Agosto 2006 • Año V
#15
Dossier Nuevas ficciones familiares

Transformaciones en el matrimonio

Deborah Fleischer

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Las imágenes nunca son neutrales

Tal como su título lo anuncia, la autora desarrolla un exhaustivo análisis de las transformaciones que la institución del matrimonio ha sufrido a lo largo de la época, para luego abordar la problemática actual en lo que se refiere a los lazos de familia y los modos en que se presenta en nuestra época. Concluyendo, dice la autora citando a Lacan que para el psicoanálisis la familia, hoy, no tiene su origen en el matrimonio, en tanto no está formada por el marido, la esposa, el hijo sino por el Nombre del Padre como función, el Deseo de la Madre y el niño como resto de esa cópula imposible.

Sobre el matrimonio se pueden leer textos clásicos como el de Lucy Mair, quien considera que en ella la paternidad es el elemento primordial. Los padres son hombres que dan su nombre, su situación social –en la medida que ésta sea hereditaria – a los hijos de la mujer con la que han celebrado un contrato. Una de las funciones sociales del matrimonio es la asignación de un lugar. San Pablo indica también que es "mejor casarse que arder". Eso implica en el matrimonio, el control sobre los cuerpos. En la ética cristiana el separar lo que Dios ha unido es un pecado. Las mujeres no debían estar solas y tenían tres destinos posibles: el padre, el marido o Dios. En las sociedades patriarcales de Europa se les asignaba esas tres funciones citadas por Freud: Kinder, Kirsche, Kusche (niños, iglesia, cocina).

Szasz sostiene que el matrimonio es un arreglo que cumple múltiples funciones: satisfacción de las necesidades sexuales, regulación de las relaciones sociales y continuación de la raza.

A esto cabe agregar que la influencia de la economía de mercado parece haber impuesto condiciones "utilitaristas", introducidas por el discurso capitalista. Así, el matrimonio, al no producir "ventajas", llevó a la cohabitación, creando –afirma el economista Gary Becker en Tratado sobre la familia (1987) – la ilusión de dejar la puerta abierta para aquel que teme perder su libertad individual.

Desde el punto de vista de la Historia social, la "unidad conyugal" ha sido tratada como un mecanismo social y económico de alianzas familiares que refleja el comportamiento familiar de las elites. Al estudiar los sectores populares, se modifican por un lado las estrategias metodológicas, y además eso permite entender desde el punto de vista de la historia social, la interacción con el mundo publico del poder y la producción social [1] [2]

 

El pacto simbólico

La regla por la cual el cónyuge debe buscarse fuera del grupo, sabemos, se llama exogamia. La descendencia se traza en muchas sociedades de forma unilineal, constituyéndose los linajes. Los linajes pueden organizarse en clanes con un nombre en común. Los miembros de un mismo clan tienen la prohibición de contraer matrimonio entre ellos (excepciones: ciertas tribus árabes que consideran importante la descendencia patrilineal y donde son permitidos los matrimonios de un mismo linaje).

Lévi-Strauss dice que todo matrimonio es un encuentro dramático entre la naturaleza y la cultura, entre la alianza y el parentesco; mientras Lacan en La familia (1977a) sostiene la tesis de que las relaciones de parentesco en el interior de la familia, en toda su complejidad, se realizan a partir del casamiento, casamiento que no se apoya en lazos sanguíneos, sino en lazos significantes. Se trata de un acto dependiente de un intercambio, acto entonces simbólico que sólo se funda en la palabra.

 

Algunos antecedentes

En el matrimonio precristiano era el hombre quien podía terminar el matrimonio en cualquier momento. En el siglo IV el matrimonio se convierte en un sacramento sagrado y cerca del siglo IX es declarado indisoluble. Secularizado después de la Revolución francesa, en el siglo XIX el matrimonio civil se hizo obligatorio y actualmente sólo en Grecia, Israel (para los judíos) y la ciudad del Vaticano es obligatoria una ceremonia religiosa. Sabemos que este orden no puede pensarse en términos absolutos, ya que podemos detectar en la historia movimientos no lineales. Así, en el matrimonio en la época previa a Constantino había asociación por consenso mutuo y también divorcios consensuados, tal cual lo consigna Norbert Elias en su artículo "El cambiante equilibrio de poder entre los sexos" (1998).

