Julio 2002 • Año II
#6
La opinión ilustrada

Apropiaciones de la noción de estilo en el ensayo argentino contemporáneo

Paola Piacenza

Bajar este artículo en PDF

Andrés Labaké
Obra nro. I de la serie "En tierras heridas"
150x150 cm.

Tres escritores: Gusmán en La ficción calculada, García en Macedonio Fernández: La escritura en objeto, y González en Restos Pampeanos, recuperan la noción de “estilo" en lecturas muy disímiles. Dicha noción se verifica en los dos primeros, explicitamente influenciada por la filiación lacaniana, en tanto en el último, parece reconocerse la mediación de Deleuze.

Tres ensayos argentinos publicados en este último tiempo: La ficción calculada de Luis Gusmán en 1998 y hace unos meses, la reedición ampliada de Macedonio Fernández. La escritura en objeto, de Germán García junto con la aparición de Restos Pampeanos de Horacio González, recuperan la noción de “estilo” en la argumentación de lecturas tan disímiles como pueden ser la de Joyce, Ingenieros, Macedonio o Kafka, entre otros. Lejos del carácter que tuviera en la tradición estilística argentina de la década del ´60, la noción de estilo en Gusmán y en Germán García tiene una explícita filiación lacaniana que data de la pertenencia primera de ambos escritores a la revista Literal; una filiación psicoanalítica que si bien no está manifiesta en González también parece reconocerse en sus páginas probablemente a través de la mediación de Deleuze, por lo que importa menos testimoniar los orígenes de esta reposición que interrogar su emergencia y lo que ella permite.

En principio, hay dos instancias de efectuación del estilo en estos textos: por un lado, es una categoría del análisis de los textos – objeto de los ensayos; por el otro, es definición del ensayo propio y del propio ensayo: del ensayo como género. Parece nombrar igualmente la relación de la obra con la verdad, con el sujeto de la enunciación, finalmente, con el sentido. Pero, también, parece otorgar un estatuto a la relación de la lengua del ensayo con la de la obra en la medida en que, por el estilo, por apelación a las relaciones de la lengua con el decir, el pensamiento se ensaya. Esta “política de la lengua” en términos de Luis Gusmán, una “pequeña fenomenología de la escritura” para Horacio González y “una ética del lenguaje” para Germán García es la condición que supera la polaridad sujeto/objeto y las instancias de la subjetividad del “autor” y de la “objetividad” de la obra. La falacia de un lenguaje primero y un metalenguaje en el discurso académico. Se trata de distintas designaciones que señalan, sin embargo, una posición común ante una lengua sometida a la doble exigencia de revelar la disimulada esterilidad de la comunicación y de procurar, por lo mismo, una eficacia alternativa, por cierto, considerada más genuina. En cada uno de los textos, el compromiso con este lenguaje “transformado en objeto”, para usar la expresión de Germán García [1] , asumirá diversas modalidades pero siempre será una intervención retórica. Ahora bien, si la retórica tradicionalmente se ha dedicado tanto al arte de construir los discursos, como a proponer una teoría sobre éstos, la particularidad de la retórica que se practica en estos ensayos consiste en que la construcción del discurso no se distingue de la teoría del discurso que se promueve. Esta particular operación – que es la atención sobre el estilo entendido como política, como ética, como fenomenología de la escritura – halla en el ensayo la forma más adecuada de expresión porque “siendo como es él mismo esencialmente lenguaje” [2] la exposición quiere volverse acción. El ensayo se define aquí como una lengua mimética de las formas de representación postuladas por las obras que constituyen su materia. Pero se trata de una mímesis paradójica por la que no se obtiene una copia sino una variación, en el sentido musical del término, “una estética de la repetición de variación musical en que la misma melodía es planteada bajo un número muy amplio de formas”; que es como Ramón Alcalde supo definir a la retórica. Una forma de glosa, de paráfrasis, de comentario pero integrada y de alguna manera, prevista, por el lenguaje de la obra ensayada.

