Marzo 2007 • Año VI
#16
Formas contemporáneas de la psicosis

Imagen y perversión en un caso de psicosis

Simone Souto

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Muestra
"Yo la Peor de Todas"
Eduardo Médici

Las diversas caras que puede asumir la psicosis nos permiten indagar distintos modos de anudamiento en el tratamiento analítico. En este caso, una identificación imaginaria al padre y una perversión son intentos fallidos de suplir la no inscripción del padre. El tratamiento analítico logra en este caso la construcción de una alternativa a la identificación melancólica con el objeto en su función de desecho, a partir del soporte transferencial.

Su vida, un tanto agitada, tiene muchas historias, un accidente, un gran amor, episodios de violencia y perversión. Estuvo preso, pasó por varias ciudades, hizo un curso universitario y casi se graduó. Trabajó, fue hippie, pacifista, militante político, y llegó incluso a tener algún reconocimiento en el ámbito de las artes plásticas. Frecuentó el submundo, estuvo con prostitutas, se drogó, bebía mucho. Se casó y tuvo hijos. Fue internado varias veces como alcohólico y, en cierta ocasión que marcó su vida, permaneció un año en un hospital psiquiátrico de agudos.

Cuando comenzó el tratamiento, hace cinco años, en el CERSAM-NOROESTE, su vida estaba restringida a su cuarto y a algunos cuadros que pintaba. No salía de su casa hacía más de un año. Según sus palabras, sufría de "ataque de pánico", tenía miedo de salir a la calle.

Dormía mucho y abusaba de la medicación (tranquilizantes y benzodiazepínicos). Se decía extremadamente deprimido, ansioso y con dificultades para lidiar con el mundo a su alrededor –sensación que lo acompañaba desde muy temprano. Considera su alcoholismo como secundario, una consecuencia de la fuerte angustia que sentía frente al mundo. Sufría, inclusive, de una "agresividad contenida", que a veces descargaba en la esposa y en los hijos.

Se consideraba un liberal. Sin embargo, sometía a su familia a una ley de hierro, a una vida de miedo y restricciones. Rechazaba con violencia cualquier cosa que lo desagradara, pero por otro lado mostraba una gran fragilidad que hacía que con cualquier cambio, la mínima novedad o frustración, lo perturbase de un modo que lo asustaba. Se designaba a sí mismo como una excepción, alguien que no se adaptaba a la realidad. Despreciaba las reglas sociales que transgredía en nombre de la naturaleza, de la libertad y de un mundo sin diferencias.

Era capaz de las abyecciones más bajas en nombre de los más elevados ideales. Tiene, también, un conocimiento razonable de filosofía y una especial predilección por Nietzsche, pero dice usar todo lo que sabe para acabar con la sociedad que, a veces, le parecía "un rebaño de ganado, sin inscripción en la cultura, sin ley".

Su padre muere hace un año aproximadamente, lo que –desde entonces- fue motivo de profundas depresiones. El miedo de morir era tema de profusos devaneos intelectuales que, con frecuencia, concluían en temblores y sudores corporales. A veces, se mostraba extremadamente cortés y, otras veces, era casi pornográfico.

Durante algún tiempo, en sesiones diarias, desarrolló el hilo de su historia, haciendo emerger un montón de actuaciones y de síntomas que evocan los cuadros de Arcimboldo comentados por Lacan en El Seminario VIII, en los cuales la acumulación de una montaña de objetos realiza una imagen pero, al mismo tiempo en que la apariencia de esa imagen es mantenida, algo se manifiesta como desagrupamiento de los objetos y toda forma se desvanece, demostrando el logro y la fragilidad de su sustancia.

Esa fragilidad, como veremos, evidencia en este caso la carencia de identificación a un rasgo unario y una falencia en la transmisión de la ley simbólica. Así, será a través de su particular relación con el goce, como ilustran los hechos más significativos de su vida, que él va a componer un escenario imaginario, en el intento de dar alguna consistencia a su ser. En otras palabras, será a través de la perversion que él intentará construir una versión que haga las veces de nombre del padre, que no le fue transmitido.

