Mayo 2002 • Año II
#5
La formación del analista

Virtudes de la turbación

Vera Gorali

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Martin G. Larralde
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1996.

La turbación, es un sentimiento opuesto a la suficiencia que da cuenta de la caída del poder, el cual al emerger en la cura interpela a quien la conduce. Si el analista cuenta con la posibilidad de ser turbado, hallara la oportunidad para hacer de ese momento un campo fecundo que lo empuje a su formación permanente. Este planteo central permite articular la diferencia entre la técnica y la ética del psicoanálisis, cómo es posible ubicarse hábilmente en la práctica, y qué es lo que permite distinguir a un analista que se inicia de un analista con experiencia.

 

Una práctica hábil

En "Televisión" Lacan asevera que en las "sociedades carentes de pase" los analistas se ubican más por "su habilidad en las relaciones que en su práctica".

Deja así leer entre líneas que debería ocurrir lo contrario, es decir que los analistas encuentren su lugar por dichas habilidades y no por el manejo de las relaciones.

Para Lacan hay habilidades propias de la práctica que el analista puede conseguir y verificar cuando dicha práctica suspende "la vertiente del sentido que en la palabra nos fascina".

Es decir cuando, en lugar de ejercerse en la vertiente simbólico-imaginaria, toca el significante en su vertiente de letra.

¿Cómo se logra esta práctica hábil?

Cito otra vez: "mediante el ser que hace pantalla a esta palabra". La habilidad, entonces, se articula al ser.

Surge pues el problema que conocemos como la formación del analista, que Lacan anudó al surgimiento de un deseo inédito comprobado en el dispositivo del pase. Pero el pase no evalúa la práctica.

Es cuestión de situar cuando y cómo aparece la habilidad, marcando un antes y un después.

Hay otras referencias en las que se recoge la idea de que hay diferencias entre quien inicia su práctica y quien ya tiene "experiencia" de didáctico.

En el Acta de Fundación aquél es mencionado como "el candidato en formación ".

También en la Proposición se plantea un lazo entre la enseñanza que la Escuela distribuye y la garantía que ofrece a quienes tienen "formación suficiente".

Una tercera mención se encuentra en el Discurso a la EFP. Allí Lacan retoma la cuestión de la formación de los didactas y la anuda al acto analítico, al control y a la "capacidad" -en relación a la incapacidad que florece en el cuadro de los psicoanalistas.

Esta falta de capacidad consiste en ser sobrepasado por el propio acto.

Experiencia de didáctico, formación suficiente, capacidad son los nombres que registran el mismo efecto. Para cernir su emergencia proponemos la siguiente secuencia:

a- que lo que la experiencia analítica enseña es que lo que está en juego en la formación no es la adquisición de una técnica sino de algo que toca el ser.

b- que el signo de este cambio es el afecto llamado "turbación".

c- este afecto no es solo efecto de formación cuando ocurre durante la experiencia analítica sino también cuando surge en la práctica del psicoanálisis.

 

Efectos de la práctica

En la orientación lacaniana la formación del analista estuvo clásicamente organizada en base a un trípode: análisis didáctico –control de la práctica - enseñanza del psicoanálisis.

El primero produce un analista y el agente de esta enseñanza es el inconsciente [1].

El segundo, clásicamente llamado análisis de control, sirve a los fines de restablecer el discurso analítico en la dirección de la cura, orientando la articulación entre la turbación, que es signo de que para el analista ha surgido un obstáculo, y alguna singularidad del caso.

La tercera permite formular la estructura del análisis " de manera enteramente accesible a la comunidad científica.

Si se recurre a Freud..." y si se pasa por los significantes de Lacan (lo que el psicoanálisis nos enseña) será posible deslindar elementos que provengan exclusivamente de la práctica misma.

Lacan nos advierte, en el Seminario 10, que la experiencia analítica se transforma con el transcurso del tiempo y por la eficacia comprobada de su hacer, en el lecho de la mera autoridad. Y sabemos que la autoridad no se interesa ni por lo que hace ni por cómo lo hace.

