Noviembre 2008 • Año VII
#18
Sala de lectura

Depresiones y psicoanálisis

De Emilio Vaschetto (compilador)

Ricardo Seldes

Presentación realizada el 8 de diciembre de 2006, con la participación de Graciela Musachi y la coordinación de Leticia Acevedo, en la Librería del Marmol.

El libro que hoy presentamos, en Buenos Aires, comienza con una advertencia, la de no despreciar el término depresión ya que se trata de un significante que tiene toda su eficacia en el plano social; y finaliza con la explicitación de esta advertencia cuando Germán García, en el diálogo con Emilio Vaschetto, plantea de un modo pragmático que los términos que socialmente se usan sirven para que la gente se reconozca y haga la consulta. Decir depresión no implica un diagnóstico, pero el hecho de que se lo convierta en un medio para que alguien sea solamente medicado complica las cosas. Interrogar ese estado quizás dé alguna posibilidad de que algo diferente suceda.

¿Porqué importan esta advertencia y la consecuencia de ella?

Esto es lo que encontraremos en el libro que tiene un corto, cortísimo título Depresiones aunque se lo adosa al Psicoanálisis, y con razón, aunque lo interesante es su subtítulo: Insuficiencia, cobardía moral, fatiga, aburrimiento, dolor de existir. Términos que hay que encontrar en la lectura, aparecen, algunos en forma más desarrollada que otros, están en una filigrana que nos regala Vaschetto en el modo en el que ha unido estos ocho textos y un diálogo.

En el texto de apertura de Emilio está prefigurado lo que aparece como desarrollo en la entrevista, cuando opone –y debe hacerlo, por supuesto– el término "depresión" al de "felicidad", bajo la forma de la exigencia occidental de felicidad, un dato que Bertrand Russell encarna en su texto The Conquest of happiness. La fatiga, uno de los capítulos del libro de Russell, es un término que indica perfectamente el obstáculo más grave para la felicidad. La fatiga es causada esencialmente por el miedo en todas sus variedades, idea nada desdeñable para un texto escrito en el siglo pasado en el período de entreguerras. Nuestra idea de la sociedad de riesgo de hoy, de la urgencia generalizada, apuntan esencialmente al producto de la inseguridad y el pánico sociales. En sus términos Russell dice que uno de los peores aspectos de la fatiga nerviosa es que actúa como una especie de cortina que separa al hombre del mundo exterior, lo que en la enseñanza de Lacan se ha pasado como el problema de aquel que al detenerse en la demanda dirigida al Otro queda en suspenso. Queda sin autentificarse, sin valor en su subjetividad. Lo que para Enric Berenger, la depresión nos enseña, es lo que a nosotros nos han enseñado las urgencias subjetivas, la responsabilidad y la decisión que van contra el arquetipo actual del alma bella, pobre víctima de sus exigencias pulsionales. Una idea muy clara de Russell para el tratamiento de la fatiga es la idea del "valor", ahora en el sentido del coraje, algo de lo que los ingleses saben. Ese saber nos lleva a la cobardía moral. Como dice Emilio, la cobardía moral del neurótico se manifiesta como depresión, y su contracara se hace patente en el rechazo del inconsciente en las psicosis.

Quizás el aspecto más orientativo se nos muestre en el punto en el que Vaschetto señala que la pluralidad de los nombres sobre los cuales se yergue la depresión, es una respuesta a la época de la indiferenciación clínica. No está mal tenerlo a tiro para retirarle, con cuidado, la mordaza al síntoma, a la dimensión del sujeto cuando los estados verdaderos que aquejaron por veinticinco siglos a la humanidad, y que apuntaban a lo real del vacío definitorio de los seres parlantes, se transforman en simples trastornos hormonales.

