Julio 2014 • Año XIII
#28
Ficción, real y pase

La Escuela, una experiencia de lo real

Anna Aromí

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Guillermo Belaga - Sin título
2012 - Técnica mixta s/papel 70x100 cm

0. Des-programa

Un programa está hecho para intentar dar forma ordenada a unos contenidos, pero cuando este programa tiene que ver con el psicoanálisis hay que pensar que está hecho también, y sobre todo, para acoger lo imprevisto. Y tanto más si el programa trata de alojar las enseñanzas del final del análisis y del pase.

Lo imprevisto saltó en la última reunión del espacio, a partir del reciente Comunicado de la AMP en relación con el momento de la ELP y la admisión de nuevos miembros, así como la posterior nota de nuestro Presidente.

Por esto no vamos a seguir, por esta vez, el programa previsto sino que vamos a dar un paso para hablar de la Escuela. Para recoger algo de estas cuestiones y ponerlas al trabajo las abordaré a partir de mi propio recorrido de formación en la Escuela como experiencia de lo real. Por esta razón he pedido a Xavier Esqué que coordine hoy el coloquio, en su doble condición de haber sido AE y Presidente de la Escuela. Le agradezco que haya aceptado.


1. Una cosa es el psicoanálisis, otra cosa es la Escuela

Aunque el pase es tributario de la Escuela, lo que está en juego en él va más allá de ella, va más allá de cualquier institución, porque lo que se juega en el pase es el psicoanálisis mismo, hacer avanzar al psicoanálisis. Y no crean que esto es algo que un AE puede enunciar tranquilamente, produce cierta inquietud, al menos a mí me la produce, y es lo que me empuja a trabajar, a avanzar. Es el "Freud me mira", que decía Lacan. Cada uno sabe que no es cómodo habitar esta mirada, y no creo que sea algo totalmente eliminable.

Porque el psicoanálisis y la Escuela no se confunden es importante que los testimonios de AE no queden estancados en los contornos de una Escuela, ni siquiera en los de la AMP, sino que también se hagan en actos abiertos. La Escuela y el más allá de la Escuela son espacios distintos en los que se pueden producir efectos distintos. Barcelona fue pionera en este punto, en abrir los testimonios de los AE a la ciudad, y cada vez que ocurre se verifica que hay interés, que viene gente de otras orientaciones y de otros ámbitos. No les interesa necesariamente la Escuela, pero les interesa el psicoanálisis. Esto es importante porque sin estos otros, digamos exteriores, la Escuela correría el riesgo de quedar reducida a ser un refugio para que los analistas se protegieran, no de las inclemencias del mundo, del malestar en la civilización como consta para Lacan, sino de las inclemencias del psicoanálisis mismo, que es otra cosa distinta.

La Escuela como concepto surge para resolver un problema teórico, clínico y político. El problema es cómo conseguir que los analistas no olviden que fueron, y electivamente siguen siendo, analizantes. Que no hagan segregación. Si el objeto de la Escuela es la transmisión del psicoanálisis, esto no se cumple si circula únicamente entre aquellos que comparten una experiencia, solo se cumple si alcanza a los que no la comparten. Si hay alguna garantía en la transmisión es esta: alcanzar a los no-iniciados.

A propósito de esto, quiero recordar que durante sus primeros años, la Escuela en España se ocupó de pensarse a sí misma, de pensar sus fundamentos. Ocurrió en la EEP y es una de las marcas fundacionales de la ELP, como veremos. Fueron los tiempos de su creación y de su estabilización. En Barcelona, y en otros lugares, leíamos los textos institucionales, nos interrogábamos por sus conceptos. Los miembros éramos trabajados por la Escuela y los no miembros estaban invitados a hacer lo propio. De alguna manera todos nos encontrábamos en posición de no-iniciados.

Ahora se podría pensar que esos tiempos pasaron, y que damos por adquirido el saber qué tipo de dispositivo es la Escuela y sobre qué se asienta. Pero hay un riesgo en instalarse en la comodidad, en la regularidad del funcionamiento institucional. Porque esta comodidad, hay que recordarlo, se asienta en un rechazo de saber. Los seres hablantes estamos programados por el más poderoso de los deseos, según Freud, que es el deseo de dormir. Y de esta manera se cumple, sin que necesariamente sea percibido, el designio señalado por Lacan: la Escuela se asienta sobre un real que produce su propio desconocimiento. Pero el sueño de Freud tiene un ombligo que lleva al soñante a despertar, y la Escuela cuando cumple su función está en conexión con este ombligo que es lo real del sueño.

