Octubre 2019 • Año XVIII
#37
Estudios / Puntuaciones

Cinco pasos en la clínica de la vergüenza, entre Freud y Lacan

Massimo Termini

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"Mamá"
170 x 250 x 100 cm. - Hierro, madera, papel
Diana Klainer

Afecto entre los afectos, si se quisiera entrar rápidamente en la experiencia de la vergüenza para comprender su especificidad en la clínica psicoanalítica, convendría notar una dimensión fundamental. Indiquémosla inmediatamente: es la exposición. La vergüenza es un afecto que responde al hecho de estar expuesto al otro.

Es un aspecto destacado que no falta en las referencias freudianas dedicadas al tema. Se lo encuentra ya en el Manuscrito K que Sigmund Freud dirige a Wilhelm Fliess, donde la vergüenza es definida como “miedo a que la gente sepa”.[1] Y es lo que reencontramos, pasando al otro extremo de la obra freudiana, en El malestar en la cultura. En una nota al pié, meditando sobre los orígenes de la cultura humana, S. Freud imagina que el momento en el que el hombre se irgue en pie y asume la posición erecta, sus órganos sexuales se hacen visibles y requieren ser defendidos: el cambio de postura coincide con una situación de exposición y vulnerabilidad que hace surgir, como respuesta, el sentido del pudor.[2]

Pero notemos que esta segunda consideración introduce algo esencial con respecto a la primera. No tanto el hecho de que la exposición sea a la vista, algo advertido mucho antes de S. Freud. Baste pensar en la centralidad que asume el ser mirado en la experiencia del aidos en los antiguos griegos. El dato principal es otro, se refiere al cuerpo sexuado y por lo tanto marcado por las zonas erógenas en las que se reúne la libido; reside en la articulación entre la dimensión de la exposición y la dimensión pulsional. Es lo que será desarrollado, de un modo sofisticado, a partir de la elaboración lacaniana del objeto mirada, en particular en El Seminario 11. Aquí hay un nudo tensado: “la mirada es ese objeto perdido y, de pronto, reencontrado, en la conflagración de la vergüenza, gracias a la introducción del otro”.[3]

¿Pero qué quiere decir que la mirada es perdida y reencontrada?

Nuestro segundo paso coincide con el bosquejo de una respuesta que, siguiendo a Jacques-Alain Miller,[4] podemos formular así: se trata de pensar la experiencia de ser mirados por el Otro como una condición originaria, constitutiva, en el sentido en que para constituirse como sujetos de la percepción es necesario que la mirada sea excluida del campo de la realidad, que pase al rango de objeto escondido, perdido, disimulado. Es decir, es preciso que la mirada sea elidida, reprimida, para que el campo de la visión pueda constituirse, estabilizarse. Por eso no coincide con el ojo de alguien efectivamente presente. Reprimida pero no del todo anulada, la mirada queda al mismo tiempo como algo supuesto, “imaginada en el campo del Otro”,[5] sin que se sepa precisamente dónde está. Tanto que es solamente en la experiencia de la psicosis que cambia de estatuto, llegando a mostrarse en el campo perceptivo, en forma alucinatoria.[6]

La conflagración de la vergüenza marca entonces un momento bien preciso en la relación entre el sujeto y el Otro: signa el tiempo de una drástica reducción, registra el momento en el que, rota la esfera de lo íntimo, frente al goce que irrumpe en la escena, sacudiendo el universo de los semblantes, el Otro no abandona el campo sino que se reduce a una pura mirada. Mientras que el sujeto, vuelto a su vez en una reducción extrema, se encuentra reducido al estatuto de objeto mirado, arrojado a la vergüenza, aplastado por el peso asfixiante de la significación de indignidad.

De S. Freud a Jacques Lacan, la hipótesis de la vergüenza como fuerza psíquica que, junto al asco y a la moral, custodia la pulsión y le hace de dique,[7] se reformula con la idea de que el Otro, frente a la emergencia obscena del goce, asume la consistencia de una mirada. Sin embargo incluso una vez que se ha localizado en la mirada el objeto causa de la vergüenza, el análisis de los elementos en juego no se agota. Es necesario precisar la coyuntura en que la mirada es reencontrada, la situación en la que su imaginarización se hace pesada, apremiante, inminente.

Es nuestro tercer paso y nos lleva directamente hacia una sucesiva reflexión de J. Lacan, en El Seminario 17, donde el surgimiento de la vergüenza coincide con el momento en el que la tarjeta de presentación se rompe.[8]

En este caso el acento no cae sobre la mirada sino sobre aquello que llama “significante amo” dado por la imagen metafórica de la tarjeta de presentación. Mantener al significante amo, mantener de cerca esta función en torno a la cual, al igual que un torno a un perno, se organizan las identificaciones, expone a la vergüenza. Más precisamente, cuando por mano propia o por mano de otros, esta tarjeta resulta maltratada.

Podemos por lo tanto articular las dos funciones, significante amo y mirada, y considerar la ruptura del significante amo como la coyuntura en la que surge la mirada mortificante del Otro. Y podemos también tener indicios de las consecuencias clínicas cuando, en razón del impasse en que se encuentra el significante amo, se manifiesta la posibilidad misma de circunscribir el surgimiento de la mirada en coyunturas precisas. El riesgo entonces es el de un retorno aún más prepotente de la mirada, donde es la existencia misma la que se precipita en la indignidad, colapsando entera dentro de la “vergüenza de vivir”.[9] Lo que remite principalmente a la clínica de la melancolía pero, con las debidas diferencias, el argumento también se extiende a la tendencia a la desinhibición con la que la clínica actual se confronta.

