Octubre 2001 • Año I
#3
Destacados

La Escuela se hace de las resonancias de lo que pasa

Leonor Fefer

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Guillermo Kuitca
Global Order, 2000
Óleo sobre lienzo
55 1/2 x 81 1/4 pulgadas

Freud planteaba que era necesario atravesar un análisis para adquirir la convicción acerca de la existencia del inconsciente. L. Fefer sostiene en este trabajo, desde su propia experiencia, que eso no es suficiente, que es preciso avanzar hasta llegar a la realización del inconsciente. Como permanente analizante del discurso, en tanto parlêtre y como Analista de la experiencia de la Escuela, ubica este trabajo entonces, en la línea de transmitir qué se obtiene de un psicoanálisis, y cómo se produce el anudamiento entre la intensión y la extensión del mismo, situando el dispositivo del pase como complemento del dispositivo analítico y allí la Escuela. Así la Escuela, que en su seno aloja la posibilidad de transitar por la experiencia del pase, se hace de las resonancias de lo real que puede pasar como transmisión cada vez, consecuencia de haber llegado a ese inconsciente real en un psicoanálisis, y saber hacer con eso.

Escribo estas notas en homenaje a Jacques Lacan en el centenario de su nacimiento. En tanto la práctica de la letra converge con el uso del inconsciente que se ha realizado, deseo hacerlo sirviéndome de sus propias letras, atravesándolas, dejándome orientar por lo que de eso resuena en mí. Apuesta a que ello haga posible estar a nivel del psicoanálisis de orientación lacaniana hoy, desde una posición de analizante permanente del discurso, atada a él en tanto parletre, y como Analista de la experiencia de la Escuela, la que en la direccionalidad que le imprime Jacques-Alain Miller, se sitúa hoy en relación a la Escuela Una, en el seno de la AMP.

“Partimos de que la raíz de la experiencia del campo del psicoanálisis planteado en su extensión, única base posible para dar motivo a una Escuela, debe ser hallada en la experiencia psicoanalítica misma, queremos decir tomada en intensión: única razón valedera que se ha de formular de la necesidad de un psicoanálisis introductivo para operar en ese campo. En lo cual, por lo tanto, concordamos de hecho con la condición, admitida por doquier, del psicoanálisis llamado didáctico”.

Jacques Lacan en la “Proposición del 9 de octubre de 1967 para el psicoanalista de la Escuela”

¡Con qué claridad Lacan se expresa aquí respecto de la articulación de la intensión con la extensión de un psicoanálisis!

Se lee allí lo que anuda la doctrina del psicoanálisis vía el pase que la establece y la Escuela que se funda necesariamente en un psicoanálisis como su única “razón-reson” (del francés “raison-réssonance”).

Alojando el dispositivo del pase, que ya es un lugar de elaboración del saber de la estructura, se sitúa la Institución que en tanto conjunto de reglas, organismo, hace de marco justo para que dicha modulación entre intensión-extensión, adquiera su posibilidad. Que del pase, como lo que suplementa el dispositivo analítico, se pueda esperar el acceso a un real, se pueda protocolizar en un espacio público, dicha experiencia.

Lacan dio comienzo a su enseñanza buscando un retorno a Freud, volvió a él invitándonos a seguirlo en ese camino de reconquista del campo freudiano.

¡Retornemos otra vez nosotros también, en este homenaje a su más fiel lector!

Freud en su texto “Análisis terminable e interminable” acentuaba la necesidad que tiene un analista de analizarse para tener la convicción de la existencia del inconsciente.

Para alcanzar esta convicción, que no es convencimiento, Freud nos dice que no se trata del estudio esforzado de los textos sobre la teoría; que esa convicción se alcanza por el aprendizaje ubicado en el análisis de cada analista como enseñanza acerca del inconsciente, y no sólo del propio.

Con lo cual indica que un psicoanálisis que lleve a alguien a esa convicción no es del orden de un deber, como precepto moral; tampoco es la enseñanza de una profesión, pues no está planteado en términos de adquisición de conocimientos. Es del orden de una transmisión que ocurre en cada análisis.

Por eso cuando Freud se pregunta por la diferencia que hay entre alguien que ha atravesado la aventura de un análisis y quien no, responde que el primero adquiere esa firme convicción: sabe de la existencia del saber inconsciente y de su disarmonía con el lenguaje. Esto le permite estar en el trabajo del inconsciente, elaborarlo, descifrarlo hasta que entregue su cifra.