En este libro vamos a encontrar una gama interesante de principios de acción que desde la psiquiatría y el importante desarrollo de la depresión y la melancolía durante el siglo XIX, Juan Carlos Stagnaro armado de una lupa y una pluma, nos enseña cómo puede realizarse una investigación seria desde Philippe Pinel y su genial percepción de la alienación mental para permitirle distinguirla de cualquier desviación jurídica o ética de la conducta. Esquirol, Goerget, Guislain, autor de las primeras taxonomías de la melancolía en la psiquiatría moderna, para llegar a Wilhelm Griesinger, quien crea la denominación de "Psicosis única" e inaugura una nueva etapa en la psiquiatría alemana. Griesinger diferencia la locura curable y la incurable. Marcará la distancia entre las formas de la melancolía, de la manía y de la monomanía exaltada de las locuras sistematizadas, la demencia parcial y la general. El texto de Stagnaro continúa con el estudio de las ciclotimia de Kahlbaum y finaliza con otros autores, entre ellos el recordado Kraepelin, quien afirmaba la unidad clínica de la locura maníaco depresiva. La lectura de esta investigación debe realizarse junto con la de Matusevich, que se ocupó a continuación de la depresión en el siglo XX, y ha hecho un impresionante estudio acerca del Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales, los famosos DSM 1, 2, 3, 3R y 4. Matusevich concluye que el diagnóstico y clasificación de un paciente revela no sólo el universo simbólico o la estructura mental del profesional que diagnostica sino que delimita un campo de acción autorizado, definiendo la "carrera moral" futura del paciente mental. Y rematará esta fuerte posición ética de la psiquiatría con otra advertencia: la utilización de árboles de decisión, la multiaxialidad, el uso de escalas de evaluación y cuestionarios estructurados que limitan la iniciativa por parte del clínico en la caracterización de las depresiones, no debe hacer que se desnaturalice el encuentro singular que constituye la relación médico-paciente y que es el corazón de cualquier proceso terapéutico.

Puedo asegurarles que la lectura de este libro los conducirá a muchas experiencias, no puedo anticiparme a las variaciones singulares del goce de su recorrido, pero entre ellas hay una que queda descartada por definición: ustedes no se aburrirán ni un minuto. Hay algo en la transmisión de este modo de concebir un texto que es un armado de una serie de textos, que produce el efecto de una sinfonía.

Cuando Lacan se refirió al aburrimiento, planteó que a nivel de las enseñanzas, es esencial que quien desee hacer una transmisión tenga el arte de interesar a su auditorio. Por supuesto que eso también depende del auditorio del que se trate. La declinación de la idea del conflicto que ha intentado sortear la falta en ser, propia del sujeto y que lo lleva por la vía del deseo, sigue siendo la terapéutica mayor para el otro modo de presentarse las llamadas depresiones: el aburrimiento.

Lo cual nos conduce a formular una primera impresión, y es que el estado de aburrimiento se produce en un sujeto cuando deja de ser apto para la sorpresa, para el asombro, cuando su deseo queda aplastado en la percepción dolorosa de la repetición, en la monótona significación de su fantasma, o narcotizado en la ritualización que le exigen sus prejuicios.

Con las palabras que les dirijo, más las de mi compañera y ahora amiga Graciela, estamos ya preparándolos para lo que seguramente será la lectura de este fin de semana largo.

Pero volvamos por unos momentos más al libro. Imperdibles los enunciados de nuestros colegas de Francia, François y Rokaya Sauvagnat, quienes nos enseñan sobe las psicosis maníaco depresivas y el de Jean Garrabé sobre la melancolía en la psiquiatría romántica francesa.

El capítulo de la ética se las trae. Dos textos y una conversación. El de Gustavo Stiglitz, "Depresión, angustia y medicamento", genial en tanto apunta a cuestionar el uso indiscriminado del término depresión, el que dice todo del paciente y nada del sujeto. Y una ejemplificación clínica que es un hallazgo para ilustrar los avatares del encuentro entre el malestar depresivo, el medicamento y el psicoanalista. Un trío que es para nosotros hoy un problema si no lo reemplazamos por el de el malestar depresivo, el psiquiatra y el psicoanalista. Un trío más riguroso y eficaz.