Desde aquí un ulterior paso, para retomar la idea de J. Lacan en el cierre de El Seminario 17 de pensar el acto analítico como un dar vergüenza.[10] Más que una provocación es un modo de traducir, en clave de afecto, la lógica misma del discurso analítico puesta a fuego en ese seminario. Eso es un modo de aludir a su efecto principal: llegar a despegar las identificaciones fundamentales del sujeto, lograr aislar los significantes amos. Esos que entran en lo privado y convergen en lo más íntimo del ser, el propio ser de goce.

En el “dar vergüenza” se trata por lo tanto de proceder a cernir pero también de empujar más allá, de ir más allá del plano de las identificaciones. Como destaca J.-A. Miller, el acto de dar vergüenza no se limita solamente a encontrar el significante amo; desde el momento en que se sabe que hay uno, aislarlo, respetarlo, implica la condición para tomar distancia y separarse de él.[11] Entonces no es el intento de fijar al sujeto a la identificación sino de apuntar en cambio a disociarlo, a despegarlo de ese lazo para distinguir el goce que esta conlleva.[12]

Todo esto sin olvidar las gradaciones necesarias. “no demasiado, pero sí justo lo suficiente”: es la notación con la que J. Lacan[13] nos advierte de la necesidad de calibrar el acto analítico de dar vergüenza, de ponderar su soportabilidad. Hasta considerar que hay casos en los que no es oportuno proceder en esa dirección. Por débiles o vacilantes, por demasiado precarias o inestables, se trata de preservar las identificaciones en las que el sujeto se engancha dificultosamente, de sostenerlas, de restituir su fuerza o de construir nuevas.

Solo un paso, para concluir, y henos en el límite último que la clínica de la vergüenza puede también marcar. Lo indicaría como el punto de ninguna exposición y lo pondría junto a aquella opacidad del goce que el fin de análisis permite aproximar. En suma, ¿qué es aquello que nunca puede -y hace contrapunto a la experiencia humana de la mirada, cuya respuesta es la pretensión de capturar el goce en lo imaginario - sino la posibilidad de distinguir el único color que corresponde a la pulsión? Lo que ninguna imagen puede capturar y cuyo nombre resulta incluso paradojal: su color de vacío.[14] Este y ningún otro es el dato de fondo, desde siempre presente y siempre en fuga con cada imaginarización. No tanto como reparo para la mirada –para eso están nuestras identificaciones- sino en cuanto un punto de real donde cada mirada imaginada en el campo del Otro se interrumpe.

Traducción: Natalia Paladino
Revisión de traducción: Laura Cecilia Rizzo
* Massimo Termini es psicoanalista, AME, Miembro de la AMP y de la SLP.
** La presente contribución – presentada en las XVII Jornadas de la Scuola Lacaniana di Psicoanalisi, “La vergüenza, en la clínica y en el lazo social”, (Palermo, 18 y 19 de mayo de 2019), – retoma algunos pasajes sobre el tema de la vergüenza, elaborados en forma más extensa, en Clínica de las pasiones, Astrolabio, Roma, 2018.

NOTAS

  1. Freud, S., “Manuscrito K. Las neurosis de defensa”, (1896), en Obras Completas,Tomo I, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976, p. 264.
  2. Freud, S., “El malestar en la cultura”, (1929), en Obras Completas, Tomo XXI, Amorrotu editores, Buenos Aires, 1976, p. 97.
  3. Lacan, J., El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, (1964), Paidós, Buenos Aires, 1999, p.189.
  4. Miller, J.-A., “Fichas de lectura lacaniana. Realidad y objeto” (1984), en J. Lacan, J.-A. Miller, M. Silvestre, C. Soler, El mito individual del neurótico, Astrolabio, Roma, 1986.
  5. Lacan, J., El Seminario, libro 11, op.cit, p. 91.
  6. Miller, J.-A., “De la imagen a la mirada”, Revista La Psicoanalisi N°40, Casa editrice Astrolabio, Roma.
  7. Freud, S., “Tres ensayos sobre teoría sexual” (1905), en Obras Completas, Tomo VII, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, p. 160.
  8. Lacan, J., El Seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis, (1969-1970), Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 195.
  9. Ibid., p. 198.
  10. Ibid., p. 206.
  11. Miller, J.-A., “Nota sobre la vergüenza”, Revista La Psicoanalisi N°46, Casa editrice Astrolabio, Roma, p. 35.
  12. Laurent, E., “La vergüenza y el odio de sí”, Revista La Psicoanalisi N°46, Casa editrice Astrolabio, Roma, p. 50.
  13. Lacan, J., El Seminario, libro 17, op. cit, p. 208.
  14. Es de este modo – como “color-de-vacío”- que Lacan califica el color sexual de la libido en “Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista” (1966), en Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997, p. 830. Ver además el comentario sobre esa expresión por parte de Bassol, M. en “El cuerpo, lo visible y lo invisible”, (2015), consultado en www.congressoamp2016.com
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