Noviembre 2008 • Año VII
#18
Sala de lectura

La creencia y el psicoanálisis

De Mario Goldenberg y Diana Chorne (comp.)

Silvia Elena Tendlarz

¿Qué lugar tiene la creencia en Dios en nuestro mundo contemporáneo y qué posición toma el psicoanálisis en el debate que se genera en torno a las creencias?

El libro que tengo el gusto de presentar hoy, La creencia y el psicoanálisis, compilado por Diana Chorne y Mario Goldenberg, es el resultado de una investigación efectuada en el año 2004 en el Departamento de Psicoanálisis y Filosofía del ICBA en un esfuerzo por dilucidar esta cuestión.

Cuatro partes componen el texto que indican ya una puntuación: creencia y religión, uno y no todo, la muerte de Dios y, finalmente, la ofrenda del sacrificio.

Al modo de una conversación, los artículos que componen este libro dialogan entre sí, se interrogan unos a otros y entretejen articulaciones que interpelan al lector en su singular posición frente a Dios y a la religión.

Dos temas retornan incesantemente a través de las páginas de este texto, la frase de Nietzsche "Dios ha muerto" y el desdoblamiento de los dos dioses planteado por Pascal. Ambas vertientes nos conducen inexorablemente a una reflexión sobre el hombre contemporáneo y su relación con la autoridad.

 

1. Los Dioses que existen

Pascal distingue dos estatutos de Dios: el Dios de la fe, del corazón, del nombre y del monoteísmo, y el Dios de los filósofos, un Dios conceptual, el de la razón, también tomado como sujeto supuesto saber por Lacan

El Dios de los filósofos, señala Patricio Alvarez, tuvo distintos nombres en la historia de la filosofía: el motor inmóvil de Aristóteles, el Dios que no engaña de Descartes, el amor intellectualis Dei de Spinoza. Puede equipararse al Otro y en él se incluye la acción del Nombre del Padre. Este Dios es también el de los semblantes y de la garantía. El neurótico cree en ese Dios y de esta manera sostiene al padre.

El otro Dios es un Dios vivo que incluye al goce. Es el Dios del sacrificio que conlleva una cesión de goce. Es un Dios con un Otro que falta, sin garantías, que más bien, como con el pedido del sacrificio de Isaac, involucra el pecado del padre que hace languidecer al ghost de Hamlet. Se produce así un deslizamiento hacia la falta del Otro que sustituye el problema de la verdad de la religión por el del goce, y de allí el psicoanálisis es conducido hacia lo real.

Jorge Alemán señala que vivimos una época en la que la figura del Gran hombre se ha eclipsado. Cuando aparece, se presenta del lado de la excepción frente a la ley del para todos. Al examinar la figura de Moisés, trabajado también por Mary Pirrone, Jorge Alemán indica que Moisés es un Gran hombre puesto que ha logrado cambiar las relaciones con el Otro al vaciar el imaginario de los dioses y poner en su lugar al significante. Introduce así el Uno en el mundo, como lo señala Karina Lipzer, a través del Dios del significante. Los dioses paganos se metamorfosean con el monoteísmo en el culto al Dios-padre, que ocupa el lugar del Uno. La hipótesis de Jacques-Alain Miller, en sus clases sobre la religión, es que esta búsqueda del Uno responde a la pregunta de Lacan en el Seminario 17 acerca de por qué Freud necesitó del Moisés: le permitió aislar que hay Uno.

Freud se apoya en el nombre de Dios para "salvar al padre" volviéndolo así un significante amo. El padre "todo amor" sostiene el Edipo como el sueño de Freud. Pero el reverso de salvar al padre es el aumento de la severidad del superyó y sus intrincadas paradojas.

El secreto del padre, la verdad de su amor, dice Miller, es su castración, es la pérdida de goce. El amor al padre vela esa falta pero en contrapartida se experimenta el empuje del superyó. Uno es el reverso del otro. El padre freudiano logra darle una vestimenta a la entropía de goce a través de una pérdida que le es imputada al padre.

El pasaje del mito edípico a la estructura permite separar el Edipo de la castración. El padre no es ya el soporte de la prohibición sino que el goce está prohibido a quien habla. Y esto más allá del padre.

La doble faz de Dios se pone así a descubierto como lo demuestra este libro: Dios es un decir, es la fe en el lenguaje, pero también es un Dios del objeto a, puesto que el fundamento de la religión es la renuncia al goce.

 

2. El Dios que ha muerto

La frase de Nietzsche que Dios ha muerto pone de manifiesto la caída de los valores y de los ideales y se vuelve, como lo desarrolla Mario Goldenberg en su presentación, la bisagra entre el sacrificio religioso y la ética capitalista que empuja al consumo, entre el sacrificio y la mercancía.

