AÑO XVII
Mayo
2023
42
Locuras y pasiones

El objeto de la pasión delirante

Vicente Palomera

Atilio Pernisco
Hours Series / oil on canvas 12"x12

Ya en el Seminario 1, Lacan aborda el amor como una pasión, pasión que lleva al sujeto a confrontarse con su división. El término "pasión" no fue elaborado por Freud, o al menos por los psicoanalistas postfreudianos. Por su parte, Lacan partió de la tradición psiquiátrica francesa, especialmente la de su maestro de Clérambault, y exploró el término pasión teniendo en cuenta también toda una tradición filosófica desde San Agustín y Santo Tomás hasta Kant, una tradición que distinguía fundamentalmente las pasiones de los afectos. Partir del amor como pasión implica no considerar el amor como un "afecto", como algo que va a la deriva, algo desamarrado que se puede evaporar. Al contrario, en el amor como pasión topamos con una inercia fundamental.

Hablar de pasión nos permite ver el amor como algo que tiene que ver más con el juicio que con la comprensión e implica sacar las consecuencias de lo que Freud desarrolló sobre la elección del objeto y las condiciones de amor.

No hay amor que no tenga que ver con un juicio. Hablar del amor como pasión significa abordarlo a partir de una causa que afecta al sujeto en su juicio. En este sentido, lo que en el amor perturba al sujeto es que no se sitúa en el terrenode la percepción, en el ámbito de las sensaciones, sino en un mundo lleno de signos. En definitiva, entrar en el amor implica saber que no hay nadie que no se sienta concernido por una exigencia que lo determina, lo que llevó a Lacan, en el Seminario 20,[1]a hacer de los signos de amor uno de los polos para interrogar la demanda de amor.

La introducción de los llamados delirios pasionales por de Clérambault abrió un campo nuevo en la lectura de las enfermedades del amor. A partir de entonces Lacan formulará que en la psicosis es el Otro quien toma la iniciativa, como ocurre en el postulado erotómano.

Los delirios pasionales (erotómanos, de reivindicación y de celos) implican una clínica de la certeza y, también, de la creencia. Comprobamos que, si bien el amor empuja a la certeza, también lleva a la ceguera. Ambas no son equivalentes pues en la certeza puede entrar en juego la duda. En efecto, el enamorado se acomoda muy bien a no saber la causa de lo que le enamora. Depositar el misterio del propio ser en el amado, suponer al amado saber sobre el propio ser implica poner el ser en el lugar del misterio de la causa. El amante se instala pues en la impotencia de saber decir qué le enamora o, lo que es lo mismo, hace de la impotencia la verdad que lo sostiene. En esta perspectiva, si el amor divide, puede también conducir a una dimensión trágica. En verdad, en el amor es donde el sujeto hace la experiencia de que "dos no hacen uno", que la "proporción sexual" no existe y siempre está presente la pregunta: ¿soy amado como amo?

En el caso de la psicosis, el amor es un riesgo mayor ya que los sentimientos amorosos no pueden separase de sus lazos con las pulsiones y el sujeto puede verse empujado a una grave alteración de la libido, haciendo que surja fácilmente la figura de un Otro movido por una voluntad de goce. Esto significa que el sujeto tiene la certeza de que el objeto fue el primero que comenzó, es decir, que el Otro tomó la iniciativa.

En el caso de los delirios pasionales, como de Clérambault lo señala, "se produce un nudo ideo-afectivo inicial en el que el elemento afectivo está constituido por una emoción vehemente, profunda, destinada a perpetuarse sin parar, acaparando todas las fuerzas del alma desde el primer día […] el delirante pasional vive en un estado de esfuerzo. Es un delirio que avanza hacia una meta, con una exigencia prevalente. El sujeto solo delira en el ámbito de su deseo".[2]

Sin embargo, Lacan se fue alejando de la concepción de de Clérambault que hacía de la pasión una emoción, esto es, un afecto. Lacan restablece una determinada pasividad del sujeto: un sujeto sin duda "afectado" pero, como en todo afecto, es el significante el que aporta la pasión al cuerpo. Solo la mordedura del significante sobre el cuerpo puede ser singular y esto no nos lleva a mantener una entidad tal como las "psicosis pasionales". Me apoyaré en una presentación de un caso de Herbert Wachsberger[3] que nos enseña que es la forclusión del Nombre del Padre la que nos permite hacer un diagnóstico de estructura.

Se trata de una mujer que de niña a lo único que aspiraba era a crecer y casarse. Este era el sueño mediante el cual trataba de escapar de las zozobras de su infancia. Su madre, casada con un marido sumiso, siempre buscaba complacer a los hombres jóvenes. Sus dos hermanas mayores se confabulaban contra ella y, a menudo, se les unía su madre. Tras el nacimiento de un hermano menor, que se convirtió en el príncipe de la casa, comenzó a mojar su cama, lo que hizo que destacara más su condición de niña devaluada. Empezó a retrasarse en los estudios en la escuela y se dedicaba a las tareas de limpiar la casa e ir de compras. La desigualdad entre ella y los otros niños se hizo más evidente con el tiempo. Sus quejas sobre su infancia, se podían resumir en pocas palabras: era servil, una persona que no aprendió nada y no entendía nada.

Sufrió su primera decepción sentimental, cuya importancia fue creciendo cada vez que encontraba un nuevo amor. Con los años, esto iba a convertirse en el paradigma de su vida amorosa. Al final de la adolescencia, al comienzo de un curso escolar, vio a un hombre que coincidía con su ideal de hombre. Fue su primer episodio de amor, aunque apenas llegaron a conocerse. De hecho, no se hablaban, simplemente les gustaba mirarse. Esto duró hasta finalizar el año académico. Volvió a verle meses más tarde y un día le oyó decir a un amigo que ese hombre tenía un hijo pequeño y estaba casado.

