Noviembre 2012 • Año XI
#25
Estudios

Silencios

Irene Kuperwajs

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Graciela Mussi Tiscornia - Sin Título.
Tinta sobre papel. Cortesía de la autora.

¿Podemos decir que un psicoanálisis es una praxis habitada también por el silencio? Esta es la pregunta que intentaré responder.

En el silencio hay ausencia de palabras, pero a la vez hay presencia. Hay distintos silencios. En el diccionario encontramos al silencio emparentado con el mutismo, con la insonoridad, con la quietud, con la discreción, con el callarse, con la boca cerrada…Hay silencios que hablan así como hay palabras que no dicen nada. Hay silencios que demandan. Hay silencios que matan, otros que provocan. Hay silencios ligados a la impotencia, a la cobardía, a la prudencia. Hay silencios represivos. Hay silencios que liberan. Hay silencios que angustian.

Podemos decir que el silencio atraviesa al psicoanálisis desde sus orígenes y siempre está presente de alguna manera en una sesión. Lacan se refiere a que "el discurso es sin palabras", subrayando que cuando hablamos gozamos, no destaca el querer decir de la comunicación. En esta perspectiva, la "apalabra" fue definida por Miller como un monólogo dominado por la pulsión en el que se trata de un goce autista y el silencio, como "lo que está en el cruce de caminos del analista y de lo que llamamos las pulsiones"[1] Hay entonces el silencio del analista y hay el silencio de las pulsiones. Pero veremos que no son el mismo silencio.

Freud menciona al silencio en el encuentro con una de sus primeras pacientes, cuando él le interpreta sin cesar lo que le pasa, ella le pide que se calle. Entiende que se trata de escuchar.

También señala que cuando las asociaciones libres del paciente se detienen, estos silencios están ligados a la transferencia con el analista. A la vez relaciona en ocasiones al mutismo con la pulsión de muerte. Y recordemos cuando nos cuenta que "calla", a punto de evocar la sexualidad de los turcos y después "queda sin palabras" en el momento de nombrar al autor de los frescos de Orvieto. Hablamos ya con Freud de las diferencias entre "callar" y el "quedarse sin palabras". El callar tapona, vela. Pero el silencio puede también develar el agujero de la sexualidad.

 

Un pos- freudiano destacado por Lacan: R.Fliess

R. Fliess, hijo del famoso Fliess con quien Freud mantuvo correspondencia, escribió un artículo llamado "Silencio y verbalización. Un suplemento a la teoría de la regla analítica" en 1949. Este fue citado por Lacan en 1953 [2], para referirse a las palabras y al lenguaje en relación al cuerpo. Fliess estudia en el análisis la conexión entre palabra y goce a través de los silencios. Distingue tres tipos de silencios que observa clínicamente y dice que son interrupciones de un lenguaje semejantes a las pausas o silencios de una partitura musical. Hay el pequeño silencio normal, "uretral", en el que el paciente parece haber olvidado la regla analítica e interrumpe la fluidez de las palabras. El "silencio anal" alude" alude a los pacientes que se callan, retienen palabras, están sujetos a una inhibición. El sujeto no consigue retomar las asociaciones. Pero el peor, según él, es el "silencio oral" que parece interminable. Es un mutismo que da cuenta de una impotencia para hablar. Lacan menciona a Fliess precisamente por esta relación de la pulsión a la palabra que puede tomar valor de goce según los diferentes estados libidinales mencionados por Freud, y señala que cuando el valor del goce infiltra la palabra, y esto se repara mejor en el silencio, la pulsión la calla. En el silencio hay la inhibición de la satisfacción que experimenta el sujeto en la producción del flujo de palabras.

 

Tacere y Silere

Lacan distingue en "La lógica del fantasma"[3] tacere y silere. Dice que "Taceo no es Sileo" y que la frontera entre ambos es oscura pero se apoya en la definición del sujeto en la relación con el lenguaje. Taceo significa callarse, acallar en sí algo existente, una palabra no dicha. El callar no es igual que el silencio. Cuando la demanda calla la pulsión comienza, el acto de callarse no libera al sujeto del lenguaje, el silencio no está por fuera del lenguaje, no es anterior al grito. Ahora bien, el silencio de callarse puede ser el de una decisión de no hablar o efecto de la represión o de la inhibición. Mientras que sileo está en relación a algo nunca advenido, al vacío que nos constituye, al silencio estructural de las pulsiones. Podemos pensar que en el tacere del comienzo puede haber la búsqueda de sentido y de un ideal totalizante. Pero al final de un análisis, como queda demostrado en muchos testimonios de AE, el silencio ya no está ligado a una posible simbolización, sino que es el silencio del propio vacío.

