Febrero 2006 • Año V
#14
Dossier Depresión

Freud y la psiquiatría de los humores

Marcelo Veras

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Pablo Garber
Expuesta en la Muestra de Virtualia, Palais de Glace, agosto 2005.

Nuevamente nos encontramos con la distinción manía-melancolía, para explicar el fenómeno de la depresión, desde la enseñanza freudiana. La manía toma como explicación un exceso libidinal que se vuelve disponible al término de trabajo de duelo, pero también se la considera al sentimiento de culpabilidad y a todas las consecuencias de la dominación del ideal del yo sobre el yo como fundamental para el destino tímico del sujeto.

Es así, que los llamados Trastornos de Humor, inscriptos por el psicoanálisis –a partir de Freud- en la serie psicótica, se caracterizan por fenómenos de sustracción de goce pero, igualmente, de exceso. Estos fenómenos se disocian por no poder ser conjugados mediante el significante fálico, falo que conjugaría estas dos vertientes, que son en suma las dos vertientes del significante (vaciamiento de goce y, al mismo tiempo, por la falta incluso, condición de goce). Y de este modo, la vertiente melancólica se contrapone a la vertiente de los delirios schreberianos.

"Les fous et les sottes ne voient que par leurs humeurs"
Máxime 414, La Rochefoucauld

El bien decir en Lacan se encuentra en el pasaje de la pasión pura del significado a la pura acción del significante[1]. Para Espinosa, toda pasión, en ultima instancia, es un deseo desconocido. Esto le permite el desarrollo de una doctrina de la afectividad que se basa en la imaginación pasiva, inadecuación del deseo por ser un deseo en nosotros, pero sin nosotros. Es a partir de este punto que Robert Misrahi, traductor de Espinosa al francés, concibe la idea de que el espinosismo es precursor de Freud al traer que, gracias a esta concepción de un deseo deformado por la imaginación, podemos hablar igualmente de afectos de imitación[2]. En 1921, Freud define su tercera modalidad de identificación mostrando cómo esta imitación puede producir un efecto de serie. Son innumerables las situaciones donde la colectivización de una pérdida se basa en este principio. El duelo colectivizado por un atentado terrorista, la muerte de un ídolo o las grandes reacciones de solidaridad luego de una grave catástrofe natural, muestran que el campo del Otro tiende siempre a la globalización. En este contexto, el "estar deprimido" colectiviza, no por la expansión de las escalas psicométricas que favorecen su detección, sino por ser un afecto de imitación.

Es posible hablar de una clínica de los afectos y al mismo tiempo apostar a su falta de autenticidad? Cómo podemos evitar una lectura de la pulsión meramente cuantitativa privilegiando por el contrario, su aspecto cualitativo? Recordemos que solo es posible hablar de cualidad donde existe diferencia. Es en esta diferencia donde podríamos instalar al significante como alternativa al muro construido por el modelo actual de la psiquiatría biológica y las soluciones propuestas por las TCC.

Este muro permanece tenaz. De los inhibidores de la monoaminoxidasa a los antidepresivos más modernos, los objetivos siguen siendo los mismos, facilitar la conducción de la grieta sináptica. De Freud hasta nuestros días, pasamos –por ende- de la incomunicación sexual a la incomunicación sináptica.

El principio freudiano es diferente. Es en el estudio de la vida amorosa, que un complejo sistema libidinal vuelve posible una aproximación entre los estados maníaco-depresivos y las perturbaciones narcisísticas del sujeto. La diferencia entre los dos modelos puede ser ejemplificada en el narcisismo secundario. La definición de narcisismo secundario implica que el amor de objeto[3] sea una consecuencia directa de las exigencias externas sobre un yo que, ahora, no puede sostenerse más "en posesión de todas sus perfecciones". Jamás un poder será tan tiránico como el ideal del yo en los estados melancólicos, dirá Freud más tarde[4].

A pesar de haber conservado por varias décadas, la Psicosis Maníaco-Depresiva, la PMD, como uno de sus pilares nosológicos, su desaparición está definitivamente lograda con la Clasificación Internacional de Enfermedades, la CID 10*. La ruptura entre psicosis y estados maníaco-depresivos se debe principalmente a la avalancha de trabajos en el campo de la neurobiológica y de la neuropsiquiatría promoviendo un periodo iluminista frente al sombrío territorio depresivo. Irónicamente, en la contracorriente del panorama actual, el psicoanálisis va a conservar un espacio legítimo para que la manía y la depresión sean asociadas a las psicosis.

