Lacan demuestra cómo Joyce con la escritura rectifica el ego defectuoso.


El mal-estar del ojo

Hemos construido un mundo omnipotente y mágico –características que Freud aportaba al narcisismo se consiguen por el avance tecno-científico- en el que el desinterés respecto de los otros se nombra "individualismo de masa". Podríamos decir una operación exitosa por la que conseguimos un mundo narcisista, a la medida del goce de cada uno y sin embargo el malestar en la cultura no desaparece.

La solución de buscar refugio seguro en el niño, daría la ilusión de la inmortalidad. Vigilar al niño sería, entre otras cosas, parte de ese falso reaseguro de que así se está a salvo. Lo distinto de hoy -ya que siempre se han vigilado los cuerpos- es que hay una vigilancia de las imágenes de los cuerpos, una vigilancia a través de las pantallas. No es el contacto de los cuerpos sino las imágenes de los mismos, y el quedar capturados por una vigilancia de sí mismo en las imágenes. A la aspiración a ser vistos no hay nada que se le oponga cuando no hay orden simbólico. Por eso más que sobreestimar las virtudes olvidando los defectos, como lo planteaba Freud, el empuje actual pretende algo más: borrar los defectos.

Hoy cuando no faltan imágenes de ningún tipo –mas bien sobran- que podrían hacer de espejo al sujeto, sin embargo la unificación del cuerpo se torna difícil y nos encontramos con los escollos en el anudamiento del cuerpo a una imagen del mismo. Esa vigilancia del cuerpo del niño a través de las imágenes produce un efecto de enloquecimiento, en desmedro de la operatividad de lo simbólico. El desvarío de algunos interrogantes es manifiesto: ¿Haría falta instalar una cámara más? ¿Qué hay que controlar? ¿Cómo lo controlamos? Vigilar contraseñas, juegos virtuales, la estadía en las escuelas o los jardines de infantes, se han vuelto parte de una forma de vida en la que impera la simetría de los lazos y donde aparecen las tensiones de la agresividad y de los derechos. En esa simetría, la clínica nos muestra que el componente sádico no está ausente en la vigilancia del niño. Bajo la impronta del amparo y la protección de la infancia, se filtra el sadismo del ojo. Hay el "apetito del ojo", "el ojo voraz" (Lacan, 1964: 122). El ojo que toma lo adictivo de la cultura y se torna un ojo adicto.

Desde el psicoanálisis sabemos suficientemente que los efectos de "meter mucho el ojo" son estragantes para el sujeto. Los niños responden con su cuerpo, con el síntoma, a veces volviéndose excesivamente inquietos -algo tan frecuente hoy-, otras burlando ese ojo con la mentira, la cleptomanía o la inhibición. Podríamos pensar además la clínica del acting out en el mismo sentido. Ese "meter el ojo" en su alianza con "apuntar al cero", produce una nueva homeostasis higienista. La voluntad sádica del cero defecto se aleja totalmente del deseo. Es un cero de deseo. Y la vigilancia del niño apoyada en los espejismos narcisistas, es como un mal de ojo de nuestro malestar en la cultura.


El imaginario y su pleno derecho

Hacia el final de la enseñanza de Lacan el imaginario, que había sido un poco relegado, recobra su importancia junto a los otros dos registros del cuerpo, dando lugar a todo un campo de investigaciones que hoy continúan desarrollándose.

En esa línea podemos preguntarnos: ¿nos servimos del narcisismo? Para intentar alguna respuesta, voy a introducir una frase que J.-A. Miller utiliza en su Conferencia de presentación al próximo Congreso de la AMP: "El escabel traduce de un modo figurado la sublimación freudiana, pero en su entrecruzamiento con el narcisismo." (Miller, 2014: 28).

Me parece una indicación clínica precisa. Nos servirnos en parte del narcisismo, claro que sí, a la vez que sabiendo bien que la consistencia de lo imaginario la da el cuerpo y no las imágenes. Nos servimos entonces para diferenciarnos del modo en que la cultura lo refuerza -vía las imágenes en su vertiente más ominosa y de extravío-, con una lógica de "incitación, intrusión, provocación y forzamiento" (Miller, 2014: 22). Desde el psicoanálisis la orientación está puesta en producir el envés de la incitación, la intrusión, la provocación y el forzamiento. Para subvertir lo que llamamos vigilancia del niño por una presencia deseante, que ayude al niño a ubicarse a una mayor distancia de la posibilidad de que su cuerpo tome consistencia como objeto desecho.

Es estar a la mano del niño para sostener los esfuerzos que hace por dar consistencia a su cuerpo, para hacerse un ego bello, dando lugar a que utilice las imágenes y los otros recursos a disposición en la época. En ese itinerario, el analista puede ser una ayuda para orientar qué calza mejor, qué le sirve -en el sentido de lo útil- para sentir que tiene un cuerpo. También para interponer un freno a esos efectos intrusivos del ojo en la vida de un niño, ya que muchas veces la misma ceguera paterna impulsa de modo superyoico a introducir el ojo en todo. El mismo extravío del adulto impulsa la vigilancia del niño.

En nuestro modo actual de vivir hay algo que tiene carácter de urgente: interponer un obstáculo a que la vida privada de un niño pase a ser un objeto más del mercado, a que esa intimidad, opaca para cada uno, no sea rápidamente sometida al imperativo de la transparencia. Hoy a diferencia de otras épocas, es lo oculto lo que debemos defender, el derecho a ocultarnos del ojo universal.

Sabemos que para el psicoanálisis el ojo no es la mirada, ya que el secreto de la mirada está en la castración. Posiblemente hoy a algunos niños les cueste bastante salir del momento en que se piensa que el Otro sabe todo sobre sus pensamientos, y pasar a descubrir que el Otro no sabe, para que de ese modo sea posible que algo se reprima. Por eso mismo, poner juego una clínica de la mirada va en la vía de esconder, curiosear, velar, dar a ver, ocultar. Allí el psicoanalista sanciona con su presencia y su palabra, aquello que al niño lo haría lucir mejor introduciendo modos de bien decir-bien mirar. El niño puede encontrar en el discurso analítico, algunos recursos que le sirvan para hacer frente a los embates de lo real y construir el artificio que a cada uno lo viste mejor.

BIBLIOGRAFÍA

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