Septiembre 2010 • Año IX
#21
Actualidad del lazo

Trauma, historia y subjetividad

Dudy Bleger

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ANGEL GUIDO ART PROJECT.
Artista: Luis Fernando Benedit.
Título: Elvira L. de Calzadilla. Año: 2000.
Técnica: Mixta. Medidas: 153 x 103 cm.

Agradezco a las autoridades de la Asociación Argentina de Salud Mental por haber recibido esta invitación. Sin duda la recibí gustosamente.

El título que nos convoca, con conceptos muy difíciles de tratar en poco tiempo, me exigió pensar cómo encararlo en tanto analista y desde la ética en la cual me hallo concernida. No pecaremos de ingenuos de pensar que cuando uno habla, no está allí mismo el sujeto de la enunciación.

De una manera muy sintética trataré primero de ubicar lo que son para mí, y seguramente para muchos, las grandes corrientes psicoanalíticas que influyeron -tanto teórica como clínicamente- en la formación de psicoanalistas en los inicios de la creación del psicoanálisis en Argentina. Trataré también de ubicar brevemente su posterior desarrollo y evolución.

En las primeras décadas de la enseñanza del psicoanálisis en Argentina, la APA -primera institución creada y avalada por la IPA- se constituyó bajo la égida de la formación kleiniana. El hecho de que sus fundadores y las camadas que continuaron estuviesen fuertemente influenciados por la enseñanza kleiniana produjo una fuerte pregnancia de lo que se llamaba el "encuadre analítico". Esto trajo aparejado como consecuencia inmediata mantener al analista apartado de los movimientos sociales y políticos que acontecían. El "encuadre analítico" eran las condiciones ajustadas a las que un analista y su analizante estaban sometidos: un tiempo fijo de sesiones, los ya conocidos cincuenta minutos, ni un minuto más ni uno menos, una frecuencia casi diaria del análisis personal y una abstención absoluta a cualquier acontecimiento personal o político. El ejemplo más ortodoxo y extremo de esta posición, la podría ejemplificar con el Dr. Meltzer, un psicoanalista que antes de padecer él mismo la excomunión de la IPA, atendía a sus pacientes con el mismo color de traje y de corbata cada día de la semana. Personalmente desconozco de qué color eran. Seguramente austeras y monocromáticas.

El analista debía estar apartado de sus emociones, del afecto que su analizante le producía. Sin embargo, todo eso que le acontecía con su paciente era llevado a su control, que por cierto tenía para él un efecto mortificante. Las pasiones y los afectos sentidos hacia su paciente eran llevados a hablarlos en supervisiones obligadas, sometidas a un minucioso análisis de su contratransferencia. No se trataba entonces de un desentendimiento ni de su práctica ni de sus pacientes sino de una práctica rigurosamente vigilada, con un gran peso superyoico sobre la supuesta neutralidad del analista.

Aunque haga referencia a estos inicios hablando como si fuera el pasado, debo señalar que esta manera tanto clínica como teórica de operar impera aún hoy, y si uno lee las contribuciones actuales, en muchas de ellas, el término o concepto de "encuadre analítico" está absolutamente vigente.

A finales de la década de los 60 los psicoanalistas comienzan a tener perspectivas diferentes sobre la formación del analista en la única institución psicoanalítica de esos tiempos, la APA. Esas diferencias trajeron aparejado un apartamiento para algunos del kleinismo y la inclusión de una perspectiva freudiana que trajo aparejada un malestar y un revuelo de diferentes posturas respecto a la formación analítica. Como consecuencia de la escisión del primer y único grupo fundacional del psicoanálisis en Argentina se produce una ruptura institucional: la creación de una segunda institución avalada también por la IPA, llamada APDEBA. Con esta separación en dos modalidades distintas en la enseñanza del psicoanálisis y en su práctica, una más ortodoxa y otra más ecléctica pero ambas regidas por los mismos fundamentos, se constituyen los dos grupos vigentes hasta la actualidad. Es en estos tiempos también que muchos psicoanalistas no desearon inscribirse en ninguna de las dos instituciones que los podían representar.