El desgarramiento del hombre moderno, indicado por Heidegger, ante la pérdida de su Dios, lo confronta al sentimiento de inautenticidad y al nihilismo. A falta de la creencia en Dios, proliferan las creencias, como lo muestra Diana Chorne en su cita de Chesterton: "El problema es que cuando el hombre deja de creer en Dios no es que pasa a no creen en nada, sino que pasa a creer en cualquier cosa". Subraya así que los sujetos necesitan de las creencias puesto que al estar vinculadas con la castración, crean un velo que vuelve a la vida posible.

Ricardo Ibarlucía recorre los textos de Nietzsche y puntúa las distintas maneras en que su frase sobre la muerte de Dios se hace presente en los escritos de este autor. También retoma otros textos como Los demonios de Dostoievski que dice: "Si Dios existe, toda la voluntad es suya, y yo no puedo escapar a su voluntad. Si no existe, toda la voluntad es mía, y yo estoy obligado a mostrar mi libre albedrío…". El personaje sostiene con ese planteo su decisión de suicidarse. Pero más allá de sus razones expresa muy bien el espíritu de la época: ante la inexistencia del Otro se reivindican las voluntades individuales que empujan a un sujeto incluso hasta la muerte.

Jacques-Alain Miller establece una serie de precisiones relativas a la religión y a las creencias: la religión cristiana se vale de la verdad, la judía de la ley, por eso Lacan dice que "sólo hay una verdadera". Por otra parte, la religión freudiana empuja a la renuncia al goce, en cambio, las sabidurías más bien lo temperan y ordenan. En esta distribución de religiones se introduce la pregunta acerca de su función en los tiempos actuales.

Las espiritualidades contemporáneas no apuntan en realidad ni a lo uno ni a lo otro. Producen una nebulosa, una franja de vaguedad y de relaciones "liquidas", como lo diría Zygmun Bauman, con su necesidad de creer y se vuelven "disciplinas del sentido", al decir de Miller. Esta "espiritualidad gnóstica", como la llama Zizek, es también un objeto de consumo masivo.

En la medida en que lo religioso viene a ocupar el lugar de la religión, cada sujeto permanece con su experiencia subjetiva privada y se incluye en comunidades de creencias que se rechazan unas a otras. El concepto de experiencia religiosa se vuelve así un instrumento nivelador del llamado individualismo democrático.

En realidad, la sociedad moderna, con sus nuevas estrategias de "salvar al padre", retoman el antiguo espíritu religioso, pero, al mismo tiempo, ponen de manifiesto su declive y el reverso de nuestra vida contemporánea que se expresa como un empuje superyoico en el lugar del Ideal que falta.

Eric Laurent, en un texto sobre el psicoanálisis y la democracia, subraya el surgimiento de comunidades y pactos sociales que se fundan sobre nuevas formas de autoridad que testimonian de una nostalgia del Nombre del Padre. Pero cuanto mayor sometimiento al Ideal se pone en juego, mayor es el extravío que puede llegar a empujar a la obediencia hasta la muerte. El estado de excepción prolifera y extiende esta tensión entre el vacío del Uno y su implacable retorno superyoico.

En la entrevista publicada de Alain Badiou, el filósofo señala que la idea de la muerte de Dios expresa la separación definitiva entre el sentido y la verdad. El pragmatismo anula la categoría religiosa de la verdad y acentúa la utilidad relativa al sentido. Mario Goldenberg señala en este punto que en la medida en que la operación analítica separa el sentido de la verdad, la fuga de sentido conduce a lo real.

Silvia Bermúdez contrapone los "pastores de lo real" a las espiritualidades religiosas para marcar el porvenir del psicoanálisis. O "una creencia distinta a la religiosa", como lo indica Alejandra Jaolof al nombrar el amor al inconsciente en la experiencia analítica. También subrayado por Silvia García con la frase de Lacan de "ser incauto del inconsciente", ser incauto de lo real. Un real que se opone al sentido.

Nos encontramos entonces que en psicoanálisis el punto de inflexión se encuentra en la separación entre lo real y el sentido, de modo tal que el dispositivo analítico no se reduce a una máquina de producir sentidos, sino que apunta aislar el real singular de cada sujeto.

De esta manera, el libro que presentamos hoy permite reflexionar no solo acerca de Dios y la religión, sino que fundamentalmente es un estudio sobre el lazo social y su relación con la autoridad en nuestro tiempo. Sus conclusiones no conciernen solo a una perspectiva psicoanalítica de lo social, sino que fundamentalmente involucran la manera con que concebimos el funcionamiento del dispositivo analítico.

Si de creer se trata, tal vez este libro nos vuelva un poco creyentes del saber que se desprende en el trabajo compartido con los otros.

Buenos Aires, diciembre de 2006

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