Julio 2001 • Año I
#2
Coloquio Jacques Lacan 2001 en Buenos Aires

El niño y la adopción

Adela Fryd

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Sin título
[Ana Casanova]
1998 - Papel sobre tela
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El lugar del niño adoptado en la constelación familiar, es el tema que la autora propone, planteando la posibilidad de que ese niño quede atrapado o identificado con la fantasmática materna, en tanto la esterilidad y la adopción permiten obturar y mostrar una manera particular de gozar de ese tipo particular de filiación.

"Niño adoptado". "Conflictos del niño adoptado". "Los niños adoptados tienen problemas de aprendizaje". "Cuando el niño provoca algún problema su calidad de adoptado aparecerá en escena muy fácilmente".

Son temas que surgen frente a aquellos que han elegido la adopción como un modo de filiación particular, suscitando la curiosidad y con ella los fantasmas y las pasiones. Adoptar un niño es exponerse a esta curiosidad, a estos interrogantes, en tanto es mostrar un modo diferente de gozar de la paternidad.

Es sólo a partir del niño como podemos ver qué saber hacer tiene él mismo con el significante "adopción" –abandono, robo, y los que de estos derivan–; nos orientaremos a partir de allí, porque desde el psicoanálisis es imposible seleccionar padres y madres; pero desde el psicoanálisis se nos abre la posibilidad de formular nuestras preguntas.

Sobre este tema se ha dicho mucho. Para algunos, el niño adoptado es un nombre, una marca. Esto es lo que el sentido común y la descripción fenomenológica nos brindan. ¿Qué nos enseña el psicoanálisis?

Este modo distinto de filiación hace resaltar los interrogantes que atañen a todo sujeto-niño. El hecho de ser adoptado puede hacer que se deslice hacia lo angustiante o lo trágico la forma que tiene el niño de hostigar a sus padres con todos sus "¿por qué?", o con su silencio difícil de soportar, que muchas veces, llama a los padres a sus propias preguntas, y no a las del niño, que aún no han aparecido.

Debemos recordar aquí que Freud ha subrayado las preguntas que convocan a todo sujeto sobre su existencia, su origen, su sexualidad. También nos ha enseñado que la idea del hijo adoptivo es una novela familiar que, para todo sujeto neurótico, reafirma el sueño de tener padres más dignos, a la altura de sus sueños ideales.

Desde todos lados hay respuestas a lo que debe hacerse, a lo que está bien o mal en relación con el niño adoptado. Para el psicoanálisis, no se plantea la cuestión del bien: está en cada uno encontrar su fórmula. Se trata, por el contrario, de poner a prueba desde la clínica, el saber hacer de los niños con este significante y, desde allí, lanzar nuevas cuestiones.

De todas formas, todo destino del sujeto –cualquiera sea–, se ordenará según la relación psicosis-neurosis-perversión, haya o no operado la función del padre.

La elección se determina, por una parte, por los significantes familiares y, por otra, por la insondable decisión de ese sujeto.

 

¿Qué nos enseña el psiconálisis?

El más allá del Edipo lleva a J. Lacan a desarrollar el interrogante freudiano que quedó en suspenso: "¿qué quiere una mujer?", conduciéndolo a la conceptualización de la sexualidad femenina. La Metáfora paterna deja afuera la sexualidad femenina. ¿Qué es de la mujer? ¿Qué es del hombre? ¿Cómo inscribir esa relación entre un hombre y esa mujer?; y ¿qué es un hijo en relación con estos cuatro términos (madre, padre, hijo, mujer)? Los significantes padre-madre no dan respuesta a la pregunta ¿qué es una mujer?

Del lado de los padres, todo nacimiento moviliza a la madre, ya que todo niño queda remitido a la madre como mujer. Por el lado del padre, el interrogante sería: ¿qué es ser un padre? y ¿en qué lugar del deseo, el padre ubica a la madre como mujer?

La adopción puede ser un significante que, al mismo tiempo que la obtura, resalta esta división entre la sexualidad y la paternidad, dejando afuera la pregunta acerca de qué es esa mujer que no es toda madre, taponando el interrogante que enfrenta a todo sujeto con el misterio de sus orígenes, con el no saber sobre el sexo.