Si no soy tan precisa en estos acontecimientos no es por restarle importancia a una cantidad de hechos y sucesos de esta escisión, la cual marcó un viraje muy radical para el psicoanálisis. Justamente puedo excusarme de no entrar en detalles porque los acontecimientos de aquellos tiempos ya se encuentran escritos y documentados de manera exhaustiva y muy seria en diferentes textos. Sin duda, libros como "Freud de las Pampas" de Mariano Plotnik, "Entre Paris y Buenos Aires" de Alejandro Dafgal, como el reciente libro publicado de Marcelo Izaguirre entre otros, nos relatan muy bien estos tiempos de nuestra historia.

La entrada de la perspectiva freudiana, más tardía que la kleiniana, influyó y produjo en el mundo psicoanalítico argentino un compromiso mayor tanto en su práctica como con los eventos del mundo y nuestros propios acontecimientos.

Freud, él mismo, como todos sabemos escribía sobre su época. No solamente no era ajeno a los acontecimientos de su época sino que sufrió personalmente al nazismo en tanto judío y a la ya conocida quema pública de su obra, con el exilio obligado que realizo a los 80 años a Londres, donde fallece un año después. En la obra Freudiana es clave el tiempo entre las dos guerras, como lo demuestran textos como "El malestar en la cultura", su obra póstuma: "Moisés y la religión monoteísta" y aquellos donde aborda las neurosis de guerra. Es claro el esfuerzo que Freud realiza por poder dar cuenta de su época y por dar a conocer su invención en el medio ilustrado y científico de ese momento.

Los efectos en Argentina sobre los finales del 60 se hicieron notar en la práctica analítica de manera casi inmediata. Un analista que podía mostrarse más sensible a su época.

La tercera entrada es la de la enseñanza de Lacan, hoy presente por doquier, que trajo efectos "sísmicos" en nuestra Argentina.

La primera versión en la que entra Lacan a la Argentina es bajo una forma ortodoxa, un analista de pocas palabras, sesiones cortas, etc. La exégesis de sus textos siempre resultaron difíciles y el compromiso social parecía alejado de su práctica.

Así como hay muchas maneras de nombrar a Lacan, hay muchas maneras de recordar a Freud. Al tener ambos una larga y prolífica obra, servirse de ellos será siempre el recorte que cada uno hará. Entonces uno hace uso de ellas para dar cuenta finalmente de lo que uno desea privilegiar.

El Lacan más comprometido con los asuntos franceses, lo conocemos. Respondió y privilegió el discurso del amo, allá, por el conocido mayo francés del 68, interpretando de algún modo como las revueltas estudiantiles en Paris que denunciaban a la autoridad, al amo, sostenían de ese modo y al mismo tiempo a la autoridad misma.

Pero ese Lacan nos queda corto y limitado para explicar acontecimientos más devastadores.

Lacan alertó a los psicoanalistas que si querían hacer existir al psicoanálisis se debía estar a la altura de la subjetividad de su época.

Ser kleiniano, freudiano o lacaniano, con la entrada de cada una de estas corrientes trajo indudablemente malestar. Cada una de ellas entró o se inició de la manera más ortodoxa. Dividía las aguas y se transformaban cada una en prácticas que podrían tomar un sesgo un poco oscuro y fundamentalista. Las pasiones se hicieron sentir.

Todo eso parece hoy, al menos en parte, un asunto un poco antiguo y perimido. El peso de nuestros acontecimientos sociales y la prisa por responder hacen que hoy esas diferencias no solo estén apaciguadas sino que hoy cualquiera puede decirse lacaniano. Hoy ya ni siquiera es una moda. No solo Lacan vino para quedarse sino que ya parece inadmisible no hacer una referencia a él.

Como entra el lacanismo en este país, en qué tiempos y por qué su presencia resulta tan potente no es tampoco un asunto al cual me dedicaré hoy.

