En tanto la segregación es un efecto estructural del grupo, N. Soria intentará conceptualizar acerca de cómo se las arreglan los psicoanalistas con ello. En un recorrido por los textos claves de Freud y Lacan, circunscribe el término de segregación a fin de abordar, finalmente, la alternativa que propone la Escuela como una forma de estar "separados juntos", como modo de conformar al grupo ubicando en su centro el pase como síntoma. El contrapunto del psicoanálisis, la ciencia y los fenómenos de grupo son el marco a su exposición.
“-A trabajar, hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus ilchas. Ya no hará más perjuicios. Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla”.
J.L.Borges, La intrusa [1]
En "Psicología de las masas y análisis del yo" Freud ubica, a partir de la distinción entre aspiraciones sexuales directas y de meta inhibida, que las primeras son desfavorables para la formación de la masa, ya que los amantes se apartan del sentimiento de masa buscando la soledad con el fin de la satisfacción sexual.
Sin embargo, inmediatamente precisará de qué satisfacción sexual se trata: de aquélla que pone en juego a una mujer como objeto sexual, aclarando que la relación amorosa entre hombre y mujer queda excluida de organizaciones tales como la iglesia y el ejército, y que incluso si se forman masas mixtas de hombres y mujeres, la diferencia entre los sexos no desempeña ningún papel.
Finalmente, ubicará a la segregación en oposición al amor por una mujer, diferenciándolo explícitamente del amor homosexual masculino: “El amor por la mujer irrumpe a través de las formaciones de masa de la raza, de la segregación nacional y del régimen de las clases sociales, consumando así logros importantes desde el punto de vista cultural. Parece cierto que el amor homosexual es mucho más compatible con las formaciones de masa aún donde se presenta como aspiración sexual no inhibida, hecho asombroso cuyo esclarecimiento nos llevaría lejos.” [2]
Es en el sentido del esclarecimiento de aquello que encarna una mujer en el amor como irrupción que desarma los lazos identificatorios que promueven la segregación, que orienté mi investigación sobre el tema, orientación que por otra parte me permitió resituar las referencias de Lacan a la segregación.
La segregación de la ciencia
En la Proposición del 9 de octubre de 1967 Lacan señalaba una diferencia fundamental en la manera en que la ciencia y el psicoanálisis destituyen al sujeto. Del lado de la ciencia, planteaba que la universalización en las agrupaciones sociales tenía como correlato necesario la segregación, a la que le da el nombre de “campo de concentración”. Mientras que en el psicoanálisis, el correlato de la destitución subjetiva es la consistencia lógica del objeto a en su singularidad. Es en este punto de la singularidad del objeto que reside el principio anti-segregativo del psicoanálisis: la singularidad no hace conjunto, es lo que resiste al universal.
Es en el Pequeño discurso a los psiquiatras que Lacan desarrollará más en detalle esta distinción, advirtiéndonos acerca del precio a pagar por el desconocimiento de lo singular del goce propio de la ciencia, que postula un sujeto puro universal que no existe.
Ese goce singular de la relación con un objeto a, que sí existe, retorna salvajemente, sin soporte subjetivo, es decir, no en el malestar del síntoma sino en la práctica segregativa. En efecto, Lacan sitúa en este texto una incidencia directa del gadget sobre el cuerpo por la que se elimina el rodeo del discurso.
En el nivel de la segregación de la ciencia, ni siquiera encontramos la lógica de las identificaciones propia del grupo, ya que en éste el S1 funciona como excepción que posibilita el efecto sujeto, dividido entre ideal y goce, lo que tiene como consecuencia otro tipo de segregación.
Según plantea Lacan, la cuestión del amo actual es “¿cómo hacer para que masas humanas consagradas al mismo espacio, no solamente geográfico, sino llegado el caso familiar, permanezcan separadas?” [3]. El campo de concentración, entonces, es el modo en que este amo consigue tratar los cuerpos, cuya individualidad resiste a la operación universalizante de la ciencia. Vemos que aquí el término de campo de concentración se amplifica hasta incluir seguramente a guarderías, geriátricos, barrios cerrados, villas miseria, etc.