Hay un rasgo que, a nuestro entender, caracteriza la posición del analista en formación que hace de la turbación, por la práctica, un momento fecundo: el anhelo de interrogar esa práctica por no concebirla ego sintónica, sino por percibirla más bien como una alteridad.

En este sentido creo que el control es el índice y no solo la causa de una modificación en la posición que condujo al error, a la ausencia de cálculo en la interpretación o al descuido en el tejido de una estrategia de la transferencia.

Sin esta voluntad de ser permeable al acontecimiento, los avatares y tropiezos en la práctica se significan como hechos, a veces de causalidad social o económica.

Su consecuencia es una serie de curas interrumpidas o, en su defecto trivializadas por el automatón recurrente de las sesiones.

Esta voluntad de encontrar el punto justo donde situarse en cada caso, este deseo de renovar la apuesta a donde cada caso lo lleve es el campo fértil para que las dificultades y los obstáculos que surjan sorprendan, desconcierten y empujen al practicante a la formación permanente.

Con la diferencia quizás de que, una vez adquiridas las capacidades y habilidades, las dificultades y obstáculos ya se dan por descontados y quizás se trate más bien de anticiparse a la manipulación de ese real de la clínica.

Estas habilidades se produjeron en la clínica porque ese real, al irrumpir, marcó un borde, un límite.

Podrían haber producido un abandono del discurso analítico o, menos bruscamente, un mantenerse en los márgenes del psicoanálisis, en la práctica institucional, en los dispositivos asistenciales donde hay Otro del Otro que funciona como garantía del acto.

Pero este borde puede propiciar en cambio un franqueamiento cuando fueron enseñantes y las modificaciones surgieron por la vía del problema que actuó de límite.

A modo de ejemplo podemos pensar a partir de lo que ocurre con la transferencia negativa, otro nombre de la pulsión de muerte, que el practicante que se inicia prefiere ignorar ya que todas las indicaciones que da Lacan respecto del lugar del analista son problemáticas. Ya sea si se trata de ser el objeto a, porque la posición de ser suscita odio; ya sea si se trata de interpretar porque es un mensaje de desvalorización – y hay que aclarar que la interpretación es uno de los indicadores de habilidad; ya sea analizar porque implica un derrumbamiento narcisita, etc.

También podemos pensar a partir de las interrupciones que se producen provocadas por un insuficiente anudamiento libidinal. Una vez concluida la luna de miel con el inconsciente, en el momento en que se debe operar una segunda entrada en análisis, la interrupción vuelve como un mensaje invertido que puede encontrarlo "desprevenido". En los inicios de la práctica es frecuente sentirse asegurado por un trabajo que el analizante despliega a nivel simbólico, en el ámbito de sus ficciones edípicas y del anecdotario actual sostenido por la transferencia amorosa que circula en lo imaginario Además de que un movimiento involuntario puede hacerla virar a su costado de tensión agresiva, dicho lazo no asegura ni su correlato pulsional ni el establecimiento de una auténtica puesta en forma del síntoma. Se produce de parte del practicante una incorrecta evaluación de la atribución subjetiva.

El efecto de castración producido por las discontinuidades en la clínica. Lo que se verifica como recaída o empeoramiento o pura repetición es reconocido, una vez producido el borde de enseñanza, en su valor estructural. Con este saber acumulado es posible modificar algo de la prisa que precipita al practicante por efecto de su propio goce de curar, a un reconocimiento de que hace falta tiempo para dar lugar a la ocasión.

 

Práctica versus técnica

Lacan se esforzó repetidamente por transmitir que según sus elaboraciones, el psicoanálisis es una praxis, término del que derivamos nuestro uso habitual de práctica analítica.

Una praxis se refiere a una doctrina de la acción, un modo de hacer camino, lo que la vincula estrechamente con una ética, es decir con una normativa de la acción.

Pero fundamentalmente en Lacan la praxis no se opone a la teoría, sino que más bien toma, en este sentido, cierto sesgo sartriano. Los conceptos analíticos no son exteriores a la puesta en acto. La praxis es un proceso entregado a sus propios avatares.