El padre siempre fue un personaje central en su vida. Era un hombre culto, profesor de lenguas, artista plástico de algún renombre y, según él, profundo conocedor de filosofía. Pero era también extremadamente violento y agresivo, pegaba a su mujer y a los hijos. Expulsado, por haber agredido a un alumno, del colegio donde enseñaba, se vuelve detective de la policía y acumula varios procesos por agresión.

Describe a su padre a su imagen y semejanza, él lo ha copiado. No se trata aquí de la identificación a un rasgo, sino a la imagen, a la persona del padre.

De ese modo, sentirá la muerte del padre como "algo insoportable, comparable a la inexistencia de Dios". Su padre murió, pero continuaba siendo esperado por el hijo. Además, había sido así desde la infancia. El recuerdo de las noches despierto, a la espera de su padre, retorna varias veces en su tratamiento. El no soportaba su ausencia. Sin embargo, es solo a partir de un accidente de auto a los catorce años, que lo deja en coma por varios días, que él comienza a temer la muerte del padre. Este era quien manejaba y fue el responsable del accidente. Sus problemas con la ley, la violencia y la bebida, también aparecen en esa época: su madre decía que, antes del accidente, él había sido un "niño bueno". Es solo hace poco tiempo que él puede dar la siguiente interpretación para la aflicción que la ausencia del padre le provocaba: "la falta de él me dejaba a merced de mi madre, tenía miedo de quedarme solo con ella".

En lo que concierne a la madre, un recuerdo lo acompañaba: ella amamantaba al hermano, él le pide beber su leche y, frente a ese pedido, la madre le ofrece la leche en la cuchara.

Esa escena se vuelve, para él, una referencia a partir de la cual se articula una serie de relaciones incestuosas que marcarán su vida. A los 18 años, tuvo una relación amorosa con su tía, que él resume de la siguiente manera: "ella me protegía, me sostenía, me tenía en cuenta". Cerca de los 20 años, ya casado y padre de su primer hijo, agrede e intenta violar a otra hermana de su madre, lo que motivó una larga internación. Estaba alcoholizado hacia varios días, andaba desnudo dentro de su casa y su hijo lloraba de hambre. Llama entonces a su tía pidiéndole dinero para comprar leche. Ella va a su casa, lo compara con Adonis, pero no le lleva el dinero. Es entonces que, según sus palabras, "escenifica" un abuso: "sinceramente, no era mi intención, pero mi mujer quedó demudada, hizo un escándalo, vino la policía y me internaron". Relata también que durante un cierto período, fue compelido a tocar el cuerpo de su hija, impulsado por el pensamiento de que, como padre, su deber era darle placer. Dice que todo eso lo hizo sentir "despreciable, inmundo, repulsivo" y tiene que ver, según sus propias palabras, con su "deseo destructivo de estar siempre ocupando el lugar de resto, de escoria, de aquello que no sirve para nada". Es así como se siente también cuando bebe y pasa días en la calle, mezclado con los mendigos de su barrio –" un hombre caído".

Podemos decir entonces que, en ese caso, la perversión tendría como objetivo último la corporificación de la dimensión de deshecho, es decir, la realización de la posición de objeto –manera en la cual él intenta construir un poco la realidad que le falta.

En los últimos tiempos, sin embargo, se ha presentado otra vía. Constata que su familia precisa de un padre. Habla de la dificultad de ocupar ese lugar considerando que, con su padre, aprendió solo dos formas de funcionar: "pegar y ser pegado". Hace ya algún tiempo que no utiliza más la violencia para con sus hijos, y encuentra que el modelo de su padre ya no le sirve. Su esposa, como él, siempre está deprimida, y no consigue ocuparse de las tareas domésticas. Su casa es un desorden y cree que precisa hacer algo para organizar esa familia.