En la Edad Media el sacramento unía a dos almas fieles, a dos cuerpos aptos para la procreación y a dos personas jurídicas. Había una santificación de los intereses de la especie y de la sociedad. En el Antiguo Testamento, el rey David raptando a Betsabé comete un crimen. Pero cuando Tristán rapta a Isolda esto ya es considerado un romance. Hay en juego dos morales: la heredera de la ortodoxia religiosa y la derivada de una herejía, la moral pasional.

Si bien el tema que me ocupa está ligado al matrimonio burgués, me interesaba ubicar algunos antecedentes por la posición sustentada por Norbert Elias con relación a los movimientos no lineales. No se trata en este desarrollo de una posición que hablaría de nostalgias del pasado ni de "evolución y progreso".

El matrimonio burgués nace hace más o menos 200 años, cuando se disuelve la nobleza. Se crea la afinidad electiva. Hay una institucionalización de las relaciones que surgían a partir de vínculos espontáneos. La pareja burguesa sin embargo no siempre respetó este modelo y perpetuó el matrimonio en el cual se sellaban acuerdos ligados al poder. Una manera de proteger el matrimonio fue la prostitución. Ésta era un reaseguro para mantener la tranquilidad entre dos personas que carecían del juego vital de los cuerpos. Se creía así que si los hombres encontraban su satisfacción, el matrimonio no iba a explotar.

Surge la oposición entre el matrimonio como una institución hecha para durar versus el culto al romance. La búsqueda de la felicidad individual prima sobre la estabilidad social. Conjuntamente surge la emancipación de la mujer (entrada en la vida profesional y reivindicación de igualdad). Si la unión de personas es voluntaria, es necesaria la introducción del divorcio como posibilidad de elegir continuar o no al lado de alguien.[3]

 

Amor y sexualidad

Una de las características de la familia moderna es la relación que se produce entre amor y matrimonio. Ello no significa que en el pasado el amor o el afecto entre los cónyuges no hayan existido sino que ese tipo de sentimientos no necesariamente debían estar presentes en el matrimonio. Sobre todo entre niveles elevados de la sociedad las relaciones las alianzas resultaban de arreglo entre familias y el vínculo emocional entre los cónyuges era una cuestión secundaria. Se ha llegado a decir incluso que en esas sociedades la institución matrimonial era lo suficientemente importante como para que no se la dejara librada a los caprichos del amor, un sentimiento que aparece asociado a elecciones contrarias al sentimiento familiar.[4]

Las representaciones del amor, su papel en la elección del cónyuge y en la vida sexual de los matrimonios han sido explorados por Jean Louis Flandrin[5], en indagaciones que combinan el inteligente aprovechamiento de los hallazgos de la demografía histórica y la exploración de textos eclesiásticos, jurídicos y literarios. Según este autor el estatuto del amor en el siglo XVI era mucho más complejo que en nuestros tiempos. El amor romántico y el amor puramente carnal eran exaltados por la por la poesía y el teatro, al tiempo que los moralistas laicos y sobre todo eclesiásticos condenaban la pasión amorosa en todas sus formas como opuesta al verdadero amor que era el sagrado. Sólo recientemente la iglesia católica exalta el amor conyugal en tanto sentimiento que involucra cuerpo y espíritu. En el pasado consideraba que la sexualidad solo le fue dada al hombre para procrear, servirse de ella para otros motivos solo es pervertir la obra de dios.[6]

Del análisis de los títulos de obras aparecidas a lo largo del siglo XVIII Flandrin concluye que en las últimas décadas de ese siglo se habría gestado una cierta aproximación entre amor y matrimonio al menos entre las élites. Evidencias de ello encuentra en la mayor frecuencia de títulos en los que se encuentran términos como "amor" y "matrimonio" o en los que aparece la expresión amor "conyugal". Por entonces se habría producido un verdadero entusiasmo por el amor conyugal al menos dentro de ciertos niveles sociales y por eso los editores publicaban obras sobre un tema al que antes desatendían.

