
"Avión"
20 x 40 x 40 cm
Diana Klainer
1. La conversación en la vida de la Escuela
La práctica de la conversación forma parte de la vida de nuestra comunidad analítica. Recientemente hemos asistido a la conversación clínica sobre “La formación analítica y la práctica del control”, convocada por el Consejo y el Directorio de la Escuela.[1] La misma se inscribe en una serie con otras tantas ocasiones en las que la conversación se ha puesto en práctica, produciendo efectos de formación. Transmito aquí algunas reflexiones que se precipitaron a partir del trabajo sostenido en esta última ocasión, pero que van más allá de la misma, para intentar cernir la dimensión política de la formación del analista en su lazo con la Escuela.
En primer lugar, estas elucubraciones se tejen en el nudo que conforman el saber expuesto que compartimos sobre la clínica, la sorpresa de los efectos siempre incalculados de nuestra práctica y el punto de fuga inherente a lo imposible de saber sobre lo real que anida en el síntoma de todo sujeto hablante.
En segundo lugar, retomo un punto fundamental enunciado durante la última conversación que sitúa que el efecto del control es analítico cuando es liberador del acto, es decir, cuando como efecto se destraba lo que hacía de obstáculo a la intervención; esta perspectiva del control solo es posible leerla a posteriori. En la misma línea, se puede agregar que en otras ocasiones el efecto del control es analítico cuando le permite al practicante reconocer su propio acto y, en consecuencia, el deseo del analista que lo habita y lo trasciende; es la perspectiva que señala Jacques Lacan cuando dice que el analista se encuentra sobrepasado por su acto. En todo caso, es esperable que el control apunte al acto analítico, ya sea producido o en el porvenir.
En tercer lugar, un intercambio con una colega me permite dar un paso más. Si bien la práctica del control es un invento de Sigmund Freud practicado por muchos de los post freudianos durante el siglo pasado y hasta la actualidad, hay una diferencia fundamental entre el control freudiano y el nuestro, esa diferencia implica la existencia de la Escuela.[2]
2. La reinvención lacaniana del control
Tomo entonces esta orientación para proponer que J. Lacan reinventa el control al desregular la práctica, produciendo un cuestionamiento radical de la rutina establecida después de S. Freud[3] para la formación de los analistas. Sin embargo, cabe aclarar que dicha ruptura con la normativización tanto del análisis como del control no libera ni al practicante ni a la Escuela de su responsabilidad ética frente al discurso analítico y su transmisión. Cito a Éric Laurent: “Lacan no deseó jamás aliviar ni al analista ni a la Escuela de la parte que les corresponde. Por la formación que dispensa se juzga si una Escuela mantiene o no al psicoanálisis en el lugar que le corresponde en el mundo. Desde este punto de vista, análisis personal, control y enseñanza se encuentran entrelazados”.[4] En este sentido, la Escuela es responsable de la formación que dispensa y las nominaciones que produce, a la vez que se hace destinataria de los efectos de la experiencia analítica y de las transferencias que genera.
En junio de 1964, en el “Acto de fundación”,[5] en la Sección dedicada al psicoanálisis puro, plantea que “el psicoanálisis propiamente dicho es y no es otra cosa que el psicoanálisis didáctico”. La “entrada en control” -tal como J. Lacan nombra la demanda para sopesar la propia práctica- se presenta como un caso particular del análisis didáctico del analizante en formación. Con estas nuevas coordenadas, la condición fundamental pasa a ser que el analizante sea libre de elegir a su analista -contrariamente a lo establecido por la IPA-, y esta libertad de elección incluye el analista con quien decida controlar su práctica. De este modo, J. Lacan rompe con el automatón establecido hasta ese momento para la formación del analista y somete la praxis del control a los principios que fundan el discurso analítico, articulados a la transferencia, al inconsciente y a la interpretación.
En este sentido, Jacques-Alain Miller subraya que después de J. Lacan, y como consecuencia de la “desregulación” por él producida, en nuestras Escuelas los analistas sostenemos “un control deseado”, contrario a toda forma de obligatoriedad.[6] El “arte del control” lacaniano, tal como ha sido formulado por Leonardo Gorostiza, consiste justamente en el arte de leer cada caso, el que cada practicante presenta al analista del control y en el que él está también implicado ya que la transferencia del analizante, como puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente, incluye al analista en su discurso. En el control lacaniano se hace necesario no contar con ninguna regla fija prestablecida sobre la práctica y es preciso mantenerse lejos de cualquier automatización.[7] Nuestra práctica del control está entonces más cerca del arte y de la invención que de cualquier forma de predeterminación.