Un día lo vio caminando de la mano de su hijo y "encontró que esa escena era muy bella". Sintió una gran emoción y, a partir de entonces, empezó a mirar a los bebés en sus cochecitos y también a caer en un estado de apatía y de una extrema fatiga acompañados de un sentimiento de soledad. Empezó a entregarse al primer hombre que conocía y llegó a pensar que sus padres estuvieran conspirando para hospitalizarla. Hubo un intento de suicidio en casa, al que nadie en su familia había prestado atención. A partir de ese momento, se volvió más cauta porque sus sentimientos le causaban gran angustia, pero la cautela no le impedía tener experiencias sexuales que iban acompañadas por la repugnante brutalidad de los hombres solo preocupados por su virilidad.

Habían pasado diez años desde aquel primer episodio de amor, cuando un día en el transporte urbano se enamoró a primera vista al ver a un hombre que, al salir de un auto, se da la vuelta y la mira. Comprendió de inmediato que el hombre al verla había reconocido su imagen. El episodio fue muy breve y ella lo relató no sin cierta vergüenza, aunque le hizo reír y decir que "él era lo que yo soy. Yo tengo lo que le falta. Si un espejo hubiera estado frente a mí: ¿él era yo, y yo él?"

Su estilo de enamoramiento no fue el único fenómeno de su vida. En otro momento, tuvo una historia de amor y empezó a sospechar que el conserje de su edificio la vigilaba. Ocurrió entonces otro fenómeno: una noche se despierta al sentir un golpe en el brazo: "Fue intencional" dijo, y vio una figura oscura con ojos que brillaban. Desde ese momento, no pudo apagar las luces mientras dormía. Ese fenómeno no era extraño, pues había experimentado esas sacudidas físicas antes. La novedad consistió en la aparición de la mirada.

Un día, viendo a un locutor de televisión que le gustaba, descubrió con terror su parecido con el primer hombre que amó en su vida. Dijo que su cariño por el presentador era porque, en realidad, el "pasado le perseguía" y llegó a la conclusión de que, si bien el presentador no se parecía a aquel primer amor, lo que le había hecho pensar en ese parecido fue el color de la pantalla del televisor que le recordaba el color de los ojos de aquel primer amor y que eso había sido lo que había desencadenado su atracción hacia el presentador. En otra ocasión, volvió a sentirse atraída de nuevo por un hombre, un colega con quien tuvo una historia de amor, pero su enamoramiento fue perturbado por la similitud de sus rasgos faciales de su primer amor. Se quejó: "¿Cuánto tiempo estaré perseguida por él? ¿Y por qué?"

Se pueden concebir dos posiciones extremas: por un lado, la posición del Otro que concentra en él todo el goce y, por otro, la posición de ser "dejada plantada". Su estado fundamental de desesperación del que se queja repetidamente expresa un fracaso del "sentimiento de estar viva". Este es un efecto de la elisión fálica que depende de la forclusión del Nombre del Padre y que ella formula así: "Hay un velo entre el mundo y yo".

Ser "dejada plantada" y el goceubicado en el Otro eran los parámetros de una serie de fenómenos psicóticos: estilos de enamoramiento, delirios, defensas contra sus inhibiciones psicóticas que indican los distintos intentos, por parte del sujeto, para fijar la libido. Por lo general, la paciente experimentaba un estado apático doloroso, un estado de inhibición a veces descrito como una sensación de ser obstaculizado. En el apogeo de tal inercia psicótica, se entregaba a la extracción interminable de puntos negros para calmarse. Cada vez que se volvía a enamorar de un hombre atractivo se restablecía su autoestima. Fascinada por su propia imagen vista en la otra, ella se enamoraba a primera vista. La etapa del espejo daba soporte brevemente a una estructura tan alienante.

La psicosis comenzó en el encuentro con su primer amor, cuando el hijo del hombre que amaba introdujo a un tercero en una relación erotizada mutua basada en una díada imaginaria: el padre del niño. Sin embargo, en este caso, la psicosis no se desencadenó de un modo delirante, sino con una depresión. La relación imaginaria que estructuraba los sentimientos de amor era incapaz de satisfacer el narcisismo.

La mirada separada de la visión y del ojo, objetivada como un mal de ojo, localizaba el goce y operaba como un condensador de la misma; un goce que ahora podía definirse como un goce escópico. La mayoría de los fenómenos psicóticos de la paciente estaban relacionados con ese goce escópico: la erotomanía y los diferentes estilos de enamoramiento, por supuesto, y también los breves arrebatos delirantes. Por ejemplo, la paciente temía ser vigilada por lo que solía esperar hasta la noche para cerrar las persianas con la excusa de tener que limpiar las ventanas.

Creo que este caso nos enseña que hay que buscar la especificidad del llamado "delirio pasional" en la relación con el objeto.

NOTAS

  1. Lacan, J., (1972-1973) El Seminario, Libro 20, Aun,Barcelona, Paidós, 1981.
  2. De Clérambault, G. G., "Les délires passionnels. Ërotomanie-Revendication-Jalousie" (présentation de malade, 1921), Ornicar?,n.º 32, París, Navarin, 1985, p. 34.
  3. Wachsberger, H., "A Psychotic Love," JCFAR, n.º 10-11, Londres, 1997.