¿En qué consiste entonces este rechazo de saber, esta pretensión de dormir sin real? Sobre todo, creo, en la idea de que podríamos dar la Escuela por terminada, en pensarla como un hecho cumplido. Por un lado es cierto, "tenemos" una Escuela, es su lado institución, y sería injusto no reconocer que ha costado (y sigue costando) mucho trabajo llegar hasta aquí. Este trabajo no es anónimo, lo debemos a personas concretas, algunas de las cuales están en esta sala. Pero por otro lado, si la tomamos como un dato cumplido, traicionamos el objetivo principal por el que fue creada, que es ser lo suficientemente inestable como para resultar incómoda para los propios analistas. Si la Escuela tiene un objetivo programado para sus miembros es sobre todo el de recordarles ese punto de real, de pesadilla, para impedir que duerman completamente. Es algo que no se logra nunca, o nunca del todo, pero la idea de Lacan es que lo real del psicoanálisis debería mantenerlos, al menos en parte, despiertos. Como ven, esta noche he venido dispuesta a compartir la incomodidad.

Es necesario entonces hacer una diferenciación: la Escuela tiene un nivel como institución, como agrupación, con los estatutos, las permutaciones, las Asambleas, etc. Y tiene otro nivel que es el de la Escuela en tanto que lo que agrupa son analistas y se ocupa de su formación como tales. Por esto una Escuela no es un colegio profesional, ni tampoco un sindicato. Lo interesante es la tensión entre estos dos niveles de la Escuela. Esta tensión es lo que subvierte, lo que descompleta, lo que lleva al despertar, en la medida que ello es posible. Además, si uno se fija, lo lleva inscrito en su nombre: se llama Escuela de psicoanálisis y no escuela de psicoanalistas. ¿Cómo podría serlo si no tenemos su definición acabada?


2. ¿Qué es una Escuela de psicoanálisis?

Se supone que cuando alguien pide la entrada en la Escuela ha reflexionado sobre esta pregunta. Que conoce algo de los motivos que llevaron a Lacan a fundar una agrupación analítica diferente de la que Freud dejó. Y no solo esto, sino que también sabe que el hecho de pedir la entrada en una Escuela concreta significa pedirla en la AMP, lo cual implica conocerla, viajarla, acudir a sus encuentros, interesarse por sus orientaciones y propuestas. Y si el candidato no lo sabe, porque como el candidato a ser analizante es un inocente que desconoce las consecuencias de su demanda, hay un trabajo a hacer para que esto se conozca y se reconozca.

La Escuela se puede pensar como un nudo que reúne imaginario, simbólico y real. Lo simbólico sería el cuerpo normativo que se ha ido dando y que configura su funcionamiento. Es un laborioso encaje de bolillos, por decir así, redactar unos Estatutos que no traicionen, que no obturen, el núcleo analítico de la cosa. Como dice Jacques-Alain Miller en El banquete de los analistas, se trata de que en el banquete que es la Escuela no falte el invitado principal que es el psicoanálisis mismo.

Lo imaginario es el grupo. Irremediablemente el grupo hace obstáculo a la Escuela, lo sabemos. Del grupo a la Escuela fue la consigna que nos orientó largo tiempo, cuando veníamos de la época de los grupos, pero no basta con agitar el banderín del ideal para que se cumpla la consigna que lleva impresa. El grupo, el goce del grupo, es irremediable, sus efectos nunca se llegan a eliminar del todo. Por esto, como señala Miller en Donc, no vale la pena llorar sobre este punto. Más se hablaría de los perniciosos efectos del grupo, más se gozaría de ellos. Se trata simplemente, ahora lo veo así, de que todo esto no impida que se cumpla un trabajo que tiene que ver con el psicoanálisis.

Es más interesante ocuparse de lo real. Decimos, con fundada razón, que lo real de la Escuela es que no tenemos una definición acabada de lo que es un analista. Pero esta falta de definición no agota, me parece, la cuestión de lo real. Podemos tratar de ampliarla.

Para simplificar, porque esta noche no se trata de la Escuela como tal sino de su anudamiento con el pase, podría decir que una Escuela orientada por el psicoanálisis lacaniano reúne una doble condición. Por un lado es uno de los conceptos fundamentales del psicoanálisis. La Escuela sería el quinto concepto, como la ha calificado Miquel Bassols acertadamente. Pero por otro lado también supone una experiencia libidinal para cada uno de sus miembros. Es por esto que he propuesto como título de esta noche "la Escuela, una experiencia de lo real".


