A 40 años del golpe

¿Ciencia o política?, esa era la opción que se esperaba como compromiso militante de los integrantes del pequeño grupo de practicantes, reunidos en un proyecto de formación y trabajo en común.

¿Ciencia o política? Uno por uno dijo de su elección ante quien formulaba esa pregunta –el más uno del grupo, diríamos hoy‒, el mismo que fuera nuestro analista, el que nos orientaba a Pichón Rivière y su Escuela, el que nos llevó a estudiar con Raúl Sciarreta y con Oscar Masotta.

La respuesta de cada uno no impidió (eran unos años antes del golpe) seguir con nuestro trabajo, nuestra formación clínica y teórica. Todos los jueves, Raúl Sciarreta, al finalizar su curso, se cruzaba en el patio de la casona de Díaz Vélez y charlaba con Oscar Masotta , con quien trabajábamos a continuación.

El clima político y social se enrarecía progresivamente y la implicación de cada uno se definía a ese ritmo. Tiempos de incertidumbre, de tensión, de confusión.

Pero con el golpe militar del 76 cambia todo brutalmente, ya la respuesta a la pregunta definía migraciones para unos y la inmersión en la oscuridad para otros.

Miedo, miedo siempre, de día y de noche, en la casa y en la calle. En el consultorio y en el cine. Nadie iba a la Universidad, dejamos los hospitales… sabíamos cada vez más (ventaja paradojal de la escucha analítica) del destino de los cuerpos: cuerpos de jóvenes desaparecidos, cuerpos de bebés arrancados de sus madres al nacer y apropiados por ajenos…

El miedo, constante, oprimente, tuvo sin embargo un acompañamiento vital: los amigos.

Fue una vivencia profunda, al punto de entender que, si algo nos pasaba a los padres, nuestros hijos no iban a quedar del todo huérfanos.

Tuve en eso algo de suerte, en el medio de lo peor, una de las mejores cosas que un hombre puede vivir, la amistad solidaria.

Con la democracia el miedo se diluyó.

De lo otro no puedo, no debo, olvidarme.