Curiosamente, el modo que encuentra es ocupándose de las tareas domésticas, ya que los pocos recuerdos agradables de su infancia se refieren a una cierta rutina de su casa y el aroma de los bizcochos que su madre hacía. Pasa entonces a hacer el almuerzo todos los días, prueba siempre una nueva receta de dulces para el postre, y ayuda a los hijos en los deberes escolares. Dice que, después de haber tomado esa decisión, sus hijos están un poco más organizados y su esposa resolvió ocuparse de ordenar la casa. Su vida mejoró pero, desde entonces, pasó a tener dificultades para mirarse al espejo. Siente un cierto extrañamiento que llama "crisis existencial": no acepta lo que ve, aquel rostro, aquel cabello... Le digo entonces que él incluso ha cambiado mucho su forma de ser últimamente, pero que me parece bien cómo está. Resuelve así pintar un auto-retrato. El resultado le agrada.

 

La dimensión transferencial y la relación con la institución

Es importante destacar que, aunque desde el inicio ese tratamiento haya estado marcado por una transferencia bien localizada y dirigida al analista, la institución no dejó de desempeñar también una función fundamental.

Durante el primer año de tratamiento, el paciente frecuentó el CERSAM-Noroeste diariamente, bajo la modalidad que llamamos "hospital de día". Eso permitió que él, amparado por la institución donde según sus palabras, se sentía "protegido", realizase algunas modificaciones importantes en lo que concierne a su relación con el Otro y a un cierto reestablecimiento de los lazos sociales. Así, si al principio el paciente asumía una actitud provocativa respecto a los otros, o simplemente se desligaba de todo lazo y se pasaba todo el tiempo durmiendo, a medida en que el tratamiento prosiguió, se volvió capaz de hacer algunas amistades, trasladar su atelier al CERSAM e incluso llegó a organizar, en el espacio institucional, una exposición de sus cuadros y de trabajos de otros pacientes.

Al final, ese modo de relación con la institución está marcado por un descubrimiento que él explica en los siguientes términos: "El CERSAM tiene efectos colaterales! Aquí me siento protegido, pero tengo miedo de enfrentar al mundo. Eso me aparta de mi familia. Tengo miedo de los fines de semana. Solo consigo estar bien aquí". Para resolver ese problema, sólo consigue en pensar en una solución: interrumpir el tratamiento. Dice que está apasionado conmigo y que, por eso, debería echarlo fuera. Le digo que, aun así, él debe proseguir su tratamiento.

Una breve interrupción tiene lugar, pero vuelve alegando que, de hecho, no estaba bien y precisa tratarse. Dice también que había mentido a propósito de su pasión por mí. La verdad era que no soportaba gastar más el dinero de su esposa para poder concurrir diaramente al CERSAM. Destacando que él debería modificar su relación con la institución para que pudiera tratarse también de los efectos colaterales causados por ella, le ofrezco la alternativa de un tratamiento ambulatorio, con dos sesiones semanales.

Esa intervención promovió una disolución de su relación alienante con el CERSAM y al mismo tiempo le permitió una "trivialización de la transferencia" que ha sido decisiva para la conquista de algunos cambios subjetivos. El carácter indispensable y necesario que confería su permanencia diaria en la institución, da lugar a una nueva relación con el tratamiento, donde la contingencia es admitida –el tratamiento continúa siéndole fundamental, y sigue una periodicidad bien definida, pero el paciente se permite ahora, también, ir o no ir a la institución, en tanto le sea asegurada la presencia del analista.

Así –casi diariamente- me llama por teléfono y, al verificar mi presencia, puede en algunas circunstancias, en función de su estado o de sus ocupaciones, pactar conmigo si es apropiado combinar –o no- una sesión más.

Traducción: Marina Recalde

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