No siempre el analista se mantiene cauteloso de lo que dice por cobardía o timidez. Su posición misma de analista lo lleva invariablemente a una disyunción o paradoja que existe por un lado entre su posición de mantener el misterio de su deseo para su analizante, lo que Lacan dio en llamar de distintas maneras SsS o el deseo del analista como una x, una incógnita para su analizante, y por otro lado, mostrar su posición más íntima tanto política como ideológica donde le supone podría empañar o complicar los análisis de sus pacientes, invitándolo así a la identificación con el analista.

Las corrientes psicoanalíticas a las que hago mención en su entrada a la Argentina, hoy ya no mantienen ni ese purismo ni esa ortodoxia de la cual hice mención al inicio de mi conferencia. Cada una con una manera distinta de responder a los tiempos que vinieron y continúan viniendo, tuvieron que replantearse no solo lo que competía a la clínica y a la transmisión del psicoanálisis sino que para subsistir debían ponerse sí o sí a la altura de la época.

Pero sin duda hay en la IPA, con sus dos instituciones en Argentina, y la EOL, una de las Escuelas de la AMP, una concepción totalmente distinta de abordar la formación del analista.

Estos tiempos que van a toda prisa, donde la ciencia avanza con su verdad, donde la comunicación es virtual e instantánea, donde las redes sociales son hoy las nuevas manera de inclusión, donde la autoridad está cuestionada, donde el discurso del amo del cual Lacan habla en sus primeros tiempos es hoy en parte una cuestión perimida, donde el hombre busca otros modos de amparo, sin padre simbólico y sin autoridad, nos encuentra hoy a los psicoanalistas ante nuevos desafíos para responder a nuevos trastornos y a nuevas patologías. Estamos ante nuevos modos en que debemos responder al efecto de la globalización, de la cual Argentina está inmersa. Es lo que hoy llamamos los tiempos de la hipermodernidad.

Por un lado, indudablemente es esperable que el psicoanálisis sea llevado a responder con prisa a las nuevas formas o síntomas contemporáneos y que responda a los apremios en los que el hombre hoy se halla sujeto. Pero deberá estar advertido que ser "un psicoanalista a la moda" o "un psicoanalista apremiado" llevado por la eficacia que el avance de la ciencia nos impone -como respuestas rápidas que ella otorga a las cuestiones relativas a la sexualidad y a la muerte- no le permitirá mantener un espacio, una pausa o una pregunta a lo más difícil de responder: aquello que es inherente a toda condición de un sujeto -en tanto sujeto del Inconsciente- que por el mismo hecho de existir, padece sobre su sexualidad y su muerte. Deberá tener siempre en su horizonte la subjetividad propia de cada hombre porque es el psicoanalista el que le permitirá mantener una pregunta abierta sobre su existencia.

A tal punto se encuentra hoy apremiado no solo el psicoanalista sino también el psicólogo y el psiquiatra que para ponerse hoy de acuerdo en un diagnostico y por ende en un tratamiento, se producen los equívocos más increíbles. Se crean a toda velocidad nuevas categorías diagnosticas, vacías de significación.

Y es así que pululan demasiados trastornos bipolares, demasiadas depresiones de diversos grados cuantificadas por intensidad, que se encuentran por doquier en una rápida interpretación del hombre desganado.

Así el síntoma, sea este contemporáneo o no, pasa a un segundo plano sin tener idea de que continua siendo aun hoy el principio rector de una cura. Si logramos formalizar al síntoma, si logramos no olvidarnos de él, estaríamos menos confundidos y apremiados por los tiempos actuales.

La ciencia, y en particular la medicina, quiere en nombre de lo que le va a otorgar al sujeto, hombres dóciles, sin preguntas y sin cuestionamientos.

Vayamos a otras cuestiones. A cuestiones propias de nuestra singularidad en Argentina.