Pero si alcanzar esta convicción era lo que Freud consideraba necesario, para Lacan es preciso un paso más: lo que suplementa el dispositivo analítico mismo, esto es el dispositivo del pase, y entonces la Escuela es del orden de la consecuencia, dado que es producto de que habrá habido acontecimiento en un psicoanálisis. En una clínica orientada hacia lo real de la estructura es necesario llegar hasta la realización del inconsciente, por efecto de la pulsión que lo va horadando hasta producir su agujero, despedazando la lengua para llegar a su raíz.

Si para el creador del psicoanálisis, la necesidad que tiene un psicoanalista de analizarse no se asienta en la búsqueda de un saber sobre las formaciones del analista en cuestión, sino en obtener algo del orden de una convicción acerca de la existencia “del” inconsciente, para Lacan es preciso llegar a un inconsciente real y anudar allí el psicoanálisis en extensión.

Y así, mientras Freud no tenía una idea muy optimista con respecto a las posibilidades de transmisión del psicoanálisis y al final de su vida, ya con mucho menos fuerza que en sus comienzos, decía que “en verdad no hay nada para lo que el hombre por su organización sea menos apto que el psicoanálisis”, Lacan se preocupó en pensar cómo enseñar lo que un psicoanálisis nos enseña.

Y esa pregunta, cómo enseñarlo, amplía el campo de acción del discurso analítico más allá del dispositivo analítico mismo; cuando éste ha llegado a su conclusión, mediante el dispositivo del pase y la Escuela, se abre hacia lo que Lacan llama el psicoanálisis en extensión. En la “Proposición del 9 de octubre...” dice “es función de Escuela como presentificación del psicoanálisis en el mundo, siendo el psicoanálisis en intensión, o sea el didáctico, aquél que no hace más que preparar operadores”.

Se trata de una novedosa elaboración del saber que es al mismo tiempo un trabajo de duelo.

Articulado a la transmisión, no rechaza la causa freudiana, sino que se alía con ella, retomando como propia responsabilidad el desarrollo del psicoanálisis, y lleva a un sujeto que ha concluido su experiencia analítica a tomar posición respecto de la Escuela como suplemento, estando advertido de su extimidad pero considerándose presente.

Así, la Escuela se hace en la contingencia, cada vez, como resonancias de algo que pasa; de lo que se traza en el cuerpo de la Escuela como superficie, consecuencia de lo real de un análisis en lo real de la Escuela, ubicándolo en su centro.

La Escuela es la resonancia misma cuando se constituye el ser escuchado por los otros de lo que uno escuchó de sí mismo, en el propio análisis, y eso es efecto de haber sido escuchado por quien desde la función de analista dirigió la cura.

La Escuela se hace de eso que no se oye pero traspasa lo auditivo, transformando un montón de orejas en una audiencia.

Esa práctica de lo real es una política, política de lo real en movimiento, política de la pulsión que es la política de la cura y política de Escuela, como tratamiento de lo real. La Escuela Una hoy en articulación dialéctica con las Escuelas de la AMP y los AE, uno por uno, empujan a ese real buscando que no se detenga su movimiento.

La Escuela como concepto se construye cuando se puede transmitir eso que pasa, como forma no imaginarizable al admitir que hay una imagen que no figura, lo poemático, raíz invariante de toda escritura.

Descartes pensaba en el saber de la escuela con que sus maestros jesuítas le llenaron los oídos, comentaba Lacan, y continuaba diciendo que sería mejor si se diera cuenta de que ese saber va mucho más allá de lo que cree. Que esto es así sólo porque habla, porque tiene un inconsciente, porque posee un saber imposible de alcanzar, ya que como sujeto, un solo significante lo representa ante ese saber.

Si al prestigio que da el conocimiento, le oponemos “lo que hay de cómico en el saber de la no relación que está en el golpe del sexo”, tal como nos aconseja Lacan en “Televisión”, anudamos a la intensión la creación de la Escuela como concepto, y su Institución como lugar para la invención de saber, para marcar un espacio que haga a la posibilidad de pasar el pase cada vez, en nuevos pasos respecto del propio decir.

“Jugar el juego que nos guía”, nos aconsejaba Lacan.

En esta escritura pentagramática con la que estoy jugando, dejándome guiar por el juego que me guía, un psicoanálisis y su doctrina se producen como anudamientos y desanudamientos entre intensión y extensión, trazos que se retoman cada vez, recorriendo los bordes ya dibujados.

Este borde que traza el empuje de la pulsión, empuja la letra que produce escritura marcando lo sensible de un cuerpo para el parletre y al mismo tiempo otro cuerpo: la Escuela, que implica al Psicoanálisis, vía el dispositivo del pase.

