AÑO XVII
Mayo
2023
42
Dosier: “Clínica universal del delirio”

Segunda Noche: El misterio esencial y sus metáforas

30 de agosto de 2022

Silvia Mizrahi

Atilio Pernisco
Hours Series / oil on canvas 12"x12"

La idea básica es que el ser hablante padece de una ausencia invisible que es de estructura y que llama a las suplencias.
Jacques-Alain Miller[1]

La convocatoria del directorio a dilucidar lo que produjo Miller con su lectura de "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano", Escrito de Lacan de 1960 en el que se esboza lo que dará en llamar una segunda metáfora paterna, abre una vía para retomar la discusión sobre los límites de una clínica estructural, sostenida en la primacía de lo simbólico y se constituye en un antecedente lógico de una clínica universal del delirio.

Se trata de una recuperación de la metáfora paterna para deconstruirla, es decir, no abandonar el concepto dado que "en psicoanálisis, si se sigue a Freud y a Lacan, los conceptos se conservan, se acumulan, se sedimentan, se estratifican, se desplazan, se los recompone, se los recombina: es toda una química".[2]

Me interesa situar por qué dicha reformulación puede ser considerada una anticipación de lo que muchos años después, en 1978, Lacan, en su defensa del Departamento de Psicoanálisis de Vincennes, profirió: "Todo el mundo es loco, es decir, es delirante".[3] Aforismo que no carece de paradojas, sobre el que tenemos un trabajo por delante y que no implica un empuje a la despatologización o una evaporación de la clínica.

1) La locura de todos

En el Seminario sobre Las psicosis, Lacan recuerda que la referencia a la locura forma parte desde siempre del lenguaje de la filosofía. Allí se refiere a Erasmo de Rotterdam, en su Elogio de la locura, por ser quien le otorga todo su valor, al identificarla con el comportamiento humano normal. Así mismo, destaca el vuelco que se produce con Pascal, quien formula que "hay sin duda una locura necesaria y que sería una locura de otro estilo, no tener la locura de todos".[4]

Desde los inicios del psicoanálisis la normalidad para el ser que habla estuvo puesta en cuestión. Ya lo mostró Freud con su psicopatología de la vida cotidiana. No hay una línea infranqueable entre lo normal y lo patológico. Eso habilita a considerar que hay para cada quien su locura necesaria.

2) Normalizados por la metáfora. Un Punto de partida.

Con la metáfora paterna, la primera, la clásica, la que escribe en "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis" (1958), Lacan retoma la cuestión del padre en Freud y formaliza el complejo de Edipo y el de castración en términos lingüísticos. Allí precisa que el Nombre del Padre es el significante que en el Otro, en cuanto lugar del significante, designa el lugar de la ley, cumpliendo una función decisiva en la normativización del sujeto y en el sostén del orden simbólico.

Dicha operación, por la cual el enigma del deseo materno es sustituido por el Nombre del Padre, produce la significación fálica, referencia vital y clave de lo que sostiene nuestro mundo común. La clínica se sostenía de la solidez que daba la presencia o ausencia de dicho significante y dividía las aguas entre dos campos bien diferenciados: "los normalizados y los locos".[5]

Luego de este punto de partida, toda la enseñanza de Lacan va en un sentido contrario al de la supuesta armonía y potencia del orden simbólico y, lo que había consagrado como su máxima expresión, el Nombre del Padre, es sustituido por el S (Ⱥ), significante enigmático que revela un punto forclusivo en el aparato simbólico, el cual no alcanza a metaforizar lo real.

3) Revelación y desmontaje

Allá por 1959, mientras Lacan dictaba el Seminario El deseo y su interpretación, anuncia que va a revelar el gran secreto del psicoanálisis: "No hay Otro del Otro".[6] Dicha formulación marca un vuelco en su concepción del Otro y hace explícita la escritura del matema S (Ⱥ), aquel que escribe en su grafo del deseo e indica el significante de una falta en el Otro. Dicha revelación pone en cuestión la función paterna como aquella que habilita el deseo y ordena el goce, y en las clases sobre Hamlet introduce un padre que "lejos de ser una función normativa y pacificante, presenta, por el contrario, una acción patógena".[7]

Se inicia en su enseñanza el progresivo desmontaje de la metáfora paterna en tanto que no solo la muestra fallida en la psicosis, sino que el Nombre del Padre y el semblante fálico resultan impotentes para regular los excesos de goce para todo ser hablante.

4) La segunda metáfora

Es la operación de lectura de Miller sobre el Escrito "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano" la que le permite establecer una segunda metáfora paterna y esgrimir las razones que condujeron a Lacan a quitarle el privilegio al Nombre del Padre como garante del orden simbólico y punto de capitón de la estructura.