Así, en Restos Pampeanos, Horacio González confiesa como ambición la posibilidad de identificar las líneas de estilo que conforman las señas de identidad del ensayo argentino del siglo XX independientemente de las épocas, los autores y sus circunstancias. Estas líneas de estilo nos permitirían, dice González no dar con “figuraciones resistentes de la cultura social argentina, no síntomas de arquetipos, invariantes o inconscientes colectivos, sino voces internas que se obstinan en salir a luz continuamente con una dicción no enigmática pero intransigente a la interpretación”. Propone en su lectura una nueva ontología del lenguaje en la que el fundamento está en la superficie de la sustancia significante. Por el estilo de estos ensayos “(...) de barricada (...) en la misma cuerda epistémica del lenguaje que (nos) se quiere (queríamos) evocar”, Horacio González produce la dislocación de un signo que reniega de la retórica como artificio – como simulación de enunciación – y de la sustancia como arqueología pero porque aquí se quiere decir algo y esa “cosa dicha” es cosa que se inscribe en la palabra. Entre el aguafuerte y la percepción abstracta del mundo que González afirma que son los dos estilos mayores de mirar la materia real en la cultura nacional, aquí se adopta el aguafuerte y la lengua filosa en la que la realidad no se sustrae de las formas sino que participa como acto haciendo historia con convicción de verdad. Dice el ensayista que “ todo pensamiento, si pretende ser verdadero, debe encontrarse finalmente con su alma verdadera, literal. No puede ser metáfora, no puede recaer en la comodidad alusiva del lenguaje”. Lo que se llama una “pequeña fenomenología de la escritura” procura que la palabra resista en su propia materialidad y es por eso que Restos pampeanos no agrega otro capítulo a los significados connotativos de la “pampa” en la ensayística nacional sino que sólo deja que se escuche. La pampa erudita, gauchesca, la del gringo, y la pampa finisecular - la pampa “metáfora” – delega su espacio a La PAMPA de la vocal abierta aliterada, de la iteración interrupta de sus sílabas, con su morfología de eco sesgado en el que se reconoce un límite mientras que se entrevé el infinito.

La lengua connotativa de la facilidad tropológica criticada en los ensayos de Horacio González es la “escritura en objeto” que Germán García encuentra en Macedonio. García aclara que si bien “una cierta estilística pasó de moda” lo que él intenta llamar “sujeto” “sigue siendo el efecto de un estilo” [3]. Aquí tampoco el “estilo” se confundirá con el ornato sino que nombrará la “lógica de un deseo” opuesto al “deseo de una lógica” al que el otro – el otro crítico o lector – intentará subordinar. Se apuesta a una “ética de la literatura” en contradicción con cualquier otra ética (política, económica, moral) en tanto en cualquier otro orden significante – distinto del literario – el lenguaje es vehículo de intercambio de información; es vínculo comunicante. García ensaya correspondencias entre el estilo, como “objeto perdido” para Lacan y la teoría de la nada en Macedonio conjeturando en el límite entre una teoría del lenguaje, el psicoanálisis y la literatura. El resultado es extremadamente difícil puesto que procura dar cuenta de una “huída en la palabra” que es, en Macedonio, “una huída de la palabra” y su testimonio requerirá una descomposición o desarticulación de los presupuestos y órdenes del lenguaje comunicacional que se inician en el verso y la prosa de Macedonio y que continúan – de otro modo – en las páginas críticas de estos ensayos que pretenden distanciarse de la “vigilia de la razón”.

Como en Restos Pampeanos, también en Macedonio Fernández: la escritura en objeto, faltan las comillas que segreguen las palabras propias de las ajenas. El procedimiento es el mismo, también los efectos - en ambos ensayos, se procura un registro conversacional (que no es el del diálogo y tampoco el del dialogismo, como mera relación intertextual) pero sí una auténtica polifonía: la de la amistad; la del pensamiento sustraído de afirmaciones elocuentes – la inscripción de estas voces es, sin embargo, distinta. En ambos textos se cumple la afirmación de Malraux según la cual pasar del tratado al ensayo es pasar de la ciencia a la conversación pero mientras que en los ensayos de González la conversación se instala en el discurso, en el tono, la inflexión del comentario y hasta la referencia material a la charla de café; en Germán García la conversación es posibilidad de la teoría. El discurso psicoanalítico no es obstáculo, para que la “tesis” del ensayo, surgida de la definición lacaniana del estilo, se introduzca, según los propios términos del ensayista, como un “hilo rojo” – indicación provisional - que guía la cesura de los restos dispersos de la obra macedoniana y, en consecuencia, se caracterice al crítico literario como un “bricoleur” al que se le asigna la función de convertirse en “soporte” de un espacio literario hecho de restos teóricos entre los que se incluye el mismo texto crítico que se está escribiendo.

Otra es la composición de La ficción calculada de Luis Gusmán, tratándose de una recopilación de ensayos del escritor publicados la mayoría en revistas especializadas o en medios periodísticos (si bien algunos son inéditos) cumplen con las convenciones tipográficas de rigor. De todos modos, no resulta más que un fenómeno de superficie si se parte del hecho de que – en el prólogo – Gusmán piensa la presentación y articulación de los materiales reunidos en referencia a un ensayo – “El ensayo de los escritores” publicado en la revista Sitio – y que significativamente no se incluye en la compilación. Gusmán califica de “paradójica” la omisión aunque no tanto si se piensa – dice el autor de La ficción calculada – “(...) en el aleph necesariamente excluido de un corpus para darle una lógica a ese corpus”. La referencia al texto ausente produce no sólo la inmediata irrisión de la expectativa de totalidad presupuesta por toda compilación sino que desencadena la sospecha de una trama no declarada – elusiva y alusiva – de otros textos también ausentes pero que se imaginan necesarios para restituir el circuito de las lecturas. Nuevamente, el sentido se compone como resto – ya no “pampeano” o de la literatura de Macedonio “construyéndose en la trama infinita del lenguaje” – pero igualmente trazados con las huellas de una escritura que no está presente.