Y porque la Escuela se motiva en la experiencia analítica misma, desde lo real de un psicoanálisis, es que cada vez que haya transmisión de la no relación, habrá paso del concepto de Escuela a su ex-sistencia.

Así la Escuela, que es lo que se hace con las resonancias de ese poco de sí, con esa sustancia que pasa, ex-siste a la enseñanza del saber como totalidad.

La extimidad de la Escuela pone un límite a ese saber todo sobre la estructura; el efecto que produce es la modificación de la enseñanza misma, pues lo que opera en ella es ese Otro en no-saber, ese Otro no-todo, ya que como nos dice Lacan en el Seminario XX, “se trata de la parte de nada sabio en ese no-todo”.

Cuando la experiencia analítica concluye, cuando se ha pasado por el dispositivo del pase como verificación del real al que se ha llegado en dicha experiencia, la Escuela es la fuerza susceptible de poner al analista en una posición analizante respecto del sujeto supuesto saber, de volver a situarlo en relación a la ignorancia. La Escuela hace situar los impasses del análisis ahí donde éste no llega, donde se detuvo.

Ese encuentro, esa tyché, produce efectos sobre el analizante, el analista, la Escuela y el mismo psicoanálisis.

La enseñanza del psicoanálisis, cuando se sostiene desde el psicoanálisis en intensión, lo desestabiliza, lo interpreta, lo interroga, como deseo de inventar el saber.

Hay un pasaje de saber sobre la estructura a saber de la estructura, y luego una desuposición del saber supuesto que da lugar a lo expuesto del saber. Se trata de hacer expuesto ese saber de la estructura, ese saber que hace eruditos a los psicoanalistas, pero de un saber del que no pueden conversar, saber que no puede soportarse en uno solo y que por ello los lleva a vincularse a otros.

En cierto momento del trayecto de un psicoanálisis y a través de lo que Eric Laurent nombraba como “el vacío medio”, lugar donde se va a ubicar el hueso de la cura, se instala en la intensión la continuidad, el vínculo como cadena abierta, la comunidad.

Por ello es conveniente recordar aquello que decía hace poco en Brasil Jacques-Alain Miller: “en cuanto al psicoanalista es un a-social pero socializado. Es necesariamente marginal, pero el margen es él mismo una función esencial, vital, para la sociedad como para el individuo, pues el deseo no circula sino en los márgenes. No hay una ciudad del deseo”.

Es con lo a-social que se hace transmisión, se causa.

Desde esa marginalidad y con ella, con lo a-social se convoca, pues eso reúne, produce, vivifica, hace lazo como invitación a otros, crea vínculo y pierde sentido, pudiendo leerse con eso.

Francois Leguil nombraba a la Escuela como “nueva fraternidad”, como una forma de paz, no consigo mismo sino con el Otro, ya que se deja de hacer a ese Otro la causa de los males, pues lo que queda es un Otro en no saber, en los tiempos del Otro que no existe.

Esa nueva fraternidad, entonces, es sin reciprocidad; un montón de sujetos divididos por la causa analítica, y afectados por lo temporario, la permutación, la disolución. Lo temporario plantea la finitud, escapando así al efecto de grupo, oponiéndole a esto lo que Lacan llama efecto remolino, aire al trabajo.

La transmisión entre real y simbólico, es efecto simbólico de la falta real, en un psicoanálisis.

He allí el paso que da Lacan más allá de Freud, que llega hasta esa convicción de la existencia del inconsciente.

Luego de esa convicción es preciso este anudamiento, efecto simbólico de la falta real en un psicoanálisis. Es transmisión del objeto de la falta de objeto. Es un acto único, del Uno con respecto a lo real en el campo del Otro.

Ese sujeto, al final, es un sujeto responsable pues responde de “ello”, que es lo que sostiene el “autorizarse de sí mismo” con los otros, para pasar a otros eso que por él ha pasado.

Este movimiento abre a una topología necesaria para la transmisión y extensión del psicoanálisis, que no se confunde así con la expansión científica.

Conciliar el discurso del psicoanálisis con el discurso de la ciencia quiere decir que la manipulación específica del semblante constituiría un protocolo que daría acceso a un real.

De este modo, aunque el psicoanálisis tenga por horizonte el discurso universal de la ciencia, aunque su destino esté ligado al destino de la ciencia pues ella produce un saber de lo real que retorna como angustia, ese saber hacer con el resto ineliminable, objeto que siempre particulariza, es lo que le hace obstáculo, le pone un límite, pues le ex-siste.

