Julio 2002 • Año II
#6
Destacados

Muerte y resurrección de la histérica

Marie-Hélène Brousse

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Andrés Labaké
S.T. de C
Acrílicos sobre tela
200x200 cm.
1997

El intento de situar el estatuto de la histeria en la modernidad exige un recorrido por los fundamentos del campo psicoanalítico instaurado por Sigmund Freud, y el lugar esencial, para la clínica, que él le atribuyó a los casos de histeria, cuestión que lleva a Jacques Lacan a elevarla a la categoría de discurso y de ahí a formularla en estrecha relación con el discurso psicoanalítico. ¿Entonces, está muerta la histérica?

La histérica, por  la cual Freud encontró la vía de la cura analítica a través de la talking cure, está muerta. El DSM la hizo desaparecer de sus categorías psiquiátricas. En virtud del nominalismo, hoy no existen más las histéricas. No obstante, como lo indicaba un reciente artículo de la prensa americana recogido en el Courrier International, después del atentado del 11 de septiembre y de los rumores sobre los envíos terroristas del virus del carbón, gente joven, sobre todo mujeres, teen agers de colegios secundarios americanos, padecieron de pruritos y manchas rojas en la piel cuya causa biológica no pudo ponerse en evidencia.

La histérica, tema rechazado por la política dominante de la salud mental, vuelve así bajo la forma de epidemias masivas, (también se pueden clasificar en las epidemias de este tipo a algunos desórdenes de la alimentación que están de moda). Manifiesta así más que nunca, por esta forma epidémica, el papel fundamental de la identificación que define -como lo muestra Freud- su modo esencial de funcionamiento. Que se trate de síntomas corporales, sólo muestra un poco más la localización propia en la histeria del retorno de lo rechazado.

Entonces, lejos de haber muerto, la histeria está aun más viva. La dimensión de la política, que siempre la acompañó, está presente más que nunca: del reto singular a la mentira de la moralidad burguesa pasó, gracias al rechazo del cual es el objeto, al efecto de verdad planetario. Aquí responde a la locura consumista por el adelgazamiento loco que impone un deseo de delgadez; allí, cosquillea la preocupación de seguridad sanitaria generalizada en las sociedades desarrolladas.

¿En qué se convirtió el campo psicoanalítico abierto por Freud? Las últimas Jornadas de la Escuela de la Causa -donde se vio a los psicoanalistas poner a prueba en público la disciplina del caso-, evidenciaron un blanco: esta categoría del diagnóstico diferencial, esencial a la clínica de las neurosis, parece retroceder, al menos en las formulaciones explícitas. ¿Decadencia de la histeria? Esto se manifiesta bastante poco aun en la comunidad de trabajo de la orientación lacaniana, pero ya es dominante en la clínica analítica de la IPA, donde parece obsoleta. Sin embargo, la referencia a la histeria siguió siendo capital para Lacan, aun en su última enseñanza. ¿ Por qué?

En primer lugar, la mayoría de los seminarios de Lacan, al igual que los Escritos, dan a los casos de histeria de Freud y, naturalmente, a “Dora” o a “la bella carnicera”, un lugar esencial en la clínica hasta llegar a la producción del matema del fantasma histérico. Después del cambio de dirección operado por la lógica de la sexuación y la clínica borromeana, la histérica sigue enseñando a Lacan sobre el psicoanálisis.

El primer elemento determinante es la elevación de la histeria a la categoría de discurso. Se sabe que Lacan modeliza cuatro, incluido el discurso histérico, el cual tiene una estrecha relación con el discurso analítico. Esta modificación de la categoría clínica al discurso es desplegada por Lacan en el Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, seminario que reformula los datos del malestar en la civilización a la luz de la actualidad de los años ´70 y del avance de su enseñanza. Reinterpreta la relación de Freud con la histeria al reformular lo que supo extraer de saber para el psicoanálisis: la herida que la histérica experimenta por la privación fálica no puede ser compensada con la satisfacción que el portador (del falo) obtendría por aliviarla. Al contrario, es atizada por su presencia bajo la forma del lamento que causa esta herida. A partir de allí se concibe que la histérica simbolice la insatisfacción primordial. A este respecto es el portavoz de una solución radical — hace la elección del deseo con la insatisfacción— y escandalosa —objeta el principio de la felicidad en el falo, prefiriendo dejarle el objeto a otra. En eso, por supuesto, contribuye al refuerzo de lo que denuncia, al revelar así lo que es para ella una verdad: en los seres hablantes el juego del deseo está basado en la exclusión fálica.

Las histéricas enseñaron al psicoanálisis que todo discurso sólo se sostiene por una posición de goce, manifestándolo en la transferencia. La palabra en tanto que lazo es dispositivo de goce, tal es la verdad que la histeria descubrió a la investigación psicoanalítica. El discurso histérico está ordenado por un goce específico, el de la falta. Freud extrajo los significantes amos de la teoría edípica para el psicoanálisis, al mismo tiempo que la pregunta sobre la cual se quiebra su avance: ¿qué quiere una mujer?

La respuesta de la histérica a esta pregunta es: "un amo sobre quien reinar", como Dora lo manifestó. Pero, lo que quiere ¿es lo que desea? Freud fue engañado sobre este desfasaje. Cierto, ella quiere un amo y busca un padre ideal, pero lo que desea es develar la impotencia para así hacer triunfar -es decir, poner en posición de verdad- el saber sobre la impotencia del amo-padre. La histérica revela la impotencia del significante amo, su semblante, y al mismo tiempo encarna el goce femenino como goce de ser privada por la madre, por la Otra mujer. Tales son los dos últimos puntos puestos en evidencia por la clínica de las histéricas, hombres o mujeres biológicamente hablantes. Sobre estos dos puntos precisamente Freud, como lo indica Lacan, no sigue a "estas bocas de oro". Deja de escucharlas para poner en el lugar de su palabra el mito de Edipo con la potencia de la función paterna -no es exactamente lo que ellas dicen- y, lo que es francamente opuesto, el mito de “Totem y Tabú”.