Cuando en la pareja aparece la esterilidad en alguno de los cónyuges, ésta puede ser un significante que completa y obtura todo encuentro entre ellos; no cualquiera se presta a los tratamientos de fertilidad como si sólo se tratara de desafiar lo real biológico: ser o no ser madre, ser o no ser padre, impide la aparición de toda pregunta. Del lado del niño, finalmente, se tratará de cómo va a responder a aquello que no tiene respuesta sobre la muerte, sobre la sexualidad, sobre la paternidad. No serán las explicaciones biológicas, ni los elementos de su historia los que puedan responder. No se trata de lanzarse a una búsqueda real para descubrir el rostro de sus progenitores, ni monstruos ni dioses. Lo que se cuestiona es el deseo que lo hizo nacer, el deseo de sus padres adoptivos que hicieron de él su hijo. Lo que le dará un lugar será la particularidad de cómo se contestará fabricando sus propias respuestas, será la particularidad de su novela familiar. Aquí nos enfrentamos con ciertas cuestiones que nos orientan en nuestro desarrollo.

 

¿Cuál será la trama de su destino?

Tenemos, por un lado, el azar de la vida, que en el caso de un niño adoptado, es una caja de sorpresas o una caja negra; y por el otro, los dichos familiares de antes del nacimiento: dos términos exigibles para toda estructura subjetiva.

En principio, se plantea un tema oscuro: el del deseo de los padres, ya que el sujeto nunca tendrá acceso a lo que ellos han querido. Ni siquiera en un análisis, un sujeto tendrá más que una percepción fugitiva de ese deseo de los padres. Pero hay otro punto, que es el sujeto mismo, y que como Lacan lo descubre, no se reduce a sus términos precedentes: él no es su Ideal del Yo que, al contrario, tapa su lugar de sujeto. El no es lo que ellos han querido, no es juguete del azar; es, como dice Lacan, la respuesta de lo real. No es responsable de todo (aceptamos el determinismo, lo hemos dicho), sino sólo de su posición de sujeto

¿Qué es una familia para el psicoanálisis? En 1938, en "Los Complejos Familiares", Lacan nos señala que cuanto más se reduce la institución familiar a nivel de su extensión, más compleja es su estructura, y adopta el término de Durkheim "familia conyugal" como el más apropiado para designar nuestra forma moderna de familia, que se ve como todopoderosa a nivel de su rol formador, dado que guarda la exclusividad de ser y de poder instalar al niño en sus primeras identificaciones.

Elegir la adopción es un salto en la familia, en el punto álgido de la paternidad; depende de cual sea el saber hacer que tengan los padres con ese significante "adopción", el que éste sea o no una carga para el niño que va a heredarlo y que sea o no un punto de fijación obligado.

La incógnita de lo que el niño trae como parte hereditaria disposicional puede transformar esa x en una caja negra que enfrenta a los padres adoptivos con un crudo develamiento de su fantasma: es desde allí desde donde leerán, verán, entenderán. Es decir, esa incógnita es un lugar propicio para imaginarizar certezas y dejar congelados a los niños en su propia fantasmática. Por el lado de la madre, se plantea la posibilidad de entrampar al niño en su fantasmática. Por el lado del padre, al confundir fecundidad con virilidad, existe la posibilidad de fallar en su función de enunciación de la ley, garantía de lo que separará al niño del avasallamiento materno.

Es allí donde, con sus síntomas, el niño adoptado puede llegar a decir lo que para sus padres es imposible decir.

Lo que podremos afirmar es que el niño adoptado resalta que se trata del deseo. Del deseo que lo hizo nacer, del deseo de sus padres adoptivos que hicieron de él su hijo; somos todos hijos adoptados de un deseo que nos hizo vivir, y es así como nos reconocemos hijos del hombre.

Ahora bien, Lacan avanza en su enseñanza: si el niño interroga al Deseo de la Madre, surgirá una pregunta inquietante: ¿cuál es el lugar que él ocupa para ella?, ¿cuál es la insondable relación que une al niño con el pensamiento que rodeó su concepción?, ¿cuál es su lugar de objeto en el deseo del Otro?