El psicoanálisis es un nuevo simbólico respecto de la Ciencia, una invención de lalangue, que debe ponerse afuera para poder compartir la conversación con otros, pensada en términos de desuposición del saber del Uno. Uno en tanto es la suposición de saber sin Otro.

Se trata de usar la voz, en un buen uso, sin Otro. Conversar trasvasando la jarra heideggeriana, volcando pequeñas gotitas de su contenido en las orejas cada vez, sin saber de antemano el efecto que esto puede producir, pero con la apuesta a hacer de este modo una contribución en acto a la Escuela de Lacan, que es la Escuela del pase y los carteles.

He dado un largo rodeo, para enfatizar que es en el mismo punto en que se constituye la Escuela, que se instituye la doctrina del psicoanálisis, también según la contingencia de su discurso, como anudamiento entre el vaciado que se va produciendo en la intensión y la convicción que surge respecto de la extensión del mismo.

Y es por ello que, a esa transmisión que ocurre entre Escuela y psicoanálisis, como paso de algo que marca un espacio, le es necesario el marco, el protocolo de la Institución alojando las normas, los reglamentos que determinan la ejecución de una experiencia, el dispositivo del pase, los carteles.

La voz es el cruce entre Institución y Escuela, pues es con ella, con esa voz externalizada, con lo que se lee. La voz hace a la lectura de lo que se lee de las normas, que así podrán leerse poniendo la voz a la letra, movilizándola. Porque una cosa es leer un texto, y otra cosa muy distinta es que se lo ponga a resonar.

Si la Institución es lo necesario, si es la posibilidad de que haya auditorio, orejas que no pueden cerrarse, la Escuela es efecto de la lectura del texto puesto a resonar en la Institución.

La Escuela implica al psicoanálisis, no a los psicoanalistas quienes están implicados en la Institución.

Es así que la Escuela, en su extimidad, es el verdadero sostén del psicoanálisis.

Si al prestigio que da el conocimiento, le oponemos “lo que hay de cómico en el saber de la no relación que está en el golpe del sexo”, tal como nos aconseja Lacan en “Televisión”, anudamos a la intensión la creación de la Escuela como concepto, y su Institución como lugar para la invención de saber, para marcar un espacio que haga a la posibilidad de pasar el pase cada vez, en nuevos pasos respecto del propio decir.

“Jugar el juego que nos guía”, nos aconsejaba Lacan.

En esta escritura pentagramática con la que estoy jugando, dejándome guiar por el juego que me guía, un psicoanálisis y su doctrina se producen como anudamientos y desanudamientos entre intensión y extensión, trazos que se retoman cada vez, recorriendo los bordes ya dibujados.

Este borde que traza el empuje de la pulsión, empuja la letra que produce escritura marcando lo sensible de un cuerpo para el parletre y al mismo tiempo otro cuerpo: la Escuela, que implica al Psicoanálisis, vía el dispositivo del pase.

Y porque la Escuela se motiva en la experiencia analítica misma, desde lo real de un psicoanálisis, es que cada vez que haya transmisión de la no relación, habrá paso del concepto de Escuela a su ex-sistencia.

Así la Escuela, que es lo que se hace con las resonancias de ese poco de sí, con esa sustancia que pasa, ex-siste a la enseñanza del saber como totalidad.

La extimidad de la Escuela pone un límite a ese saber todo sobre la estructura; el efecto que produce es la modificación de la enseñanza misma, pues lo que opera en ella es ese Otro en no-saber, ese Otro no-todo, ya que como nos dice Lacan en el Seminario XX, “se trata de la parte de nada sabio en ese no-todo”.

Cuando la experiencia analítica concluye, cuando se ha pasado por el dispositivo del pase como verificación del real al que se ha llegado en dicha experiencia, la Escuela es la fuerza susceptible de poner al analista en una posición analizante respecto del sujeto supuesto saber, de volver a situarlo en relación a la ignorancia. La Escuela hace situar los impasses del análisis ahí donde éste no llega, donde se detuvo.

Ese encuentro, esa tyché, produce efectos sobre el analizante, el analista, la Escuela y el mismo psicoanálisis.

La enseñanza del psicoanálisis, cuando se sostiene desde el psicoanálisis en intensión, lo desestabiliza, lo interpreta, lo interroga, como deseo de inventar el saber.

Hay un pasaje de saber sobre la estructura a saber de la estructura, y luego una desuposición del saber supuesto que da lugar a lo expuesto del saber. Se trata de hacer expuesto ese saber de la estructura, ese saber que hace eruditos a los psicoanalistas, pero de un saber del que no pueden conversar, saber que no puede soportarse en uno solo y que por ello los lleva a vincularse a otros.