El texto de Alvarez y Eiras, sobre la transmutación de la melancolía en depresión y algunas de sus consecuencias, muestran cómo la medicalización de la tristeza acarreó una devaluación de la responsabilidad subjetiva. Apuntamos a la construcción del síntoma analítico, dicen con claridad y contra cualquier prejuicio. Toman a la melancolía no como un déficit sino como causa y objeto de la sabiduría del la antigüedad y el renacimiento. Lamentan por otra parte el eclipse de la melancolía para dejar paso a la construcción de la enfermedad maniaco depresiva, ya que al reducirse el espectro nosográfico de la misma, los frecuentes estados de dolor moral, desánimo y pesar comenzaron a reclamar otras nomenclaturas taxonómicas. Ha sido en la medicalización del pathos donde comenzó a emplearse el termino depresión o depresión mental produciéndose con ello una ruptura epistemológica con lo precedente.

Su tesis es que el auge alcanzado por las depresiones en el mundo actual depende de la relación del sujeto con el empuje superyoico, presentificado por el bienestar exigido, el capitalismo y la ciencia. Cuanto más aumentan las promesas de felicidad, cuanto más se empeña la ciencia en eliminar el dolor moral y cuantos más objetos pone el capitalismo al alcance de nuestras manos, mayor es la falta en ser que aflige al sujeto contemporáneo. Podemos decir que es exceso para el que los tiene y dolor y rabia para el que no los consigue. Hay una intolerancia evidente a la tristeza, una clara manifestación del rechazo a convivir con la falta. Es verdad, rematarán, que para nuestros antepasados la tristeza era morbosa cuando se hacía de ella una pasión egoísta.

El diálogo entre Germán García y Vaschetto implicaría un comentario por sí. Pero más allá de lo que ya comenté quiero agregar el uso que ellos hacen de una conversación clínica, que desde la ética plantea la política. Yo me permito decir que es el deseo el que prevalece en las diferentes opciones que hay de poner una por encima de las otras. Germán es claro cuando dice que el sujeto que cede a su deseo por el goce se deprime. Por eso al deseo hay que situarlo en una articulación del lenguaje con el cuerpo, la versión cobardía moral de la neurosis y en su perseveración del humor para la psicosis. Es fundamental entonces captar la teoría del objeto que subyace a la depresión y a la melancolía.

Un capítulo aparte merecería ubicar la cuestión de la manía, en tanto supone que la cadena significante se puede despegar del peso del objeto. La gran pregunta a responder es ¿por dónde entran a jugar los significantes amo? Un gráfico señala desde el S1 un camino que llega al objeto a en la melancolía y otro que pone al significante del saber, el s2, en el lado de la manía. Propone tomar en cuenta el cuerpo libidinal para entender este esquema.

Saltearé una historia muy graciosa acerca de un tipo extenuado, con estrés, a quien le recomiendan la terapia del aburrimiento que comenté hace unos años en la apertura de unas jornadas de la EOL sobre las Incidencias memorables de la cura analítica. Sin embargo en el mismo sentido quiero concluir con la reflexión que me permitió hacer la lectura de las referencias en este libro, a la melancolía trabajada por filósofos, la de los artistas plásticos, Durero Goya, por ejemplo, o Burton y Borges en las letras.

Y como me gusta especialmente señalar las faltas, quiero hacer una mención a algo que ha faltado en diferentes recopilaciones, especialmente la de Breton. Me refiero a lo que tiene ver con el humor negro español. Es muy curioso como personas de reconocido humor como Gracián o Quevedo no han sido incluidos en un género que, proponemos, permite un tratamiento novedoso y exquisito para la depresión. Como dice Cristóbal Serra, un catedrático mallorquí, Quevedo ha pasado entre el pueblo por un vulgar chascarrillero y por un bufón escatológico, cuando lo cierto es que escribió libros que tienen temblor de Apocalipsis y que son probablemente los más tremebundos de toda la literatura española. Quevedo con su fondo melancólico, fue un hombre de gafas ahumadas que siempre vio la vida con colores sombríos, y quizás se deba a una infeliz niñez, porque el fondo de amargura se advierte siempre en su psicología de genio atravesado. Nacido patizambo, superará su inferioridad haciendo burla de sí mismo y mofándose de todo. Hasta lo religioso que merecía su veneración, fue blanco de su escarnio. Hombre mal avenido consigo mismo y desavenido con el orden social que le tocó vivir, Quevedo nos da la impresión de que el malhumor y el amarguismo fueron en él permanentes. Concluye Serra diciendo que Quevedo es el mayor pesimista que ha dado nuestra raza.

