Octubre 2019 • Año XVIII
#37
Estudios / Puntuaciones

Hacer la hipótesis ética del Inconsciente

Yves Vanderveken

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"Punky"
40 x 15 x 20 cm. - Alambre, madera, papel
Diana Klainer

Teníamos una urgencia. Una urgencia controlada. Teníamos entonces, mejor dicho, una necesidad.

Ya era hora.

Era hora de que recordáramos, a partir de nuestras cuatro Escuelas que fundan la Eurofederación de Psicoanálisis, la dimensión verdadera del inconsciente freudiano -el filo cortante de su verdad, como le gustaba llamarlo Jacques Lacan.

Era hora de que planteáramos, a escala de un congreso internacional, la extimidad del inconsciente del psicoanálisis con respecto a los avances de la ciencia.

Era hora, también, de que nos animáramos a reafirmar la radical oposición a la ilusión cientificista que constituye el cognitivo-comportamentalismo cuando, se apodera de los progresos que el desarrollo de la técnica permite a las neurociencias, para tornarse en una ideología totalizante.

Frente a los efectos de seducción, incluso de ceguera, en la que esta ideología arrastra a las Academias, a la Administración… y a algunos psicoanalistas extraviados respecto de sus conceptos, ya era hora.

Hoy los efectos nocivos son mayores. Lo medimos en función de la desazón que provocan en el campo de la nombrada salud mental y del desastre sanitario generado, tras la imposición de legislaciones autoritarias respecto de las prácticas de la palabra y del lenguaje, con el fin de que desaparezcan, en beneficio de prácticas estructuradas en protocolos randomizados llamados evidence-based. Estos van de la mano con el imperativo de producción, que se convirtió en el significante amo mundial, en el que sólo la eficacia cifrada al servicio del control social tiene valor.

Nosotros, los psicoanalistas, vemos perfilarse un nuevo modo de malestar en la cultura junto con la voluntad de acallar al sujeto del inconsciente. Nuestra voz tal vez sea débil, pero la fuerza de la insurrección que constituye el síntoma, tanto psíquico como social, es lo más real que hay.

Aquello que nos resuena como “evidencias”, sería mejor aún si pudiésemos demostrarlo. La preparación epistémica de impresionante calidad de este Pipol 9 converge hacia el punto culminante que constituyen estos dos días de congreso, en los cuales las demostraciones y conversaciones clínicas de la jornada de ayer fueron la primera etapa.

Tuvimos el deseo, muchos de nosotros, durante la preparación del congreso, de dejar sentado el hecho de que no negamos la dimensión de aprendizaje de ciertos patterns no conscientes. Estamos también felices de que en el ámbito de la neurología los progresos terapéuticos puedan desarrollarse en el campo propio de los trastornos cerebrales.

Pero en fin, la cuestión de Pipol 9 ¡no es ésta! Una vez planteado el “nada en común” que fundamenta el título del congreso, no se puede transigir con esta afirmación. Se trata de una afirmación sobre la cual no podemos transigir si queremos estar a la altura de la orientación que Jacques Lacan, a través de su enseñanza, le ha dado al psicoanálisis. Esto es así porque respecto a lo que se llama la relación con lo humano y a la función del síntoma en este campo, se trata para nosotros de una posición ética, epistémica, clínica y política, inconciliable.

Lapsus, actos fallidos, sueños y síntomas pueden llevar a cabo un proceso en el cual lo biológico y lo vivo del organismo juegan un rol, pero el campo propio del real del psicoanálisis no se sitúa allí.

El real que cierne el psicoanálisis se ubica, en la serie de lapsus, actos fallidos, sueños o síntomas, cuando unos u otros empiezan a hablar. A hablarles.

No a hablar en tanto que sus tropiezos, sus más fuerte que yo, su insistencia y repetición, diría, más acá o más allá, en insondables profundidades o en cielos inalcanzables, el verdadero sentido del ser. Eso abre la puerta a lo religioso y a todas las prácticas que “dan sentido” de las cuales sabemos por la práctica analítica que no hacen más que alimentar la sed del síntoma. El psicoanálisis no tiene nada que ver con esto.

Sino con que al hablar, lapsus, actos fallidos, sueños y síntomas, se transforman en formaciones del inconsciente, y abren por el fracaso mismo que estas formaciones constituyen, una brecha, una hiancia, una división subjetiva en las identificaciones y en el querer ser. O cuando retornan y abren a la suposición que un saber no sabido se aloja y puede potencialmente advenir respecto a la cuestión de la verdad de mi ser – o sea, en nuestra lengua: respecto de la cuestión del deseo que me causa y del goce que me habita e insiste.

Esto es hacer la hipótesis del inconsciente. Esta hipótesis se sitúa en el campo propio de lo subjetivo en donde la cuestión del síntoma se plantea en términos de verdad. Una verdad insostenible, una “peste” decía S. Freud, un no quiero saber nada donde aparezco extraño a mí mismo y donde se abre el Che Voui? ¿Qué quiere? ¿Qué quiere él? ¿Eso, qué quiere?

