Marzo 2010 • Año IX
#20
Arte de psicoanalistas

Poesía sonda de la vida?

Sérgio E.C Mattos

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Nacido en la época de las conquistas espaciales – el Sputnik 1 subió a los cielos el 4 de octubre de 1957; objetivo: determinar la densidad de las capas más altas de la atmósfera, transmitiendo durante 21 días datos a través de señales de radio BIP-BIP-BIP, para todos los radioaficionados de la tierra – yo, nacido en ese mismo año, y amante de las ficciones científicas, nunca pude dejar de comparar un poema a una especie de sonda espacial que penetraba regiones desconocidas y después me traía informaciones sobre donde estuvo, BIP-BIP.

Pero el encanto con la poesía comenzó con Manuel de Barros. Me encontré con él por primera vez en su "Gramática expositiva del suelo". Tal vez la fuerza de este encuentro feliz haya sido cierta disposición atávica: mi origen familiar. Descendiente por un lado de portugueses, holandeses y españoles; tenía por otro lado una ligazón directa con la Amazonia de mi tatarabuela india – lo que daba alas a mi imaginación- pero también con el lugar de nacimiento de mi padre –lugar que marcó mi infancia por los contactos con la naturaleza llenos de vitalidad. Mi padre nació en la "Contagem de las arbóboras", hoy sólo Contagem. Antes área rural y no industrial como en la actualidad, era donde una balanza pesaba el ganado que entraba en la antigua "Ciudad de Minas" después Corral del Rey, hoy Belo Horizonte. De las abóboras se refería a la fruta enorme color de sol de la tarde que se encontraba en abundancia en la región, adonde más tarde vine a nadar en riachos, pescar, meterme en capoeiras, galopando a caballo sin montura.

Leí a nuestros poetas, a los españoles, a los franceses.

No sé si fue una pintura china que decoraba la sala de mi querida abuela, y/o mi práctica desde muy joven en artes marciales, especialmente el karate, que me hizo apasionar por la poética china y japonesa, con toda la potencia de síntesis, expresión y belleza material de los Kanjis, de los Hiragana, de los Katagana que, además, me entregué a estudiar y a diseñar.

Poemas pequeños, instantáneos de la existencia. Me hicieron pensar que la eternidad no era un alargamiento del tiempo, ni su ausencia, sino una intensificación, "el máximo del tiempo", condensación limitadamente capturable en flashes de satisfacción, imagen y palabras bien apretadas. Sin interés especial por la formalidad de los Tanka, Renga o Haicais, me apropié de cierto espíritu estético y del deseo de capturar instantes con evidentes resonancias en mi memoria familiar.

De ese contexto recojo ejemplares de una antología que denominé, Poemimos:

Aquarela
Mariposas vallean
Adeja en la silla lúdica
Lapsos de alas coloridas
Poemita
Besjuntito
Te don
Un poeMimo

 

Pauta de pájaros
Suelto,
Un beso alado estalla!
Entonado en la pauta de pájaros.
Rio
Desliza brisa.
En el lecho del río,
Canoa danza.

 

Mi más nuevo encuentro poético fue, entretanto, con Rabindranat Tagore – Thakur en su lengua natal el bengalí, premio Nobel de literatura de 1913 por su poema Gitanjali, "ofrenda lírica" – leyéndolo, me encantó el lenguaje menos formalizado, más narrativo, llevándome a cogitar que la poesía era hecha de algo más que la letra que tiende hacia lo mínimo, el rasgo.

No sería justo dejar de citar aquí otras influencias: la Música, que atrae el encadenamiento y ordenamiento de las palabras antes de que ellas surjan. La Mística que me llama siempre a un espíritu de alteridad divina y al espanto frente a la existencia. Y claro, el psicoanálisis: amor por el uso de las palabras, por las reducciones, alusiones, paradojas, fronteras de lo decible.

Recientemente fui llamado a participar de una "Velada poética II" – estuve en la número I también -. Velada de poesía antecediendo a las Copas del Mundo, realizado por la Editora y librería Scriptum, referencia en Belo Horizonte cuando el asunto es Psicoanálisis y Poesía.

Entonces convocado a escribir sobre la Copa, pasé días sacando brillo a una frase que me ocurrió:
"Voy a lanzar un tapete verde sobre la tierra…"

Trabajé, escribí, corté, reescribí, recorté, combiné… Se complicó, me di cuenta de una atmósfera ufanista. Percibí que había sido tomado por el espectáculo y que estaba ya alienado. Des-agradado, paré. A veces es preciso dejar un poema en el bolso por un buen tiempo para que él respire mejor días después.

Es preciso también dar chances a la contingencia.

Durante una entrevista, un analizante, trabajador de proyectos sociales, lamentaba el corte hecho por el gobierno, de los fondos destinados a la realización de las "olimpíadas" para jóvenes moradores en áreas de riesgo, en el momento en que 5000 de ellos experimentaban una convivencia en relativa paz. Fue cuando oí: "o estos chicos juegan a la pelota o se tiran unos a otros". Tyche!

"Musa" en acción, después de la consulta – y de transpirar mucho en lo que ahora me parece un ejercicio- escribí "La copa nuestra de cada día", con la especie de naturalidad y despojo con la que el agua se derrama. Reparé al leer el poema que éste me servía como una interpretación que revelaba la causa de mi malestar en relación a la primera tentativa de escribirlo e incluso, posible interpretación de una verdad rechazada por el espectáculo del fútbol por lo menos, en suelo brasilero.

La copa nuestra de cada día
Todos jugaban a mi vuelta "tiro o corona"
No era azar no era suerte.
Los niños descalzos y su copa eran pobres.

Usaban remeras descoloridas agujereadas
Los referees eran ladrones.
El tapete verde mágico era de tierra batida.

Todos eran garrinchas por un día.
El único oro era el de la alegría del sol,
Y de algunos pocos dientes de traficantes.

Por azar y por técnica era gol.
Se esbozaba un carnaval inmediato.
El mundo era duro y la pelota era oficial.

Acabó a las piñas por la derrota de unos,

Y por la conmemorativa cervecita helada
Antes del almuerzo encaprichado de sábado,
Y el sueño pesado de la tarde.

Traducción: Patricio Alvarez

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