Ya no alcanzará con la metáfora paterna, la de la madre en su DM, el padre en su relación con el NP y el niño en su respuesta fálica.

Se trata de alcanzar ese real inalcanzable en su valor de objeto. Alcanzar ese real que se juega entre esa madre como mujer y ese padre como hombre.

Si bien se puede imaginarizar la castración de la madre por la falta de pene, la verdadera castración es que ella no es toda madre, sino mujer.

Todo niño queda así remitido a la madre como mujer, inscripto, por un lado en la función fálica, y por el otro, situando un goce suplementario que escapa al goce fálico, proponiendo al niño un estatuto de objeto de la madre que escapa o excede el valor fálico del niño. Es así como el niño se transforma en un objeto condensador de goce, lo encarna.

Recordemos lo que Freud nos dice cuando trabaja la sexualidad femenina y nos habla del apego a la madre como objeto de goce.

La niña, jugando a la mamá con sus hijitos, es la mamá y recibe esos hijos del padre. Pero hay otro juego en el que juega al niño-muñeco, donde ella se identifica con el niño que fue: el juego de la mamá le sirve a la niña para la identificación con la madre. Juega a la mamá y la muñeca es ella misma. Hipótesis freudiana que da cuenta de que la niña está en una relación de goce pasivo con respecto a su madre. Esta tendencia pasiva escapará a la catástrofe, dice Freud, en la medida en que su satisfacción esté prohibida, lo que permite un deslizamiento hacia el padre. Hemos descripto a aquellas mujeres fijadas a una relación con la madre como goce pasivo, lo que hace difícil el paso que va desde el deseo de un hijo del padre, al deseo de un hijo que viene del hombre. En este caso, el hijo puede ser un reencuentro con ese goce pasivo materno.

¿Cómo se inscribe el niño en esa relación de la mujer con su falta? El niño es síntoma de la relación de la madre con su partenaire, que es ante todo, no su niño ni su hombre, sino su falta. Por lo tanto, la relación de la mujer con su falta es fundamental. El niño aparece allí con la amenaza de no poder completar de ningún modo a su madre. Es aquí donde Lacan dice que lo que el padre debe aportar es la relación con esta privación . Un padre se sostiene según la manera como se encarna, es decir, según sepa o no ser responsable de su goce con respecto a sus hijos y transmitir su versión de goce, su pere-versión. Es conveniente que su goce tome el aspecto de una mujer, la versión de una mujer, de la que hace la causa de su deseo. El padre, la función paterna, está ahora referida a su causa.

Cuando avanzamos más allá de los significantes: Madre, Padre, Hijo, vemos que en esta constelación es fundamental la relación de cada uno de ellos con lo que es su objeto, con lo real en juego; así surge una nueva constelación familiar con su objeto como causa.

Este es el lugar que el niño puede venir a ocupar.

Si bien cuando un niño realiza el fantasma materno, se presenta el riesgo psicótico, es importante determinar qué distancia toma el niño en relación con el fantasma materno. La adopción es un lugar privilegiado para identificar al niño en su fantasmática y que el niño pueda separarse de ésta depende de la mediación del padre. Como nos dice Freud, la posibilidad de que no se produzca una catástrofe depende de que sea posible efectuar un viraje hacia el padre.

Por ello, es importante saber cómo ese tipo de madre y ese tipo de padre se las arreglarán con ese encuentro imposible en relación con los sexos. Esta es la verdad de la pareja familiar, ficción de relación entre dos partenaires.

Lo que se plantea es que aquella mujer que no puede ser madre biológica, puede poner allí su falta, su incompletud, y hacer de eso su castración imaginaria; al dudar de la posibilidad de ser una verdadera madre simbólica, pide al niño signos que demandan incondicionalidad, obstruyendo a veces el camino abierto al deseo encarnado por la posibilidad de la mediación paterna. El hijo es requerido no para cumplir el Ideal del hijo soñado, sino para dar pruebas de la no falla de la madre.