Aun entonces los moralistas católicos se ocupaban poco sobre este tema cuando trataban del amor o del matrimonio. Constituía una novedad exigir a los cónyuges otra cosa que muestras exteriores de benevolencia o respeto y observación de los deberes de su estado. Aun son contados los catecismos que exigen el amor conyugal. De todos modos no es el nuestro, nosotros aspiramos que lo los esposos se vean movidos por el amor. En uno de los pocos catecismos citados por Flandrín donde se predica el amor conyugal este no tienen nada que ver con el nuestro. El amor conyugal es considerado como una pasión domesticada, un sentimiento tierno y razonable e incluso un deber. Para que fuese otra cosa que un deber hubiera sido necesario casarse por amor.

De todos modos algo debe haber cambiado en ciertos niveles sociales, hasta avanzado el siglo XIX se seguiría escribiendo contra el matrimonio por amor pero ya eran muchos los que a partir de la segunda mitad del siglo XVIII estaban dispuestos a asumir su defensa. La paulatina afirmación de esta nueva concepción puede seguirse a lo largo de las sucesivas ediciones del Diccionario de la Academia francesa. La edición de 1835 enumera después del matrimonio por inclinación los matrimonios "de conveniencia", "de razón" y "por interés" en tanto que la edición de 1876 estas tres últimas definiciones se contraponen al matrimonio por inclinación.

En cuanto a la legislación sobre el matrimonio refleja un movimiento aun más complejo. La emergente retórica en favor del amor conyugal, justifica de modo paradójico los antiguos edictos que prohibían a los hijos contraer nupcias sin el consentimiento de los padres: estos deben consentir los sentimientos de los jóvenes en tanto resulten apropiados pero los jóvenes pueden no ser capaces del discernimiento necesario para ligarse a un lazo indisoluble. En estos casos los padres deben intervenir para evitar que contraigan compromisos "precipitados" o "indignos". Es posible ver aquí la inercia del derecho cuya evolución exhibe siempre cierto retraso respecto a los cambios que se registran al nivel de las prácticas y representaciones que ganan creciente aceptación. Pero a la vez puede sugerirse como señala el mismo Flandrín que la perdurabilidad de esta legislación refleja los imperativos del orden social y la necesidad de mantener las fronteras entre las clases. Incluso la opinión ilustrada no podía ir mas allá pues el matrimonio era la clave de las jerarquías y del orden social.

En conexión con sus estudios sobre la evolución de las concepciones en torno al matrimonio otros aportes de Flandrín contribuyeron a cuestionar el mito que asociaba el sexo a la reproducción y a iluminar la historia de las prácticas de contracepción.

Durante mucho tiempo se consideró que en el occidente cristiano la misma idea de contracepción era impensable. Esta imagen comenzó a revisarse cuando ciertos trabajos mostraron la larga historia de condenas medievales que -al igual que los debates teológicos y morales respecto a la cuestión- debían necesariamente responder a cierta realidad y concretamente a las diversas técnicas conocidas en el ámbito de la prostitución.

Son dos los interrogantes por los cuales Flandrin encuentra esta reconsideración del problema poco satisfactoria. En primer supone una relación muy directa entre el comportamiento de los cristianos y la doctrina eclesiástica: las prescripciones religiosas habrían sido absolutamente eficaces para modelar la conducta de las poblaciones y sólo escaparon a su influjo grupos marginales. Por otro lado en sociedades donde la ilegitimidad de los nacimientos no es muy elevada y en las que debido a la tardía edad de casamiento suelen transcurrir diez años entre la pubertad y el casamiento, difícilmente pueda pensarse que los hombres y las mujeres de esos siglos hayan conservado la castidad durante un lapso de tiempo tan prologando.

Ya desde los primeros siglos de la era cristiana los teólogos siguiendo la doctrina de los padres de la iglesia englobaban en el concepto de "pecado contra naturaleza "todos los actos sexuales que no culminaban en la inseminación de la mujer a los que consideraban faltas de mayor gravedad que el incesto o el rapto de una religiosa. Toda búsqueda de placer carnal es condenada: el sexo entre los cónyuges se justifica en tanto obra de creación querida por dios y la naturaleza. En este sentido y siendo que el fin de las relaciones extraconyugales es exclusivamente el placer, el uso de métodos contraceptivos en estas relaciones no agrega nada al pecado de fornicación. Para Flandrin la iglesia aunque condena la anticoncepción tanto fuera como dentro del matrimonio es particularmente severa con ésta última.