Allí, entramos en otra dimensión. Otra escena en la cual el síntoma habla, y dice una verdad de la división, del hiato en cada uno, en cuanto al deseo y el ser de goce.

¡El inconsciente es sexual! Ese es otro punto sobre el cual como psicoanalistas no podemos transigir. La experiencia del psicoanálisis demuestra que es el encuentro con lo sexual lo que abre esta fisura para el ser hablante y determina una biología que le es propia. Una biología sobre-determinada por el campo del lenguaje y de la palabra. Una biología libidinal en ruptura con el instinto, desequilibrada, que nunca es, en términos de goce , la que convendría.

En esta división donde eso habla y eso insiste a través mío (como solemos decir) el psicoanálisis aloja su real propio. Real propio en tanto que es el efecto sobre mi ser de deseo y de goce del encuentro del cuerpo vivo con las palabras del cual soy el efecto y el producto, y que fundamentan las coordenadas de mi síntoma.

Todos sabemos, por vivirlo en carne propia, hasta que punto las palabras, la ausencia de palabras, las expectativas o la falta de expectativas, los encuentros o los encuentros fallidos, marcaron, determinaron puntos de repetición en las situaciones de la vida. Es en ese nivel, en el campo de una causalidad otra, que nos ubicamos. Una causalidad lenguajera.

Decía que se planteaba aquí una dimensión de elección en el terreno de la relación a lo humano. La elección, retomando una fórmula de J.-A. Miller, es ser o no ser “indiferente al fenómeno freudiano”. Es posible que ya sea una elección insondable, preliminar, que determine una posición del ser.

Es una elección ética que le supone al ser hablante un sujeto del inconsciente, a partir del cual es susceptible de poder construir un saber sobre lo que lo causa y lo “divide”, un saber sobre la satisfacción que se aloja en el centro de su síntoma -síntoma que constituye su modalidad singular e incomparable de respuesta a esta falla. Esta es la función del síntoma. A través de una práctica que se basa en el campo de la palabra y del lenguaje, una posibilidad estará dada de hacerse responsable de su síntoma, incluso poder hacer un uso de él menos costoso. Es la elección que planteamos, como psicoanalistas, para el campo del síntoma. Y sabemos, a través de los efectos que la práctica analítica allí opera, que numerosos síntomas psíquicos responden a esta lógica.

Otra elección es trabajar para no querer saber nada de esta dimensión de falla propia del ser hablante, queriendo suturarla. Es in fine un modo de objetalizar lo humano y de negarle toda responsabilidad subjetiva.

Las nupcias entre ciertas neurociencias (que no cubre, lejos de ello, al conjunto de su campo) con el cognitivismo-comportamentalista hacen callar la dimensión lenguajera del síntoma. No le suponen ninguna verdad, ninguna ‘posición del ser’, ni modo de gozar. Queda reducido al silencio de los órganos, cuya causa estaría situada en la química del organismo. Los aprendizajes con su cuota de repeticiones, reeducación, medicalización a ultranza, etc., son entonces la respuesta que apuntan a “suprimir” el síntoma.

Esto puede seducir. Es un fantasma que apunta a forcluir la dimensión de agujero del inconsciente -agujero insoportable. No por nada ciertas neurociencias sitúan el inconsciente como el último bastión a conquistar, para rápidamente definirlo como “un nuevo inconsciente” y fundir el inconsciente del psicoanálisis en un supuesto inconsciente “cognitivo”. De este modo se pierde, voluntariamente o no, la naturaleza del inconsciente psicoanalítico, que nada tiene de “natural”. Es tan poderoso el fantasma que incluso ciertos psicoanalistas se dejan aspirar por él. Ven un porvenir posible para el psicoanálisis, allí donde demostramos que trabajar para negar al sujeto del inconsciente a través de miles de trucos de prestidigitación es participar del fin del psicoanálisis.

Es hora de decir con firmeza -formulando nuestro propósito con argumentos- que no somos de aquéllos.

Sabemos el precio del retorno en lo real de lo forcluido de lo simbólico. Querer hacer callar al síntoma, querer hacer silenciar lo que no se puede callar, nos expone al retorno de su vociferación.

Es la interpretación que el psicoanálisis puede hacer respecto al malestar en la cultura. ¡Pues entonces, que este congreso participe con ello, y que esta jornada de plenarias comience!

Traducción: Perla Drechsler
Revisión de traducción: Esteban Klainer
Traducción no revisada por el autor.
* Yves Vanderveken es Psicoanalista. Miembro de la AMP y de la ECF. Director del 5º Congreso de la EuroFederation of Psychoanalysis, Pipol 9.
**Trabajo presentado en la Apertura al 5° Congreso Europeo de Psicoanálisis, PIPOL 9 “El Inconsciente y el cerebro, nada en común”, 13 y 14 de Julio de 2019, realizado en Bruselas, Bélgica.
***Artículo publicado con la amable autorización del autor
Será publicado en la Revista Mental de pronta aparición.

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