En cierto momento del trayecto de un psicoanálisis y a través de lo que Eric Laurent nombraba como “el vacío medio”, lugar donde se va a ubicar el hueso de la cura, se instala en la intensión la continuidad, el vínculo como cadena abierta, la comunidad.

Por ello es conveniente recordar aquello que decía hace poco en Brasil Jacques-Alain Miller: “en cuanto al psicoanalista es un a-social pero socializado. Es necesariamente marginal, pero el margen es él mismo una función esencial, vital, para la sociedad como para el individuo, pues el deseo no circula sino en los márgenes. No hay una ciudad del deseo”.

Es con lo a-social que se hace transmisión, se causa.

Desde esa marginalidad y con ella, con lo a-social se convoca, pues eso reúne, produce, vivifica, hace lazo como invitación a otros, crea vínculo y pierde sentido, pudiendo leerse con eso.

Francois Leguil nombraba a la Escuela como “nueva fraternidad”, como una forma de paz, no consigo mismo sino con el Otro, ya que se deja de hacer a ese Otro la causa de los males, pues lo que queda es un Otro en no saber, en los tiempos del Otro que no existe.

Esa nueva fraternidad, entonces, es sin reciprocidad; un montón de sujetos divididos por la causa analítica, y afectados por lo temporario, la permutación, la disolución. Lo temporario plantea la finitud, escapando así al efecto de grupo, oponiéndole a esto lo que Lacan llama efecto remolino, aire al trabajo.

La transmisión entre real y simbólico, es efecto simbólico de la falta real, en un psicoanálisis.

He allí el paso que da Lacan más allá de Freud, que llega hasta esa convicción de la existencia del inconsciente.

Luego de esa convicción es preciso este anudamiento, efecto simbólico de la falta real en un psicoanálisis. Es transmisión del objeto de la falta de objeto. Es un acto único, del Uno con respecto a lo real en el campo del Otro.

Ese sujeto, al final, es un sujeto responsable pues responde de “ello”, que es lo que sostiene el “autorizarse de sí mismo” con los otros, para pasar a otros eso que por él ha pasado.

Este movimiento abre a una topología necesaria para la transmisión y extensión del psicoanálisis, que no se confunde así con la expansión científica.

Conciliar el discurso del psicoanálisis con el discurso de la ciencia quiere decir que la manipulación específica del semblante constituiría un protocolo que daría acceso a un real.

De este modo, aunque el psicoanálisis tenga por horizonte el discurso universal de la ciencia, aunque su destino esté ligado al destino de la ciencia pues ella produce un saber de lo real que retorna como angustia, ese saber hacer con el resto ineliminable, objeto que siempre particulariza, es lo que le hace obstáculo, le pone un límite, pues le ex-siste.

El psicoanálisis es un nuevo simbólico respecto de la Ciencia, una invención de lalangue, que debe ponerse afuera para poder compartir la conversación con otros, pensada en términos de desuposición del saber del Uno. Uno en tanto es la suposición de saber sin Otro.

Se trata de usar la voz, en un buen uso, sin Otro. Conversar trasvasando la jarra heideggeriana, volcando pequeñas gotitas de su contenido en las orejas cada vez, sin saber de antemano el efecto que esto puede producir, pero con la apuesta a hacer de este modo una contribución en acto a la Escuela de Lacan, que es la Escuela del pase y los carteles.

He dado un largo rodeo, para enfatizar que es en el mismo punto en que se constituye la Escuela, que se instituye la doctrina del psicoanálisis, también según la contingencia de su discurso, como anudamiento entre el vaciado que se va produciendo en la intensión y la convicción que surge respecto de la extensión del mismo.

Y es por ello que, a esa transmisión que ocurre entre Escuela y psicoanálisis, como paso de algo que marca un espacio, le es necesario el marco, el protocolo de la Institución alojando las normas, los reglamentos que determinan la ejecución de una experiencia, el dispositivo del pase, los carteles.

La voz es el cruce entre Institución y Escuela, pues es con ella, con esa voz externalizada, con lo que se lee. La voz hace a la lectura de lo que se lee de las normas, que así podrán leerse poniendo la voz a la letra, movilizándola. Porque una cosa es leer un texto, y otra cosa muy distinta es que se lo ponga a resonar.

Si la Institución es lo necesario, si es la posibilidad de que haya auditorio, orejas que no pueden cerrarse, la Escuela es efecto de la lectura del texto puesto a resonar en la Institución.

La Escuela implica al psicoanálisis, no a los psicoanalistas quienes están implicados en la Institución.

Es así que la Escuela, en su extimidad, es el verdadero sostén del psicoanálisis.

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