Silencio que habita el lenguaje y en el que se marca la estructura misma, en tanto muestra lo imposible de decir.

 

El silencio del analista

Mencionaba al inicio cómo el silencio está en el cruce de caminos del analista y la pulsión. Podemos decir que el analista es quien se queda en silencio, calla para que el analizante hable. De esto se quejan los pacientes, de que el analista no habla. Lacan decía que "el analista a menudo cree que la piedra filosofal de su oficio consiste en callarse"[4] pero también que el analista es libre para hablar sin reglas y que el límite a la palabra es de otro orden [5].Hay cierta ética del silencio que se articula a una ética del bien decir. De alguna manera se trata de poner un límite al monólogo autista del goce. El analista también habla a partir del silencio y podemos agregar que de alguna manera el secreto, la virtud de la interpretación, es resguardar aquello que no se puede decir. El silencio es en el discurso analítico el lugar desde donde se denota lo imposible, es la condición de la interpretación. Y si bien el inconciente interpreta mejor que el analista no se trata de que el analista se calle y no intervenga, sino de hacerlo de modo diferente que el inconciente. Recuerdo una niña que atendí que, ante la muerte del padre entró en mutismos y se chupaba el pulgar en sesión. La manera de sacarla de su silencio fue hablándole en voz muy baja. Se trataba de ir ganándole a este silencio, tocar con la presencia, con la interpretación, no mediante un activismo, ese silencio de las pulsiones. El silencio del analista convoca el decir analizante, convoca al objeto a. Esta es la función crucial del silencio en la experiencia analítica.

En las conferencias que Lacan dicta en Bruselas en 1960, el silencio aparece en relación a su práctica y a la ética: "…pronto habrá pasado la mitad de su existencia escuchando vidas que se confiesan. Y él escucha. Yo escucho y no soy quien para juzgar la virtud de esas vidas, que desde hace cuatro septenios escucho confesarse ante mí. Una de las finalidades del silencio, que constituye la regla de mi escucha, es precisamente el de callar el amor. No traicionaré, pues, sus secretos triviales y sin igual... Pero hay algo que me gustaría testimoniar. En este lugar que ocupo y donde deseo que termine de consumirse mi vida, eso seguirá palpitando después de mí, creo, como un desecho en el lugar que habré ocupado. Se trata de una interrogación inocente, si puede decirse así, o incluso de un escándalo que se formula aproximadamente como sigue.."[6].

Lacan destaca tres valores del silencio como regla de la escucha analítica. Primero, para el analista se trata de escuchar y de este modo se calla el amor. Es por su silencio que se le supone al analista su saber y el amor surge como efecto de la escucha. El segundo es "no soy quien para juzgar la virtud de esas vidas", suspensión de todo juicio moral del analista que no es un ejemplo ni un modelo a identificarse. Por último, no traicionar los secretos es un deber del analista.

Podemos pensar que cuando hay silencio, lo imposible de decir se satisface sustitutivamente con el objeto del fantasma. Pero constatamos que "lo imposible de decir no lleva al analizante al silencio sino a un cambio de discurso.Lleva a dejar la asociación libre pero para retomar la palabra en la interpretación, desde el lugar del analista, en el pase, como enseñante"[7].

Entonces, sabemos de la relación entre el silencio y el goce. El goce no habla.

Pero un análisis puede ser la vía para enlazar ese silencio a veces sintomático, al Otro. Será en la perspectiva del síntoma despejado del fantasma, y cuando el Otro comienza a ser destituido, que ese silencio se desnuda y el sujeto puede oírlo y bien-decirlo, ya sin tanto horror. Se trata al final, de soportar el silencio del vacío que nos constituye, el silencio de la estructura.

NOTAS

  1. MILLER, J.-A.: Silet, curso 1994, inédito
  2. LACAN, J: "Función y Campo de la palabra y el lenguaje", Escritos 1, Siglo XXI, México, 1984.
  3. LACAN, J:El Seminario 14 "La lógica del fantasma", clase 12 de abril de 1967, inédito
  4. LACAN, J: Conferencias en Estados Unidos, inédito.
  5. LACAN, J:"La dirección de la Cura", Escritos 2, Siglo XXI, México, 1975.
  6. LACAN, J:"Discurso a los Católicos", en El triunfo de la religión, Paidós, 2005, p.18 (Debo este encuentro con el texto de Lacan a BROUSSE, M. H.: Seminario "Cómo opera el psicoanálisis", NEL, Guayaquil, 2000).
  7. BRODSKY, G.:"Contra el silencio", en El Caldero de la Escuela N°51, Escuela de la Orientación lacanina, Buenos Aires, mayo de 1997.
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