Si aún existen ciertas diferencias entre estas corrientes psicoanalíticas que se mantienen aun hoy vigentes, ¿no sería más pertinente preguntarnos por la pregnancia que el psicoanálisis tuvo y tiene en este país, el llamado "país del psicoanálisis"? ¿No deberíamos también preguntarnos si este país -que tuvo una tan variada y sistemática inmigración tanto de la primera y segunda guerra mundial- tuvo algo que ver en la pregnancia del psicoanálisis en Argentina? ¿No es acaso que estas inmigraciones de abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, italianos, españoles, judíos, etc. ya venían ellos mismos marcados por los efectos de las guerras? ¿Y no estaban ellos mismos, nuestros antepasados, tocados por las más profundas heridas del desamparo y de las pérdidas?

Poner al trauma, a la historia y a la subjetividad como parte del título de este congreso y de esta mesa no peca de ingenuo.

Tanto el concepto de trauma como el de la historia no podrían pensarse por separado. No podrían pensarse uno sin el otro. El trauma, fue y es un concepto muy vasto que aún hoy continúa en revisión.

El mismo Freud tiene dos versiones sobre el trauma. En su segunda versión, que rectifica la primera, el síntoma neurótico no está directamente ligado al hecho traumático. Tampoco podemos dejar de recordar al Freud de las neurosis de guerra, donde describe como el hombre herido en un acto heroico es menos propenso a padecer de neurosis del que no fue lesionado en la guerra.

Tratar el trauma, entendiendo que el mismo es el causante del sufrimiento parece ser hoy una consigna. Sin embargo sabemos que el trauma es estructural al sujeto, y en tanto tal entonces, no es posible curarlo. Pacificarlo, hablarlo, testimoniar, dar a conocer documentos archivados, etc. todo parece apuntar a tratamientos posibles del hecho traumático. Pero insisto, el trauma es ineliminable e irreductible a todo tratamiento posible.

El trauma no se cura por la memoria, y aun menos por el olvido.

Por eso una de las formas de tratar lo real del trauma es bajo la forma de la historización. Pero la historización no tiene una significación única. Es por eso que la historia que apunta a la verdad, no da una única significación al supuesto hecho traumático. No tiene otra opción más que apelar al fin de cuentas a una construcción.

¿Acaso la historización podría ser colectiva? Indudablemente los historiadores que se ocupan de eso nos pueden dar varios modos de interpretarla. El historiador se toma un arduo trabajo en buscar en sus archivos y en sus documentos su verificación. Sin embargo, él tampoco escapa a la subjetividad que hay en juego en la construcción que él mismo debe hacer entre dos o más acontecimientos.

El modo en que el mundo trata sus tragedias y sus genocidios son hoy un tema central. La Shoa, el genocidio más devastador del siglo pasado no cesa de escribirse. Toda Europa hoy está invadida por textos que tratan al holocausto. Hay rituales para conmemorar un genocidio.

Como sabemos, ellos se realizan de diversas maneras, pero lo que parece imponerse hoy son los monumentos a la memoria, muchos de ellos en los mismos lugares donde el extermino se produjo.

No hay hoy un lugar en el mundo que se precie atento y sensible a su historia, que no tenga un monumento a la memoria.

Sus monumentos, que suelen ser en su mayoría sin su osamenta, son solo inscripciones en lápidas inscriptas con su nombre, su fecha de nacimiento y su muerte.

Pero el imperio de la mirada hoy, hace pensar que no basta solo una inscripción meramente simbólica para quedar en paz con sus muertos.

La imagen tiene hoy tanta prevalencia que es bajo la forma de dar a ver una de las maneras en que se impone hoy.

Pero sin duda nuestros hitos, nuestros padecimientos de las últimas décadas, que no todos comparten de la misma manera, comienzan desde hace tiempo a dejar sus propias marcas que son la historia misma de la Argentina que comienza a configurar su propia identidad.

Una guerra, dos atentados, mas de una década de represión, las consecuencias funestas de todo estos acontecimientos, nos permiten una inscripción de un pasado aún muy reciente y de una historia que indudablemente podrá escribirse de muchas maneras. Ese tratamiento posible de la memoria, tanto en su faceta colectiva como individual comienza a delinear los rasgos propios de la Argentina.

Gracias,
Dudy Bleger
6 de mayo 2010

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