Noviembre 2009 • Año VIII
#19
Dossier Síntoma y lazo social - ENAPaOL

Formas singulares de lazo

María Hortensia Cárdenas

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V Jornadas Anuales de la EOL

El malestar en la cultura freudiano situó la ilusión de que la civilización pueda conducir a una promesa de felicidad, dado que hay pulsión de muerte. Lacan agregó además la ilusión de pensar a la cultura, o bien a la sociedad, como un Uno. Ante esta imposibilidad se hace necesario ubicar cómo establecer un modo de hacer lazo sin que eso implique sostener las ilusiones. El concepto de sinthome permite comenzar a ubicar ese modo.

 

El lazo social

El lazo social es un ideal que siempre comporta el fracaso. El concepto freudiano de malestar en la civilización muestra que las pulsiones malogran cualquier proyecto social que busque la igualdad, la cooperación, la armonía, la felicidad. Freud explica que el malestar en la cultura se encuentra vinculado a la pulsión de muerte. La cultura tendría como fin conducir a los individuos a la felicidad. Sin embargo, se encuentra más conectada con un malestar, que define como culpa, que con un sentimiento de felicidad. La culpa se muestra como un descontento, como algo que no funciona bien, siempre habrá algo que cojee.

Lacan habla de lazo social porque pone en cuestión el Uno de la sociedad y añade que es una ilusión, aunque se pueda creer en un porvenir de ilusión[1]. A diferencia del proyecto de la cultura Lacan presenta al psicoanálisis como un nuevo lazo social por la vía del síntoma[2]. Si bien el síntoma ubica el fracaso del lazo social, el síntoma hace posible el vínculo social. El sujeto nace en el campo del Otro y permanece siempre ahí. El psicoanálisis demuestra que lo único que hace lazo es que el síntoma se dirige al Otro. Así, el psicoanálisis se presenta como el revés para mantener lo singular como la única posibilidad del lazo social[3]. El discurso del psicoanálisis apunta a lo que no funciona del discurso del amo, a lo que hace síntoma.

No existe un lazo social que constituiría un ideal a conseguir. Solo existen formas singulares de lazo. Miller enseña en Los inclasificables[4] que "el lazo social es él mismo el aparato del síntoma que construye el sujeto". De este modo, el síntoma se convierte en el partenaire del sujeto y tiene como efecto destacar lo más singular en él.

Desde la perspectiva del partenaire-síntoma no es posible hacer del síntoma una clase, no es posible clasificar los síntomas y hacer que un sujeto comparta con otros esa clasificación. Las clasificaciones y categorías nuevas del malestar ponen a un lado la singularidad profunda del síntoma, desconocen que un sujeto no se acomoda ni se identifica del todo a una clasificación, más bien se dirigen a la identificación en el grupo. No advierten que la consecuencia es el retorno de lo reprimido y mayor sufrimiento. En esta línea, una psicoterapia que intente adaptar al sujeto a los circuitos de felicidad solo conduce a más sufrimiento y más soledad.

De ahí la urgencia de mantener la especificidad del discurso analítico, que no se adapte a las formas renovadas del discurso del amo[5] que responden más a una ideología utilitarista en un mundo sobrepasado de objetos y conceptos de consumo masivo. Hoy las cosas tienen valor de uso según los intereses de un amo, la utilidad justifica su poder. La utilidad directa, parasitada por el discurso de la ciencia, es lo que se impone en el momento presente, se impone como "extracción de plusvalías" que pareciera justificar toda acción, el sentido de las cosas, nuestra propia existencia.

Esta especificidad del discurso analítico tiene estatuto de principio, que busca conservar su diferencia absoluta con otros discursos y otras terapéuticas. La psicología popular piensa hoy que hablar es terapéutico. No le falta razón en algunos casos. Pero el trabajo analítico, por medio de la palabra, apunta a la reducción del goce. Una sesión analítica preserva lo singular, no aprisiona el sentido ni se deja atrapar por la utilidad directa.  "Cada sesión de análisis –ilustra Miller-, con la contingencia, azar y miseria que conlleva, afirma que lo que vivo merece ser dicho. Por esto, una sesión de análisis –que no es nada, que se substrae al curso de la existencia, en la que se formula lo que se puede cuando se está asfixiado y se saca una hora para poder hablar, antes de quedar de nuevo atrapado, rápidamente, por el ritmo de la existencia–, una sesión de análisis, por poco que sea, desmiente el principio de utilidad directa. Supone confiar en una utilidad indirecta, una utilidad misteriosa, una causalidad difícil de precisar, de la que no se conocen los medios de los que se sirve, pero, en definitiva, necesaria."[6]

 

La singularidad del lazo

El síntoma es eso que habla y pide ser analizado si se cree que tiene algún sentido. El síntoma habla incluso para los que no saben escuchar. Sin embargo, si se dirige al analista bajo la suposición de saber, el síntoma se completa con el analista, no sólo bajo esa suposición sino además como partenaire de su fantasma. Pero, también, el síntoma no lo dice todo.

Lacan sigue a Freud en su enseñanza sobre el síntoma que surge como retorno de lo reprimido y cuya verdad está escondida. El síntoma se presenta como verdad a partir de las formaciones del inconsciente, que permiten entrar en el campo del saber y de la interpretación. La interpretación hace aparecer un efecto de verdad pero también hace resonar el goce encerrado.  Emerge así la otra cara del síntoma: el goce; el síntoma se presenta como un modo de goce. Lacan acentúa este lado de goce, el síntoma adviene a partir del goce y, más allá del saber y de la verdad sobre el síntoma, de su sentido, sirve para el goce y se impone como un real por su repetición. La vertiente real cobra una importancia fundamental en su última enseñanza. "Lo real del síntoma es lo que sirve al goce"[7]. 