Este tipo de valoración puede verificarse ya en el siglo XV y XVI entre los pensadores laicos como Brantôme quien al referirse al coito interrumpido señala que "hay muchas mujeres que obtienen un gran placer por tenerlo de sus mamantes y de otros no, las cuales no quieren permitir que se les deje nada dentro, tanto para no suponer hijos a sus maridos que no son de ellos, como por parecerles no actuar erradamente ni hacerlos carnudos si el roció no les ha entrado dentro"[7].

Pero también en Sánchez el más importante especialista en el tema del matrimonio de la Compañía de Jesús puede leerse "la no seminación no es tan intrínsecamente mala que jamás es permitida por una razón muy perentoria (…) Lo que se reconocerá aquí: a saber, para que no se consume el acoplamiento fornicador en grave detrimento de la educación del niño. Y el fornicador no será acusado de falta si, retirándose de la mujer, eyacula involuntariamente fuera de la cavidad. Porque la polución involuntaria salida de una justa causa es n3ecesaria y absolutamente inocente, asimismo está exenta de falta la mujer que fornica cuando, guiada por la penitencia del crimen cometido, escurre su cuerpo para no recibir el semen viril y no consumar la fornicación comenzada, Y no se le atribuirá culpa si el hombre dispersa su semen fuera. Porque esa no es su intención, y se consagra a una cosa lícita la que se arranca al crimen comenzado"[8]

A través de textos como los anteriores Flandrin sugiere que el coito interrumpido no sólo estaba generalizado por lo menos entre los medios cortesanos, sino que parece practicarse fuera del matrimonio por razones morales. La idea de relaciones ilegítimas siempre había conllevado la de esterilidad. La contracepción solo podía intentarse fuera del matrimonio y para evitar el escándalo. Mas tarde, durante el siglo XIX el coito interrumpido sería uno de los principales métodos anticonceptivos utilizados por los matrimonios franceses[9], pero desde mucho antes era conocido en las relaciones ilegítimas donde el hombre esta dispuesto a sacrificarse por complacer a la mujer y proteger su reputación tal como ocurría en la antigua tradición del amor cortés.

¿Qué subrayan de esta historia los psicoanalistas?

Lacan (1983) lo describe así:

En el curso de la historia siempre hubo, en este orden, dos contratos de índole muy diferente. Entre los romanos, por ejemplo, el matrimonio de las personas que poseen un nombre, realmente uno, el de los patricios, los nobles –los innobiles son exactamente aquellos que no tienen nombre–, tiene un carácter altamente simbólico, que le es asegurado mediante ceremonias de naturaleza especial; no quiero entrar en una descripción pormenorizada de la confarreatio. Para la plebe existe también un tipo de matrimonio basado tan sólo en el contrato mutuo, y que constituye lo que técnicamente la sociedad romana llama concubinato. Sin embargo, precisamente la institución del concubinato, a partir de una cierta fluctuación de la sociedad, se generaliza, y en los últimos tiempos de la historia romana incluso se ve al concubinato establecerse en las altas esferas, a fin de mantener independientes los estatutos sociales de los miembros de la pareja y muy especialmente los de sus bienes. Dicho de otro modo, la significación del matrimonio se va desgastando a partir del momento en que la mujer se emancipa y tiene, como tal, derecho a poseer, pasando a ser un individuo en la sociedad. (p. 391)

Para Freud en El malestar en la cultura (1948, Vol. III), el motor de esas dos instituciones que son el matrimonio y la familia es Eros (p. 3017). Pero a Freud no se le escapa que en el origen el amor es siempre un amor ligado al goce sexual. Por eso Foucault dirá que uno de los grandes logros del psicoanálisis fue unir dos grandes sistemas, el de la alianza y el de la sexualidad a través del concepto de unión del complejo de Edipo.