Tres secuencias de Elena nos permitirán ver cómo necesita dejar de cargar con la fantasmática de la madre quien, al nacer, pierde a sus padres en un accidente y es dada a cargo a una familia. Nunca se sintió adoptada en el deseo del Otro. La madre le demanda a la hija que le dé muestras de que la acepta como madre, y Elena sólo comenzará la construcción de su novela cuando haya dejado de cargar con el peso de tener que aliviar a su mamá, que no se había sentido verdaderamente amada, cuando no tenga que demostrarle a su mamá que es ella la que la adopta.

Elena extraña a su abuela paterna, llora porque quiere ir a verla. Su madre se angustia, la niña trae a sesión un sueño de esa noche: "Yo llevaba en upa a una mamá; era mi mamá, no, era un bebé". En ese momento me cuenta que le gustan los bebés y que a todos los bebés les encanta estar con ella. "Yo quiero que haya un bebé en casa".

En otra sesión cuenta estos sueños:

- "¿Sabés lo que soñé? Que estaba con mi mamá en una disquería y, sin darme cuenta, me robaba un cassette de Chiquititas". Esto la lleva a hablar del tema de los robos. "Chiquititas es mi programa preferido. Me desperté y volví a soñar que el personaje de Chiquititas me invitaba a trabajar en el programa. Ese es mi sueño de verdad: trabajar en Chiquititas". Le digo irónicamente: "¡Sí! Tu sueño es actuar en un programa de Chiquititas sin papás...".

Ahí comienza a preguntarme que no entiende mucho a un papá que deja a sus hijos. "Decíme Adela, ¿cómo un papá puede irse?".

- Tercer sueño, que marca un hito: "Sabés, ayer no me hice pis. ¿Pero sabés cómo fue? Yo soñaba que estaba remando. Tenía que llevar dos remos, uno encima de otro, se me caen los remos y me sentía livianita, y así llegué al baño. Mi papá me encontró sentadita, yo creía que estaba en un bote".

Se trata de eso, de sacarse de encima lo que le pesa. Comienza allí un despliegue riquísimo de ficciones fantasmáticas que no son tomadas, sino separadas del Otro. Es a partir de allí que comienzan sus construcciones, su novela amorosa que tratará de príncipes y princesas; comienza a armar un encuentro amoroso, debajo del agua, entre su papá y ella en el que luego hará entrar a la mamá. De entrada, ella se nombra como "Sirenita", y cuenta muchas historias de amor donde un padre nadador se encuentra con esa Sirenita.

Hay un momento de viraje entre la niña que debe mostrar incondicionalidad, tranquilizar a la madre con lo que le sucede en relación con su novela, entonces se lanzará plenamente a su propia novela: mitos tomados, significantes resaltados del Otro, armándolos a su manera y desprendiéndose del peso fantasmático materno. El alivio comienza para ambas. Y el padre comienza a entrar con diferentes semblantes en sus múltiples construcciones.

El padre puede ponerse también en la limitación de no ser el padre biológico; puede, entonces, confundir el significante con la función y, por ello, debilitar su acción.

Lo que quiero subrayar es cómo en la adopción pueden eliminarse los términos mujer-hombre en relación con el hijo.

Lacan instalará un axioma: no hay relación sexual.

El síntoma, entonces, va a responder de ese real en tanto contiene el sentido dado por el sujeto a este real, a esta ficción de la pareja familiar.

El niño es, entonces, una respuesta como síntoma de esta verdad de la pareja familiar, el portador de un real, de un goce tomado en el deseo sexual de aquellos que lo han puesto en el mundo. Es decir que él tiene que construir la manera en la que se va a separar de ese goce, de ese objeto primordial. A este respecto, Freud hablará de la novela familiar como barrera contra el incesto, como modo de defensa; por consiguiente, es un estado raramente rememorado pero reconstruido en análisis.

En segundo lugar, la novela familiar articula una versión del padre que responde a la tentativa de un acuerdo del padre con el amo e ideal: esto por el intento de una operación de sustitución. Y finalmente, la novela familiar aporta una versión de la madre, y más particularmente de la madre sexuada. Entonces, diferencia dos momentos: el primer tiempo, asexuado, que consiste en la sustitución operada en el imaginario del sujeto, que se produce luego de una ruptura: el padre ya no es el que era para el sujeto infantil. El segundo tiempo, al introducir la madre infiel, podría calificarse como sexuado.