Decidí asumir mi responsabilidad subjetiva y para no deprimirlos en este momento de festejo y brindis, no traje nada de los Sueños de Quevedo, sino un trozo magnífico de una de sus obras burlescas, anterior a las gracias y desgracias de El ojo del culo: me refiero a la carta de un cornudo a otro, intitulada El siglo del cuerno.

Tenemos el caso presente del marido de la ahorcada hace pocos días en Río Cuarto que, como ha dicho un periodista por TV, con el mismo llamado telefónico se enteró que era viudo y cornudo. Algunos dicen que uno de esos estados del ser, viudo y cornudo, tiene que ver con el otro. No sabemos bien en qué orden. Por lo menos creemos que el cornudo desea de inmediato ser viudo. O puede caer en una incomparable depresión.

Pero Quevedo no tiene esa idea. Para él las cosas son un poco diferentes. Dirá que "Hay oficio de tal, así como hay lencería y pescadería, hay cornudería. No sé si hallara sitio capaz para todos. ¿Cómo piensa que está recibido esto de "cornudar"?

Y es un gran señor de la profesión que antes, cuando había dos cornudos, se hundía el mundo (una clara referencia a la depresión en la época de Quevedo), pero ahora que no hay hombre bajo que no se meta a cornudo, que es vergüenza que lo sea ningún hombre de bien, que es oficio que si el mundo anduviera como había de andar se había de llevar por oposición como cátedra y darse al más suficiente o, por lo menos, no había de poder ser cornudo ninguno que no tuviese su carta de examen aprobada por los protocornudos y amurcones generales.

Haríanse mejor las cosas y sabrían los tales cofrades del hueso lo que habían de hacer. No hay cosa más acomodada que ser cornudo porque cabe en el marido, en el hermano, en el padre, en el amigo. Al letrado no le estorba el estudiar, antes le da lugar a la lección.

¿Cómo curaría y visitaría el médico si estuviese siempre sobre su mujer y no diese lugar al cuerno?

El da lugar a los oficiales para su trabajo y a nadie estorba. Pues en cuanto a honra ¿quién no la regala? ¿Quién no la asiente en su mesa?

Pues si miramos a el provecho de la República , si no tuviera cornudos que hubiera de muerte o de escándalos?

Nosotros conforme a buena justicia siempre tenemos razón para ser cornudos porque si la mujer es buena, comunicarla con los próximos es caridad y si es mala es alivio propio".

Casi por concluir la epístola, Quevedo le hace decir al cornudo:

"En otro tiempo eran menester razones, mas ya está tan negro el calificado que son acusadas las autoridades, porque aunque es verdad que en el primitivo cuerno hubo alguna incomodidad y pesadumbre, ahora está esto muy asentado porque todas las cosas han hecho mudanza y mas ahora que hay casta de cornudos, como de caballos y está tan acreditado este oficio..."

Y se despide diciendo: "A nuestra mujer beso la mano en habiendo vacante."

No nos ha de asombrar, ni nos molestará que la melancolía romántica haya mudado en depresión, aburrimiento, fatiga, cobardía moral o dolor de existir. Preciosas designaciones que denotan subjetividad a producirse.

A partir de acá, y desde todos los lugares posibles combatiremos, si es posible con humor, a quienes impiden esas maravillosas invenciones que permiten convivir con la falta, esa que da lugar al deseo y de la que este libro más que muestra es demostración.

Se trata en todo caso de una ética que aún nos queda por construir.

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