En Lacan la categoría de palabra fundante está en la dirección que Austin da a los actos de palabra en general (Lacan, Seminario 15, clase de 7/2/68). Todo lo que John Langshaw Austin dice del matrimonio, la posibilidad de que haya bigamia, las circunstancias en que se realiza la ceremonia para garantizar que el matrimonio sea válido, implica al mismo tiempo la necesidad de que dos personas den el sí. Forrester relata el ejemplo de un caso de Lacan en el que un analizante le dice: Donc, Je me marie demain. Lacan respondió: Avec qui? La intervención de Lacan podría considerarse una pregunta amable sobre si el sujeto estaba tratando de escabullirse de su compromiso con la palabra fundante, como si el "yo soy tu esposo" le hubiera hecho olvidar el correlativo necesario "tú eres mi esposa". Esto le hace afirmar que Lacan ratifica la idea de la íntima relación del yo y el tú en la palabra fundante. (Debemos entender que el verbo marier puede usarse de manera transitiva y reflexiva.)

También con respecto al adulterio, Lacan, pondrá en juego el compromiso de la palabra.

En el Seminario 2 introduce el tema a partir de preguntarse:

¿Qué puede justificar la fidelidad, fuera de la palabra empeñada? Pero la palabra empeñada a menudo se empeña a la ligera. Si no se la empeñase así, es probable que se la empeñaría mucho más raramente, lo cual detendría de un modo sensible la marcha de las cosas, buena y digna, de la sociedad humana. Como hemos observado, esto no impide que se la empeñe y que produzca todos sus efectos. Cuando se la rompe, no sólo todo el mundo se alarma, se indigna, sino que además esto trae consecuencias, nos guste o no. Esta es precisamente una de las cosas que nos enseña el análisis, y la exploración de ese inconsciente donde la palabra sigue propagando sus ondas y sus destinos. ¿Cómo justificar esa palabra tan imprudentemente comprometida y, hablando con propiedad –de esto jamás dudó espíritu serio alguno–, insostenible?

Intentemos superar la ilusión romántica de que lo que sostiene el compromiso humano es el amor perfecto, el valor ideal que cobra cada uno de los miembros de la pareja para el otro. Proudhon, cuyo pensamiento todo es contrario a las ilusiones románticas, intenta, en un estilo que a primera vista puede pasar por místico, dar su estatuto a la fidelidad en el matrimonio. Y encuentra la solución en algo que sólo puede ser reconocido como un pacto simbólico. (Lacan, 1983, p. 404)

Esta confirmación del sí como pacto simbólico puede encontrarse también en la literatura. Por ejemplo, en la obra El matrimonio de Gombrowicz (1973). Henri dice que se administrará a sí mismo los sacramentos del matrimonio, y esto después requiere de una confirmación.

Posteriormente para Lacan, no habrá palabra fundante ya que el performativo[10] no es sin relación a la autoridad.

 

La clínica

¿Qué cuestiones ligadas al matrimonio se escuchan en los consultorios como protesta o duda manifiesta? La infidelidad, la queja por un partenaire insoportable, los fracasos matrimoniales y sexuales, la decisión de casarse o no, el aburrimiento.

Del Seminario 8 extraje un recorte clínico presentado por Lacan:

Déjenme aún, para finalizar, hablarles del caso de una paciente. Digamos que ella se toma más que libertad con los derechos, sino con los deberes del lazo conyugal, y que, Dios mío, cuando tiene una relación, sabe llevar las consecuencias hasta el punto más extremo de lo que un cierto límite social, el del respeto ofrecido por la fachada de su marido, le ordena respetar. Digamos que es alguien, para decirlo todo, que sabe sostener y desplegar las posiciones de su deseo admirablemente bien. Y prefiero decirles que con el pasar del tiempo ha sabido mantener en el seno de su familia, quiero decir sobre su marido y sobre sus amables retoños, completamente intacto el campo de fuerzas, de exigencias, estrictamente centradas sobre sus propias necesidades libidinales.

Cuando Freud nos habla en algún lugar, si recuerdo bien, de la moral, a saber las satisfacciones exigidas, no hay que creer que esto siempre falla. Hay mujeres que tienen éxito, con la sola excepción de que ella, sin embargo, necesita un análisis.