Roland Barthes ya señalaba los riesgos de desmoronamiento de una semiótica médica que funda su práctica en el pasaje del síntoma al signo. Al adoptar el CID 10 como norma, el psiquiatra progresivamente deja de dar una investidura semántica, mediada por el lenguaje, al fenómeno. Se trata del fenómeno como simple máquina prognóstica, sueño de una clínica donde no se decide más sobre lo certero y lo errado, donde el acto médico es orientado por un saber sin decisión ética. El debate es actual: debido a la incapacidad del hombre contemporáneo de nombrar el bien, es preciso que categorías y comités impidan el mal.

 

El Yo, el Ideal y el resto

La manía como triunfo del yo, es decir, como algo a ser suplantado por el yo, más que como algo que continúe estando oculto para el mismo. Es así que Freud piensa el viraje maníaco en 1915 [5]. En ese momento él lanza el llamado: "No solo está permitido sino que está exigido extender a la manía una explicación analítica como la de la melancolía".

¿Cuáles serán entonces, en la obra freudiana, las referencias que nos permiten apoyar una teoría del viraje de los afectos? No se trata de considerar el neurotransmisor el dragón moderno contra el cual el psicoanalista debe blandir su espada. Es preciso, sin embargo, reconocer que el psicoanálisis no tiene nada que ver con ello, que ninguna reconciliación teórica salvará la causalidad psíquica de los afectos. El propio Freud se pregunta si una pérdida del yo sin que el objeto sea tomado en cuenta (una afección puramente narcisística del yo) no basta para producir el cuadro de melancolía, y sí un "empobrecimiento de origen tóxico de la libido del yo, no puede originar directamente ciertas formas de la enfermedad"[6].

En el "Manuscrito G", él se sirve de la libido para explicar las variaciones de humor de un modo completamente distante de sus elaboraciones veinte años más tarde. "Duelo y melancolía" se trata de una pérdida objetal, en tanto en aquél período, como resalta Lacan en El Seminario 2, Freud habla de la pérdida, pero no hace ninguna mención respecto al objeto. En la melancolía, lo que está en juego es una pérdida en la vida pulsional (Verlust im Triebleben), hemorragia interna (innere verblutung), donde toda la energía del sujeto se disipa a partir de la disociación de las neuronas desencadenada por la pérdida inicial de la excitación en el grupo sexual psíquico. La manía, por el contrario, sería el aumento de la excitación sexual que se extendería a todas las conexiones neuronales del cuerpo. Podemos, así, observar que el modelo utilizado por la neuropsiquiatría moderna es muy semejante al modelo inicialmente propuesto por Freud.

En 1915, la distinción entre duelo y melancolía, provenía de la disminución de la auto-estima (selbstgeguhl), que podemos traducir como amor propio, haciendo justicia a la tradición moralista, aspecto importante en la melancolía y, según Freud, ausente en los estados de duelo. El amor propio es consecuencia de tres efectos fundamentales: un resto de narcisismo primario, del ideal del yo y del retorno de la libido de objeto[7]. En el duelo, el mundo pierde su valor en tanto que en la melancolía es el yo mismo el que lo pierde.

Ideal del yo y culpabilidad no siempre son sinónimos en la teoría freudiana. Hasta "Duelo y melancolía", Freud habla varias veces de una conciencia moral como una instancia aparte (Instanz), aislada del yo y del ideal del yo. Esta instancia funcionaría como árbitro de una disputa entre el yo y el ideal. Es en 1921, en el texto "Psicología de las masas..." donde la conciencia moral será absorbida por el ideal del yo. El ideal está ahora aun más pleno de poderes, como observamos en el siguiente párrafo: "Nosotros lo llamamos "ideal del yo" y le atribuimos como funciones la auto-observación, la conciencia moral, la censura onírica y el ejercicio de la influencia esencial en la ocasión de la represión". Este ideal del yo será visto como el heredero del narcisismo primario, lo que trae consecuencias directas sobre la teoría de los afectos. La teoría se aproxima definitivamente al espinosismo. Tanto el modelo neuronal del "Manuscrito G", como el modelo protoplasmático, la ameba de 1915, pasan a ser vistos bajo una nueva óptica, es decir, afectados por el Otro.

La constatación de que el amor propio está agregado "a todo resto primitivo de omnipotencia que la experiencia confirma", nos da un compendio freudiano de los afectos que a veces es olvidado: para Freud los afectos mienten al esconder que a pesar de todos los avatares del comercio amoroso, de la presencia del ideal y de la satisfacción de la libido por la vía del narcisismo secundario, "un resto" de narcisismo primario está siempre en juego. En el fondo de toda relación amorosa, el amor propio, tan caro a La Rochefoucauld, es un verdadero muro separando a los amantes.