3. La Escuela, una experiencia de lo real

El AE tiene el encargo, como veremos después, de hacer de analista de la experiencia de la Escuela, pero esto no significa ni que lo haga todo el tiempo ni que sea el único en hacerlo. Además, como cada uno de los miembros, está invitado a situarse también como analizante de esa experiencia. Lo importante es que AE, miembro, incluso futuro miembro… cada uno está en la Escuela haciendo su propia experiencia de lo real.

Y lo real no es para nada la tranquilidad, la homeostasis. Lo real es el trauma. Exagerando apenas podríamos decir que la experiencia de la Escuela o es traumática en algún punto, o no es. Pero esto conviene ser explicado.

Hace algún tiempo me he dado cuenta de que no hay una transmisión del recorrido que nos llevó a la Escuela tal cual la conocemos hoy. Y me sorprende, porque fue un recorrido muy rico en enseñanzas y también en malestares, suponiendo que en el psicoanálisis ambas cosas puedan distinguirse netamente.

En este punto quiero afirmar una experiencia, tan dolorosa como enseñante, algo que aprendí en primera persona en los tiempos de la creación de la ELP. Con esto abro un capítulo de mi propia hystoria sobre el que me he mantenido cuidadosamente discreta, pero ahora creo que puedo abrirlo sin dañar a otros ni dañarme a mí misma.

Se trató de un hecho simple. La ELP nació de un sobresalto, de la crisis del 98 que dejó a la Escuela en España, que era la EEP, mermada de fuerzas y de miembros. Jacques-Alain Miller encontró allí la ocasión para un renacimiento y propuso una refundación, una Aufhebung donde la EEP se transmutara en otra escuela, que empezó llamándose Escuela de Barcelona y finalmente tomó cuerpo como ELP. La implicación y el entusiasmo que despertó el proceso fueron notables, Jacques-Alain Miller viajaba cada dos meses para orientar el proyecto. Después de un tiempo de Asambleas constituyentes, que contaron con numerosas aportaciones, llegó la hora de presentar candidaturas para las instancias directivas. Por primera vez iba a ensayarse la democracia en la Escuela. El Consejo recabó bastante rápidamente candidatos suficientes, pero para la Presidencia costaba más. En ese contexto recibí un mensaje de Miller que decía "¿por qué no usted?". Respondí de inmediato con mi candidatura. El día de las votaciones no salí elegida. Fue uno de los días más difíciles de mi vida y también de los más tristes. En alguien que esperaba que el Otro la nombrara como viva, el no salir elegida sacudió fuertemente su posición fantasmática.

La tristeza, como he dicho en los testimonios, se diluyó cuando pude dejar de gozar del fantasma del "sentimiento trágico de la vida". Pero lo más interesante fue lo que pude percibir en ese momento: capté el núcleo duro, el núcleo de real de la Escuela. En la Escuela hay algo que resiste a toda domesticación, a todo esfuerzo democrático. Entonces no lo sabía decir, solo sabía que había acusado un duro golpe y me encerré en el cine. Propuse a la Sección Clínica la puesta en marcha de una Tertulia de cine y la animé durante más de siete años, con Ana Castell al principio y con Fina Giménez el resto del tiempo. Sostuve esta actividad hasta darme cuenta de que su éxito era la medida exacta de mi propio fracaso. Ocurrió el día en que uno de los asistentes me dijo: "analízame…" tal cosa de una película. Este significante "analízame", referido a una producción que no era del inconsciente de quien lo decía, me hizo dar cuenta de la deriva en la que yo misma estaba perdida.

Esto ocurrió mientras en análisis hablaba de mi no-lugar en la Escuela. Yo sentía que mi Escuela no me gustaba, no la autorizaba, por eso hizo falta la interpretación del analista "no es la Escuela, es usted, no se siente presentable". Esta interpretación dio lugar al sueño de la gamba pelada, como una representación del objeto a al que yo me reducía, el objeto con el que sostenía mi lazo de rechazo con la Escuela.

Ese lazo con la Escuela estaba enganchado al trauma, pero no al trauma de no haber sido elegida, sino al trauma del goce pulsional. Estaba enganchada a una pulsión escópica en la que me mantenía escondida, como de niña, en el claustro del ni-ni, oculta de la mirada del Otro al mismo tiempo que así lo sostenía. Cuando en el análisis pude desengancharme de eso fue cuando pude salir de detrás de la pantalla, donde me escondía de mi propio deseo de Escuela.


4. La garantía de la Escuela

La Escuela como experiencia de lo real bordea también la cuestión de la garantía. Bordea la no garantía del Otro. La falta de garantía del Otro no hay que entenderla, me parece, como un defecto sino como una elección. La garantía de la Escuela es un agujero programado.