¿Qué es lo que durante un buen tiempo yo realizaba para ella? Yo era su ideal del yo en tanto el punto ideal en que el orden se mantiene, y de una manera aún más exigida, que es a partir de allí que todo el desorden es posible. En resumen, no se trataba en esa época de que su analista pasara por un inmoral. Si yo hubiese tenido la torpeza de aprobar tal o cual de sus excesos, habría que haber visto el resultado de eso; más aún, lo que ella podía entrever de tal o cual atipía de mi propia estructura familiar o de los principios con los cuales educaba a aquellos que están bajo mi manto, que no era sin abrir para ella todas las profundidades de un abismo rápidamente vuelto a cerrar.

No crean que es tan necesario que el analista ofrezca efectivamente, gracias a Dios, todas las imágenes ideales que uno se forma sobre su persona. Simplemente, ella me señalaba en cada oportunidad todo aquello de lo cual no quería saber nada en lo referente a mí. La única cosa verdaderamente importante, es la garantía que ella tenía, con seguridad pueden creérmelo, de que en lo referente a su propia persona yo no chistaría.

Pues bien, ustedes ven, al considerar la verdadera dinámica de las fuerzas, es aquí que el analista tiene que decir su pequeña palabra, los abismos abiertos, se podría hacer de ellos como lo que está para la perfecta conformidad de los ideales y de la realidad del análisis. (Lacan, Seminario 8, clase del 31/5/1961)

Lo que Lacan señala aquí es que el matrimonio con su palabra empeñada constituye un semblante porque pretende velar la imposibilidad de la relación sexual. Que esta mujer que no tiene problemas con el deseo necesita sin embargo un análisis. Juega con una triple cuestión: Que ella intenta ubicar a su analista como yo ideal y que intenta ponerlo a prueba en un doble sentido: probar que sin ser moralista tiene una posición ética, no sólo porque se abstiene de empujarla en su decisión sino porque se abstiene como analista, siendo como dice Lacan que esta mujer tiene los pechos más lindos de París.

Dirá Lacan que para el psicoanálisis la familia, hoy, no tiene su origen en el matrimonio, en tanto no está formada por el marido, la esposa, el hijo sino por el Nombre del Padre como función, el Deseo de la Madre y el niño como resto de esa cópula imposible.

 

Transformaciones

Hoy vivimos en un mundo en el que, por lo menos manifiestamente, la virginidad femenina perdió valor y la infidelidad masculina y el machismo son menos tolerados. La virginidad, prenda de recato de otras épocas, era una especie de dote simbólica que reglaba los papeles de hombres y mujeres en el matrimonio, bajo el supuesto de que ella debía estar despojada de las pasiones corporales. Ese era el valor asignado a la virginidad en el siglo pasado y a principios de éste. Freud, hijo de esa época, escribió en 1918. "El tabú a la virginidad" (1948, Vol. III), donde explica el resentimiento que la mujer tiene con aquel al que entregó su virginidad. Esta hostilidad la metaforiza con la obra Judith y Holofernes, argumentando que Judith le corta la cabeza a aquel a quien se entregó por primera vez, no sólo para salvar a su pueblo sino justamente por esta hostilidad. No siempre fue así. En el Antiguo Régimen había costumbres más relajadas. La reaparición de la virginidad –dice la historiadora Dora Barrancos (1997)– fue un capítulo más del sistema de autorregulación de la burguesía. "Se estaba construyendo un mundo nuevo que necesitaba crear sus propios pactos. Como en el poder burgués ya no existía un rey que dijera que estaba bien y que mal, los sectores acomodados promovieron el control social a partir de normas a las que ellos mismos aceptaron someterse" (p. 36).

Las jóvenes actuales van más rápido a la cama (transformación de la moral sexual) que hace cien años e intentan hacer existir a la mujer como sujeto de derecho. Esto hace que podamos decir "todos iguales ante la ley", lo que nos lleva a preguntarnos como analistas de qué manera incidirá en relación al goce. Para las mujeres su igualdad de derechos y para los hombres la presencia de objetos de goce aportados por la ciencia que las mujeres solían rechazar, aquellos objetos nombrados como gadges en "La tercera" (Lacan, 1980, p. 186). Estos objetos de consumo llevan a una realización de goces autoeróticos, en los que los cuerpos mismos se presentan como objetos de consumo. Verificamos que la no-existencia de un lugar vacío hace que ese pacto simbólico haya dejado de tener el valor que tuvo en otras épocas, y eso lleva, como lo indica Lacan (1980), o a que no se empeñe la palabra o que se la empeñe a la ligera.