Acompañando los comentarios de Jacques-Alain Miller sobre El Seminario "La angustia"[8] podemos sugerir la tesis de que ese resto narcisístico señalado por Freud, al no entrar en el comercio amoroso, es fuente de angustia. De este modo, excluido de las relaciones del sujeto, es pura pérdida para el ser hablante, en tanto hablar es hacer existir al Otro. La melancolía ofrece a este resto una sombra de objeto al cual el sujeto se agarra para no experimentar la angustia de su desconexión del Otro.

 

Cuando el Otro es el Mismo

En el nuevo modelo, la identificación es el modo por el cual el lenguaje interviene en las variaciones de humor, convirtiendo al Otro en el Mismo. Esta báscula del tener al ser, al intentar apagar la heterotopía del objeto, es engañadora por esencia. No cubriendo la imposible paridad con el objeto "nada", este dispositivo falla al alcanzar solo la imagen de este objeto i(a). La angustia, precisamente por no presentar soporte identificatorio al objeto, puede ser considerada el reverso de la depresión y no su extensión como propone el modelo neuropsiquiátrico actual.

En el duelo, el objeto es identificable porque se constituye en el campo del Otro, es decir, la sombra del objeto se hace de "trazos inconscientes", que tienen como lastre el lenguaje.

Podemos suponer que si no hay trabajo identificatorio en la melancolía es por el hecho de que su objeto está fuera de este campo, libre de cualquier puntuación fálica, justificando así la ausencia de un "trabajo" melancólico, así como sucede en el trabajo de duelo. Por ser trabajo significante, el duelo se ordena en la temporalidad en tanto la melancolía fija al sujeto en la eternidad[9].

La manía puede ser vista en esta época desde dos aspectos. Una explicación toma por base un exceso libidinal que se vuelve disponible al término de trabajo de duelo. Otra considera al sentimiento de culpabilidad y a todas las consecuencias de la dominación del ideal del yo sobre el yo como fundamental para el destino tímico del sujeto. En lo que concierne al exceso libidinal, recordamos que los afectos son concebidos, en la Metapsicología, como la traducción de una alteración en el equilibrio energético. De este modo, nos demuestra que hay una diferencia entre pulsión y excitación, donde la pulsión sería considerada como una excitación para lo psíquico. Todos los estados que deberían excitar fisiológicamente al organismo, provienen del mundo externo, pero solo la excitación pulsional proviene propiamente del interior del organismo[10].

Tres condiciones parecen tener importancia en la melancolía: la pérdida del objeto, la ambivalencia y, finalmente, el retorno de la libido al yo. Freud considera la tercera como la más importante para explicar el viraje maníaco, porque esta condición no forma parte del trabajo de duelo. Es esta preocupación por distinguir un punto donde melancolía y manía se aproximan y, conjuntamente, se oponen al duelo, lo que nos lleva a considerar este texto como importante por haber verdaderamente abordado las dificultades del tema, aunque sin dejar una teoría acabada.

Solo a partir "El yo y el Ello", el Superyó –como "pura cultura de la pulsión de muerte"-[11] estará definitivamente incorporado al vocabulario freudiano. La culpabilidad es vista como consecuencia de un último rasgo de la relación amorosa abandonada o identificación, donde este objeto de amor se vuelve un verdadero presente envenenado.

Debido a los cambios teóricos de los últimos años, constatamos que en la melancolía la pulsión de muerte pasa al dominio del Superyó. Los ideales del Otro forjan un amo absoluto y destructor del individuo y, enseguida, nos desvela el malestar de los años siguientes. Todo sucede en torno a la paradoja del hombre más inmoral de lo que cree ser y más moral de lo que es, expresión clave para la comprensión de los últimos trabajos freudianos.

Otra explicación para esta agresividad sería la extrema desexualización, incluso sublimación, que implica la primera identificación, identificación al padre muerto, de donde proviene el Superyó. Una "desunión pulsional" entre el componente agresivo y el componente erótico permitiría al ideal utilizar la agresividad contra el propio Yo. Al contrario de todas las otras identificaciones al objeto que se suceden, esta primera identificación –a la que Freud define como una sedimentación en el Yo- nos lleva a un objeto que guarda en sí toda la rabia que el hombre puede tener.

 

Freud y lo peor

En la metapsicología encontramos lo que es para Freud su pasaje del padre a lo peor. Es en la melancolía que el padre mostrará su vertiente más feroz. No se trata del padre como agente de la castración, sino de un padre que mantiene a los hijos unidos hacia él, impidiendo cualquier virilidad. Siendo válido para toda la serie psicótica, Freud muestra que en el sujeto melancólico, este padre suprime todo investimiento libidinal.