El esclarecimiento de la práctica se transforma en una paradoja inherente a la práctica misma tomada por este sesgo

Pues el practicante, ubicado en la experiencia como objeto a, como el santo que renuncia a su propia causa para abrazar la causa del saber de la estructura, debe por otra parte, sustraerse del proceso en el que está implicado como parte del inconsciente de su analizante. Solo así puede dar un paso al costado efectuar las construcciones necesarias y aún más, extraer las consecuencias de su quehacer.

A esta operación se le debe agregar la experiencia clínica para que el practicante esté en condiciones de revertir una creencia: la creencia de que hay "una manera de analizar ", cuyo supuesto es que hay un inconsciente y estructuras clínicas por afuera del dispositivo analítico. Pero, Lacan se pregunta, "cómo llegar a decir esta especie de flou que es, en suma, el uso y como precisar la manera en la que en este flou se especifica el inconsciente".

Esta manera única de analizar se corresponde en general con una identificación al propio analista o a las indicaciones del control, como si se tratara de una técnica a imitar, a memorizar para aplicar y no de un modo del ser.

Jaques – Alain Miller llama al analista " el prudente moderno" quien debe medir sus palabras porque no tiene la menor idea del eco que le puede venir de quien lo escucha.

Y es justamente por este entramado singular que se teje con cada uno, cada vez, en cada encuentro, que no se trata de enseñar una técnica definida como una acción provista de ciertos instrumentos para obtener determinados fines.

Pero tampoco es un develamiento de la verdad

En el dispositivo analítico la verdad es la de la varité del síntoma. Para el analista lacaniano la cuestión consiste en tocar lo real. Y este real se alcanza justamente por lo menos verdadero, "es decir lo más imposible".

Hacerse de esta convicción es parte del franqueamiento de ese borde donde se percibe lo que en el analizante resiste a la interpretación.

 

Acerca de la turbación

Cuales son los signos del cambio? Y además ¿son efectos "necesarios", una especie de vía canónica de la formación?

A esta segunda pregunta ya en cierta forma respondimos que no. Así como tampoco un psicoanálisis concluido es una vía canónica para el surgimiento del deseo del analista pero, por definición, no se verifica un pase ni hay nominación si de este deseo.

Pero en el caso del practicante hay un indicador de que podría en él surgir un deseo de analizar, de características tales que lo empuje a modificar su posición.

Lacan alude a esta particularidad en "Televisión" cuando menciona la esperanza que permiten los analistas con ausencia de pase.

Dice :" felices los casos de pase ficticio por formación incompleta: autorizan la esperanza".

Aquí encontramos la esperanza como figura del cambio.

Para el analizado, o sea el que tiene un pase autentificado ya no hay esperanza pues ha alcanzado lo incurable, Ha "recibido su falla del otro"

En cambio los analistas que solo son analistas por que consienten a ser objeto (a) en el discurso, o dicho de otra manera, por plegarse al fantasma de cada analizante, tienen la posibilidad de ser "turbados ".

La turbación es el sentimiento de una caída del poder.

La turbación es lo opuesto de lo que experimentan aquellos que Lacan critica con Spinoza, llamándolos beatitudes. Así se refiere a los que están convencidos de que saben.

Las beatitudes están en paz con su suficiencia y esto les permite estar callados, silenciosos en sus sillones.

En cambio los que son perturbados, incomodados se ven empujados a decir en el análisis, al control, a elaborar y a construir.

A mi entender este empuje manifiesta un deseo que se desprende de su propio goce y lo separa de un fantasma del que este analista ya tiene atisbos, a pesar de no haber "pasado".

Es un deseo de analizar que, aunque no probado como deseo del analista da cuenta de lo que anima y capacita a un practicante: el intento cada vez renovado de recortar un trozo de real.

NOTAS

  1. Miller, J.-A., El banquete de los analistas, Ed. Paidós, Bs. As, 2000.
El Caldero Online Cuatro+Uno EntreLibros
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