La segregación del grupo
Por otra parte, es interesante tener en cuenta que Lacan se interroga sobre la segregación en el momento en que está proponiendo el pase, y en los textos mencionados vincula explícitamente la estructura de las sociedades psicoanalíticas modelo IPA con la práctica de la segregación. Como siempre, Lacan se dirige aquí a los psicoanalistas, esta vez para advertirles acerca de su propia posición segregativa. Nos encontramos entonces con otra vertiente de la segregación, ligada al planteo freudiano de Psicología de las masas y análisis del yo. En esta vertiente se pone en cuestión la modalidad de lazo social que establece la psicología de grupo, cuya estructura es esclarecida por Lacan en el seminario sobre El reverso del psicoanálisis, donde la define de la siguiente manera: “No hay fraternidad que pueda concebirse si no es por estar separados juntos, separados del resto.”[4]
Efectivamente, segregar proviene del latín segregare, que significa apartar de un rebaño. Pero también secretar, excretar, expeler, o sea, volcar afuera algo que fue concebido adentro. Es decir que la segregación es un efecto estructural del grupo, que siempre es de hermanitos. Y finalmente el mito en el que Freud imagina el origen de esta estructura, Tótem y tabú, muestra el deseo por una mujer como aquello que precipita la fraternidad, pero con la condición, paradójica, de dejarlo desterrado: segregación. A partir de entonces, esa mujer sólo puede ingresar al grupo en tanto madre, dejando afuera su feminidad. Se ve entonces claramente que ahí reside la diferencia marcada por Freud en la cita de Psicología de las masas: la homosexualidad masculina no sólo no rompe con la estructura segregativa del grupo, sino que incluso es su sostén libidinal, sea o no actuada.
¿Cómo se articulan estas dos vertientes de la segregación, la de la ciencia y la del grupo?
En ambas se impone un universal, el del sujeto vacío y el del “todos hermanos”. En el caso de la ciencia, se trata de la exclusión del sujeto encarnado, y por lo tanto, afectado por lo singular de su goce, exclusión de la división del sujeto, por lo tanto, forclusión del ser hablante en tanto tal. No hay allí lugar para el síntoma en la medida en que éste hace presente la fractura del universal del fantasma como intento de sutura. El síntoma es el punto de fuga que se abre desde el universo del “todo” hacia un real no universal, ligado al Otro goce.
El grupo, por su parte excluye el deseo femenino: sólo en la medida en que éste esté ausente de la madre, somos todos “hermanitos”. Por eso Lacan dirá en el seminario XVII: “Este empeño que ponemos en ser todos hermanos prueba evidentemente que no lo somos. Incluso con nuestro hermano consanguíneo, nada nos demuestra que seamos su hermano.”[4] Por esta vía la familia se demuestra ser el grupo más sólidamente constituido y que atraviesa las épocas demostrando así su cercanía a lo real de la estructura. Porque el problema con el deseo femenino es que no hay relación sexual: no se sabe, ni siendo hombre ni siendo mujer, cómo relacionarse con él, ya que encarna la incidencia del Otro goce en el discurso. Allí, el fantasma desfallece, así que mejor mantenerlo a distancia.
La propuesta de la escuela es la de conformar un grupo cuyo síntoma sea el pase: inflexión por la que el conjunto no se cierra ni se excluyen las excepciones (que se pluralizan al quedar abierto el conjunto). El pase como lo que se pone en cruz frente a la homeostasis grupal, como lo que vuelve a interrogar cada vez los fundamentos del saber, ubicando en el centro de la escena la interrogación del goce.