Cuando Lacan habla de la garantía en relación con la Escuela lo hace respecto de la garantía que ella puede ofrecer sobre la formación de sus miembros. La Escuela garantiza la formación que dispensa. Nótese que no dice que la Escuela garantice a sus miembros, ni que ella esté garantizada por ellos, y mucho menos por otros discursos. Es garantizando la formación que dispensa que la Escuela se garantiza a sí misma. De ahí su permanente inestabilidad. Y de ahí también la responsabilidad que recae sobre sus miembros.

Es comprensible que todo esto produzca confusión, incluso malestar. Confusión y malestar seguramente acrecentados en los momentos de cambio social que nos atraviesan. Es comprensible que los candidatos a entrar como miembros en la Escuela sueñen con ser garantizados por ella, cuando en realidad se trata de otra cosa, se trata de dejarse formar en y por la Escuela. Pero no es este el problema, me parece. El problema es cómo tener todo esto en cuenta y cómo pensar una política para tratarlo.

Una política que tenga en cuenta la transferencia como el tejido que sostiene a la Escuela. Sabiendo, y haciendo saber, que no es un tejido cortado limpiamente sino que siempre tiene desgarrones, porque la transferencia necesita de un forzamiento para ampliar su circuito, para no quedar encharcada, como dice Lacan, alrededor del propio analista. Para que la transferencia se dirija al psicoanálisis y no (o no solo) al analista hace falta algo que incomode el run run de las sesiones. Y esto está en juego en los pedidos de entrada en la Escuela, que suelen ocurrir mientras el candidato está todavía en análisis.

Es un nudo irresoluble. No hay manera de relacionarse con el psicoanálisis en el cielo de las ideas, el psicoanálisis necesita encarnarse. Y cuando se trata de la carne, lo sabemos, es un problema. Pero que sea irresoluble no significa que no se pueda tratar. Se puede tratar, aunque de forma indirecta.


5. AE de la Escuela

La resolución de la transferencia está programada para el AE. Se trata de proseguir el análisis en relación con la Escuela.

Ahora bien, ¿se trata de analizarse en la Escuela, o con la Escuela? No es lo mismo, hay un matiz.

Analizarse en la Escuela significa elegirla, singularizarla. El AE tiene que vérselas con una Escuela concreta,en un momento y un lugar definidos. Una Escuela encarnada en un tiempo, una geografía, unas personas. Eso no lo elige el AE, al menos no directamente. Incluso en los reglamentos del pase se indica así: aunque haya sido nombrado por el dispositivo de otra escuela, su enseñanza se refiere a su Escuela de pertenencia. En mi caso, la transferencia con la Escuela me enseñó sus dos caras: la Escuela podía ser un objeto de la transferencia para mí, aunque durante un tiempo lo fuera en forma de tormento, y yo tendría que consentir a ser objeto de la transferencia de otros, sobre todo después del pase. Y esta transferencia no se apoya en un ideal, ni en los oropeles y medallas de los títulos, sino en el punto más abyecto de mi posición de neurótica. Y tendría que soportarlo.

Analizarse con la Escuela es otra cosa. Analizarse con la Escuela implica que se ha producido una metáfora del amor, que la transferencia al analista ha pasado a la transferencia con el psicoanálisis, al menos en gran parte. Es la Escuela como representante del psicoanálisis, como su instrumento. Esta metáfora es lo que hace que el psicoanálisis viva en la tierra y no en el cielo de las ideas. Y esto sí se elige.

Decimos que el candidato "pide la entrada en la Escuela", como si se tratara de obtener un ticket, como si se tratara de entrar en un lugar preestablecido, y en parte es así. Pero para evaluar cada caso sería interesante también pensarlo al revés: pensar si el candidato ha consentido, o apostar a que podrá hacerlo más adelante, a que la Escuela entre en él, entre a formar parte de su circuito libidinal amplio.

Por otro lado, del AE se espera que tome la función de analista de la Escuela, que haga de analista de su experiencia. También querría que interrogáramos esto.

En primer lugar el "de", que está en la expresión analista de la escuela, es uno de los primeros efectos que toman relieve después de la nominación. Es algo que he hablado con otros AE, que comparten esta idea. De repente ya no te perteneces a tí mismo como antes, tu tiempo no te pertenece, ni tu cuerpo, que se ve propulsado a viajar para dar testimonio del pase en lugares y ante personas desconocidas. Es un de por el que se pasa a ser propiedad de Otro, justamente cuando el Otro ya no existe te encuentras destituido de propiedades fundamentales. Justamente cuando la demanda ha caído, es cuando más te sientes demandado. Pero incluso si el estilo del AE no es viajero (los estilos de los AE son muy diversos) me parece que este rasgo de pertenencia a la Escuela se mantiene. Este es un nivel.