Esta reescritura de la primera fórmula, en la cual el Nombre del Padre y el falo aparecen desplazados y negativizados, implica una diferencia esencial, de estructura lógica: el pasaje de la consistencia del A, a su inconsistencia, por la cual al sustituirse el Nombre del Padre por el S (Ⱥ), que es la auténtica estructura del A, este revela ser un semblante, un envoltorio entre otros, del Otro que no existe. Planteada así, la segunda metáfora paterna anuncia la pluralización de los nombres del padre y una clínica de la forclusión generalizada. Es delirante, entonces, la respuesta singular de cada sujeto ante lo real sin ley. Toda la clínica girará alrededor de este agujero fundamental.

5) Del Nombre del Padre al goce sin nombre

"[…] Que el goce esté interdicto para quien habla […]"[8] viene a cuestionar que sea por la operación del Nombre del Padre que esté prohibido. Lacan produce un viraje fundamental, introduciendo el goce y situando la inconsistencia del Otro para nombrarlo. "Este goce cuya falta hace inconsistente al Otro [...]".[9] Se trata de la paradoja del Otro interior, un paso ineludible para que surja la extimidad.

Ubico esta paradoja en una frase de Miller: "Este Otro que me agita en el seno de mí mismo es una formulación adecuada a toda locura".[10] Donde lo que agita, sacude y afecta al sujeto es su propio goce que vive como éxtimo. La psicosis lo testimonia a cielo abierto en el automatismo mental; la histeria, cuando una parte íntima en el cuerpo obra a su antojo, y en la obsesión se manifiesta como una coacción experimentada en el pensamiento.

El paso lógico que da Lacan con S (Ⱥ) tiene consecuencias importantes para la clínica. ¿Cómo hacer operativa ahí, la segunda metáfora paterna? A continuación presentaré una breve viñeta de mi práctica leída a la luz del recorrido presentado.

"Consagrado al Otro"

Que el Otro no exista no quiere decir que no funcione. De lo que se trata es de esgrimir las maniobras que el sujeto articula para velar ese punto de real, es decir metaforizar el misterio esencial.

El sujeto vive todo con exigencia y se pregunta: ¿quién me habla cuando me exijo? ¿para qué tanto?, ¿a quién le tengo que demostrar? Esta pregunta constituye el punto de partida para ir delineando a qué Otro se dirige y hace existir, así como ir bordeando ese exceso que lo agita. En el destacarse y en la exigencia se esboza que de lo que se trata es de sostener un Otro sin barrar, lo que constituye su respuesta fantasmática a la inconsistencia del Otro, y de sus maniobras "para que el Otro conserve la clave de su misterio".[11]

El disfrute y el placer son vividos con culpa. Eso lo condena a una vida de disciplina y ascetismo para mantener a raya el empuje de la pulsión y amortiguar el deseo. "Una culpabilidad amenazante se puede equilibrar de algún modo con la intensidad del deseo".[12]

Cualquier apetencia lo aparta de ser quien encarna el falo perfecto que supone que completa y satisface al Otro, a quien consagra su vida para hacerlo existir. Ofrece su castración y paga con su virilidad. "Sin duda hay algo más neurotizante que el miedo a perder el falo y es que el Otro esté castrado".[13]

La elección de la carrera y el desarrollo profesional quedan articulados a su gesta heroica, lo que exacerba su posición sacrificial para destacarse ante el Otro que intenta salvar; gesto que repite con las mujeres con la consiguiente deflación del deseo.

Si consideramos que consagrarse al Otro constituye su delirio singular, ¿es esta una formulación adecuada a lo que hemos nombrado como la locura necesaria para cada uno? Pese a la armadura defensiva que este sujeto ha desarrollado, hay lo que fracasa. Ese goce que no se deja domeñar, irrumpe y retorna en los pensamientos y en el cuerpo como eso que lo agita imposible de negativizar.

NOTAS

  1. Miller, J.-A., El problema de Lacan, Colección Orientación Lacaniana, Buenos Aires, Grama, 2017, p. 25.
  2. Ibíd., p. 17.
  3. Lacan, J., "¡Lacan por Vincennes!", Revista Lacaniana de Psicoanálisis, n.º 11, Buenos Aires, Grama, 2011, p. 7.
  4. Lacan, J., El Seminario, Libro 3, Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1988, p. 30.
  5. Lacan, J., "Pequeño discurso a los psiquiatras" dictado en el Cercle Psychiatrique Henry Ey, Saint Anne, París, 1967 (inédito).
  6. Lacan, J., El Seminario, Libro 6, El deseo y su interpretación, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 331.
  7. Miller, J.-A., "El Otro sin Otro", 2014 [en línea], https://www.eol.org.ar/template.asp?Sec=publicaciones&SubSec=on_line&File=on_line/jam/Otros-textos/El-Otro-sin-Otro.html.
  8. Lacan, J., "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano", Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2018, p. 781.
  9. Ibíd., p. 780.
  10. Miller, J.-A., capítulo II "Los envoltorios de la extimidad", Extimidad, Buenos Aires, Paidós, 2010, p. 26.
  11. Lacan, J., capítulo XVII, El Seminario, Libro 8, La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 281.
  12. Ibíd., p. 295.
  13. Ibíd., p. 266.