Se ha producido en los últimos años una modificación en el reparto de lo masculino y lo femenino, influido también por la entrada de la mujer en el mercado del trabajo, participando de la búsqueda desenfrenada, ahora para todos, de la productividad que ha impactado también produciendo un empuje al consumo.

Anthony Giddens (1995) postula que es necesario advertir el carácter experimental de la vida diaria moderna. Hoy en día –afirma – las personas tienen que decidir no sólo cuándo y con quién se casan, sino si van a casarse. "Tener un hijo no tiene que estar vinculado necesariamente al matrimonio, y es una situación que se diferencia de la de épocas anteriores donde esto parece natural" (Giddens, 1995, p. 84).

Con respecto a la formalización de las parejas homosexuales, acuerdo con J.-A. Miller (1999b) cuando señala que el sexo no conduce a ninguno de nosotros hacia el partenaire natural. La prueba de esto se puede encontrar, entre otras, en las actuales legislaciones que aceptan la legalidad de los derechos consagrados de parejas homosexuales, aceptando uniones de hecho y reconociendo, por ejemplo, beneficios sociales a estas parejas. J. A. Miller mismo admite como homenaje a Foucault haber firmado un manifiesto para que las parejas homosexuales puedan obtener algunos beneficios que se otorgan a las parejas casadas.

Vemos que al mismo tiempo en que algunos alegan la extinción del matrimonio, hay otros que reivindican estas uniones como nuevos semblantes. Pero una cuestión es firmar un manifiesto y otra distinta la posición del analista, que suspende su juicio en cuanto a la elección sexual del sujeto. Al igual que en el caso del adulterio y del derecho al origen, se trata de saber que son semblantes que responden a la falta en el origen y a la ausencia de la relación sexual en lo real. Al final de un análisis se verá cómo el sujeto consiguió regular la cuestión del partenaire. Puede haberlo regulado por el lado del amor, de la distancia, de la resignación, de la rebeldía, de la separación. El psicoanálisis responderá con el caso por caso.

NOTAS

  1. Deborah Fleischer (EOL). Autora del libro Clínica de las transformaciones familiares. Grama (2003 -2da. Edición 2004)
  2. Cicerchia, R".Familia, la historia de una idea", en Vivir en familia, pag.53.
  3. El Journal of Family History , inaugura un campom interdisciplinario para estudiar la familia.
  4. Es a partir de estas comparaciones que Denis de Rougemont en El amor en occidente (1987) ubica la crisis de la institución matrimonial moderna a partir de la pérdida de tres valores agrupados en lo sagrado, lo social y lo religioso.
  5. Bestard, Joan: Parentesco yModernidad, Paidos, 1998, p. 91.
  6. Flandrin, Jean-Louis: Orígenes de la familia moderna, Crítica Barcelona, 1979 y La Moral Sexual en Occidente, Granica, Barcelona 1984.
  7. En lo que sigue se exponen las ideas desarrolladas por Flandrín en los artículos "Amor y Matrimonio en el siglo XVIII" y "Contracepción, matrimonio y relaciones amorosas en el occidente cristiano", capítulos 5 y 7 de su obra La Moral...
  8. Les Dames Galantes citado en Flandrín "Contracepción..." pp. 137-138.
  9. De Sancto matrimonii sacramento, citado en Flandrín "Contracepción…" pp. 139.
  10. Lo mismo ha sido señalado para la mayoría de los países de la Europa occidental. Véase al respecto Wrigley, E. A.: Historia y Población, Crítica, Barcelona, 1989, pp. 189 y sigs.
  11. Performativos son los verbos realizativos (neologismo proveniente de realizar). Si digo "yo juro", el verbo y la acción se juntan. Ver Austin, 1982.
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