La orientación lacaniana de manera radical, a partir de los años ´70 no retrocede, al contrario, ante el escándalo del discurso histérico que prefiere al mito freudiano del Padre. El más allá del Edipo, tanto en la lógica de la sexuación como en la clínica borromea del síntoma, toma la palabra de la histérica según el principio interpretativo del " no te lo hago decir". Seguir la lógica del modo de goce histérico implica el sacrificio del sueño de la felicidad por el falo y de la universalidad del sentido paternal.

Esto tiene tres consecuencias. La primera es una renovación de la definición de la histeria. El 16 de junio de 1971 en el Seminario De un discurso que no sería del semblante, Lacan decía: "A la pregunta sobre ¿qué es la histérica? la respuesta del discurso del analista es: "Ya verán; lo verán precisamente si la siguen donde ella nos conduce." Ella conduce a definir el falo como semblante y a acercar lo imposible de la relación sexual. La segunda, clínica, permite retomar la histeria a partir del concepto de discurso y así superar el punto de tope freudiano de las curas sobre la envidia del pene, que no es más que el sentido otorgado por Freud al deseo insatisfecho por el sentido fálico. Ya que la histérica también es capaz de hacer lo que Lacan nombra el " todo hombre, es decir, por la imaginación". No necesita pues, un análisis para eso. Del tratamiento analítico no espera este falo, del que se concibe como castrada desde el principio, por la razón de que ella goza. No; lo que resulta del tratamiento analítico para ella, es dejar la enunciación "toda mujer" que le es más querida que cualquier partenaire y que debe diferenciarse de "todas las mujeres", para llegar a advenir como una mujer, es decir, para retomar los términos de Lacan en la sesión del 9 de junio de 1971, a utilizar el "no más de uno de su ser para todas las variaciones situacionales". Este es un acervo fundamental que modifica el principio de la dirección de los análisis. La tercera consecuencia es pues esta nueva luz sobre la posición femenina, indicada en negativo por la histérica, que por hacer de hombre, no se ubica, sin embargo, en la protesta viril.

La palabra histérica es de rebelión; sirvió de apoyo a la revolución feminista, pero más ampliamente es rebelión contra la ley del intercambio simbólico. A este respecto ella puede considerarse como un modelo. Todo discurso que se ordena en torno a una tentativa de reducir lo imposible de la relación sexual a significantes amos puede suscitar la respuesta de la histérica que intenta hacer valer su ser fundándolo fuera de la ley, igualarse ella misma a un signo del límite del lenguaje. El 19 de mayo de 1971, Lacan muestra que si la relación sexual es según su expresión "estatizada", es decir, en cuanto se intenta contenerla en significantes amos -lo que tiene como efecto revelar la estructura de ficción de la verdad-, surge una enunciación que pone de relieve la "deficiencia marcada por una determinada promoción hasta en cierta medida arbitraria y ficticia de la relación sexual". La histérica intenta hacerse ella misma como sujeto, la carta de denuncia de esta estatización. Durante mucho tiempo escribió esta carta con su cuerpo en una dimensión de teatralización que, desde siempre, ha afectado los espíritus. En esta misma lección, Lacan añade " las histéricas son las que, sobre lo que es la relación sexual, dicen la verdad. Se ve mal cómo se hubiera podido abrir la vía del psicoanálisis si no las hubiéramos tenido". Pero la llegada del discurso analítico, al fundar esta verdad por un saber, el del inconsciente, las hizo renunciar a este teatro por cuya presencia ocupaban la escena dejada vacía de la relación sexual. Por eso hoy que la “no relación sexual” no choca ya a nadie, las histéricas que están a la moda no tienen recursos para educar al amo. Se consagran más bien a las imágenes. Esta demostración de Lacan permite cernir e incluso anticipar las nuevas modalidades políticas que puede revestir el discurso histérico, como modelo de respuesta a toda forma de estatización, a toda aparición de nuevos significantes amos.

Como el analista, la histérica sólo tiene un inconsciente para consistir. Es el punto común entre los dos discursos. Pero la diferencia entre la histérica y el analista, "la histérica y yo, escribe Lacan", es que el inconsciente de la histérica está sostenido por el amor por su padre, mientras que, después de un análisis, el significante amo revela su lazo, no al padre, sino al modo de goce determinado por el objeto. Es decir, en la histeria, el simbólico engloba las dos otras dimensiones, lo que se produce también en un análisis que exige una histerización. Pero, para que un análisis desemboque en el discurso analítico como tal, es necesario que el simbólico pierda ese privilegio, que el anudamiento entre las tres dimensiones sea restaurado, que el imaginario y lo real ya no estén incluidos en "la práctica del psicoanálisis mismo". En resumen, allí donde la histérica no puede hacer sin el sentido, sin poner el inconsciente en posición de la verdad a la cual se sacrifica, el psicoanálisis, paradójicamente, se opone, mostrando que el sentido es siempre un modo de goce, que el real no responde a la ley del padre y que el inconsciente no difiere del consciente.

¿Muerta, la histérica? Ciertamente, no. Se puso a tono con la modernidad y despliega una nueva política que no consiste ya en apoyar la relación sexual. Pero sólo tiene, como partenaire a su medida, al analista, quien, porque no es un amo, escapa a su designio. Así puede revelar el valor de síntoma, es decir, de protesta de un deseo irreducible al discurso de la ciencia sobre el sexo.

Traducción: Patricia Schnaidman.
Revisión: Nora Álvarez.

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