Sobre el axioma "no hay relación sexual", se va a articular lo que Freud llamará la novela familiar, pero también la curiosidad sexual, es decir, toda teoría sexual infantil en la cuestión del saber. Esta novela familiar, este mito es un proceso de constitución, "verdadero poema épico", dirá Freud. Lacan, por su parte, hablará del mito particular del sujeto como tentativa de dar forma épica a la estructura.

El niño adoptado puede quedar atrapado o identificado con la fantasmática materna, en tanto la esterilidad y la adopción permiten, como dijimos antes, obturar y mostrar una manera particular de gozar de esa filiación.

Hemos visto cómo se puede cargar sobre el significante madre y hacer de él un todo, "Toda Madre", "Todo Padre", "Todo Hijo", impidiendo que el niño ficcionalice este imposible de donde proviene.

Los padres, cargando todo sobre la paternidad, no asumen esta manera de arreglárselas con el malentendido del encuentro entre un Hombre y una Mujer.

Por ello es en un trabajo con el niño en análisis donde éste comenzará a fabricar sus respuestas, y es sólo en un análisis donde tendrá principio la posibilidad de recrear su novela familiar como efectuación del sujeto del inconsciente.

Es a partir de los elementos resaltados del Otro como el niño va a construir su novela familiar, hecho que habla de que se ha encontrado con la falta del Otro (con la falta de la madre, no con la falta que estaba colmada con el problema inquietante del niño adoptado), y es la novela lo que permitirá suplir lo que falta en el Otro.

Para que un niño pueda fabricarse una respuesta, un camino, es necesario que se encuentre con algo que no sabe sobre el deseo del Otro, donde él se aloja; es necesario que descubra que en el Otro falta una respuesta para sus enigmas y que no se asegure en el fantasma materno. Esto significa que el Otro no tiene respuestas; ante las preguntas, el Otro no está, no responde. Pulgarcito reencuentra su camino porque pudo producir esas piedritas significantes: los significantes paternos no funcionaron para él como diciendo un sentido único, sino semi-diciendo el sentido.

Recibir las marcas del Otro como significante implica el acceso al semi-decir, a esa posición donde el ser que habla está subjetivado, no tanto por lo que dice sino por el lugar desde donde dice y desde donde oye.

Es así como vemos que para los padres adoptivos, muchas veces las marcas toman un sentido fijo: el saber intenta colmar el vacío y ellos intentan juntar saber y verdad. El niño puede alienarse a los significantes que le vienen del Otro. Es necesario no ceder al encuentro del vacío porque es de su presencia preservada y de poder no ceder a la tentación (como los hermanos de Pulgarcito que optan por tapar ese lugar vacío) como aparecerá la ficción propia del sujeto niño. No se trata de que el niño adoptado necesite la verdad toda. No se trata de que los padres sepan la verdad toda de su origen. Se trata de que la verdad para el ser que habla sólo se puede semi-decir. El análisis con estos niños nos corroboró una vez más que es necesario no ceder al horror del vacío, al encuentro con lo que falta en el Otro, con lo que no puede ser respondido por el Otro, porque no hay significantes en Otro que puedan responder al misterio de la sexualidad, al origen y la muerte, donde los niños adoptados no son una excepción.

La construcción del niño es lo que responderá a ese agujero; franquear el vacío es lo que, sin apoyarse en el fantasma materno, le permitirá asegurarse del Otro, encontrando una identidad de ser en el mundo y en su deseo.

Que el niño construya su novela familiar, el mito individual de sus orígenes, indica que no es el coito de sus genitores el que contesta a su llegada al ser, no es lo que da sentido a su inefable y estúpida existencia.

Si bien hay que considerar que la adopción se enfrenta con significantes particulares, con fantasmas, con el abandono, con la pobreza, con las fantasías de robo, será responsabilidad de los padres y de cada niño hacer también de esto una función, en tanto lo es. Padres y niño deberán enfrentarse a estas temáticas, pero su despliegue, el tener que vérselas con ellas, y su fijeza, no van a depender de adoptar o de ser un adoptado.

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