3. El pase y el control
Como sabemos, en el curso sobre El banquete de los analistas, J.-A. Miller desarrolló la lógica en común entre el pase y el control. En ambos casos, se produce una descontextualización de la experiencia que consiste en “tomar el texto sin el contexto”: en el control se toma el texto sin el paciente; en el pase, el texto de un análisis pasa sin contar con la presencia psicoanalista.[8] De esta manera, la desregulación producida por J. Lacan en el “Acto de fundación”[9] del 64 está atravesada por la misma lógica que atravesará poco después su propuesta del pase en la “Proposición del 67”.[10] J.-A. Miller ha puesto suficientemente en evidencia que el pase y el control tienen el mismo hilo conductor que lleva la experiencia de un análisis del consultorio analítico a la Escuela.
Por su parte, É. Laurent ha señalado con precisión que J. Lacan hizo del control una obligación más para la Escuela que para el sujeto, ya que cada Escuela debe responder a la demanda de control que se desprende del ejercicio mismo de la práctica analítica.[11] Asimismo, del lado del sujeto que funciona como analista para otros sujetos, resta el deber ético de someter su práctica al control e interrogar en qué medida la misma responde a los principios del acto analítico, más allá de las preocupaciones diagnósticas y urgencias subjetivas.
Ahora bien, conducir el control y sus efectos al seno de la Escuela implica trasladar la práctica del control a la experiencia del conjunto de la comunidad analítica. La conversación sobre la práctica analítica y el control puede devenir una experiencia de Escuela en la medida en la que allí se pone de manifiesto que no hay definición posible del psicoanalista y que, si hay algo del analista que opera en una cura, solo se lee a posteriori por haber estado a la altura del acto, lo cual sucede de vez en cuando. Tal como dijo J. Lacan, “el psicoanalista se califica en acto”,[12] esto implica que nunca se lo reconoce por fuera de su acto ni más allá de él.
4. Conversación, pase y control comparten la misma lógica
En este punto me interesa agregar una vuelta más. Podemos decir que la propuesta de llevar la experiencia del control de la propia práctica a la conversación en el seno de la Escuela es una invención de J.-A. Miller. Se trata de hacer pasar los efectos del control y del acto analítico a la Escuela como “experiencia inaugural” -usando los términos de J. Lacan-,[13] lo cual implica trasladar su enseñanza más allá del consultorio del analista practicante y del analista con quien se controla, a la comunidad de trabajo que conforma la Escuela. En este sentido, podemos sostener que la conversación como experiencia de Escuela responde a la misma lógica que el pase y el control.
En efecto, en una intervención mucho más reciente, J.-A. Miller sostiene que “así como el pase es un après-coup del análisis, la Escuela también en su conjunto es un après-coup de la experiencia analítica”.[14] Interpreto que este après-coup incluye la reinvención lacaniana del control y el uso que de eso hacemos cuando conversamos sobre el psicoanálisis que practicamos, sobre lo que nuestra práctica tiene de azarosa pero también de efectiva para tocar lo real. En el acto de la conversación, la comunidad analítica en su conjunto se hace destinataria de la práctica del Uno por Uno.
NOTAS
- Conversación clínica convocada por el Consejo y el Directorio de la Escuela: “La formación analítica y la práctica del control”, el sábado 3 de agosto de 2019 en la Escuela de la Orientación Lacaniana, EOL.
- Kicillof, C., El análisis de control del analista en formación, Tesis de Maestría en Clínica Psicoanalítica, Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), inédito. Comunicación personal.
- Lacan, J., “Acto de fundación”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 249
- Laurent, É., “Su control y el nuestro”, Revista Freudiana n. 30, publicación on-line, https://www.freudiana.com/, Consultado el 15 de septiembre de 2019.
- Lacan, J., “Acto de fundación”, op. cit.
- Miller, J.-A., “Trois points sur le contrôle”, Intervención en las Jornadas Question d’École del 8 de febrero de 2014, bajo el título “Les usages du contrôle”.
- Gorostiza, L., “Marcas del control. Consecuencias en la práctica”, El Caldero de la Escuela, Nueva serie n. 23, Publicación de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Grama ediciones, Buenos Aires, 2014.
- Miller, J.-A., El banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires, 2000, pp.385-394.
- Lacan, J., “Acto de fundación”, op. cit.
- Lacan, J., “Proposición 9 de octubre de 1967”, Scilicet n.1, Editorial du Seuil, 1969.
- Laurent, É., “Su control y el nuestro”, en Revista Freudiana 30, Barcelona, 2000.
- Lacan, J., “El acto psicoanalítico”, Reseñas de enseñanza, Manantial, Buenos Aires, 1988, p. 52.
- Lacan, J., “Acto de fundación”, op. cit., p. 254.
- Miller, J.-A., “La doctrina secreta de la Escuela”. El Caldero de la Escuela, Nueva serie n. 24, Publicación de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Grama, Buenos Aires, 2015.