La segregación del Otro sexo
Es a partir del Discurso de clausura de las Jornadas sobre las psicosis en el niño que es posible articular ambas dimensiones de la segregación en la vertiente única del rechazo estructural de lo femenino. En este texto Lacan comenzará planteando que “Debemos saber cómo vamos a responder los psicoanalistas a la segregación puesta al orden del día por una subversión sin precedente.” [5]
Inmediatamente va a proponer que los psicoanalistas estamos llamados a portar el ser-para-el-sexo. Y va a decir que no parecemos muy valientes ni tampoco alegres para sostener esta posición, señalando que el problema es que los psicoanalistas no soportamos la castración.. Esto lo llevará a una pregunta: “¿Puntualizaremos con el término del niño generalizado la consecuencia de lo que dije hoy? Ciertas antimemorias son de actualidad estos días (...). El autor las abre con la confidencia de extraña resonancia con que un religioso se despidió de él: “Termino creyendo, vea Ud., en el ocaso de mi vida –le dijo- que no hay personas grandes”. Esto signa la entrada de un montón de gente en la vía de la segregación.” [5]
En este texto Lacan advierte a los psicoanalistas niños-deprimidos que no quieren saber de la castración, que es esa mirada infantil la que segrega. Esta cuestión fue retomada por Eric Laurent en Las personas grandes y el niño, ubicando en el texto de referencia, las Antimemorias de Malraux, una marca del momento histórico en que se produce la entrada en la segregación de la ciencia. Es en el final de la Segunda Guerra Mundial que comenzamos a desviar nuestra mirada del dolor, de la muerte, del mal, par empeñarnos en distraernos, entretenernos, hipnotizarnos: todos televidentes, todos niños. Aquí Lacan nos advierte que el único modo de estar afuera a pesar de estar adentro de este campo segregativo es soportar la castración, es decir, hacer de ella causa del entusiasmo de portar el ser-para-el-sexo. Pero ¿qué es este ser-para-el-sexo que los psicoanalistas estamos llamados a portar a partir de la subversión freudiana? Al final de esta intervención Lacan va a indicar de qué está hablando:
“En psicoanálisis la función de la presencia debe borrarse, como se ve en la matemática. Sin embargo en el psicoanálisis hay una que se suelda a la teoría: es la presencia del sexo como tal, a entender en el sentido en que el ser hablante lo presenta como femenino” [5]. Luego va a retomar la pregunta freudiana ¿qué quiere la mujer? Para ubicar lo que una mujer quiere en el centro ciego del discurso analítico.
Portar el ser-para-el-sexo implica entonces la confrontación con el deseo femenino que encarna el Otro sexo, lo que implica dejar atrás la mirada infantil que sólo puede interesarse por el deseo materno, atrapada en la formación de masa familiar. Y no sólo confrontarse con él, sino también alojarlo en el centro ciego del discurso analítico, es por este agujero que el discurso en tanto semblante se enlaza a lo real del nudo.
La respuesta de Freud y de Lacan al problema de la segregación no es la revolución, que vuelve al punto de partida, sino esta subversión que implica, en el reverso del discurso del amo imperante, una elección del sexo, que sabemos que será siempre sintomática porque no hay relación sexual. Ya que sólo un hombre o una mujer pueden confrontarse con el deseo femenino.
NOTAS
- Borges, Jorge Luis. La intrusa. En Obras Completas. Emecé editores. Buenos Aires, 1974. Pág.406.
- Freud, Sigmund. Psicologia de las masas y análisis del yo. En Obras completas. Ed. Amorrortu. Buenos Aires, 1984. Tomo XVIII Pág. 134.
- Lacan, Jacques. Discurso de clausura de las jornadas sobre las psicosis en el niño. Inédito.
- Lacan, Jacques. El Seminario. Libro XVII El reverso del psicoanálisis. Ed. Paidós. Buenos Aires, 1992. Pág.121.
- Lacan, Jacques. Discurso de clausura de las jornadas sobre las psicosis en el niño.Inédito.