Otro nivel es el de analista de la Escuela en el sentido del deber de interpretarla. ¿Qué significa que el AE interpreta a la Escuela? Sería un contrasentido esperar del AE el significante preciso para interpretar tal o cual momento de la Escuela. Justamente el AE es el que sabe que no existe el significante preciso para nombrar lo real. Sabe de los límites de la interpretación. Que no hay varita mágica para movilizar lo real.


6. Interpretar la Escuela, ¿cómo?

Ahora bien, el AE con su transmisión no cabe duda de que hace política. Estos últimos días he pensado sobre esto. Viajando por España me he dado cuenta de que hay un nivel freático de la Escuela, que es el nivel por el que la libido transcurre por debajo de la tierra, que no se ve. Pero está. Se nota en cómo te sientes escuchada, en las preguntas, en cómo las personas se dirigen a tí, sobre todo después de escuchar el testimonio. Ha sido una sorpresa. Inhábil socialmente, no ha sido mi estilo cultivar los lazos con los colegas, más bien he surfeado por la superficie, por la superficie de los lugares comunes. Pero estando fuera del común, como AE, se escuchan y se ven otras cosas. Se escucha y se ve un deseo de Escuela, al menos yo lo estoy percibiendo así.

Con esto que se capta, en primera persona, el AE hace política con su transmisión, no necesariamente de forma intencional. No se trata de hacer política, al menos en mi caso, en el sentido de la intención de obtener algo. Se trata de la política de la transferencia que, como he dicho en cada testimonio y hoy he repetido una vez más, ocurre cada vez que la transferencia no se encharca en el analista. Lo he contado, debo esa huella ética a mi primera analista, que en la primera entrevista me advirtió que si quería entrar en la IPA no me convenía analizarme con ella, ya que no pertenecía a la lista de sus didactas. Y después, cuando mi deseo se había decantado completamente hacia la orientación lacaniana, me sugirió que cambiara de analista y siguiera con un lacaniano. Esto me dio una idea desde el inicio de lo que es una posición ética en el psicoanálisis. Esa analista tenía una idea del deseo y del análisis que no se limitaba con las cuestiones institucionales.

El AE, entonces, interpreta a la Escuela. ¿Pero cómo? ¿Qué puede significar este interpreta, cuando hace tiempo que estamos en la época post-interpretación? Puedo avanzar algunas cuestiones como hipótesis.

En primer lugar me parece que se trata de que el AE interpreta como un músico, a partir de su experiencia de final de análisis. Interpreta la partitura de un psicoanálisis. Se ofrece como instrumento para ponerle voz. Con su forma de trabajar, de transmitir, con los temas que elige y el modo en que lo hace, transmite de forma indirecta lo que él o ella, en tanto que AE, concibe del psicoanálisis como experiencia. Lo realiza. Lo vuelve real para otros y para él mismo.

En este sentido el AE puede funcionar como un revelador. Como el revelado de las fotografías de antes de la fotografía virtual. Un papel fotográfico, por haber estado expuesto a la luz que atraviesa el carrete que ha captado la imagen real, lleva impresa la marca de esa imagen, aunque invisible. Pero este papel, sumergido en el líquido revelador durante un cierto tiempo, dejará ver primero los contornos y después la imagen completa, hasta hacerla aparecer nítidamente.

Creo que la interpretación del AE es algo parecido, un revelador. Puede aportar luz a lo que no se ve. Pero este proceso no es directo ni instantáneo. Se hace pacientemente, dócilmente, a través de cada trabajo, con cada transmisión.

El AE es entonces la interpretación de la Escuela, en el doble sentido de que con su trabajo interpreta a la Escuela y de que él mismo como AE, con su nominación, ha sido la interpretación que la Escuela se ha dado, en un determinado momento, de qué puede ser un analista.

Todo esto no impide que, llegado el caso, algo de lo que dice un AE pueda servir a otros para entender algo, por ejemplo para captar algo de su malestar en la Escuela. Pero si ocurre no será por haberlo programado. Como toda interpretación, dependerá de que haya alguien ahí para recibirla. Será contingente.

Comunitat de Catalunya de la ELP. Enseñanzas del pase
Final de análisis y pase (IV)
Barcelona, 11 marzo 2014

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