A esta primera ironía de una compilación anunciadamente “incompleta”, Gusmán le suma la ironía de titular “la ficción calculada” – frase con la que Mármol se anticipa a cualquier interpretación de Amalia - a un conjunto de ensayos que renuncian tanto a explicar como a formular alguna teoría general a partir de las lecturas particulares. La justificación es moral. Esta resistencia teórica sería un modo de no restarle “verdad”, “potencia dialéctica” y “su posibilidad de interrogar e intervenir en la polis con el efecto más deseable que pueda tener un ensayo: neutralizar el poder de la doxa en cualquier campo de que se trate”. Gusmán prefiere anteponer – en una forma de reducción elemental - la “decisión” al “cálculo”. Hace de la elección reflexiva de los medios la operación esencial de una política de la lengua entendida como agenciamiento en el pensar subsumido a la fatalidad de la rúbrica social del lenguaje.

En consecuencia, lo que en estos ensayos se designa como estilo tendría como primera manifestación la constatación de un trabajo lingüístico; una forma de artesanado, podría decirse, pero que se diferencia de una “producción” en tanto el sujeto no es causa sino antes bien efecto de su acontecimiento. Por eso, dice, por ejemplo, Germán García que la alteración del español introducida por Macedonio está lejos de una política lingüística como la que lleva a cabo Armando Discépolo por el mismo momento. También, Horacio González exhuma la oratoria de los justos, la blasfemia y el grito patán de las multitudes inmigratorias de principio de siglo diagnosticadas, descritas y advertidas por el giro inesperado, el chispazo esbelto y la alegoría arriesgada de Ramos Mejía. El razonamiento de los maestros y la expresión celebratoria de la lengua épica de Lugones en sus conferencias del Payador que silencian la pueril valentía del cocoliche en una búsqueda etimológica como cerco de plata de la lengua. Pero, no obstante, rechaza una retórica que no implique una ontología, esto es, que no suponga una nueva versión y, por lo mismo una nueva vindicación de la realidad: un país, para conocerse, afirma González en un ensayo periodístico, “exige la vibración de un idioma singular” [4] . Luis Gusmán, por su parte, leerá el carácter de la metáfora del fuego en la literatura de Kafka, o la pluralidad de lenguas en el Finnegans Wake de Joyce pero porque le interesa las “armas” por medio de las cuales ambos se sitúan frente a la lengua para superar sus rigores y para resolver sus conflictivas relaciones con el territorio y con la verdad. Como en los textos de Germán García y de Horacio González, la atención retórica está puesta en el carácter performativo del acto de escribir en una lengua nacional. Ahora importa menos observar los efectos en la práctica argumentativa que someter a examen la propia instancia de la palabra y sus variaciones por el estilo.

Digamos, entonces, que el estilo en estos ensayos es una práctica (la de la propia escritura del ensayo), una categoría (crítica de las obras ajenas) y una fuerza última de esperanza – una forma de utopía - porque, tematizada la necesidad de crear, por el estilo, una lengua singular, una lengua finalmente moral, lo que se muestra es su imposibilidad momentánea o fatal o, por lo menos, su no disponibilidad. La exploración retórica aquí operada testimonia la búsqueda de un lenguaje que, desembarazado de su destino como conocimiento, encuentre su potencia persuasiva. Si es cierto, como señala Paul Ricoeur, que “La retórica es el equivalente, en el campo de la persuasión, a lo que es la dialéctica en el campo de la demostración” [5] , las formas de la llamada “lengua literaria” vendrían a detentar mejor fortuna que la que han corrido los alicaídos recursos de la inteligencia. Por cierto, la estrategia no es nueva, es tan vieja como los griegos y como la mejor tradición del ensayo nacional; la de Sarmiento, la de Martínez Estrada; la de Lugones.

NOTAS

  1. García, Germán: Macedonio Fernández: la escritura en objeto, Adriana Hidalgo Editora, Bs.As., 2000, pág. 181.
  2. Adorno, Theodor: Notas de Literatura, Barcelona, Ed. Ariel, 1962.
  3. García, Germán: Op. Cit, pág. 47.
  4. González, Horacio: “Fulgores perdurables”, en Suplemento Zona, diario Clarín, domingo 26 de septiembre de 1.999, pág. 12.
  5. Ricoeur, Paul: La metáfora viva, Bs.As., Ed Megalópolis, 1977.
El Caldero Online Cuatro+Uno EntreLibros
La Red PAUSA ICdeBA IOM2
EOL Wapol FAPOL Radio Lacan