Excluido de todo plus-de-gozar, el melancólico está retenido en un circuito de negatividad que va del estupor catatónico al empobrecimiento del mundo. Una paciente melancólica, estable financieramente, lamenta su pobreza y la falta de dinero para los suyos. Luego de algunos días, la misma paciente se lamentaba de la miseria de su ciudad, segura de que una crisis económica de grandes repercusiones azotaba al mundo. En el tercer encuentro con el psiquiatra ella se mostraba apenada por constatar que él mismo tenía mal el consultorio, sin pacientes, sin dinero para vivir.

Los llamados Trastornos de Humor, inscriptos por el psicoanálisis –a partir de Freud- en la serie psicótica, se caracterizan por fenómenos de sustracción de goce pero, igualmente, de exceso. Estos fenómenos se disocian por no poder ser conjugados mediante el significante fálico. El falo conjugaría estas dos vertientes, que son en suma las dos vertientes del significante (vaciamiento de goce y, al mismo tiempo, por la falta incluso, condición de goce). Así, la vertiente melancólica se contrapone a la vertiente de los delirios schreberianos. Lo que ordena la clínica psiquiátrica como sintomatología positiva o negativa gana en el psicoanálisis el aspecto de desregulación del goce por la falta de la mediación fálica.

A partir del texto "El humor", se puede percibir una diferencia en lo que atañe a la relación al padre. Por primera vez Freud nos trae un Superyó indulgente para con el Ego. La identificación al padre es presentada en una dimensión más extensa. La censura está igualmente acompañada de la protección (protección que continúa por la elección de objeto anaclítica). Se trata de la condición paradojal de la identificación al padre, el Superyó que al mismo tiempo introduce la culpabilidad y la condena moral es el mismo que lanza el imperativo "goza". Nada de esto ocurre con el sujeto melancólico.

En el momento en que Freud escribe "Pérdida de la realidad en neurosis y en psicosis", una topología –por él engendrada- muestra que el entrelazamiento del mundo interno y externo hace de la relación entre el yo y el superyó, una relación más compleja. El grupo denominado "psiconeurosis narcisísticas", tendría a la melancolía como el representante más típico de esta relación en conflicto. Sin embargo, Freud le reserva un lugar aparte, estrechamente ligado al Superyó[12]. Pura cultura de la pulsión de muerte, el Superyó en la melancolía es la imagen de Cronos barriendo el deseo del mundo. El grafo del deseo propone que I(A) y $ sean separados en su distancia máxima posible. En la melancolía ocurriría lo contrario. En el sujeto abatido por sus ideas, la pura cultura de la pulsión de muerte no es vociferación de la "pureza del no-ser"[13], es el Otro en su toda espesura que vocifera.

Traducción: Marina Recalde
Versión revisada por el autor.

NOTAS

* En portugués, Classificação Internacional de Doenças, de ahí la sigla CID 10.

  1. Lacan, J. La Direction de la cure et lês príncipes de son pouvoir ("La dirección de la cura y los principios de su poder").
  2. Misrahi, R. Le Corps e l’esprit chez Spinoza, p.21, col: Les empêcheurs de penser em rond, Cabinet de Stènotypie Monique Deberghes, Paris 1991.
  3. Freud, S. Sobre o Narcisismo, uma introdução ("Introducción del narcisismo").
  4. Freud, S. O Ego e a psicologia das massas ("Psicología de las masas y análisis del Yo").
  5. Freud, S., Luto e Melancolía ("Duelo y melancolía").
  6. Freud, S., Luto e Melancolia, sublinhado por nós ("Duelo y melancolía"; el subrayado es nuestro).
  7. Freud.S., Luto e Melancolía ("Duelo y melancolía").
  8. Miller, J-A, Introdução à leitura do Seminário da Angustia de Jacques Lacan, Opção Lacaniana n.43 ("Introduccion a la lectura del Seminario de la Angustia de Jacques Lacan", en Opción Lacaniana n.43).
  9. Foraclusão do futuro, sugere Serge Cottet em seu texto "La fausse énigme de l’état d’âme" (Forclusión del futuro, sugiere Serge Cottet en su texto "La fausse énigme de l’état d’ âme").
  10. Freud. S., As pulsões e suas vicissitudes ("Pulsiones y sus destinos").
  11. Freud.S. O Ego e o Id ("El Yo y el Ello").
  12. Freud, S., Neurose e psicose ("Neurosis y Psicosis").
  13. Lacan, J., Subversion du sujet et dialéctique du désir dans l’inconscient freudien ("Subversión del sujeto y dialéctica de su deseo en el inconsciente freudiano").
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