La pulsión freudiana es la pista que conduce al goce. Es una exigencia de satisfacción, que se satisface porque sí y sin más porque es una descarga que no toma en cuenta el objeto o la representación. En un segundo momento, la pulsión encuentra en el síntoma otra satisfacción, pero que conlleva sufrimiento, se satisface por fuera del principio del placer. El sufrimiento del síntoma es una satisfacción en sí misma, esta es su paradoja. Encuentra satisfacción con el goce que presentifica lo real del síntoma.

El síntoma tiene como núcleo al objeto a minúscula. El objeto a es un resto persistente que mantiene su exigencia, no se puede anular, siempre retorna como goce. El recorrido de un análisis busca producir el objeto a como resto, vacío de sentido, puro semblante. Una vez que se despoja el síntoma de su envoltura formal y significante queda el objeto a para ser nombrado. Pero para eso hay que extraerlo y repatriarlo del Otro. [8] El Otro hace las veces de abrigo del objeto, lo tapa, lo envuelve con los rasgos agalmáticos para hacerlo soportable.  El síntoma es necesario para nombrar al objeto. Se puede nombrar lo innombrable al final del análisis e identificarse al síntoma porque se recupera el objeto a, esa parte de su ser.

Cuando Lacan introduce en Aun la fórmula no hay relación sexual, se produce un cambio de lógica. De la palabra -en la relación significante entre el sujeto y el Otro- que tiene como efecto el sentido, hay un paso a la letra marcada por el goce del cuerpo. El partenaire-síntoma es un medio de goce del saber inconsciente y, de otro lado, es un modo de goce del cuerpo del Otro.

Los seres sexuados hacen pareja a nivel del goce, siempre de manera sintomática. En el Seminario 20 Lacan señala que "el goce se refiere centralmente al que hace falta que no, al que haría falta que no para que haya relación sexual, y permanece todo entero apegado a él". [9] No existe el goce que convenga a la relación sexual, es lo que se deduce de la no relación sexual –de una relación que pueda ponerse en escritura[10]. Entre los sexos solo hay encuentros contingentes. La contingencia remite a algo que se encuentra y no cesa de escribirse. Miller postula que "todo lo que concierne en el análisis al goce, a los modos de goce, a la emergencia del modo de goce particular de un sujeto es siempre del orden de la contingencia"[11]. El encuentro determina la modalidad de goce que para cada uno es singular.

El síntoma permanece, es irreductible. Por un lado, no puede ser reducido a un sentido común. Por otro, el saber asociado al síntoma permite que el síntoma se levante, pero no todo. Freud indica que al final persisten esos restos sintomáticos, lo incurable. Lo real del síntoma, que es lo propio de la experiencia analítica, implica que no podemos darle un sentido último. Dos consecuencias se extraen de este final. La primera es la elevación del concepto de sinthome que incluye esos restos sintomáticos, pero no contiene la vertiente significante. En El Sinthome Lacan indica que no se conoce el sentido que toman las contingencias[12]. Cada uno tiene su propia construcción "delirante" como respuesta al agujero en el saber sobre lo sexual. Lo contingente del encuentro con el goce deviene necesario como síntoma y se repite para hacer semblante de "hay relación".

Por último, la segunda consecuencia es que solo queda saber arreglárselas con el síntoma, es lo que cada pase testimonia. El partenaire-síntoma implica que del síntoma uno no pude desprenderse, "el síntoma designa exactamente aquello con lo que hay que vivir". [13]

NOTAS

  1. Miller, Jacques-Alain. "Un esfuerzo de poesía". La orientación lacaniana III, 5. Curso impartido en el marco del Departamento de Psicoanálisis de París VIII, 5 de marzo de 2003.
  2. Miller, Jacques-Alain. "La ética del psicoanálisis" en Introducción a la clínica lacaniana, RBA Libros, Barcelona, 2006, pág. 156.
  3. Laurent, Éric. Conferencia en el ICBA, Buenos Aires, 27 de noviembre de 2008.
  4. Miller, Jacques-Alain. Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1999, pág. 348.
  5. Laurent, Éric. Op. cit.
  6. Miller, Jacques-Alain. "Un esfuerzo de poesía". La orientación lacaniana III, 5. Curso impartido en el marco del Departamento de Psicoanálisis de París VIII, 5 de marzo de 2003, inédito.
  7. Miller, Jacques-Alain. El partenaire-síntoma,  Ed. Paidós, Buenos Aires, 2008, pág. 51.
  8. Miller, Jacques-Alain. La angustia lacaniana, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2007.
  9. Lacan, Jaques. Seminario, Libro 20 Aun, Ed. Paidós, Barcelona, 1985, pág. 78.
  10. Lacan, Jacques. "Nota Italiana" en El pase a la entrada. Fascículos de Psicoanálisis,  Ed. Eolia, Buenos Aires 1991.
  11. Miller, Jacques-Alain. El partenaire-síntoma, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2008, pág. 357.
  12. Lacan, J.: El Seminario, Libro 23, El sinthome, Ed. Paidós, Bs. As., 2006, pág. 160.
  13. Miller, Jacques-Alain. Op.cit.,  pág. 409.
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